El traslado fue en plena pandemia; la convivencia con otras elefantas asiáticas, y cuáles son los animales que serán pronto sus compañeros.
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Hace un año, mientras millones de personas permanecían encerradas en sus casas para protegerse de la pandemia, la elefanta Mara dejaba atrás su vida de encierro para emprender el camino a la libertad. El sábado 9 de mayo de 2020, salía del Palacio de los Elefantes en el Ecoparque de Buenos Aires, mientras sus cuidadores la despedían entre lágrimas. Después de 109 horas y 2.700 km de ruta, Mara iniciaba su nueva vida en el Santuario de Elefantes de Brasil (SEB), en plena Chapada dos Guimarães, en el estado de Mato Grosso.
¿Cómo está la elefanta a un año de aquel viaje extraordinario? Scott Blais, uno de los mayores expertos en elefantes del mundo y creador, junto con su esposa Kat Blais, del Santuario de Brasil, cuenta cómo fue la adaptación: “Mara se adaptó a su nueva vida en el santuario con facilidad. Por primera vez vive en un mundo en el que puede ser quien es, instintivamente, como un elefante. A los pocos días de su llegada, ya exploraba el hábitat y construía amistades que se hacen más fuertes cada día. Mucha gente se sorprende por la facilidad con la que se adaptan los elefantes después de haber estado en zoológicos o circos. Pero la adaptación más difícil fue cuando la tomaron en cautiverio, sobrevivir al confinamiento desde joven, sin otros elefantes. La vida en un santuario tiene menos que ver con la adaptación y más con la asimilación a lo que es y siempre ha sido su verdadera naturaleza”. Eso no significa, sin embargo, que pueda recuperarse rápidamente del trauma producido por décadas de cautiverio.
Scott considera que, a un año de su traslado, Mara es “una nueva elefanta”. Más allá del contacto con la naturaleza, uno de los cambios más importantes es la relación con otras elefantas asiáticas como Rana, su primera amiga, y Bambi, que se incorporó después. “Mara y sus amigas –continúa Scott– son más discretas durante el día, suelen tomar siestas a la sombra o de pie junto al estanque. Por la noche, comienzan una nueva vida. Todos los elefantes exploran y pastan en las frescas temperaturas nocturnas, íntimamente conectados con el mundo que los rodea. Con frecuencia, sus retumbos y trompetas se pueden escuchar haciendo eco a través de los valles mientras celebran su vida juntos o simplemente para comunicarse con sus amigos”.
En cuanto a su estado de salud, como muchos elefantes que han pasado décadas en cautiverio, Mara llegó con problemas en sus patas y un compromiso gastrointestinal que afortunadamente está superando, gracias a su nuevo estilo de vida y a los cuidados que le otorgan los veterinarios del santuario.
Un santuario para elefantes
El santuario de elefantes de Brasil es el primero en América Latina y fue fundado por la organización estadounidense sin ánimo de lucro Global Sanctuary for Elephants (GSF). Scott Blais y su esposa Kat comenzaron con el proyecto en 2012.
Él ya tenía una amplia experiencia en Estados Unidos, donde creó el Elephant Sanctuary, en Tennessee. Su pasión por estos animales comenzó cuando tenía apenas 15 años y vio el maltrato que se les daba en un parque de Canadá. Más adelante tomó la decisión de dedicar su vida a rescatar y reparar el daño que sufren los elefantes en cautiverio.
Un santuario es una instalación donde son llevados animales que sufrieron maltrato, abandono o explotación para ser cuidados y respetados. Se trata de espacios amplios en los que pueden habitar en libertad, pero con el control de personas que se ocupan de alimentarlos, curarlos y proveer a su bienestar. Los santuarios no suelen estar abiertos al público, ni buscan un lucro económico.
“En su esencia, –dice Scott– el santuario ofrece un lugar de protección, respeto, reverencia y autonomía. Sin embargo, el trauma causado por décadas de confinamiento, aislamiento y atención negligente, es extremo. El santuario ofrece el espacio y el respeto, la atención médica especializada y la nutrición adecuada, pero a menudo son los propios elefantes los que se ayudan mutuamente a superar sus miedos y falta de confianza”.
El santuario en el que está Mara está ubicado en el bioma del Cerrado, una amplia ecorregión de Brasil, conocida por su importante diversidad de flora y fauna. “Nuestra ubicación es espectacular. Está protegida y aislada, con arroyos, estanques, bosques y pastos. Muchas veces vemos tapires y tamandúas e innumerables pequeños mamíferos cerca de los elefantes. Es un paraíso para los elefantes y la vida salvaje.”
En el santuario por ahora conviven cinco elefantas asiáticas, pero están acondicionando espacio para recibir a tres elefantas africanas que aún quedan en la Argentina, mientras se organiza una campaña de recaudación para construir el hábitat de Tamy, un elefante asiático macho que está en el Ecoparque de Mendoza.
El santuario tiene una importante finalidad educativa, ya que a través de sus redes sociales muestra el día a día de los animales, sus necesidades, sus costumbres y su relación con el ambiente. Se sostiene a través de campañas y donaciones de sus seguidores.
De la naturaleza al zoológico
La historia de Mara es todo un símbolo de cómo fue cambiando la concepción en el trato a los animales. Así lo entiende Federico Iglesias, subsecretario a cargo de Ecoparque Buenos Aires: “Siempre decimos que Mara derriba paradigmas en forma serial. Primero el paradigma de los circos, después el de los zoológicos, y fue punta de lanza para abrir el camino a otros elefantes argentinos para ir al santuario de Brasil. Está involucrada en estos tres procesos de transformación, que involucran a muchos elefantes con una historia similar en nuestro país, Brasil y Chile”.
