Recorrido desde Guarda do Embaú a Barra de Ibiraquera, pasando por Gamboa, Garopaba, Ferrugem, Silveira, hasta la coqueta Praia do Rosa, la playa que descubrieron los surfistas en los años 70 y hoy es preferida por muchos argentinos que llegan al sur de Brasil con su propio auto.
El sur de Brasil es, para muchos, la escapada natural de verano. La mejor manera de solucionar las ganas de playa sin gastar en aéreos para toda la familia.
Al tomar la BR 101 desde Florianópolis con rumbo sur la primera playa que aparece, a los 50 km, es Pinheira. Una pequeña y colorida bahía de pescadores con algunos edificios (pocos y también pequeños), bares y restaurantes. La tranquilidad del agua es un imán para un grupo de chicos que se persiguen en la orilla hasta terminar todos desparramados de panza en el agua. La extensión de arena, amplia y generosa, atrae sobre todo a brasileños de otros rincones de Santa Catarina. Las patentes de los autos son generosas en datos, así se descubre que hay visitantes de Itajaí, São José, Chapecó, Bombinhas, Araranguá, Cachoerinha y Floripa.
Guarda do Embaú espera unos pocos kilómetros más adelante. Nos la han recomendado mucho. Pequeña, coqueta, tranquila son algunos de los términos que hemos escuchado al refirerse a ella. Pequeña y coqueta "compramos". "Tranquila" está por verse. Muchísima gente joven da vueltas por el centrinho que se bifurca hacia la playa. Se escucha música que viene de los bares, negocios y puestos de feria. Hay sobreabundancia de artesanos; están los más oficializados, con lindos stands de madera, y los que sólo tiran su manta en el piso con aros, pipas, pulseras y demás.
Por esa calle de la derecha se llega al Rio da Madre, una lengua de agua –que forma casi una laguna– y que llega hasta el mar. Si se elige ir por ahí a la playa hay que cruzar esa lagoa en bote; de esta manera se evita la trilha que conecta con la playa propiamente dicha por la bifurcación de la izquierda. Nosotros elegimos andar, y emprendemos una caminata de no más de 20 minutos que acerca a unas playas más chiquitas y deja ver en altura el encuentro entre Rio da Madre y el mar. La trilha nos deja en el sector surfer de la playa. Hay decenas de ellos. Están los que ya tomaron el mar, los que entrenan en la arena, los que descansan luego de salir del agua. En ese sector de la playa hay más seres con tablas adosadas que bañistas de a pie. Igual, todos son bienvenidos. Ahí nomás, otra trilha, un poco más extensa y más empinada, lleva hasta la Pedra de Urubu, con una vista panorámica maravillosa.
Antes de dejar Guarda conocemos a Carlos y a Mónica, los dueños de Pousada da Stolz, las primeras cabañas del pueblo. "Vinimos hace más de 20 años cuando no había casi nada y casi nadie", dice Carlos, y recuerda la época en que sólo quería surfear. Sus cabañas son pequeñas pero cálidas y confortables, y están rodeadas por 2 mil metros cuadrados de vegetación nativa (una verdadera selva privada a dos cuadras del mar).
La tranquilidad de Gamboa
Hacia el sur todo queda a pocos kilómetros, sólo hay que saber en qué momento dejar la BR-101 para arrimarse a la playa siguiente. En nuestro recorrido, la que sigue es Gamboa, definitivamente mucho más tranquila y sencilla que su vecina Guarda do Embaú. La playa es amplia para donde se mire, apta para algún fútbol tranquilo entre padre e hijo, y con algunos bares que dan a la arena. El agua, hipnótica, es de un color esmeralda clarito que invita al chapuzón. Las olas son perfectas para jugar: ni una plancha total, ni demasiado bravas. El centrito es precioso, cuidado, sin ninguna pretensión, bien gustoso para pasear. El morro envuelve todo el entorno y le suma verde al mar. Nada es tan lejos, ni tan alto como para no animarse a caminar hasta la arena. Sólo es cuestión de no ir demasiado cargado.
