El primer impacto fue el tamaño. Pero allí estaba todo lo que necesitábamos: dos camas (una de ellas que jugaba a ser mesa durante el día), alacenas, un baño completo con agua caliente, una pequeña estufa a gas, un anafe de dos hornallas y una heladera con traba para que ninguna frenada desparramara todo su contenido. En la parte de atrás, mesa de camping con sus respectivas sillas.
Con Sofía, la fotógrafa, prestamos atención a las indicaciones sobre usos y cuidados del motorhome de Andean Roads, especialmente en lo que al prendido y apagado de baterías concierne. Después, era cuestión de montarse y partir. Se dice fácil. Subirse a un motorhome implica una agilidad de trepada importante. Y, una vez arriba, hay que habituarse a usar los espejos retrovisores laterales, a mirar todo desde una altura y unas dimensiones que, de entrada, nos resultaron desproporcionadas.
Livianas de ciertas preocupaciones logísticas (sorprende no tener que pensar dónde dormir o comer), enfilamos hacia la primera escala: el supermercado. Había que abastecerse para el desayuno y la merienda, además de frutas y verduras para futuros almuerzos y cenas que harían foco en un buen arroz, unos ricos fideos y un siempre rendidor puré. También había que pensar en el rubro limpieza: esponja, detergente, trapo amarillo, papel de cocina y papel higiénico. Casi sin darnos cuenta, cruzamos con el changuito la playa de estacionamiento hasta la mismísima puerta de la heladera. Pura felicidad doméstica.
Salimos a la ruta rumbo a Mendoza ciudad, casi 1.100 km al oeste. Habíamos decidido no llegar a destino en el día, así que resolvimos detenernos en Villa Mercedes para pasar la noche.
Respiramos hondo, pusimos música y empezó la aventura. Salvo por la cantidad enorme de camiones que había en la ruta 8 y luego en la 7, todo fue bastante sencillo. Pronto nos acostumbramos a que nos pararan en casi todos los controles policiales. Vaya a saber si era por el tamaño del vehículo o porque éramos mujeres. Nunca fallaba.
A ritmo mendocino
El cartel de Villa Mercedes apareció cuando ya estaba anocheciendo. Fieles a nuestra decisión, buscamos el primer camping que nos ofreció Google. La otra alternativa posible era una estación de servicio, pero nunca encontramos una lo suficientemente atractiva como para quedarnos.
Sólo íbamos a pasar la noche, así que del camping de la UOM únicamente aprovechamos el agua y la luz, dos recursos invaluables en todo nuestro periplo. Recargamos el tanque de agua fresca y nos enchufamos para cargar las baterías de los celulares y de la cámara. Estas dos tareas se convertirían en una rutina cotidiana.
Cocinamos arroz con verduras salteadas. Pusimos la mesa. Comimos. Sacamos la mesa. Lavamos, secamos y guardamos. Es indispensable mantener el orden, ya que un camino de ripio, un badén o una loma de burro puede convertir el motorhome en una coctelera y mandar todo al piso. Jugamos a la generala, con revancha, y nos fuimos a dormir.
Lo mejor fue el despertar, rodeadas de árboles que en la noche anterior apenas eran una sombra oscura. Preparamos el desayuno. El anafe nos facilitó café, mate, tostadas, queso derretido. La heladera nos proveyó leche, yogurt, mermelada. Luego del desayuno nos desenchufamos y partimos. Pasamos por la primera estación de servicio en busca de gasoil y encaramos el tramo pendiente. El camino no deparó ningún inconveniente, salvo que en el cruce fronterizo entre San Luis y Mendoza nos decomisaron las frutas. Una pena, pero así de estrictos son estos controles. Nos propusieron que nos hiciésemos una ensalada de fruta para comer a la orilla de la ruta, pero preferimos seguir.
Ya en Mendoza, buscamos otro camping, cerca de la ciudad. Con motorhome se complica conocer una ciudad, mejor dejarlo y arrimarse en colectivo. Recorrimos todos los íconos de esta ciudad y antes de volver al camping, nos dimos el gustazo de comer "afuera" un provolomo y un barroluco, tradicionalísimo invento chileno que en Mendoza arraigó fuerte.
