En ruinas: tres sitios arqueológicos imperdibles en el NOA
Las Ruinas del Shincal, en Catamarca; el Pucará de Tilcara, en Jujuy, y la Ciudadela de Quilmes, en Tucumán, son tres sitios arqueológicos que formaron parte del antiguo Qapak Ñam, o Camino del Inca, el trazado de senderos de piedra que los incas construyeron desde el Cuzco hasta el norte argentino y que formaban parte del Tawantinsuyo, o las cuatro regiones del imperio. Se cree que estos pueblos comerciaban entre sí, ya que aún hoy se encuentran cerámicas y vasijas -en las inmediaciones de las ruinas del Shincal sobre todo-, vestigios que demuestran ese intercambio que pudo haber existido entre amaichas, colalaos, tombones, quilmes y otras etnias que luego formaron parte de la nación calchaquí.
El Pucará y un nuevo hallazgo
Viajando por la ruta 9, poco antes de la entrada del pueblo Tilcara, en la Quebrada de Humahuaca, Jujuy, se avista el Pucará, una fortaleza que se distingue entre un sinfín de cardones en lo alto de un cerro. Este conjunto arquitectónico, de unos novecientos años de antigüedad, fue construido por los tilcaras, pertenecientes a la cultura omaguaca. Fueron descubiertas por Juan Bautista Ambrosetti en 1908, pero fue su discípulo, Salvador Debenedetti, quien limpió el lugar en 1911 y comenzó una reconstrucción que, a su vez, retomaría en 1948 el arqueólogo Eduardo Casanova.
En noviembre de 2018, el Pucará volvió a ser noticia por un importante hallazgo: un equipo liderado por la arqueóloga Clarisa Otero, investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) halló el esqueleto de una mujer que habría tenido un destacado prestigio social durante la dominación incaica de la región. Según el comunicado del Conicet "sus restos estaban colocados en posición genuflexa, junto a diversidad de piezas cerámicas, huesos de animales, cuentas de collar, placas de metal, un tubo de hueso que pudo ser parte de un instrumento musical o para inhalar alucinógenos, y también pigmentos, bloques de pedernal, y dos morteros con adherencias de mineral de cobre y hematita".
El Pucará es uno de los poblados prehispánicos de mayor extensión del norte argentino. Los inicios de su emplazamiento datan entre el siglo XII y XIII d.C. A partir de la anexión de esta región al Tawantinsuyo, el Pucará se consolidó como la capital de la provincia incaica: la wamani de Humahuaca.
Está situado en lo alto de un lugar estratégico: a un lado el río Grande y al otro los cerros, una buena ubicación para defenderse de posibles invasores: desde aquella altura podían controlarse los campos de cultivo circundantes y las viviendas de los campesinos en los terrenos bajos. Pero el Pucará no era sólo una fortaleza, el complejo también albergaba viviendas, corrales y santuarios. En sus dieciocho hectáreas se remodelaron y construyeron estructuras habitacionales, patios de trabajo artesanal, edificios ceremoniales, espacios de entierro y senderos que los conectaban.
El recorrido actual está dividido en tres sectores: la entrada, la iglesia y el alto. En la entrada estaban las viviendas, construidas con pircas. El sector conocido como la iglesia es en realidad un santuario destinado al culto al sol y la luna, que es conocido así porque los pobladores habrían indicado a los primeros investigadores que allí se ubicaba la "iglesia de los indios". La parte del alto, donde se encuentra la pirámide, era otro sector destinado a viviendas familiares. La pirámide es un homenaje a los arqueólogos Juan Ambrosetti, Salvador Debenedetti y Eric Boman, un explorador sueco que fue el primero en mencionar las ruinas en 1903: sin embargo, no tiene nada que ver con la arquitectura original de aquí ni de ningún otro sitio de la región.
El rol del Pucará en la Quebrada fue de gran relevancia, no solo como uno de los centros administrativos y políticos del Imperio, sino también de producción y comercio, ya que se hallaron más de cincuenta talleres en los que se producían artesanías de metal y roca, que al parecer eran llevadas a otras provincias incaicas.
