Llegó a la Argentina para reseñar hoteles de lujo para el Reino Unido y se aquerenció en San Antonio de Areco donde abrió La Madrugada, pequeña finca rural de sólo dos habitaciones.
- 6 minutos de lectura'
Como su admirada Lady Dixie –corresponsal pionera en la guerra anglo-zulú y una de las primeras escocesas en cruzar a caballo la Patagonia–, la incansable Lucinda Paxton ama la aventura y los desafíos. Nacida y criada en Monmouthshire, un área rural de Gales, eligió desde muy temprano la vida nómade y eso la llevó a recorrer buena parte de América Latina colaborando como fotógrafa y cronista para The Telegraph y otros medios británicos. Hasta que en 2015 decidió dar un golpe de timón: vendió todas sus posesiones materiales –un automóvil y un cello– y compró un pasaje de ida a Buenos Aires.
Cinders, así la apodan desde chica, no sabía una sola palabra de castellano ni dominaba las riendas y el cabestro cuando llegó al país. Aprendió a cabalgar en la estepa patagónica, con los gauchos argentinos, y se enamoró de sus maneras francas y cordiales, de sus refranes y hasta de sus ropas, que incorporó al atuendo cotidiano: suele combinar las bombachas, las alpargatas y la boina púrpura con vaporosas camisas blancas.
Así nació su segundo apodo: la gaucha galesa. Una viajera empedernida que encontró su lugar en las afueras de San Antonio de Areco, en una chacra a la que bautizó La Madrugada.
La vida gaucha
Cinders vivía en un hostel en el pueblo, totalmente abocada a su #losgauchosproject –un registro intermitente de las costumbres y los festejos de nuestros paisanos–, cuando la invitaron a visitar un campo “que prometía”. Por pura curiosidad, fue a verlo. Después de andar un rato entre los pastos crecidos, recordó que había estado allí durante su primer viaje a la Argentina, compartiendo un asado. Lo tomó como una señal alentadora y una oportunidad para “armar un hotel soñado”.
Después de todo, lo llevaba en la sangre: cuando era niña sus padres alquilaban dos cuartos de la casa familiar, que funcionaba como bed & breakfast, y los tesoros que ella había recolectado en sus épocas trashumantes –ponchos de Bolivia, manteles de Katmandú, cestos de Guyana– aguardaban un nuevo destino prolijamente ordenados en un galpón en Francia.
Sin pensarlo dos veces, e intrépida como pocos, se asoció con un amigo arequero para alquilar la propiedad… y recibió las llaves el día de su cumpleaños número 40.
Había mucho por desmalezar y recuperar y las tareas de remodelación fueron intensas. El plan era iniciar la temporada en marzo de 2020 y Cinders corría de un remate a otro y se desvelaba cada noche con mil ideas en la cabeza. “La naturaleza y la casa original ya estaban, yo sólo tenía que realzarlas”, dice mirando a su alrededor.
Y llegó la pandemia
Las obras debieron interrumpirse durante unos meses y ella tuvo una experiencia de soledad casi absoluta en el paisaje, con su perro Quique y sus dos caballos –Zamba y Luz de Luna– por única compañía. Y los pájaros, que siempre eran los mismos y a los que aprendió a reconocer por sus cantos. Esa experiencia la marcó a fuego y también marcó la impronta de la estancia: un espacio para disfrutar del tiempo sin presiones de ningún tipo.
Inaugurada el 1 de enero de 2021, La Madrugada abarca ocho hectáreas moteadas de arboledas tupidas que albergan varios galpones, un establo, dos vagones de ferrocarril y una casona amplia de paredes gruesas, con sólo dos habitaciones destinadas a los huéspedes. Y flores, flores por todas partes. En el rosedal, con sus 250 variedades, y en los jarrones que iluminan y perfuman cada rincón. Ramos que Cinders arma al despuntar la mañana, conjugando formas y colores como quien traza una acuarela móvil.
Las dos habitaciones en suite, diferentes en su decoración, pero idénticamente acogedoras, miran a la inmensidad de la llanura y sus cielos siempre cambiantes. Dos pequeños universos que contienen todo (o casi todo) lo que un amante del confort y los objetos con historia puede desear.
En la cómoda provenzal, dos copas de cristal y una botella de vino que espera ser descorchada. La propuesta de la anfitriona, que invariablemente se cumple como un grato ritual, es quedarse dormido mirando las estrellas.
Las paredes exteriores de La Madrugada, cubiertas por una exquisita pátina rojo punzó, deparan sorpresas. Letreros pequeños, estratégicamente distribuidos, con frases que invitan a la reflexión. Desde el célebre lema de Horacio donde amonesta a los errantes –”Los que cruzan el mar cambian de cielo, no de alma”– hasta fragmentos de Juanele Ortiz y W. B. Yeats y la inquietante pregunta de Miranda en el segundo acto de La Tempestad de Shakespeare: “¿Cómo llegamos a esta orilla?”. A esos mojones literarios se suma una profusión de libros –extraordinaria tanto por su calidad como por su cantidad– repartidos por toda la casa.
La buena mesa
Los placeres del paladar están a cargo de los jóvenes cocineros itinerantes –se conocieron trabajando en barcos– Felicitas Condesse Stanga y Dámaso Rivas Pinal. Ellos preparan los panes, los yogures y los dulces caseros y las infaltables ensaladas frescas con verduras de la huerta, y despliegan su inventiva para crear un menú variado y tentador que puede incluir, en el almuerzo, una entrada de papa rösti con queso, lima, palta y langostinos salteados más un bife de chorizo acompañado por vegetales asados como plato principal y un asado a la estaca al mejor estilo criollo a la hora de la cena. Uno de los mayores encantos de La Madrugada es saborear esas delicias en distintos lugares de la estancia, casi siempre al aire libre.
Hay al menos diez mesas, de tamaños y materiales diferentes, que Selva Scarano –asistente y mano derecha de Cinders– tiende amorosamente sobre mantel blanco para las cuatro comidas: el desayuno al sol, la cena junto al fuego, el almuerzo bajo el alero protector, la merienda envuelta en la fragancia de la pérgola.
“La Madrugada es una estancia íntima que propone una experiencia diferente, sin horarios, donde los huéspedes deciden cuándo desayunar y cuándo salir a caballo con el baqueano Pato o beber un trago junto a la pileta”, dice Cinders. Y recuerda que eligió ese nombre porque “madrugada” fue una de las primeras palabras que aprendió en nuestra lengua y porque el amanecer es la hora mágica de los pájaros, que aquí abundan y hermosean el día con sus vuelos y sus cantos.
ESTANCIA LA MADRUGADA. SAN ANTONIO DE ARECO.
Km 2,5 del Camino de Yameo. WhatsApp: +54 9 2326 43-4222. Se puede ingresar por ruta 8 o por ruta 41, en ambos casos vía calle Quetgles, hasta llegar al Camino de Yameo. GPS: 34º 16′ 34.7″ S 59º 29′ 46.2″ W