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“Quedamos solo cinco por acá”, asegura Victoria, la mayor de los tres hermanos Villagra. Tiene 70 años y vive con Ramón y Cirila en una isla perdida en la inmensidad de los Esteros del Iberá. Su casa está en el humedal más grande de nuestro país, que es el segundo de Sudamérica, después de la Amazonia. Vive acá desde siempre, dónde también vivieron sus padres y sus abuelos. Ella y sus hermanos son los últimos pobladores permanentes del estero profundo. “Y hay dos más: los Aguirre. Están a un par de kilómetros”, aclara la mujer de sonrisa fácil y hospitalidad sin precio.
Los Villagra habitan la isla Abatí, así bautizada por su abuelo al encontrar trigo (”abatí” quiere decir trigo en guaraní). Están cerca de la isla Disparo, en la franja centro sur del estero. Tienen una casa de piri (un tipo de junco) que está rodeada de bananos, gallinas, mangos, carpinchos, naranjos, paltos, ananás, y hay un perro. Llegar a conocerlos no fue fácil. Salimos en lancha del Puerto Juli Cue, en el pujante Portal Carambola; atravesamos el arroyo Carambolita, el río del mismo nombre, la laguna Medina; y los encontramos en una curva de la laguna Trim. Después de tres horas de navegación, dejamos la lancha en el canal que desemboca en su casa y caminamos descalzos 200 metros sobre embalsado, que es un entramado flotante de camalotes y raíces, que no pinchan, ni tienen víboras. “Están en la parte alta”, asegura nuestro guía, Ramón Alfredo ‘Keneke’ Salazar, experto del paraje.
“Les ruego a mis santitos que me salven de los peligros. Rezo para que no venga la peste… Porque está llegando. Ya se metió en Mercedes y en Concepción”, exclama Victoria en relación al Covid-19 mientras nos invita a pasar adentro de su casa. Tiene un altar que ocupa buena parte del rancho oscuro. De un lado están los santos “celestes” con la virgen de Itatí dominando la escena. Del otro, los “colorados”, con San Baltazar –preferido de su madre, según me cuenta– y el Gauchito Gil, que es patrono, amo y señor en Corrientes. Pero hay muchos más. Están acomodados con devoción y una lógica única e intransferible. “Somos devotos de todos. No hay por qué elegir uno solo”, aclara Victoria y plancha con la mano una arruga del mantel celeste.
Ella es la más charlatana de los tres Villagra y habla claro en castellano. Entre ellos se manejan con el guaraní. Los tres andan descalzos todo el tiempo. “Nacimos y nos ‘malcriamos’ en el Estero”, agrega divertida con el juego de palabras y cuenta que sólo va a Mercedes cada tanto “a cobrar la jubilación”. Entonces se queda en lo de su parienta. No le gusta, porque –según cuenta– cada vez está más peligroso. Fue también cuando operaron a Ramón (68), hace unos meses. Antes solo se separó de él cuando era joven y tuvo que hacer la colimba.
“La comida era muy fea”, interviene el hombre mientras el humo sale de la pava ennegrecida por el hollín. “Acá tenemos pescado, fruta rica… La de Mercedes no tiene gusto a nada. Y acá usamos remedios caseros, como la ruda para la tos”, agrega. Habla con la boca cerrada y cuesta entenderle. Pero menos habla Cirila (54), la menor del clan, que se acerca para ofrecer una torta frita que un gallo roba de un picotazo apenas nos distraemos un instante.
Charlamos sentados en las sillas que confecciona Ramón. Aprendió carpintería hace muchos años por un poblador que le enseñó el oficio. Las vende cada tanto en Concepción. Antes trocaba cueros de nutria por mercadería. Así comían variado. Cuenta que se mueven en bote y que últimamente hay sequía y bajó el agua. Agrega que antes eran cinco hermanos, pero que dos murieron hace algún tiempo. Solían vivir en otra casa a unos kilómetros, pero subió el agua y tuvieron que trasladarse.
De las paredes de la casa cuelgan varios machetes y una sierra. Tienen un panel solar que cada tanto les da energía para un celular que funciona para llamadas. Hay una heladera que hace de alacena y una radio antiquísima que no está prendida. Antes de despedirnos, los tres aseguran que ahora hace calor, pero que a la noche refresca. Que los pájaros cantan cuando empieza a clarear y que así se despiertan. Entonces, entre garzas y carpinteros, ese parece ser el gran lujo que los Villagra se dan con cada amanecer.
DORMIR EN EL ESTERO. Para visitar a los Villagra nos alojamos en el Camping Carambolita del Portal Carambola, a diez kilómetros de Concepción, Corrientes. Es de la Fundación Rewilding y tiene diez plataformas para instalar las carpas y cuatro quinchos bien distantes entre sí. Cuenta con baños ecológicos con aserrín. A metros del arroyo Carambolita, el espacio está entre el monte, los senderos y pasarelas para disfrutar del entorno y a pocos metros del puerto Juli Cue. Tiene buena infraestructura en duchas e instalaciones. Ideal para acampar en la zona. No tiene agua potable, ni buena señal de celular. Es gratuito. T: (0379) 519-3141