En el Ártico, y apenas habitada por el hombre, se trata de una región aún remota para los propios rusos, que combina mamuts, ecoturismo, diamantes
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Yakutia tiene una superficie de 3 millones de km² (más grande que la Argentina). Representa el 20% de Rusia o un tercio de Europa. El 40% de su territorio está dentro del círculo polar ártico. Todo su subsuelo es permafrost y tiene la mayor amplitud térmica del mundo (105,8 ºC en Verkhoyansk). El 20 de junio de 2020, la temperatura llegó a 38 ºC.
Yakutia se convirtió en la República Autónoma de Saja, dentro de la URSS, en 1922, después de una revuelta en la que se reclamaban derechos para las minorías. En 1991, con el colapso de la Unión Soviética, Rusia la ratificó como república y, en la actualidad, es una de las 22 que integran la Federación. Es la región con menor densidad de población, con menos de un habitante por km2. De esa población, el 45% son yakutios, el 41% rusos blancos, alrededor del 5% etnias originarias y el resto, personas de otros orígenes.
Yakutsk, la capital, está a 400 km del círculo polar ártico, a 8.470 km de Moscú y a 16.890 km de Buenos Aires. Definitivamente, otra realidad. Sólo en un lugar así puede haber aparecido, en 2013, un mamut congelado y muerto hace 32.000 años, del que brotó sangre en el hielo. El líquido fue recolectado y enviado a un laboratorio de clonación en Corea del Sur; a la carcasa y a los restos del animal se los puede ver tras un vidrio doble en una cámara a -18 ºC en los laboratorios del Museo del Mamut, en Yakutsk.
Cazadores de colmillos
El hallazgo se produjo en una isla del remoto archipiélago ártico de Lyajov, a 350 km al norte del continente. Hasta allí llegan cada año grupos de hombres en busca de marfil. Son los “cazadores de colmillos”, que no hacen ciencia, pero a veces aportan datos que llevan a descubrimientos como este. El marfil milenario de los mamuts lanudos que alguna vez pastaron en Siberia se vende a joyeros y artistas chinos, que pagan hasta u$s 1.000 el kilo.
La actividad es legal, pero sólo para gente curtida. Los hombres se pasan el frío y ventoso verano ártico peinando el desolado territorio. Lo recorren en cuadrillas y penetran la tierra con una especie de bayoneta que se hunde 30 cm en el suelo. Cuando se topan con una superficie dura, cavan y la suerte dirá si es sólo una piedra, un trozo de colmillo o un colmillo entero, de más valor aún. Al finalizar la temporada, cargan en lanchas el marfil extraído y emprenden el regreso al continente en una travesía también azarosa reflejada magníficamente en el documental Génesis 2.0.
La clave de la conservación de esos restos en tan buenas condiciones es el permafrost, el subsuelo permanentemente congelado sobre el que se asienta el territorio de Saja. Incluso Yakutsk, la capital, tiene el dudoso privilegio de ser la única ciudad del mundo construida sobre un permafrost de 350 metros de profundidad.
Edificios sobre pilares
A pesar de conocer el tema, no es algo en lo que pensé cuando llegué. Lo que me sorprendió fueron los carteles del aeropuerto en saja, idioma de origen túrquico que habla la mitad de la población. Y estaba pendiente de los rasgos de los rostros que combinan un lejano origen mongol, con antepasados turcos, pinceladas de las etnias originarias de Siberia y genes de la Rusia blanca. Ya en el vuelo desde Moscú había visto esa melange fascinante de fisonomías que hacen a esta región muy diferente de la Rusia europea a la que estoy acostumbrada.
A primera vista, la ciudad no genera ninguna sorpresa. Yakutsk muestra la típica arquitectura poco diferenciada de las ciudades rusas. Es más bien baja, sin rascacielos, y nada me llamó la atención. Por supuesto hay puertas y ventanas dobles por doquier, algo esencial para soportar los inviernos más inclementes del mundo. Y, aún en verano, en los shoppings siguen abiertas las peleterías, ofreciendo pieles naturales teñidas en colores llamativos y con diseños espectaculares.
Pero, luego de un par de días de caminata, algo me hizo clic... las escaleras. Para entrar a la residencia universitaria, a la universidad, al supermercado, al shopping, a los museos... siempre hay que subir escaleras. Es un universo de escaleras. Y el colmo fue... el cajero automático, también en altura.
