El modelo de puerto con diseño “en peine” del primer ingeniero del país, Luis A. Huergo, encontró fuerte oposición en el de “docks” que proponía Eduardo Madero. Fue una contienda abierta, y que se dirimió durante casi 50 años.
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Existe una avenida en Buenos Aires que tiene dos nombres. Quien haya elegido esos nombres no actuaba de forma caprichosa, la ubicación geográfica alcanza para borrar cualquier duda. Los nombres son: Luis Huergo y Eduardo Madero. Ambos representaron un proyecto, y a los diferentes grupos de poder que se alinearon detrás de ellos.
La lucha de estos bandos fue feroz y se extendió durante casi cincuenta años. Cada uno denunció al otro, la prensa pronto tomó partido, y expertos del país y el extranjero debatieron acaloradamente las ventajas de cada modelo.
Esta es la historia de la construcción del puerto de la ciudad de Buenos Aires, quizás la obra pública más importante del siglo XIX.
Un puerto en el Riachuelo
Desde el inicio de Buenos Aires se supo que la ciudad iba a necesitar un puerto, pero recién hacia 1860 la necesidad se volvió apremiante. La ciudad comenzó a crecer meteóricamente y sólo contaba con tres muelles (el de la Aduana, el de Pasajeros y el de Catalinas) que apenas alcanzaban. La mayoría del tiempo carga y pasajeros seguían usando enormes carretones que se internaban en el río tirados por bueyes, igual que en los tiempos de la colonia.
Los proyectos se sucedieron uno tras otro siempre con el mismo problema: demandaban enormes cantidades de dinero y endeudamiento. Lo mismo ya había pasado en los tiempos de Rivadavia, que se había endeudado justamente para construir un puerto que nunca se hizo.
Esta demanda de dinero se debía a que los proyectistas planeaban siempre en grande. Pero existió una persona que alzó su voz proponiendo otra opción. Era Luis A. Huergo, el primer ingeniero recibido en el país, padre de la ingeniería nacional.
Se oponía a la idea de proyectos faraónicos y proponía avanzar de a pequeños pasos, expandiendo las obras a medida que fuera siendo necesario. Él creía que la mejor opción era empezar por desarrollar el puerto natural de la ciudad: el Riachuelo.
Huergo logró convencer al gobierno Provincial y Nacional para que destinara pequeñas partidas presupuestarias para obras en el Riachuelo. Buscó ganar profundidad en la cuenca y abrir un pequeño canal. El resultado de estos trabajos fue un éxito total.
Entre 1876 y 1878 el Riachuelo alcanzó una profundidad adecuada para recibir las primeras embarcaciones de ultramar.
Confiado por su éxito, Huergo presentó su proyecto general en 1881. Su idea era la de extender el área portuaria hacia el norte, profundizar aún más el canal de acceso y construir una serie de puntos de amarre que tendrían la forma de un peine apuntando hacia el río.
Está claro, visto desde nuestro tiempo, que ese diseño era el mejor. Lamentablemente, en 1880 se dio un evento que cambió las dinámicas de poder en Buenos Aires, y tuvo consecuencias en el desarrollo del puerto.
El proyecto elegido
En junio de 1880 las fuerzas de la provincia de Buenos Aires se atrincheraron en la ciudad para tratar de frenar la federalización. De concretarse el proyecto, la provincia iba a perder su capital, recursos y acceso al puerto.
El resultado de la contienda es conocido: el Gobierno Federal se impuso por la fuerza de las armas y la ciudad de Buenos Aires fue separada del resto de la provincia. El puerto, y su futuro, pasaron a depender totalmente del Gobierno Nacional.
Las nuevas autoridades, que en 1881 también federalizaron las obras del Riachuelo, no demostraron tener mucha simpatía por Huergo y su trabajo. Sin embargo, y a pesar de las trabas, las labores en el Riachuelo continuaron. Se amplió el cauce, el antepuerto y el canal de acceso. Si en 1876 se habían extraído 31.000 metros cúbicos del lecho del río, para 1885 se superaron los dos millones.
Sin embargo, a pesar de su éxito, el proyecto de Huergo para el nuevo puerto fue “cajoneado” y nunca llegó a ser presentado. Quedaba claro que existían intereses que marchaban en contra de las ideas del ingeniero. El representante de esos intereses tenía nombre y apellido: Eduardo Madero.
Este empresario tenía una larga trayectoria tratando de construir un puerto. Para 1881, cuando finalmente tuvo éxito, se encontraba en su tercer intento.
Este nuevo proyecto de Madero era producto del trabajo de la firma inglesa de ingeniería Hackshaw, Son & Hayter. La idea era construir una serie de docks encadenados que contarían con esclusas en cada una de sus extremos.
La propuesta de Madero avanzó a una velocidad meteórica y consiguió su aprobación en el Senado para 1882. No debería sorprender a nadie esta celeridad, si se tiene en cuenta quiénes lo apoyaban: el senador Carlos Pellegrini y el tío de Madero, Francisco Bernabé Madero, vicepresidente de la República.
Oposición al proyecto Madero
Por ley, cualquier proyecto de este tipo debía ser aprobado por el Departamento de Ingenieros, dirigido por el Ingeniero Guillermo White, quien compartía las ideas de Huergo.
En 1884, el gobierno, previendo que el veredicto no iba a ser favorable, decidió formar una comisión que contaría con la presencia de White, pero sumaría tres miembros más.
