Por fuera, y desde lejos, la construcción tiene impronta de palacio de Disney, con toques de Antoni Gaudí: blanca, brillante y recargada. Pero a medida que el visitante se acerca, nota elementos extraños. En el puente construido sobre el pequeño lago que está en el frente, unos brazos emergen desde el piso, con sus manos como pidiendo ayuda. Representan el camino desde el Infierno antes de llegar al Cielo. Unos pasos más y aparecen unas calaveras, con incrustaciones de miles de pedacitos de espejos, junto con seres mitológicos que custodian la entrada al denominado Templo Blanco, Wat Rong Khun en idioma tailandés.
El edificio es una exótica cruza entre conceptos del budismo, iconografía del comic y elementos de la cultura estadounidense que un artista peculiar construyó en Chiang Rai, al norte del país, como homenaje a su religión y a su rey. Su exterior es particular y su interior, más.
En una nación donde hay más de 30.000 templos, el Blanco se destaca por ser bien distinto. Barroco por fuera y kitsch por dentro, alberga frescos budistas intervenidos con la presencia de los Angry Birds, Kung Fu Panda, Spiderman, un Minion, Pikachu, Michael Jackson, Elvis, las torres gemelas y personajes de Matrix. Hay que reconocer que impacta.
Durante 20 años, con un costo de tres millones de dólares y cuatro discípulos como asistentes, Chalermchai Kositpipat erigió este templo como agradecimiento a Buda y al rey. Dicen que un magnate chino le ofreció 6 millones de dólares para que le construyera otro parecido. "Gracias pero no. Quiero que mi rey tenga algo único", le dijo Kositpipat , que suele estar presente en el templo, vestido con la misma remera y la bermuda de jean que luce en la gigantografía tamaño real de su figura instalada en la entrada.
El artista explica que eligió el color blanco porque es sinónimo de pureza, y que los pabellones que están en construcción (el conjunto arquitectónico es una obra viva: al interior del templo le agrega personajes de comics todo el tiempo, y constantemente suma edificios nuevos) son amarillos porque es el tono que representa al budismo. Los miles y miles de pedacitos de espejos incrustados en cada figura y cada pared, que reflejan la luz del sol, simbolizan la sabiduría de Buda.
Junto al templo, y por 30 bath (un dólar), venden unas hojas metálicas en las que los visitantes escriben sus nombres. Las cuelgan en una glorieta, que ya lograron techar con estas chapitas, y también las usan para ir dando forma a unos árboles de escenografía. "Son donaciones para hacer méritos, invocando la protección de los antepasados", explica el creador del templo, mientras las láminas susurran al compás del viento.
La entrada al Templo Blanco cuesta 50 baht (poco menos de dos dólares). Niños gratis, hasta 120 cm de altura.