Lo que parece una laguna, es lo más parecido al Caribe en esta costa mediterránea: aguas turquesas y cálidas, de poca profundidad, y una lengua de arena fina y clara que conecta con un espectacular islote rocoso rodeado de mar.
Balos se encuentra en el extremo norte de la península de Gramvousa, a 56 kilómetros de la ciudad de Chania, y es uno de los rincones más fotografiados de la isla de Creta, tierra de mitos y olivares.
Para poder disfrutar de este paraíso cretense, lo más recomendable es llegar muy temprano, antes de las dos de la tarde. Para eso, hay que alquilar un auto, manejar con paciencia por un camino de tierra, que empieza en Kaliviani y recorre el Cabo Gramvousa hasta un mirador, donde se estaciona. La vista panorámica de Balos y la isla es imperdible.
Desde ahí, hay que caminar entre cabras por un sendero que desciende abruptamente por el filo de la montaña hasta la playa. Es mejor hacerlo con zapatillas o calzado cómodo; no ojotas, porque hay piedritas y es algo resbaladizo. El mismo recorrido se puede hacer a lomo de burro, por unos 4 euros.
La otra manera de llegar, en ferry desde el puerto de Kissamos, es el fin de la paz para los que llegaron más temprano (aunque es la manera más práctica y popular). Durante el verano, a partir del mediodía, son cientos los turistas que bajan de los barcos directamente sobre el mar y caminan por el agua hasta pisar la suave arena. El paso siguiente es conseguir una de las pocas sombrillas, prolijamente acomodadas junto a la laguna.
La parte baja del agua, donde se ven remolinos que van cambiando de tonalidad según la luz, es ideal para los más chicos. En las zonas más profundas, más allá de las rocas y los límites de la laguna, se puede hacer snorkel y, con suerte, cruzarse con una foca monje o una tortuga Caretta Caretta, dos de los habitantes de este parque natural. Hay un par de barcitos muy sencillos para comprar bebidas y algo para comer.
La posta para conocer esta playa es Chania, la ciudad más linda y nostálgica de Creta. Aunque a la altura de los ojos dominen los souvenirs y carteles luminosos de pizza, basta mirar para arriba para descubrir la herencia veneciana y turca en las fachadas pintadas en tonos pastel, los arcos, los balcones de hierro forjado y los faroles.
Las calles confluyen en el pintoresco puerto, donde se multiplican los restaurantes con banderitas de todos los países. La oferta de servicios es muy amplia, desde posadas pintorescas hasta cadenas hoteleras.