Volver al camping fue confirmar que estábamos felizmente solas, y por lo tanto, teníamos el descanso nocturno asegurado. Al día siguiente, luego de un desayuno tranquilo –en sintonía con el paisaje precordillerano–, nos propusimos visitar un par de lugares relevantes de la cultura local: el Centro Cultural Julio Le Parc y el Paseo Antonio Di Benedetto con esculturas, murales con poemas y una gran estructura de hierro que se transforma en bienvenida glorieta, una nueva fisonomía para el Parque Central.
Un día entero caminando por Mendoza y ya extrañábamos el motorhome. Lo recuperamos, esquivamos el centro y llegamos a Chacras de Coria por el Corredor del Oeste. Cada vez estábamos más cancheras (y acostumbradas) con el manejo de las baterías y con estar más altas que el resto de los automovilistas (lo que nos daba otra perspectiva de todo). Y ya no nos llamaba tanto la atención la mirada de los otros. El combo "casa rodante + mujeres solas" despertaba la curiosidad de los demás.
En Chacras nos esperaba Martín, de Martin’s Bikes, para llevarnos a recorrer los alrededores con la excusa de conocer tres bodegas. Queríamos emparentar la aventura del motorhome con actividades que también nos implicaran algún desafío. El mayor que encontramos ese día fue volver a subir a las bicis después del último brindis.
Café de por medio, partimos en motorhome rumbo al Valle de Uco, 100 km al sur de la capital mendocina, la zona que más creció en los últimos años gracias al vino, pero también a las nueces, almendras, pistachos y castañas. El paisaje del amplio valle, con la cordillera a la espalda, es hipnótico. Se pueden pasar horas recorriendo las rutas internas que atraviesan Tupungato, Tunuyán y San Carlos. Todo es cerca y lejos a la vez. Las distracciones que nos permitimos –gracias a no tener fecha fija para volver a casa– eran cada vez más largas: una foto, una merienda, un camino que baja y se pierde. La noche nos encontró en el Manzano Histórico, y allí dormimos.
Potrerillos era nuestro siguiente horizonte. Además de tener la cordillera como fondo, la queríamos palpitar de cerca. Impulsadas por las ganas de sentir la adrenalina, nos montamos a un gomón para hacer rafting en el río Mendoza. La experiencia duró una hora de río revuelto, ganancia de aventureras.
Más tarde fuimos hacia Uspallata, parada obligada para todos los que cruzan a Chile por la RN 7. Combustible, algo para comer y esas cosas. El plan era quedarnos, pero antes de ponernos a buscar un camping nos fuimos a conocer el Cerro de los 7 Colores. Mendoza también tiene el suyo. Una belleza cuyana que incita a ser escalada con cierto cuidado ya que las piedras están sueltas y son resbaladizas. Con mirar bien dónde se ponía el pie, fue suficiente. El horizonte era el límite… y el cansancio de nuestras piernas también. Desde arriba veíamos nuestro hogar rodante allá abajo, a lo lejos, hermoso en ese contexto de soledad y naturaleza. Y casi al unísono nos preguntamos "¿y si nos quedamos?". Y entonces sucedió el cambio. Ese brevísimo diálogo transformó el viaje. Ya no íbamos a necesitar más campings ni nada parecido. Podíamos parar donde quisiéramos.
Nos quedamos solas-solísimas al pie del Cerro de los 7 Colores. Cuando el sol se escondió y empezó a bajar la temperatura, hicimos mate, café y una nueva cena. Nos emponchamos y nos sentamos en nuestras reposeras a mirar las estrellas. Un mar de estrellas todo para nosotras, con las montañas recortadas a nuestro alrededor. Una increíble locura que nos hizo sentir poderosas. Nos acostamos tarde y con las cortinas del motorhome abiertas. Despertamos con el sol tibio en la cara. El frío nos lo terminaron de sacar el café y las tostadas. Armamos (y desarmamos) las camas con demasiada tranquilidad. No nos queríamos ir.
