El estado de Maranhão guarda uno de los paisajes más extraordinarios e insólitos de la Tierra: el Parque Nacional dos Lençóis.
Llueve. Llueve con tanta furia que cuando irrumpe el sol, un sol que calcina en vertical y se aparece así, abruptamente, no cabe más que el asombro. Pero estamos en Maranhão, prácticamente en la línea del Ecuador, y esta clase de milagro tropical es cosa de todos los días. Lo verdaderamente novedoso es que llueva con semejante vehemencia en un desierto.
Parque Nacional dos Lençóis Marahnenses es el nombre completo de este manto de dunas que se extiende hasta más allá del horizonte; son 155 mil hectáreas en total –para darse una idea, el mismo tamaño de la ciudad de San Pablo– desplegadas a lo largo de 100 km de litoral nordestino, un territorio de arena muy peculiar cuyas hondonadas quedan, en cierto período del año, anegadas.
El fenómeno se repite con puntualidad estacional: a partir de diciembre y hasta mayo cae tal cantidad de agua y con tanta intensidad que el arenal se llena de lagunas; innumerables dunas albas encerrando innumerables espejos azules. Porque esta arena es blanquísima, puro cuarzo molido, y el agua, del color del cielo.
Para ver los Lençóis Maranhenses hay que estar atento al calendario. La mejor época es de julio a septiembre, porque ya no llueve y las lagunas están bien llenas.
Un destino protegido
Hasta 1981, año en que se creó el parque, el inmenso arenal era sólo conocido por un puñado de pescadores nómadas. Después se hizo mucho más popular, pero nunca dejó de mantener un perfil bajo. Quizá porque el mismo estado de Maranhão –que alguna vez llegó a ser uno de los más pujantes del viejo imperio– es hoy uno de los más relegados de Brasil. Quizá también porque está demasiado lejos, incluso para los propios brasileños.
Claro que desde que se asfaltó la ruta entre São Luis (la capital del estado) y Barreirinhas (la puerta de entrada al parque), el turismo empezó a tomar otro color. Y Barreirinhas, un caserío indolente recostado a orillas del río Preguiças, de golpe recibió una inyección de vitalidad. Y ahí anda todavía, debatiéndose entre pousadas más bien rústicas y los resorts que abrieron en los últimos años como Porto Preguiças Resort y Gran Lençois Flat Residences.
Además de las vans, los ómnibus y los taxis, la mejor manera de unir los 260 km que separan São Luis de Barreirinhas es en avioneta, como las de Voar Fotografía Aérea o Voe Ava. No es un servicio económico, pero merece la inversión para poder comprender en toda su magnitud el fenómeno de los Lençóis. Así, desde el aire, puede corroborarse que aquella imagen de las sábanas revueltas que le valió su nombre al parque (Lençóis significa "sábanas" en portugués), no es del todo caprichosa. Y de paso, como chicos con las nubes, es entretenido jugar a encontrar figuras y parecidos en las lenguas de arena onduladas que sobresalen entre las matas verdes y el mar, un mar descolorido por los ríos que desembocan en él.
Off road por las dunas
Una vez en Barreirinhas, la otra forma de acercarse a las dunas es en 4x4. En una balsa cruzamos las aguas negras del Preguiças, que discurre con lentitud entre manglares, palmerales y aldeas que duermen bajo el sol del trópico.
Durante la próxima hora atravesamos charcos de agua roja (teñidas por el tanino de las plantas), huellas de arena, cajueiros (árboles del cajú, fruto muy ácido con un apéndice en la base: la conocida castaña de cajú) y caminos de "restinga", una vegetación rastrera que flanquea todo el parque y, en palabras del guía, "propia de las zonas marinas áridas de verde perpetuo gracias a sus largas raíces que absorben humedad del suelo freático". Hasta que llegamos. Nos bajamos del jeep –está prohibida la entrada de vehículos–, miramos enfrente y respiramos hondo. Nos espera una duna de las altas altas, 40 metros y más también. Andar por estos oasis es un espejismo para quienes están en forma.
Aldeas de mar
Allí donde desemboca el Preguiças, en una de las márgenes del río, se detecta el pueblo de Caburé.
A quien comulgue con la onda salvaje del sitio, alojarse allí (donde no hay energía eléctrica), lo hará abundar en la experiencia. Desde las modestas cabañas del "vilarejo" es posible llegarse hasta Atins y Mandacaru, conocido por su faro.
Caburé está fuera del Parque Nacional pero por su estratégica ubicación, resulta otra base válida para explorar los lençóis, que suma la onda marítima y playera a su propuesta de aventura.
Por si no se puede coincidir con la mejor época, es bueno saber que hay un par de espejos de agua –Azul y Esperança– que nunca llegan a secarse. De todas formas, está claro que lo mejor es deleitarse con la combinación de cada duna con su charco privado. Es como tener mil playas de agua dulce. Lejos y con poca infraestructura. Vagar por este desierto es un privilegio para muy pocos beduinos.
LA NACION