Seguimos viaje hacia Garopaba, y ya estamos en condiciones de oficializar nuestra opinión sobre rutas y conductores brasileños. Llegamos con la idea de que tanto unos como otros eran peligrosísimos. "¡Ojo con las rutas!", era el consejo más escuchado antes de salir. Pero resulta que nos encontramos con rutas, autopistas y caminos internos en excelente estado, mejor señalizados y con respetuosísimos conductores. Un placer.
Mucho más grande, con un centro urbano importante y un movimiento comercial ajetreado, lo mejor de Garopaba –como casi siempre pasa en los destinos de playa– sucede cerca de la arena. A pesar de que por acá la extensión del espacio entre la calle, la pequeña rambla y el mar está en retroceso (lo mismo que sucede en la zona norte de Floripa), el largo de playa salva todo. Hacia el sur, están los pescadores recién llegados para vender su pesca, y un poco más allá el bar Água na Boca, una petisqueira (especializada en picadas y cervezas artesanales) a la que volveremos más tarde. Seguimos caminando por la calle que continúa a la rambla para entrar en el barrio histórico, que tiene su corazón en la Plaza 21 de Abril, en la Parroquia San Joaquín (de 1830) y en un puñado de casas açorianas que todavía se pueden encontrar a su alrededor. Subiendo y bajando el morro siempre hacia el sur, siempre a pie, se llega con facilidad a la pequeñísima Prainha do Vigia, un rincón para pocos –literalmente– por sus brevísimas dimensiones. Vale la pena despertarse temprano para formar parte del selecto grupo.
Todo un tema es Ferrugem. Fuera de temporada, un rincón bohemio, tranquilísimo con una playa grande y generosa para caminar y caminar. Hacia su límite norte está el archiconocido Bar do Zado, el epicentro playero. Más allá, un morro con rocas en su base, ideales para seguir caminando con el mar a los pies. El centro está estallado de bares y negocios dedicados al surf. No mucho más. Parece que los jóvenes que inundan el lugar en enero no necesitan otra cosa, o sí… posadas sencillas y económicas que acepten grupos numerosos. Tudo bem, tudo legal es su leitmotiv estival. En este contexto es difícil imaginar familias, o parejas mayores, pero siempre hay una vuelta. Hacia el extremo sur de la playa está Ponta Ferrugem, un hospedaje bien puesto suficientemente lejos de la movida como para no desesperarse y lo suficientemente cerca como para acercarse caminando si se elige participar. "Muchas familias con hijos adolescentes vienen porque tiene ese equilibrio entre lo que quieren los más jóvenes de la familia y lo que necesitan sus padres, que por una parte es descansar y por otra tener a los chicos a mano", dice Pablo Mazzocco, el gerente –argentino– del lugar. Otro dato que comparte Pablo, aún en contra de sus propios intereses, es que al lado nomás de ese extremo de Ferrugem está Praia da Barra, una playa muy pequeña que consigue ese mismo delicado equilibrio para las familias que ponen su empeño en vacacionar juntas un poco más, a pesar de que los deseos adolescentes a veces van de trompa con el de los padres.
El secreto de Silveira
Seguimos hasta Silveira, que más que una playa, es un estado de ánimo. Es la tranquilidad que tiene lo pequeño, lo casi oculto. El morro dominándolo todo, tanto, que no es tan fácil moverse, o hacer compras. Sí es fácil estar y disfrutar de la quietud del encuentro entre el verde espeso de ese morro con el del mar, de las olas encrespadas para surfear o de la pequeña lagoinha del extremo sur de la playa, esa donde los chicos son amos y señores, donde juegan con sus tablas tamaño small hasta que se hacen más grandes y empiezan a montar olas de verdad.
