Hokkaido, la región japonesa más joven y ecléctica
A pesar de las no menos de 30 horas de vuelo, más de 20.000 argentinos por año se cruzan el mundo y caen en diferentes ciudades japonesas. Tokio y Kioto casi obligatoriamente, algunos pasan días en Osaka, Nara o en Hiroshima, y otros vuelan hasta la siempre tropical Okinawa. ¿Pero qué pasa al norte?
Hokkaido, la prefectura que se desprende cerca de Rusia, todavía no aparece en el recorrido para principiantes, pero es un punto muy turístico para asiáticos, europeos y hasta americanos que buscan nieve.
De hecho, su nieve en polvo es famosa por ser la mejor del mundo. "Cuando mis amigos –que ya conocen Japón– me dicen que tienen ganas de volver, yo siempre les respondo que si vuelven, es hora de que crucen hasta arriba", cuenta a la nacion el cocinero Takehiro Ohno, que nació en Hokkaido, pero vive hace más de 20 años en Buenos Aires. Para convencerse de esta premisa, algunos aspectos que hacen que la región tenga que entrar en tu itinerario.
Sapporo
Sapporo, su capital donde se produce una de las cervezas más famosas del país, es una especie de Nueva York con edificios muy altos, infraestructura moderna y parques tanto en el centro como alrededor. Como no tiene mucha historia en relación con otros puntos del país, no hay grandes templos ni anécdotas de emperadores, pero sí una puerta de entrada más apacible para el que recién llega a este mundo que no se parece casi en nada a lo que estamos acostumbrados.
Entrar por Tokio puede ser la opción más obvia, pero definitivamente no es la más tranquila. Llegar a Sapporo sirve para familiarizarse con la idea de que las ciudades tienen varias capas, subterráneas y en los cielos, con pasajes larguísimos debajo de cada avenida, pensados para los momentos más fríos. Dos de los puntos con más tiendas de la ciudad están bajo tierra, se trata del Aurora Town y el Pole Town. El edificio más emblemático es el Palacio de Ladrillo Rojo, que fue la sede del gobierno de Hokkaido desde 1888. Su arquitectura neobarroca resalta especialmente porque está entre gigantes de cemento.
Claro que el momento más atractivo para visitarla es durante el Festival de la Nieve, que se realiza en febrero y atrae a dos millones de personas con sus estatuas altísimas de nieve. Los vecinos ya son expertos en armar sus creaciones bajo cero y el recorrido de dos kilómetros se llena de gente dispuesta a caminar bajo la nieve, comiendo ricos platos callejeros y tomando chocolate caliente.
Si queremos un escenario más pueblerino, a media hora en tren de Sapporo está Otaru, una ciudad pequeña que solía ser el principal puerto de la prefectura. Su canal rodeado de árboles es siempre encantador y su calle principal está repleta de tiendas. La más extraña: su museo de cajitas musicales que vende especímenes con forma de piezas de sushi y osos panda, entre otros miles. O millones. Hay que animarse a contarlos.
La naturaleza
Si no te interesa hacer deporte en las vacaciones, también vale la pena subir hasta Hokkaido. Todo lo que llama la atención de la naturaleza japonesa, en el norte se multiplica por mil. Es muy lindo ver cerezos mezclados entre los edificios de Tokio, pero mucho más imponente es sumergirse en bosques con 2000 árboles rosas como el Moerenuma de Sapporo. Si elegís alquilar auto y recorrer la zona, algo muy recomendable por su dimensión, podés andar por la autopista Shizunai Nijukken que tiene 3000 cerezos y atrae a 200.000 personas cada primavera. Otra ciudad con un gran parque es Asahikawa, que brilla con 3500 ejemplares.
Y todo esto pasa a fines de abril, comienzos de mayo. Un mes y medio más tarde que en las ciudades del sur y con mucha menos gente. Algo similar ocurre a la hora de ver los colores del otoño desde lagos, montañas y monorrieles. Demás está decir que a menor demanda, menores los precios y mayores las oportunidades de conseguir buen alojamiento.
