El barroco complejo que el millonario William Randolph Hearst mandó construir en San Simeon fue recreado en dos filmes: El Ciudadano Kane y la nueva Mank.
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Mank (2020), la película en blanco y negro dirigida por David Fincher y protagonizada por Gary Oldman, está nominada a 10 premios Oscar este año. El film cuenta el febril proceso creativo del guionista Herman J. Mankiewicz para escribir la trama de El Ciudadano Kane (1941), la película dirigida por Orson Welles, considerada por la crítica como una de las mejores de todos los tiempos. Mankiewicz se habría basado para escribir el guión en sus antiguas visitas al Castillo Hearst en California, la lujosa mansión-museo donde el magnate de los medios William Randolph Hearst recibía a políticos y estrellas de cine entre 1920 y 1940.
Ambas candidatas al Oscar, con casi 80 años de diferencia, recrean el excéntrico estilo de vida del magnate, y sitúan sus escenas clave en su mansión, una abrumadora mezcla de Alhambra, castillo medieval, catedral española, villa mediterránea y templo romano, en la que se acumulan miles de obras de arte traídas de distintas partes del mundo. El Castillo Hearst es uno de atractivos turísticos más visitados de California, un micromundo que refleja la opulencia y megalomanía de uno de los personajes clave del siglo XX.
El recuerdo de la colina
“Había una vez un castillo en una colina, ahora solo el recuerdo de lo que fue”, con esta línea define Herman, el protagonista de la película nominada al Oscar 2121, el comienzo del guión de El Ciudadano Kane. Se trata de cine dentro del cine, de cómo se recreó la biografía de William Randolph Hearst, uno de los hombres más ricos en la historia de Estados Unidos. El castillo refleja su personalidad, sus fantasías, sus ansias de acumulación, su afán por absorber el mundo, todo un símbolo de la época de entreguerras. Por eso, en ambas películas –aunque de manera diferente–, el castillo es protagonista y no puede escindirse de la personalidad de su creador. Sin embargo, las dos debieron recrearlo en el set, ya que no fueron filmadas en la verdadera locación.
En El Ciudadano Kane se lo coloca en las costas de Florida, se lo denomina Xanadú y termina como un ámbito tenebroso y solitario. Mank, por su parte, recrea el castillo en California, en su momento de lujo y esplendor, cuando era frecuentado por las estrellas de Hollywood y las elites de la época. Pero ya no hace falta pertenecer a un selecto grupo de invitados para visitar el auténtico Castillo Hearst, que está abierto a visitas turísticas.
Para recorrerlo, lo ideal es hacer noche en San Simeon, la localidad que está a sus pies, a mitad de camino entre San Francisco y Los Angeles por la Ruta 1 o Pacific Coast Highway, una de las rutas panorámicas más espectaculares del mundo. El recorrido entre las dos ciudades de la Costa Oeste abarca 723 km de caminos sinuosos que atraviesan pueblos costeros con mucha personalidad, acantilados que caen a pique y la naturaleza desatada del Big Sur, con sus colonias de elefantes marinos.
Ubicado en la cima de una colina de 490 metros con vertiginosas vistas del Pacífico, el castillo se distingue a kilómetros de distancia desde la ruta. Es indispensable dejar el vehículo en el centro de visitantes y contratar alguna de las visitas guiadas, ya que no está permitido recorrerlo por cuenta propia.
La excursión comienza con una subida en ómnibus que serpentea la cuesta con vistas al mar, la pradera y las cúpulas que asoman desde la cima. Mientras suena jazz de los años 30, un locutor cuenta desde los parlantes la historia del complejo de edificios que parece trasplantado de otra geografía.
Una historia peculiar
William Randolph Hearst heredó estas tierras de su familia, una de las más poderosas de la región. Su madre, Phoebe Apperson Hearst, era una rica heredera, mujer generosa y de avanzada, que defendió la causa de las sufragistas. Su padre, George Hearst, había hecho fortuna en la época de la fiebre del oro, y, además de ser un próspero hombre de negocios, tuvo una carrera política como senador.
William se educó en Harvard, viajó por Europa, y comenzó su carrera en un pequeño diario local de San Francisco que su padre había recibido como pago de una deuda de juego. A partir de allí, montó un imperio mediático con 28 diarios en todo el país, revistas, emisoras de radio e intereses en Hollywood. Hearst fue el inventor de la prensa amarilla, vendía millones de ejemplares todos los días, y su influencia fue tal, que logró apuntalar o tumbar gobiernos, y hasta se le adjudica haber empujado a los Estados Unidos a la guerra contra España en 1898.
Orson Welles se inspiró en su figura para componer al protagonista de El Ciudadano Kane. Hearst estaba tan enojado con el film que usó todas sus influencias para que no se estrenara. No obstante, ganó un Oscar y se convirtió en una película de culto. Pero la imagen tenebrosa con la que comienza la película de Orson Welles poco tiene que ver con el resplandeciente edificio que brilla sobre la cima, como si emergiera de una corona de nubes.
La “cosita” que se convirtió en castillo
“Esto es lo que Dios habría construido si tuviera el dinero”, cuenta la leyenda que le dijo el dramaturgo irlandés Bernard Shaw a Hearst mientras recorrían el castillo. El ómnibus desemboca en los jardines de la mansión poblados de escalinatas, terrazas, fuentes, esculturas y jardines que balconean sobre el Pacífico.
En su juventud, antes de que existiera el castillo, Hearst solía pasar los veranos con su familia en esta colina agreste, a la que había bautizado La Cuesta Encantada (en español). Era un lugar deshabitado y salvaje donde solían acampar varios meses al año. En 1919, luego de la muerte de su madre, el magnate, que ya tenía 56 años, le encargó a la arquitecta Julia Morgan que le construyera “a little something” (una cosita) donde pasar los meses de verano con su amante, la actriz Marion Davies.