Salvo que uno se encuentre directamente en la playa, sentado en la arena o dentro del mar, todo en Silveira se ve desde arriba. Todo es panorámico en este rincón silencioso de la costa sur brasileña. Pocas posadas, menos negocios, mucha pendiente para subir a pasos cortos (medio pie por vez) o en primera, acelerando y desacelerando (para que las ruedas vayan mordiendo el camino) si se está con auto. Todo el ruido, los bares, los negocios y demás están en Garopaba. Lo suficientemente cerca para calmar ansiedades y lo suficientemente lejos como para aprender a manejarlas.
La estrella: Praia do Rosa
Hace muchísimo tiempo que Praia do Rosa dejó de ser el secreto que sólo conocía un grupo de jóvenes de Rio Grande do Sul que llegó buscando buenas olas para surfear. Hace ya años que dejó de ser un destino exótico para unos pocos aventureros. Ya pasaron muchos veranos desde que se empezó a llenar de turistas de todos lados, aunque siempre el número más grande llega desde la Argentina. Así y todo, Praia do Rosa sigue siendo un encanto de playa, de pueblo, de destino. Sigue siendo pequeña. Quizás la preserva el hecho de que no es tan sencillo llegar a la mismísima arena. Es que esas cinco o seis familias gauchas que "descubrieron" Rosa en la década del 60 compraron los terrenos que llegan al mar y los convirtieron en hermosas pousadas; y, aunque por ley la playa es de acceso público, los senderos que unen la calle con el mar son largas, empinadas, angostas, un poco incómodas –a decir verdad– para el acceso masivo. Los que le ponen más garra para llegar son los amantes del surf que siguen dándole la razón a esos jóvenes (que ya pintan sus buenas canas) de Rio Grande que hicieron suyo el lugar tantos años atrás. Ellos se conocen, son amigos, y comparten mucha historia en común. Una es Suzana Stocker Deutrich, la dueña del Solar Mirador Exclusive Resort, quien llegó hace 33 años y tuvo la primera casa de material de Rosa. Otra es la simpática Bebela Baldino, que ya pasó 35 años de vida aquí, y no para de pensar en cómo mejorar algún detalle de su Morada dos Bougainvilles para la temporada que comienza (uno de sus secretos está en la cocina). Y casi un emblema del lugar es Cristiano Agrifoglio, más conocido como Neco, el dueño de la insuperable Fazenda Verde by Neco, a orillas del mar.
El final en Barra de Ibiraquera
A media hora de Rosa, hacia el sur, aparece Barra de Ibiraquera, una playa que trata de mantener su bajo perfil, pero que descuella, casi a su pesar. El secreto se desparrama con facilidad en esta zona de Santa Catarina. Es que Barra tiene un conjunto natural exótico y cambiante que permite hincarle el diente de distintas maneras. Básicamente es una playa ancha y larguísima, con enormes dunas en uno de sus extremos, rocas en el otro y una laguna enorme a su espalda, todo rodeado de morros que se acercan y se alejan siempre exuberantes. El punto alto del lugar es el encuentro entre la lagoa y el mar, que en el año puede estar abierto o cerrado –en forma natural– lo que le da una impronta diferente cada vez. El mar entra y trae sus peces y crustáceos o se aleja y deja que la arena los distancie. Así, la lagoa cerrada es el mejor lugar para nadar, animarse al kayak, al stand-up paddle o a la mismísima pesca. A su lado, a pocos metros, hay otro escenario. El viento, que se siente pero que definitivamente no molesta, imprime su fuerza en el oleaje del mar que se vuelve ideal para el surf o el kitesurf. Más agreste, pero con todos los servicios a distancia prudencial, es uno de esos lugares a los que se quiere volver, pero sin hacer demasiado aspaviento, para que no le llegue la popularidad que alcanzó a Rosa.