En el centro de Tilcara está el Museo Arqueológico Dr. Eduardo Casanova, que tiene salas permanentes y temporarias donde se da cuenta del avance en las investigaciones. El museo resulta un complemento ideal para entender un poco más de las ruinas y la cultura andina en general.
Pirámides catamarqueñas
Las ruinas de El Shincal se erigen a cinco kilómetros del centro de Londres, la segunda ciudad más antigua del país, atravesada por la mítica Ruta 40, y a 25 de Belén, en la provincia de Catamarca. La antigua ciudadela fue erigida en medio de una espesa vegetación conocida como Shinqui, cerca del río Quimivil. Se habría construido alrededor de 1470 y habría estado habitada hasta 1536. Existen vestigios preincaicos que indican que El Shincal pudo haber sido un asentamiento de los paziocas -una de las etnias diaguitas- y algunos investigadores se inclinan por la teoría de que fue, efectivamente, una ciudadela diaguita. Aún se encuentran por acá rastros de la cultura Belén, que se exhiben en el Centro de Interpretación ubicado en la entrada del complejo.
Las ruinas tienen una extensión aproximada de un kilómetro cuadrado y fueron reconocidas por los arqueólogos como una Guamani (Cabecera Provincial) del Tawantinsuyo.
El Shincal es la capital de provincia que se ubicó más al sur del imperio inca, y según se desprende de algunas crónicas hispanas y estudios arqueológicos, habría funcionado como una especie de aduana de una red vial de tránsito de minerales hacia el Cuzco. Se cree que el sitio, declarado Monumento Histórico Nacional en 1997, pudo haber sido un importante centro administrativo de los Incas, donde se hacía el control del caravaneo. Era un lugar de Tincuy, que es la intersección de varios tramos de caminos o de redes viales, una especie de nudo central en el dibujo del Camino del Inca, entre Tucumán y las zonas del centro y norte de Chile a través del paso San Francisco.
La antigua ciudadela fue, al mismo tiempo, el último bastión de la zona en la de la defensa de los pueblos originarios frente al español. Aquí fue torturado uno de los grandes caciques de aquella época, como Juan Chelemin. Se dice que lo torturaron delante de su cacicazgo y sus restos esparcidos a los cuatro puntos cardinales como una forma de amedrentar. La leyenda dice que cuando sus restos, que siguen reptando bajo la tierra, se encuentren nuevamente, renacerá la gran Nación Calchaquí .
Este centro de poder administrativo, político y económico, tiene un trazado urbano que coincide con el modelo originado en el Cuzco: una plaza principal, numerosas habitaciones comunes y dos pirámides enfrentadas, del Sol y la Luna, que son las plataformas ceremoniales, que llegan a los veinticinco metros de altura. Desde allí se puede comprender la disposición de la antigua ciudadela de piedra en la que se destaca el Ushnu, ubicado en la plaza central, que habría funcionado como centro ceremonial y administrativo, oráculo y tribunal de justicia. También se aprecian desde lo alto las típicas Kallankas, recintos rectangulares que habrían sido viviendas comunales y fábricas textiles. En el medio de los dos templos se ubica la Aukaypata o plaza, el lugar central de encuentros y reuniones. También se distinguen los Ayllus o pequeños barrios, y los patios internos con las Kanchas, que eran espacios comunitarios donde había morteros, telares, espacios limpios para secar y desgranar el maíz para hacer la algarroba (bebida típica de la zona) y hasta para domesticar a la llama. Lo usaban como templo sagrado y ceremonial, lugares estratégicos para conectarse con el sol, la luna, las estrellas.
La gran ciudadela prehispánica
La antigua ciudadela tucumana está situada en el corazón de los Valles Calchaquíes, a 1900 metros de altura, en las inmediaciones de Amaicha del Valle. Las ruinas, probablemente construidas en torno del año 800 de nuestra era, fueron descubiertas por el arqueólogo Juan Bautista Ambrosetti en 1897. Los Quilmes eran un pueblo muy bien organizado social, política y económicamente. Se estima que en el siglo XVII, durante su apogeo, llegaron a vivir aquí unos tres mil habitantes, sólo en el área urbana, y otros 10.000 en los alrededores. Por esta densidad de población, que se repetía en algunos otros asentamientos de los Valles Calchaquíes, las ruinas de Quilmes pueden ser consideradas como una de las primeras ciudades prehispánicas de la Argentina.