La “cosita” se convirtió en cuatro edificios: Casa Grande, Casa Del Mar, Casa Del Monte y Casa Del Sol que totalizan 165 habitaciones, 40 baños y 50 hectáreas de jardines, terrazas y piscinas. La desmesurada Piscina de Neptuno con su forma semicircular y el templo romano que le da marco, es una de las vistas más impactantes. Más discreta, la Piscina Romana está en un espacio cubierto al modo de las antiguas termas, decorada con mosaicos bizantinos. Al complejo hay que agregarle canchas de tenis, un zoológico a cielo abierto y un aeródromo.
La construcción duró 28 años de sucesivas remodelaciones. Morgan, la primera mujer arquitecta de California, se ocupó de armar una estructura resistente a los sismos, decorar los ambientes, diseñar los detalles y contratar el personal, tarea muy complicada por lo apartado del lugar. La destacada arquitecta se había formado en Europa y ayudó a armar la inagotable colección privada de obras de arte que se acumulan en el castillo, considerada en su época una de las más importantes del mundo. La crisis económica posterior a la Primera Guerra Mundial y la depresión de los años 30, le permitieron al magnate comprar a buen precio templos griegos y romanos, esfinges egipcias, cuadros, esculturas y toda clase de objetos de arte.
Lujo californiano
“Vi al editor de periódicos más rico, quien mantiene a su amante actriz en una ciudad privada de palacios y catedrales, repleta de incontables objetos importados de Europa y rodeada de vastas hectáreas reservadas para mantener cebras y jirafas, decir orgulloso que había gastado seis millones de dólares en crear la reputación de su amada y usar sus periódicos para elevar su imagen”, la película Mank adjudica esta frase al escritor y político Upton Sinclair. El párrafo es injusto con Davies, que acompañó a Hearst hasta su muerte y, según algunos biógrafos, vendió sus joyas para sostener el castillo en tiempos de estrechez económica.
En Mank se ve una recreación escenográfica del Assembly Room, el salón principal de Casa Grande, en su momento de esplendor, cuando Hearst y Davies recibían a las grandes estrellas de Hollywood con fiestas interminables. Este lugar fue el corazón de este rincón de California, donde se discutía de arte y de política. Pero quien lo visite hoy no verá aquel ambiente animado, sino un salón enorme, oscuro y recargado, con ventanales chicos que no permiten apreciar el espectacular paisaje californiano. Las paredes están cubiertas con los asientos de coros de iglesias europeas, hay alfombras orientales, tapices con escenas romanas, jarrones chinos, lámparas Tiffany y techos policromados en madera, traídos de conventos europeos.
La espectacular biblioteca, las 50 habitaciones que alojaban a los huéspedes, el refectorio con su mesa larga y angosta, las salas de reunión, y cada una de las 165 habitaciones de la mansión, están adornadas con costosos objetos, como si se tratara de un parque temático europeo trasplantado en la costa de California.
Los visitantes tienen también la oportunidad de sentarse en la gigantesca sala de Teatro Cine para ver una película, como lo hacían los antiguos huéspedes. El film es un viaje en el tiempo: muestra la casa en sus mejores días, cuando recibía a figuras como Winston Churchill, Howard Hughes, George Bernard Shaw, Gary Cooper, Joan Crawford, Errol Flynn, Clark Gable, Greta Garbo, Cary Grant, Buster Keaton, Harpo Marx. Charles Chaplin era el único habitué que no necesitaba invitación previa para ser recibido. En la proyección, la casa cobra vida con sus fiestas junto a la piscina, las grandes cenas de gala, los bailes, los deportes y las excursiones al aire libre.
El zoológico eterno
Por las ventanas del ómnibus que llevan de regreso al centro de vistitantes, desfilan los jardines donde Hearst había instalado el zoo privado más importante del mundo. Monos, rinocerontes, jirafas, elefantes y osos polares poblaron estas colinas en su época de gloria. En Mank, se ve a Marion Davies y Herman, el protagonista, mientras dan un paseo nocturno por los jardines. La luz plateada de la luna cae sobre el cabello de Marion, ilumina el lomo de unos elefantes que barritan a la distancia, el cuello interminable de unas jirafas que caminan en la oscuridad y la jaula de los monos que se agitan al verlos pasar.
Todas estas escenas que parecen oníricas seguramente ocurrieron entre los visitantes que se alojaban en el castillo y salían a dar una caminata nocturna entre especies exóticas. Hacia la década del 40, mientras la salud y los negocios de Hearst se deterioraban, comenzó la diáspora de animales que fueron derivados a zoológicos de todo el mundo. Quedaron pastando de manera salvaje las cebras, ciervos, antílopes y llamas que todavía deambulan como si fueran fantasmas de aquellos años de gloria.
Hearst vivió en su castillo algunas de sus horas más felices, pero no llegó a verlo terminado porque en 1947 se vio obligado a mudarse por problemas de salud. Murió poco después en Beverly Hills, lejos de su paraíso de San Simeon. Marion Davies heredó la propiedad, pero se la vendió por un dólar a la Hearst Corporation. “No hice esto por dinero”, afirmó. En 1958, la entidad la donó al estado de California, que la convirtió en uno de sus parques más visitados, con casi un millón de visitantes al año.
Hedda Hopper, actriz y filosa columnista de chismes lo definió así: “La visita al Rancho Hearst es un boleto a la tierra de nunca jamás. Nunca ha existido un lugar así, y nunca veremos uno igual otra vez”.