Desde lo alto del morro, es muy difícil no quedar pasmado ante el conjunto que se despliega adelante, allá abajo. En esa cumbre se detecta a Ponta da Piteira, una posada sólo para adultos que ofrece una mirada amplia del paisaje. Resulta tan cautivante, que uno se podría quedar allí, sin necesidad de bajar. Pero es importante romper la quietud y avanzar. El trayecto, un poco de trilha y otro poco de canoa, desemboca en la laguna y luego en el mar. Un ir y venir a la exuberancia a través del desparpajo de la naturaleza, el silencio, la tranquilidad.
Imbitubua e Itapirubá
Imbituba es una ciudad pequeña, pero que conjuga muy bien lo urbano con cierta apreciada tranquilidad. Algo de pueblo del interior, podría decirse. No hay nada especialmente hermoso, pero ese caserío bajo, sencillo, acompaña suavemente a la belleza de su extensísima playa. Hacia su límite norte hay una lengua de rocas que entra al mar, un lugar como si fuese pensado para sentarse a mirar a los surfers de cerca (sí, acá también están). Más allá, la rambla sobre Manoel Antonio de Souza combina arena, vereda y jardines repletos de rosas chinas. Hay algo viejo en este lugar, como si se hubiese quedado detenido en el tiempo, en los años 70. Da un poco de nostalgia, pero el sol y el viento en la cara sacan cualquier atisbo de tristeza a esa sensación, y la impregnan de la que traen los buenos recuerdos.
Varios kilómetros más y llegamos a nuestro límite sur en este viaje: Itapirubá, de hecho, la última localidad del departamento de Imbituba. Llegamos a esta playa por consejo de Gabriela, la dueña de la posada Moradas da Silveira. Le gustan el viento, la extensión, las dunas, los pescadores y la soledad casi extrema. Así es esta playa a la que llegamos siempre por la BR-101, luego de un buen tirón. Tiene poco desarrollo en servicios, pero lo que hay alcanza y sobra para los que buscan lo mismo que nuestra anfitriona de Silveira. Hay un par de comedores y otro par de posadas pequeñas. Es casi virgen este lugar. No está invadido, ni intervenido más que lo estrictamente necesario. Y eso también tiene su público.
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Los embotellamientos en Rosa durante el mes de enero son un clásico. Lo mejor es dedicarse a caminar. En julio hace frío y no se puede disfrutar de la playa.
Si pensás viajar
Gamboa
Dónde comer
Baleia Bar. Beira da Praia. T: (+55) 48 9993-4256.Rústico bar de playa con el encanto y la simpatía de sus dueños. Los fines de semana hay show y bandas en vivo. Una cerveza helada y algo para picar pueden completar la vista perfecta.
Dónde dormir
Pousada Villa Coral. Rua Maria Francisca Roque 260. T: (+55) 48 3254-6066.Cabañas altas bien altas en el morro, con vista privilegiada del mar, a 800 metros.
Silveira
Dónde dormir
Pousada Morada da Silveira. Estrada Geral da Praia da Silveira, s/n. T: (+55) 48 3254-4616. Pet Friendly, niños friendly… todo friendly son estas cabañas comandadas por Gabriela, una argentina que encontró en Santa Catarina, su morro en el mundo. Está claro que la arena está allá abajo, pero uno puede quedarse en lo alto sin extrañar nada. En Silveira todo puede ser contemplativo, puro disfrute.
Praia do Rosa
Dónde dormir
Fazenda Verdeplanusse@ttsviajes.com. Son casas equipadas con buenos servicios y las más próximas al mar.
Quinta do Bucanero. T: (+55) 48 3355-6056. Otra morada a puro lujo y con mucha calidez construida a la vera del camino sobre la parte alta de la ladera del morro, cuya fisonomía (volúmenes y texturas) se incorpora a la arquitectura. Desde el desayunador, la pileta y varios balcones, la vista es perfecta.
Dónde comer
Tigre Asiático. T: (+55) 48 3355-7045. Lo exótico de oriente (a partir de comidas de Tailandia, Indonesia y Japón) en plena playa brasileña. Un clásico de Rosa. Precios altos.