Entonces me acordé del permafrost. Yakutsk no es una ciudad común y corriente: sus edificios no tocan el suelo. Por eso, las escaleras. Las grandes construcciones no pueden apoyarse directamente sobre la tierra porque el calor de la actividad humana las haría colapsar. Todo se construye sobre pilotes, que se hunden a 8, 10 o 15 metros de profundidad para dar un basamento estable. Y, en general, están a la vista, sólo que no les había prestado atención.
Lo mismo ocurre con las cañerías. Como en toda ciudad rusa, donde el agua caliente es centralizada y se distribuye desde las usinas térmicas hacia los edificios, el entramado de ductos no puede tocar el suelo. Entonces, con las temperaturas más bajas del mundo fuera de la Antártida, la única solución fue olvidarse del paisajismo: caños enormes, elevados, que se retuercen, cruzan avenidas o van paralelos a ellas, recorren la ciudad a más de medio metro del suelo.
El permafrost también convierte en un dolor de cabeza las rutas porque con la contracción y dilatación que se da por una amplitud térmica que oscila entre los -50 ºC (o menos) en el invierno y los 25 ºC (o más) en el verano, la cinta asfáltica se ondula y es materialmente imposible rehacerla cada año. Incluso, a los costados se ven los montículos que se van formando por la continua contracción y expansión del terreno: será un paisaje raro para quien no pertenece a esta geografía.
El polo del frío
En Yakutia (así llamada para distinguir la región de la ciudad), se dan las temperaturas bajas más extremas del planeta y lo habitual es que durante muchas semanas ronden los -40 ºC, con una marca bastante menor en zonas rurales. Cada año, los turistas llegan desde todas partes para visitar el “polo del frío”. Dos pueblos, separados por 500 km en línea recta, que no superan los 1.700 pobladores entre ambos, se disputan el galardón. En ellos se han registrado las temperaturas más bajas del mundo en zona poblada.
El Guinness fue para Oymyakon en 1933 con 67,7 ºC. Pero Verkhoyansk, a 650 km al noroeste, dice que registró esa misma temperatura en 1892. A lo que los oymyakenses retrucan diciendo que tienen una medición de 1926 con -71,2 °C.
Competencias al margen, entre el 10 de noviembre y el 14 de marzo de cada año, en esa zona la temperatura nunca supera los 0 ºC.
No obstante, por difícil que parezca, la vida cotidiana en las ciudades no se altera por las bajas temperaturas. Con ambientes hipercalefaccionados y ropa térmica especial, la actividad laboral recién se interrumpe cuando el mercurio cruza la barrera de los -55 ºC, que no es todos los años. Y sólo la escuela primaria interrumpe las clases cuando se llega a los -45 ºC.
En los largos meses de temperaturas bajo cero, casi todo este inmenso territorio –el 40% ubicado dentro del círculo polar ártico– se congela. El terreno se vuelve uniforme; ríos y lagos se convierten en caminos firmes que llevan a todos lados y hasta uno puede darse el lujo de manejar sobre el río Lena porque buena parte de sus 4.400 km se transforman en una carretera de hielo.
Es cuando los yakutios más disfrutan de la naturaleza. Se sienten más cómodos que en el verano porque pueden desplazarse sin limitaciones por su vasto territorio sin tener que lidiar con rutas onduladas, ríos que cortan caminos o barrizales que requieren de 4x4 y mucha pericia para poder moverse. Ni que hablar de la pesadilla de los mosquitos.
En invierno, no hay picnic sin pesca porque nadie se resiste al snack más sabroso y plato nacional de la República de Saja: la stroganina. Con ríos y lagos congelados, se pesca en todas partes simplemente haciendo un agujero en la superficie. Al pez se lo expone unos minutos a la temperatura ambiente de -40 ºC o menos, y cuando se congela se lo filetea en finas rebanadas. Nada más fresco y natural. Los trozos enrulados se sumergen en una mezcla de sal y pimienta, y a la boca sin escala. Ningún yakutio se niega a una stroganina de pescado o de carne equina.
Tal vez sea por estas temperaturas tan extremas que la dieta local es altamente proteica. La carne de caballo y la de reno dominan los platos cotidianos y hasta está presente en lonjas en algunas ensaladas. Al mismo tiempo, poco interés despiertan frutas y verduras, quizás porque lo que se produce localmente no cubre el consumo. Lo mismo ocurre con los lácteos. En Yakutia, hay vacas adaptadas a vivir a -45 ºC, pero producen poca leche y muy espesa. Al igual que los caballos, se trata de animales de menor porte, muy peludos, que sobreviven sin problemas a la intemperie.
Con la leche de yegua se prepara queso y, especialmente, el kumis, una bebida fermentada de sabor ácido tan popular como la stroganina. El kumis es parte de la vida familiar y también de los rituales tan comunes en Siberia.
