El Hoyo, Montecarlo, San Rafael y Los Cocos son pueblos que sorprenden al viajero con sus laberintos. Recorrerlos es una experiencia única que invita descifrar sus encrucijadas, disfrutar del diseño y divertirse en grande.
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El 5 de mayo se festeja el Día Internacional de los Laberintos, una fecha que actualiza un concepto muy antiguo: perderse y encontrase ingenio mediante. El Hoyo, Montecarlo, Los Cocos y San Rafael son destinos que esconden los laberintos más lindos de nuestro país. Adentrarse por sus pasadizos es un desafío, pero también un juego que apela a la imaginación.
La idea del laberinto es casi tan vieja como el hombre y adquirió diferentes significados a través del tiempo. Fue un símbolo mágico, un amuleto, un juego romántico y un reto intelectual. Para algunos es un sendero para meditar, para otros un camino de superación. Lo cierto es que las interpretaciones son múltiples y variadas.
Muchos apuntan al recorrido, “Quien solo busca la salida no entiende el laberinto, y aunque la encuentre, saldrá sin haberlo entendido” asegura el escritor español José Bergamín. Quizá esta sea una premisa para tener en mente antes de lanzarse al camino.
Un poco de historia
“No es preciso erigir un laberinto cuando el universo ya lo es”, sostiene Jorge Luis Borges en uno de los pasajes de El Aleph. Borges concebía al cosmos como un laberinto infinito y plasmó esta idea en muchos de sus cuentos. Él no fue el único, los fans en la literatura y en el arte se cuentan a montones.
Al parecer el laberinto más antiguo fue egipcio, Hawara, un complejo funerario de casi 4.000 mil años, con pirámide, patios abiertos, cámaras, capillas y criptas ocultas, un monumento que describió en detalle el historiador Heródoto.
Sin embargo, el modelo más famoso es el cretense, auspiciado por la leyenda del Minotauro y la historia de amor de Teseo y Ariadna, ovillo de hilo salvador mediante. Este laberinto - siempre según el mito - fue diseñado por el inventor Dédalo para esconder al Toro del cual se había enamorado Pasifae, la esposa del rey Minos, pero esa es otra historia.
La cuestión es que este modelo y su leyenda inspiraron un sinnúmero de estructuras similares a lo largo del tiempo. Hay que aclarar que los restos del laberinto en cuestión, nunca se encontraron. Algunos arqueólogos sugieren que el escenario del relato se inspiró en el palacio de Cnosos, pero no hay acuerdo al respecto.
Los laberintos se clasifican en dos grupos, el clásico o univiario que se recorre desde el inicio hasta el centro, ida y vuelta, por el mismo sendero. No hay caminos alternativos, ni bifurcaciones: uno entra y sale por el mismo sitio.
Por otro lado, están los formatos multiviarios que proponen varios caminos, en cada encrucijada el paseante debe elegir uno, que lo conducirá o no a la salida. Esta variante comenzó a usarse en la Inglaterra del siglo XVII en el diseño de los jardines y se armaba con arbustos y árboles. La idea era propiciar la cita amorosa. Luego, se adoptaron en toda Europa, principalmente en Italia y Francia.
En los mosaicos romanos el laberinto aparece con frecuencia, también se lo dibujaba como un amuleto protector en espacios públicos y privados. Muchos manuscritos medievales muestran esta forma como un recurso gráfico de tipo decorativo.
Las basílicas también tienen laberintos. El más famoso es el de la catedral de Chartres, Francia, que se armó con mosaicos sobre el piso de la nave central y oficiaba como un sendero para peregrinar.
En la Inglaterra Tudor, los laberintos se trasladaron a los jardines de los palacios y las casas de la nobleza, el más famoso es el de Hampton Court. Así, durante el Renacimiento esta estructura salió de los edificios religiosos y se transformó en un espacio galante propicio al romance, un sitio donde los enamorados podían soltar sus pasiones a gusto, libres de la sentencia moral.
El laberinto llegó hasta nuestros días, actualmente hay modelos espejados y versiones en 3D y está presente en muchos de los videojuegos que seducen a los más chicos.
En nuestro país hay cuatro laberintos que vale la pena conocer, solo habrá que lanzarse a la aventura. Entonces, más de uno recordará a Alicia perdida en el laberinto de la reina de Corazones o a Harry Potter atravesando la última prueba del concurso de los Tres Magos en un laberinto lleno de objetos mágicos.
1. Laberinto Patagonia, El Hoyo
Claudio Levi y Doris Romera ya soñaban con este laberinto, cuando compraron una franja de tierra de cinco hectáreas en el valle de Río Epuyen, Chubut.
En 1996 iniciaron la titánica tarea de plantar los 2100 Cupressus Macrocarpa – también conocido como ciprés de Monterrey – siguiendo el recorrido que previamente habían imaginado. La plantación les llevó 25 días de trabajo constante.
El sitio ubicado a 15 km de El Bolsón y a solo 4 km del pequeño pueblo de El Hoyo, se inauguró en 2015, cuando los árboles ya contaban con un crecimiento interesante, hoy puede visitarse.
Claudio fue el encargado del diseño, un proyecto que se alimentó con conocimientos de la kabbalah, historia, geometría sagrada, mitología, filosofía y magia. Más allá de eso, hay una creencia en la universalidad del concepto, que también se encuentra presente en la cultura indígena local.
Enmarcado por la presencia de la cordillera andina, Patagonia cuenta con nueve entradas, nueve salidas y varias encrucijadas. Es el más grande de Sudamérica con 8.000 m2 y 2.200 metros de senderos para recorrer.