Ola de migrantes
En palabras de Ohno, los de Hokkaido se creen trendsetters y eso tiene una explicación. La zona se pobló hace no más de 150 años con japoneses de todo el país que se animaron a habitar un terreno con temperaturas extremas, montañas y ningún tipo de emplazamiento. Mantuvieron sus tradiciones, pero tuvieron vía libre para crear sin ningún camino armado y eso se nota en todos los ámbitos.
En la comida, incorporaron recetas de países vecinos y en la industria del mueble se fueron a formar a Europa para hacer artesanías que conjugaran tanto lo milenario japonés como lo más moderno de Occidente. Para sumarle mística, la región vivió en septiembre un terremoto de 6,7 grados en el sur de la prefectura que dejó sin suministro a casi 3 millones de hogares.
A las dos semanas, todos los servicios funcionaban a la perfección y seis meses después casi no hay registro físico del temblor. Si buscamos un parecido, Hokkaido es similar a Canadá tanto por el clima como por la forma en la que las ciudades se acomodaron a la naturaleza. Todavía hay una sensación de que hay espacios nuevos para descubrir a pesar de estar a pocas horas de las luces de Tokio. Si querés ver cómo es el nuevo Japón, acá está.
Nieve en polvo para esquiar
En los aeropuertos de la zona, si alguien paga sobrepeso seguramente es porque entre sus valijas lleva pantalones que parecen bolsas de dormir, tablas de snowboard y largos estuches de esquís que pasan por las cintas de seguridad (obstaculizan la velocidad del trámite). Es que pocas regiones del mundo tienen tanta nieve como Hokkaido. En Sapporo caen 6 metros de nieve por año. Algo extraño para una ciudad con tantos habitantes. En un momento en el que el cambio climático avanza a toda velocidad, la región, beneficiada por el viento que llega de Siberia, sigue teniendo temporadas sólidas para los que aman la nieve, algo que no sucede en tantos puntos del globo. A la cantidad hay que sumarle el atractivo de la calidad de la nieve. Para tener una idea, en Vail, Colorado (el hit de América), caen 8,8 metros en promedio al año, mientras en Niseko (el centro más importante de Hokkaido) caen 15,25 metros. Especialmente ahí (a dos horas de auto de Sapporo) se concentra la mayor cantidad de centros y hoteles que atraen a fanáticos. En toda la prefectura hay 279 resorts de nieve, un número que solo supera Estados Unidos. Claro que están los megalujosos hoteles con onsen privados en cada habitación (aguas termales de origen volcánico, típicas de la zona), pero también hay opciones bajo presupuesto. Alcanza con conversar con los locales y enterarse de perlitas escondidas con pases amigos a 500 yenes (aproximadamente 120 pesos). ¿Cómo se llega? Desde Tokio hay vuelos desde 40 dólares que hacen el trayecto en menos de una hora y media, y trenes para quienes haya optado por sacar el pase de Japan Rail.
Sopas, pescados y helados que no se derriten
Llama la atención cómo en cada sachet y en cada queso untable se lee en mayúscula que ese producto fue realizado con materia prima de Hokkaido. Es que están orgullosos de algo que es un bien preciado en Japón: la leche. La falta de buenas vacas hace que casi todo el país viva a base de margarina, salvo el norte que levanta con gloria su manteca local.
Es un elemento fundamental del ramen típico de Hokkaido que se incluye en el caldo y lo hace adictivo. Para algunos, la sopa acá sabe mejor porque muchos de los ingredientes que la componen se cultivan en la zona. Frescura garantizada. No hay un solo tipo en toda la prefectura, pero se podría decir que casi siempre incluye soja en el caldo y bambú entre los toppings. Otros tienen un caldo con sabor más potente por su gran presencia de pescado. Otro plato típico es el Genghis Khan, una especialidad que se tomó prestada de Mongolia, que consiste en cordero adobado grillado en una gran placa con cebolla cortada finita. No falta curry ni muchísimo pescado fresco en todas sus formas. Los fideos soba también son típicos de acá (se sirven secos y se les echa caldo caliente en invierno y frío en verano) porque la prefectura es gran productora de trigo sarraceno, con el que se fabrican.
Volviendo a los lácteos, sus helados hechos con leche con 4% de grasa se diferencian por su gama de verdes (hechos con té matcha) y su cualidad de no derretirse que los hace un snack preferido en invierno, a pesar de las temperaturas que llegan a -40°C.