En 1977, con vistas al Mundial de 1978, el ex gobernador durante la dictadura Antonio Bussi, se apuró en su reconstrucción con fines turísticos y sin preocuparse demasiado por hacer estudios previos. Hoy, sólo una pequeña parte del total de lo que fue la ciudadela se puede visitar de la mano de los guías nativos, descendientes directos de los quilmes, que desde hace unos años acompañan a los visitantes en el recorrido y conocen muy bien la historia.
El complejo arqueológico, uno de los más importantes de nuestro país, pasó por varias manos, desde el Estado provincial a un concesionario que lo explotó en los años 90 y construyó un hotel, hoy clausurado. En la parte más baja se encuentran las casas familiares, construidas con pircas o paredes de piedra, como la mayoría de las construcciones precolombinas. Estas viviendas son pequeñas y se estima que las habitaba una sola familia. Como la sociedad estaba estructurada en forma piramidal, el jefe siempre vivía en lo más alto, mientras los chamanes -encargados del mundo espiritual- habitaban en las afueras.
Los Quilmes fueron el último bastión de los calchaquíes, un pueblo muy aguerrido que soportó estoicamente el intenso asedio español. La historia cuenta que solo fueron doblegados cuando les cortaron el acceso al agua, alrededor de 1667. Así fueron vencidos, desterrados y obligados a marchar a pie hasta la ribera de Buenos Aires, en uno de los capítulos más tristes de la conquista. De los dos mil hombres, mujeres, y niños que salieron, sólo habrían sobrevivido al durísimo trayecto unos cuatrocientos. Aquellos sobrevivientes fueron llevados a la reducción de la Exaltación de la Santa Cruz, en la actual localidad de Quilmes, donde padecieron maltratos y abusos, y terminaron muriendo por enfermedades diversas en tierras desconocidas y hostiles.ß
Datos útiles
Pucará: entrada al Pucará de Tilcara, 150 pesos. Se pueden recorrer por cuenta propia.
Shincal: las visitas deben ser con guía de sitio. Horarios: lunes a domingos: 8, 9, 10 y 11 de la mañana. Por la tarde a las 16, 17.30 y 19. El costo de la entrada es de 100 pesos (60 para jubilados y menores de 12 años, gratis).
Quilmes: entrada, 100 pesos. Se pueden contratar guías en Amaicha o en la entrada del sitio. Sumajpacha Ecoturismo hace excursión con charla previa informativa y caminata (0381 15 6743596).
Dónde dormir: En Belén, Hotel Belén, habitación single, $1710; doble $2280, con desayuno buffet y estacionamiento. Wi - Fi gratuito en todo el edificio. Mini gimnasio. Lavandería. Salón de juegos. Museo Arqueológico Famayfil (Colección Privada Familia Lasa) . Belgrano esquina Cubas, Belén. (03835 461501)
Amaicha del Valle:Río de Arena, ubicado a cinco kilómetros de las ruinas de Quilmes. Hospedaje rústico y confortable, con habitaciones construidas con materiales de la zona, piedra, adobe, cañas y troncos, respetando el estilo de los valles. Incluye uso de la pileta y visita a bodega con degustación. La habitación doble cuesta 1800 pesos, mientras que la triple 2500 y la cuádruple 3200, con desayuno incluido.
Tilcara:Hotel Patio Alto, los precios para la habitación doble van desde $ 1800 a $3000. Triple, desde $ 2000 a $ 4000 y la cuádruple de $2500 a $ 5000. Los valores son con desayuno incluido, sin IVA y varían respecto a la fecha y temporada. También tiene habitaciones tipo Hostel. Torrico 675, Tilcara. Reservas: 0800 2200485 0388 495 5792.