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Cuando Buenos Aires fue perdiendo sus quintas, chacras, potreros y huecos –el origen de las plazas–, las fue reemplazando por avenidas y manzanas que generaron esquinas, nuevos puntos de encuentro. Si en el campo las señas suelen darse de acuerdo con la topografía del lugar “a tantos metros del monte aquel” o “cerca del arroyo tal”, la ciudad fue gestando en sus intersecciones, una referencia compartida por sus habitantes.
Según Manuel Bilbao, en su Tradiciones y Recuerdos de Buenos Aires, la ciudad tuvo varias esquinas con nombre: “Del Sol, situada en Corrientes y Reconquista; de Sotoca, en 25 de Mayo y Corrientes; de Taibo, en Sarmiento y Reconquista; de la Paloma, en Florida y Cangallo; de la Franca en Rivadavia y Esmeralda; de las Cañas, en Sarmiento y Maipú (...), de los Suspiros, en Viamonte y Suipacha; de la Verde, en México y Balcarce”, entre varias otras.
La de Florida y Corrientes, por su parte, no tuvo nombre, pero sí ha resultado siempre muy emblemática para los porteños.Buenos Aires era aún una colonia cuando el Camino del Sol pasó a llamarse San Nicolás, luego Inchaurregui y, a partir de 1822, Corrientes.
Hacia 1880, en la esquina noroeste se construyó un típico edificio de altos con balcón cerrado en la ochava, propiedad del hacendado Antonio García. Los catalanes Manuel Ruiz y Esteban Roca alquilaron la planta baja donde instalaron su renombrada peluquería, barbería y perfumería Casa Ruiz y Roca; famosa por su internacional Loción Higiénica de Eucaliptus que combatía la caspa como ninguna.
Luego albergó otros negocios hasta que en 1931 se firmó su sentencia de muerte. “Yo soy del 30 cuando a Corrientes me la ensancharon” cantaba Edmundo Rivero.
Las cuadras condenadas se llenaron de carteles que anunciaban liquidaciones y mudanzas ante el inminente avance de la piqueta. En 1936, Corrientes ya había sido convertida en avenida.
Justo enfrente, la esquina suroeste es conocida por su palacio Elortondo. Pero su historia se remonta más atrás. Cuando Garay repartió las suertes, en 1583, a Ana Díaz le tocó el solar 87, donde instaló una pulpería. Dos placas de bronce -instaladas en 1971 y 1989, respectivamente- la recuerdan como “Primera Pobladora de Buenos Aires”. A principios del 1800, fue adquirida por el comerciante Esteban Villanueva, pasó a su hija Justa Villanueva de Armstrong, y luego a su nieta Isabel Armstrong de Elortondo.
En Memorias para mis Hijos y Nietos, Ángel Gallardo recuerda que, hacia 1873, mientras se construía el vecino palacete neogótico veneciano, él se entretenía recogiendo los vidrios que caían en su azotea.
La residencia Elortondo-Armstrong fue de las más lujosas de la época. Por fuera: ventanas ojivales, ornamentos y balaustradas italianas; por dentro: una soberbia escalera de mármol, salas con columnas jónicas, boiseries, estucos, murales y una magnífica lucarna de vitraux de 5 óvalos. El diario El Nacional de mayo de 1882 la describió cuando Mercedes Elortondo se casó con Carlos M. de Alvear. Decía: “Ocupan los rincones y nichos y paredes del vestíbulo, estatuas de bronce y mármol, estucos florentinos o de Roma, murales del Renacimiento, vasos japoneses y de Sape; las losas del fetichismo pagódico... El enlosado es bellísimo. Las pinturas de estilo bizantino. El fondo de las paredes en vez del oro tradicional, tienen un color suave, indeciso, que realza los vívidos colores de los festones de flores al relieve que adornan los entrepaños y cornisas. Allí echó el pintor las sombras y las claridades sus paletas el reciente barniz le da un baño de esmalte. Aquella es la selva artificial del confort”, señalaba el periódico. Los recién casados luego se instalaron allí.
La familia siempre residió en el piso superior mientras la planta baja la alquilaron distintos comercios. En 1886, la mercería de H. Amodini, la marroquinería de L. Kastiviez y la tienda de Pablo Eraña. Ya en 1900, la cigarrería Monterrey; y desde 1917 y hasta bien entrados los años 80, la famosa marroquinería Casa Mayorga; luego la boutique Ver; en los 90, Burger King; y actualmente la librería Levalle.
La propiedad fue heredada por los descendientes Elortondo Armstrong y en los años 30/40 la compró Otto Bemberg Elortondo que no la utilizó como vivienda. Perteneció luego a la rama de los Bemberg Bengolea que se asociaron con la empresa portorriqueña que trajo Burger King a la Argentina en los años 90. Para instalarse allí, tuvieron que refaccionar el palacio. Las obras estuvieron a cargo del arquitecto Carlos M. Miguens -que estuvo casado con María Luisa Bemberg- y, más allá de su nueva funcionalidad como restaurante de comidas rápidas, su estudio trató de mantener el estilo veneciano original de los interiores. Contrataron a la artista Paca Robirosa para los frescos de interior. Hacia 2007, vendieron definitivamente la propiedad a los socios portorriqueños. Burger King dejó esa esquina en enero de 2019, después de 24 años, y al instalarse la librería Lavalle, hubo nuevas reformas.
El Palacio Elortondo recibió varias estocadas a lo largo de su historia: toldos y marquesinas que lo deslucieron, carteles publicitarios que lo cubrieron, reformas en su basamento que lo transfiguraron, y un planchado del piso superior que le quitó encanto. Pero sigue en pie y su interior es digno de admirar.