No es el primer viaje de Mara, la elefanta nació hace aproximadamente 55 años en India y a los cinco años la adquirió la empresa alemana Tierpark Hagenbeck que la trasladó a Hamburgo. Poco después fue adquirida por la familia Tejedor, propietaria de varios circos en la Argentina entre ellos, el circo Sudamericano, donde trabajó hasta que fue vendida al Circo Rodas. Durante 25 años viajó por todo el país como parte de estos espectáculos rodantes. Por entonces, el circo era muy esperado en cada rincón de la Argentina, donde las especies exóticas eran una de las principales atracciones.
En 1995, luego de una intervención judicial, fue trasladada al entonces Zoológico de Buenos Aires, donde compartía recinto con Kuki y Pupi , dos elefantas africanas con las que nunca se entendió (los elefantes asiáticos no se entienden con los africanos). Debían permanecer separadas, de modo que mientras las africanas ocupaban el interior del Palacio de los Elefantes, Mara permanecía afuera y viceversa.
En 2016, el Jardín Zoológico de Buenos Aires se convirtió en Ecoparque, con una concepción completamente distinta del trato a los animales. Allí comenzaron los planes para el traslado de Mara a un recinto que le diera mayor bienestar en los años que le quedan de vida.
Del Ecoparque al Santuario
Para comprender lo que ha sucedido con Mara es importante entender el cambio cultural que se ha dado en relación con la naturaleza y el ambiente. “El traslado de Mara forma parte de una manera más armoniosa de conectarnos con la naturaleza donde en el centro no está el hombre. Las sociedades van reinterpretando e inclusive haciendo un mea culpa y cambiando la tradición sobre el trato con la naturaleza, en este caso con la fauna. Haber hecho este viaje en medio de una pandemia, haber recorrido tantos kilómetros, y haber sido el primer caso, para nosotros es un orgullo porque teníamos todo en contra y sin embargo se pudo hacer satisfactoriamente”, reflexiona Federico Iglesias.
“Brasil tiene otra infraestructura –agrega–, un ambiente natural que en el Ecoparque no tenemos, no solo por la cantidad de superficie, sino también porque tenés otros recursos naturales: la posibilidad de pastorear, de recoger alimentos de forma natural, de bañarse en lagunas, de caminar por distintos sustratos y, principalmente, la posibilidad de relacionarse con otros individuos de su especie, cosa que no sucede en los zoológicos”.
Mariana Caram, directora del Ecoparque de Mendoza, coincide: “Nuestras elefantas asiáticas están bastante bien, pero están en un recinto realmente espantoso. Siempre agradezco y valoro el trabajo de los cuidadores, gracias a ellos han estado todos estos años con un buen grado de salud. Si no fuera por el cariño y el cuidado que les dan, no lo podrías explicar”.
En la Argentina aún quedan seis elefantes que esperan su traslado. Kuki y Pupi son las dos elefantas africanas que aún residen en Buenos Aires. En el Ecoparque de Mendoza quedan cuatro ejemplares: Pocha y Guillermina, dos elefantas asiáticas, madre e hija. Tamy, macho asiático padre de Guillermina y, por último, Kenia, una elefanta africana.
Como en el caso de Mara, los traslados se han entorpecido debido a la pandemia. Además deben realizar un largo entrenamiento para que los animales se presten voluntariamente a los estudios veterinarios. “A nosotros nos ha llevado tres años de trabajo” afirma Mariana Caram. “En 2018 trajimos a una especialista norteamericana para empezar la adaptación, porque estos animales nunca se habían hecho análisis y para el traslado hay muchos requisitos médicos, vacunas, extracción de sangre, y un lavaje de trompa en el que debe tomar líquido y expulsarlo. En el país no se hacían esos trabajos que se llaman de condicionamiento operante con refuerzo positivo, es decir, que no se trata de forzar al animal sino de respetarlo y condicionar su conducta a través de un sistema de premios, como si se tratara de un juego”.
De la misma manera, se los entrena para entrar a la caja y resistir el traslado de tantas horas de viaje. “Son varios días en carretera. Los contenedores tienen camaritas internas donde los van monitoreando y tienen bandas laterales donde pueden apoyarse si están cansados y quieren relajar las patas. En el viaje se para todas las veces que el animal lo indique, para darle agua, comida, hablarle” explica Mariana.
Guillermina y Pocha ya están terminando las certificaciones sanitarias, los contenedores ya están en Mendoza, y son las próximas en la lista. Para Kuki y Pupi, las elefantas africanas que quedan en Ecoparque de Buenos Aires, se calcula que tendrán que esperar hasta fin de año, cuando se habilite el espacio para su especie en el santuario, esté disponible el contenedor y ya estén listos los trámites sanitarios y burocráticos.
A un año del increíble viaje de Mara, Sofía Lopez Mañan, la fotógrafa que la acompañó en la aventura, reflexiona: “Antes de viajar teníamos mucho miedo, por la pandemia, por cómo iba a sostener Mara el viaje, que no le pasara nada. Pero todo fue tan armonioso, como si ella supiera que iba a una vida mejor. Se metió sola en la caja una hora antes, durante el viaje estuvo comiendo, tomando, tranquila, como si supiese. Sin dudas Mara tiene aquí en la Argentina toda una familia humana de cuidadores que la quieren y que hicieron un montón, pero a veces es cuestión de dejar a las otras especies ser otras especies, no humanizarlas, lo que ella necesitaba era ser elefante, tener sus tiempos, sus compañeras, su vida en libertad. Ese es mi aprendizaje a un año del viaje”.