Al final del recorrido, la casa de té propia es el mejor sitio para finalizar la tarde. Allí la carta se armó en base a frutos, flores, semillas y hongos de la plantación propia. Deliciosa repostería y sándwiches memorables que se acompaña con jugos, tés o una variedad de cervezas artesanales son el merecido premio para quienes se animan a este reto patagónico.
2. Laberinto de Borges, San Rafael
Ubicado en la finca Los Álamos, en el sur mendocino, este proyecto se concibió como un homenaje a Jorge Luis Borges amigo y confidente de Susana Bombal propietaria de estas tierras.
La amistada entre Bombal y Borges fue entrañable. En la década del ’40, Susana, una mujer muy vinculada al ámbito de las artes y la literatura, convirtió el casco de su estancia en un sitio de encuentro de personalidades destacadas, Borges entre ellos.
Luego de la muerte del escritor, un amigo de ambos, Randoll Coate, decidió diseñar un laberinto para recordarlo. Al parecer tuvo un sueño revelador y como Susana aparecía en él, le mencionó la idea en una carta. Ambos se empeñaron en esta empresa, pero ella murió sin poder concretarla.
Años más tarde, Camilo Aldao y sus hijos, herederos de Los Álamos, retomaron la misión y decidieron armar el laberinto ahí mismo. María Kodama donó el diseño de Coate y Carlos Thays (h) fue convocado para ejecutar el proyecto.
El diseño se materializó a partir del cultivo de decenas de Buxus que se terminaron de plantar en 2003. Alrededor, una geografía de montañas, viñedos y álamos oficia de marco para este recorrido de ensueño.
El laberinto tiene escondidos innumerables simbolismos: el nombre de Borges, las iniciales de María Kodama, el símbolo del infinito, un signo de interrogación, el reloj de arena y el bastón, en tanto que el perímetro dibuja los contornos de un libro abierto. Todas estas formas se aprecian desde lo alto de una torre de hierro de 18 metros, construida a un lado.
El recorrido lleva un poco más de media hora. Al final, puede extender la estadía en la Pulpería, un rincón de la finca donde se ofrece un menú mendocino con vinos de la bodega propia.
3. El Descanso, Los Cocos
Es el primer laberinto argentino diseñado con arte topiario tradicional. Sus orígenes se remontan a la década del ’40 cuando el italiano Juan Barbero compró unas tierras en el valle cordobés de Punilla y además de construir un hotel – hoy no funciona como tal- se le ocurrió sumarle un parque recreativo con laberinto incluido.
El proyecto de El Descanso se desarrolló en Los Cocos, a 12 km de La Cumbre, bajo la dirección de los ingenieros agrónomos Raúl Neira y Martín Ezcurra, quienes imaginaron un recorrido surcado de ligustros y cipreses.
La antesala del recorrido esta surcada por fuentes y estatuas de mármol réplica del arte romano y griego que Barbero hizo traer de su Italia natal. El trayecto interno presenta varios miradores que proponen un alto para observar desde otra perspectiva el diseño vegetal.
Una vez que encontró la salida puede visitar las muestras de objetos indígenas, platería criolla y monturas, así como un museo apícola, emplazados en los alrededores
Muy cerca de allí, fuera del complejo, funciona la aerosilla que regala una vista lindísima del valle y completa el paseo.
4. Laberinto vegetal, Montecarlo
A 180 km de Posadas, en la ruta que lleva a las Cataratas del Iguazú, se encuentra este singular laberinto. Ubicado en los alrededores de Montecarlo, un pueblo fundado por inmigrantes alemanes, el sitio invita a un alto.
Fue diseñado por Guillermo “Billy” Baden, un productor de orquídeas local, en un sector del parque Juan Vortisch. El trazado se desarrolla en una superficie de 3100 m2 con caminos de tierra colorada, dos entradas y una única salida. El mayor desafío consiste en superar las 510 esquinas ciegas, que confunden y obligan al caminante volver sobre sus pasos. Un puente mirador sobreelevado permite observar el diseño desde lo alto y prestar ayuda a algún desorientado.
El sitio elegido es reducto de selva misionero donde se intenta proteger la naturaleza local pero también se cultivan varias especies exóticas. Allí mismo se encuentra un increíble orquidiario que es el orgullo del pueblo.
Se puede ir en cualquier momento del año, pero octubre es un mes ideal, sobre todo si organiza su visita durante la Fiesta Nacional de la Orquídea y Provincial de la Flor, ya que Montecarlo es la sede de este evento.
Para los más chicos
Varios parques recreativos locales pensados para el público menudo ofrecen laberintos entre sus atractivos.
El Laberinto de Nono (Traslasierra, Córdoba) tiene seis modelos pensados para los peques. El laberinto mayor de 900 m2 fue diseñado con 1600 tuyas, traídas de la localidad de Pedernal. Allí mismo hay una variante de diseño troyano, otro de números, un laberinto que se resuelve a modo de rompecabezas, otro con forma de mariposa y uno diseñado para correr carreras. Además, el sitio cuenta con distintos juegos para pasar el día en familia
El Parque La Serranita -a 36 km de Villa General Belgrano, Córdoba- tiene como atractivo central un laberinto de ligustrinas y numerosos juegos que apuntan a desafiar la destreza, la memoria y el trabajo en equipo de los más pequeños.
La Casualidad en Sierra de los Padres es un destino pensado con actividades al aire libre y un lindísimo laberinto vegetal de 2500 m2. Tiene un agradable bosque de nogales y castaños y espacios para desarrollar escalada sobre pared, arquería, futgolf y metegol humano. El sitio, que cuenta con camping, abre solo algunos períodos del año, por eso es importante reservar antes de ir.