Bosques, gulags y turismo extremo
Yakutia está más promocionada para el turismo en invierno que en verano. Desde Oymyakon, un clásico de los tours extremos es hacer los 1.300 km hasta Magadán, puerto sobre el mar de Ojotsk, casi en el Pacífico, recorriendo la “Ruta de los Huesos”. El infausto nombre de esta traza se debe a los miles de presos de los gulags estalinistas que murieron construyéndola. Según se dice, uno por cada metro abierto a pico y pala.
De la traza original, abierta en la década del 30, se recorren los últimos 600 km y, contando desde Yakutsk, en total son 2.200 hasta llegar al mar. La travesía rankea entre las más extremas del mundo por el clima, la dificultad del terreno y lo remoto del recorrido. Es célebre por los barrizales en el verano y la escasa visibilidad y las nevadas intensas en el invierno, a lo que se suman las temperaturas extremas y la infraestructura mínima de todo el recorrido.
Tampoco hay transporte público que circule por allí, sólo tours en 4x4 o arriesgarse a algún arreglo particular en camión. La mayor parte de la traza original está abandonada, pero es un imán para los motoqueros, que la hacen en una travesía de 12 días de peripecias sin fin.
Los Pilares del Lena
Los Pilares son una formación rocosa que se levanta a lo largo de 40 km sobre el río Lena. Es uno de los puntos fuertes del turismo de Yakutia, especialmente desde que la Unesco los declaró Patrimonio de la Humanidad en 2012. Están 200 km al sur de Yakutsk. Se llega por ruta o por barco, y el paseo no sólo es la recorrida por el río, sino el trekking hasta la altura para ver la lontananza.
Al día siguiente, el Lena amanece picado. ¿Se habrá disgustado el río? Con alivio, a la hora de partir vemos que se sosiega. Subimos a la lancha y vuelan las selfies. El río nos muestra sus islas sedimentarias, de playas doradas y corazón verde, y a ambos costados hay vegetación tupida.
Como a los 35 minutos y sobre nuestra izquierda –la margen derecha, porque el río fluye hacia el norte–, comienzan a perfilarse los pilares. Son escarpados y finos, roca desgastada por el viento y el agua desde la prehistoria misma, que según pasan los kilómetros se van uniendo, y conforman una pared que va cobrando altura. Cuanto más cerca de la costa están, la playa se angosta y se convierte en pedregullo, al tiempo que deja de verse el bosque.
Una pasarela de madera de 2.200 metros lleva a un mirador a casi 200 metros de altura. Lástima los mosquitos, que nunca perdonan, y el inquietante cartel con la silueta de un oso que recuerda que estamos en territorio silvestre.
Diamantes
Después de disfrutar de ese río ancho y límpido, de bosques vírgenes y un entorno que no conoce la contaminación, sólo resta sumergirse en un último prodigio natural y marca registrada de Yakutsk: sus diamantes. Saja es sinónimo de diamantes en Rusia. El 95% de las piedras que se extraen en el país provienen del subsuelo yakutio y el 20% de la producción mundial, también. Aquí se hallan tres de las cuatro minas más grandes del mundo, entre ellas la emblemática Mirny, a cielo abierto, y el sexto agujero más hondo del planeta, con 525 metros de profundidad.
El holding Alrosa, con sede a pocos cientos de metros de la estatua de Lenin, es líder en este mercado y ha extraído piezas excepcionales por pureza y tamaño desde la época soviética. Dos ejemplos recientes son el de color ámbar de 236 quilates sin tallar, descubierto en agosto, y el “Espíritu de la rosa”, un diamante rosa-púrpura de 14,83 quilates que fue recientemente subastado por Sotheby’s con un piso de u$s 23 millones.
La exhibición permanente Tesoros de Saja, en Yakutsk, es el mejor lugar para sumergirse en este fascinante mundo de color, claridad, corte y quilates. Se los ve en collares, anillos y gargantillas diseñados por distintos orfebres. La muestra también incluye increíbles tallas de marfil, hechas en colmillos completos de mamut de más de un metro de largo, y pesados pectorales de plata.
Salgo de la muestra y por la Avenida Lenin paso joyería tras joyería, todas publicitando sus diamantes. Viene entonces a mi memoria la leyenda preferida de los yakutios.
Dicen que en la semana de la Creación, Dios volaba atareado por el mundo. Al pasar por Yakutia sus manos, llenas de tesoros, se congelaron por el frío extremo. No pudo mantenerlas cerradas. Las abrió y sobre el territorio llovieron recursos naturales: oro, agua pura y, por supuesto, diamantes.