Hacia San Juan
Nos esperaba, 110 km al norte, Barreal, ya en territorio sanjuanino. Al tomar la ruta 149 nos topamos con Las Bóvedas, unos antiguos hornos de fundición construidos en adobe a principios del siglo XVII por los jesuitas. Pero seguimos. La ruta era un imán que nos llevaba hacia un tesoro escondido del otro lado del límite norte de Mendoza. Así nos impactó Barreal, gigantesco valle de barro seco entre la cordillera de Ansilta y las Sierras del Tontal. Un lugar apto para recorrer en nuestro megacoche, a pie, en bici, en moto y en carro. Esta última fue la mejor opción.
Con Rogelio Toro, un pionero del carrovelismo, anduvimos a 60 km por hora en esa extensión llamada Pampa del Leoncito, a fuerza de buscarle el mejor ángulo al viento. Justo enfrente de esta pampa seca y dura está el Parque Nacional El Leoncito. Nos sacamos el gusto de hacer la visita nocturna a uno de los observatorios astronómicos que allí tienen su sede, a más de 2.500 msnm. Nos volvimos a quedar por allí, a la vera del camino, con la Pampa de un lado y El Leoncito del otro. Otro anochecer a pura estrella. Un amanecer a puro sol.
Las ganas de seguir andando nos impulsaba a buscar nuevas metas, nuevos retos. Siguieron las escaladas por el cerro Alcázar, con una geografía que se diría lunar. La ruta hacia la capital sanjuanina no hizo más que reafirmar la continuidad de una geografía espectacular, hecha de una belleza áspera, tremendamente despojada.
Cruzamos la ciudad hacia el este; tomamos la ruta 20 para seguirla a su paso por San Luis; bordeamos el Parque Nacional Sierra de las Quijadas y nos dejamos tentar por sus increíbles farallones, esas moles de piedras erosionada por el agua y el viento.
La vuelta por Córdoba
Seguimos viaje hacia Traslasierra, con una dudosa ayuda de Google Maps (muchas veces preguntarle a un ser humano es la mejor opción), pero logramos llegar a San Javier. A esas alturas del viaje, andábamos cortas de gasoil, de agua y de comida. Gajes del oficio. "Siempre puede fallar", decía mi abuela cordobesa.
Ya con la luz diurna del día siguiente, y después de un té de menta peperina y un buen baño, nos dispusimos a encarar las Altas Cumbres. Difícil la iniciativa, pero exitosa su resolución. Y pese al miedo padre que padecimos, algo lo pudimos disfrutar. Y lo logramos, definitivamente, a la vista de esa inmensa Pampa de Achala que se extiende a los casi dos mil metros de altitud.
Y seguimos rodando hacia Alta Gracia; nos llevaban de la nariz las ganas de conocer la casa del Che antes de emprender el tramo final.
Al margen de las situaciones que cada uno puede imaginar sobre el plan de moverse en motorhome, nos quedó clarísimo que lo mejor sucede allí dentro. Andar, manejar, parar para ocuparse del dormir, comer, relajar. Pasar horas y horas con un ventanal generoso que permite capturar cuanto paisaje se va atravesando. Los tiempos en el motorhome son caprichosos, a la medida de los gustos y decisiones. Es la libertad de improvisar.
DATOS ÚTILES
Andean RoadsT: (011) 15 5767-6499/ 15 5422-7623.
Alquiler de motorhomes en tres versiones: grandes (6 personas, idealmente 2 niños), medianos (4 personas, idealmente 2 niños) y compactos (2 personas). La tarifa del mediano ronda los u$s 200 diarios, más un seguro de u$s 25 por día.
Potrerillos Explorer T: (0261) 15 653-8204. Mario Mateo encabeza un equipo de guías que te lleva a hacer rafting al río Mendoza, kayak de lago al dique Potrerillos y trekking, entre otras propuestas.
Martin's BikesC: (0261) 15 506-7662. Martín y Julie-Anne proponen una serie de paseos en bici por bodegas y viñedos, con degustación, a la zona de Chacras de Coria y Vistalba, entre ellas Alta Vista, Carmelo Patti y Nieto Senetiner. Los recorridos pueden ser de medio día (4 y 5 horas) o día completo (almuerzo incluido).
Rogelio Toro T: (0264) 15 671-7196. dontoro.barreal@gmail.com Don Toro es uno de los pioneros del carrovelismo en el país. Y ya con varias canas y nietos en su haber, sigue organizando estos vertiginosos paseos en la Pampa del Leoncito.