Tiene la colección de fotografía médica más importante del país. Fue un reconocido radiólogo. Se levantó 35 años a las 5.30 de la mañana, pero eso no impidió que diera rienda suelta a su gusto por la música y la fotografía antigua. A los 84 años, sueña con convertir su acervo en parte de un centro cultural.
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Nunca quiso ser coleccionista. Se había recibido de médico en 1960 y entró al servicio de Radiología del Hospital Rawson, donde trabajó 35 años. Su padre y su tío fueron médicos reconocidos: Guido y Héctor. A finales de los 60, o principios de los 70, ya no lo puede precisar bien –ya casado con Giselle Kreye, madre de sus tres hijos–, trabajaba como asistente del profesor Manuel Malenchini, que un día lo mandó a casa de un fotógrafo a buscar unas diapositivas para una clase.
Allá fue el joven César, hacia la casa de la calle Melo, donde el fotógrafo le dijo: “Ayudame a dejar en la vereda estos cajones que pesan mucho”. Gotta preguntó qué eran. Y el señor le dijo: “Son fotos, si querés, llevátelas”. Las subió a su auto: eran muchísimas, y muy pesadas. Su mujer casi lo mata cuando lo vio llegar con esos trastos. Ya bastante tenía con la colección de discos de pasta que contaba, por entonces, con un tamaño considerable, y hoy llega a más de 10.000.
Los trastos resultaron ser negativos originales de la Sociedad Fotográfica Argentina de Aficionados. Un tesoro que estuvo a un tris de terminar en la basura. Imágenes de Buenos Aires, y del resto del país, de finales del siglo XIX y principios del XX. Retratos de Mitre, Roca, Yrigoyen. Y si bien esa fue la piedra fundamental de la colección, tampoco arrancó allí.
Gotta recortaba revistas viejas, compraba alguna foto en una feria de pulgas, y le gustaba colarlas en sus clases, entre húmeros y fémures, para despabilar a los alumnos somnolientos. “Les aparecía de la nada una imagen del viejo muelle de Buenos Aires, o una mujer semidesnuda en blanco y negro”, ríe.
Hasta que un día, muchos años después, hacia 1990, por sus relaciones –radiología mediante– con AGFA, la gerente de la división Rayos, Teresa Otero, lo invitó a hacer una muestra con 78 de sus fotos antiguas. Ante su sorpresa, y aunque no sabía quiénes eran Boote, Christiano Junior, Ayerza, o ninguno de los demás fotógrafos encumbrados de los orígenes de la actividad, la exposición fue un éxito. “Después, con la lista de invitados del casamiento de mi hija, que se había casado hacía poco, aproveché y, ya más canchero, hice como una segunda vuelta”, evoca. “A los pocos días, me llama Abel Alexander (N de la R: especialista en historia de la fotografía, ex asesor de la Fototeca Benito Panunzi de la Biblioteca Nacional), que había estado en la muestra. Y yo no sabía quién era… Me habló, y me hizo hacer una muestra en el Fotoclub Buenos Aires, me hizo una nota, y a partir de ahí me empezó a ofrecer álbumes y asesorar en la compra de fotografías”.
Ya viudo, Gotta fue armando su colección. Repatrió desde Europa un importante álbum de Benito Panunzi, y empezó a utilizar sus viajes a congresos médicos para visitar anticuarios. De todas formas, reconoce que buena parte de su colección, sobre todo de fotografía médica y discos, es producto de donaciones de conocidos y colegas que se las regalaban cuando moría un pariente. “Vos no tirés nada”, solía decir él.
Así es como forman parte de su acervo una fotografía del Che Guevara como estudiante de medicina, las imágenes de todos los bailes del Internado que se llevaron a cabo mientras estuvieron permitidos –entre 1914 y 1924– o fotos del Hospital Argentino en París, que nuestro país montó para ayudar con motivo de la Primera Guerra Mundial, una historia que se había perdido en el olvido, y que Gotta, con su pasión, logró recuperar.
A raíz de ese hallazgo, dio una conferencia en París sobre el tema, a la que siguió la edición de un libro. Con Alfredo Buzzi realizó también cuatro volúmenes de Recuerdos fotográficos de nuestra medicina que cuentan con valiosas imágenes de profesionales y hospitales de Buenos Aires.
Antes, en 2013, publicó El caserón de Rosas a raíz de la adquisición del Álbum de Vistas de la Escuela Naval de 1898 del fotógrafo español Bernardo González, del que se conocen sólo cuatro ejemplares. Uno es el de Gotta, y gracias a él podemos saber más sobre la casa de Juan Manuel de Rosas en Palermo, y este importante período de la historia nacional, pues allí funcionó la Escuela Naval hasta que el edificio fue demolido, en 1899.
Por cuestiones muy parecidas al azar, ha conseguido el antiquísimo álbum de Gonnet en Mendoza, los dos álbumes de Bradley sobre la construcción de La Plata (1884), entre tantos otros que atesora, y suman cerca de cien. Hace unos diez años, a causa de la radiodermitis que tiene en los dedos –lesión típica de su actividad, por la acción de los rayos sobre las manos– se retiró de la profesión. En la actualidad, pasa la mayor parte del tiempo en su quinta del barrio CUBA de Villa de Mayo e investiga sobre dos médicos conocidos, Enrique y Ricardo Finochietto, con miras a una nueva publicación.
En esa casa está buena parte de los discos. Levanta la vista y reflexiona: le gustaría que formaran parte de un centro cultural, de manera que todos esos acordes pudieran volver a sonar, a escucharse y consultarse. Lo mismo con las fotos, que están en Buenos Aires, en la parte “activa” de su departamento. La otra mitad, la que no tiene fotos, ya ni la usa. En algún lugar, entre bibliotecas y placares, andan también los vidrios aquellos. El origen fortuito de una gran colección.
Consultas: gottacesar36@gmail.com