A pesar de la maniobra, el veredicto igual fue negativo. La información presentada por Madero había sido un simple boceto y no alcanzaba para juzgar el mérito del proyecto. La única opción que le quedó al gobierno fue ocultar el informe y seguir adelante.
Los detalles específicos del proyecto se mantuvieron secretos hasta 1886 y durante esos dos años se siguieron recibiendo planos, presupuestos y realizando contratos.
Ese mismo año, Huergo se enteró que sus trabajos en el Riachuelo habían sido ninguneados por Hackshaw, Son & Hayter. Agraviado por la situación, solicitó que se le diera acceso a la información técnica del proyecto, pedido que fue denegado. Por ello, presentó su renuncia al puesto de Director Técnico de las obras del Riachuelo y se lanzó a una campaña de lucha activa contra el nuevo puerto. Sus críticas al proyecto de Madero pueden dividirse en dos categorías.
Por un lado criticaba al proyecto en sí mismo y a sus autores. John Hackshaw era un reputado ingeniero inglés, pero su experiencia se limitaba a ferrocarriles. Prácticamente no había trabajado en obras portuarias y desconocía por completo la situación de Buenos Aires.
Su proyecto tenía graves falencias de base. En el mundo ya se estaba dejando de usar el sistema de docks. Su costo era demasiado elevado, ofrecían menos espacio para el amarre de barcos y cualquier ampliación a futuro era compleja y costosa.
Los docks, al estar separados por puentes giratorios, generaban una interrupción al flujo del tránsito: cuando los barcos cruzaban se cortaba el tráfico terrestre y viceversa.
Otro problema era el sistema de esclusas propuesto. Los puertos que las utilizan están ubicados en zonas con una alta variación de las mareas, solo con compuertas pueden mantener un nivel de agua constante.
El estuario del Río de la Plata no produce una marea que justifique el uso de esclusas e incluirlas en el proyecto fue un gasto inútil. Para empeorar las cosas, el tamaño de las esclusas era tan pequeño que no servían para los barcos más modernos.
La última crítica se enfocaba en el área a rellenar: era demasiado grande. La obra llevaría años y durante ese tiempo quedarían terrenos pantanosos e insalubres en pleno centro de la ciudad.
La segunda serie de críticas se centraba en el desarrollo de la obra. El presupuesto original incluía la construcción del puerto y el dragado del canal norte y sur. El contrato obligaba a la empresa a pagar cualquier gasto extra, y si había ahorros, estos debían descontarse del total asignado.
Nada de todo eso ocurrió. Entre 1884 y 1886, la firma fue realizando cambios en el proyecto, reduciendo el valor de los materiales sin descontarlo del total.
El caso más explícito fue el del malecón exterior. Originalmente iba a ser de piedra, pero la firma indicó que alcanzaba con madera. El resultado: la nueva protección costera resultó un fracaso y colapsaba a medida que se la construía.
Las fuertes críticas de diferentes grupos de ingenieros obligaron a la firma de Hackshaw a aceptar la derrota y utilizar piedra.
El cambio se hizo a la altura de Azucena Villaflor. Hacia el norte, la defensa costera es de piedra y hacia el sur es de cemento. Esta diferencia se da porque lo construido en madera quedó hasta 1918, cuando se construyó la Costanera Sur.
De más está decir que ni el presupuesto ni los tiempos fueron respetados.
El Puerto Madero nace muerto
En 1891, el dinero del presupuesto se terminó y Madero pidió aumentar la partida. Pellegrini, ya presidente, no tuvo más remedio que aceptar para no dejar el puerto por la mitad.
Se calcula que, de un costo de 20 millones de pesos oro, el proyecto terminó saliendo cerca de 50 millones.
Las obras recién se concluyeron en 1898 y ya para 1902 las predicciones de Huergo se habían vuelto realidad. El ingreso y egreso de barcos al puerto era lento e ineficiente. Los costos que se pagaban por estos retrasos hacían de Buenos Aires un punto de atraque muy caro.
Quedaba claro que se necesitaba un nuevo puerto. Esta vez se contrató a un norteamericano: Elmer Corthell. Este ingeniero, para horror del entonces presidente Roca, propuso un sistema de peines muy similar al de Huergo.
Roca rechazó el proyecto. Aceptarlo significaba reconocer públicamente que se había cometido un error.
Recién para 1907, con Figueroa Alcorta como presidente, se llamó a un nuevo concurso para un puerto con el sistema de peines.
Así, Huergo se vio reivindicado tras años de lucha. El apodo de su juventud de “El Toro” reflejaba perfectamente cómo había volcado su fuerza y energía para lograr el mejor proyecto para el país. La suerte quiso que aun estuviera vivo cuando fue aprobado. Había convertido su derrota en una victoria total.
En la actualidad, el nuevo puerto sigue en funcionamiento, cien años después del inicio de las obras. Del otro lado, Puerto Madero quedó como un mal recuerdo. Funcionó hasta 1925, cuando se lo abandonó, después de 34 años. Durante el gobierno de Menem, mucho tiempo después, se revitalizó como distrito de bares, restaurantes, hoteles, universidades y oficinas.
Quedan pocos vestigios de la contienda entre estos dos hombres. Solo dos calles nos recuerdan un enfrentamiento que no deberíamos permitir que se pierda en la memoria.