Camino de Santiago: diario de una peregrina por el corazón de Galicia
La aventura del Camino de Santiago comienza mucho antes de dar el primer paso. Arranca con la excitación de ponerse en marcha con los preparativos. El primero, estudiar los diferentes recorridos que, desde Francia, el Cantábrico, el sur de España o Portugal llegan hasta Santiago de Compostela.
Lo otro es entrenar al cuerpo para una caminata no menor a 25 kilómetros diarios, con alguna dificultad y con carga en la espalda. El recorrido Francés, que arranca en el pirineo navarro, es el más popular. Pero elegimos el Camino Inglés, que parte de El Ferrol, en Galicia. Por varias razones: porque es el menos frecuentado y por sensación de completitud. Es el único recorrido que se puede transitar entero en una semana -o menos- de marcha. Ese era el tiempo del que disponían mis compañeros de viaje. Las otras opciones exigían más días o arrancar desde un punto más cercano al final, en Santiago.
Por eso, la vía que los peregrinos ingleses -que huían de la persecución de Enrique VIII- hicieron popular en el siglo XVI es hoy recomendable para personas que quieran hacer una ruta completa de peregrino y sólo dispongan de una semana o menos.
Mezcla de arte, historia y leyenda, es una opción que tiene todo. Recorridos por la campiña gallega, con sus bosques de roble, helechos gigantescos, túneles de laurel y la magia de los amaneceres brumosos. A diferencia de otras vías, todo eso se recorre mayormente en soledad. Entre lo menos agradable figuran largos trechos por pavimento y cierta escasez de infraestructura.
Pero todo forma parte del Camino. Siguiendo las flechas amarillas, los mojones o el dibujo de las vieras -símbolo del peregrino- que indican la dirección y los kilómetros que faltan para llegar a la ciudad del apóstol. Una meta que, cuando das el primer paso, parece imposible.
Fueron seis etapas en cinco días para recorrer 120 kilómetros. Muchas veces por caminos rurales, pasando por la Galicia profunda, con poblados pequeños, caseríos desiertos y mujeres trabajando la tierra.
Día 1: El Ferrol-Fene (22 kilómetros)
Amaneció lluvioso, lamenté no haber llevado una capa. Todo era excitación. Buscamos en el puerto de Curuxeiras el monolito de piedra con la placa de cobre que marca el comienzo del Camino Inglés. Ya había comprado en la Oficina de Turismo mi pasaporte de peregrino (un euro) y le estamparon el primer sello. Seguirían 30 más, pero todavía no lo sabía.
El comienzo es lento y urbano: se recorre Ferrol y la ría de Vigo con sus fantásticas vistas. Se llega a Neda, apenas cruzar el río Xubia. Paramos en el bar La Flor de Mayo, donde nos dieron unos exquisitos sándwiches, bienvenidos para el hambre de los primeros 10 kilómetros. Comprendimos por qué ese municipio es famoso por su pan.
El recorrido hasta Fene revela huellas de los peregrinos ingleses: hay imágenes traídas por ellos, siglos atrás, en la iglesia de Santa María y en el cercano monasterio de San Martín de Xubia.
El paisaje se vuelve más rural. Pasamos por la antigua calle real de Neda, con las casas de piedra y su vereda de recova y las flechas que hacen los vecinos para que no nos perdamos en los trechos más largos.
Esa noche dormimos en Fene, en el hotel A Cepa (20 euros por persona la noche). Al día siguiente, Tino y Maruja, sus simpáticos dueños, nos despidieron con un desayuno pantagruélico. Algo que se repetirá invariablemente a lo largo del Camino.
DÍA 2: Fene-Pontedeume-Miño (21 kilómetros)
Momentos fantásticos de caminata entre bosques por donde la luz se filtra apenas para iluminar helechos enormes. La llegada a Pontedeume, una preciosa ciudad, pequeña y de origen medieval, está entre lo mejor de la jornada. El puente romano sobre el río Eume, la torre y la vieja cárcel en el casco antiguo ofrecen paisajes inolvidables a los que se accede luego de bajar por la temida Travesía Do Infermiño. El tramo tiene mala fama pero no es para tanto.
Ya allí comprendí el beneficio de la ayuda y compré dos bastones de marcha de aluminio (siete euros cada uno). Fueron los grandes aliados de las rodillas.
Al empezar el día, a la salida de Fene, dejamos atrás uno de los cruceros más antiguos de Galicia. Los cruceros son esos bonitos postes de piedra rematados en cruz, que antiguamente señalaban el Camino.
Cada ruta tiene un punto oficial de arranque y suele estar bien señalizada, aunque no faltan los momentos de duda. En ese caso, además de los clásicos mojones con vieira, hay que buscar siempre las flechas amarillas.
Sobre los mojones se suelen ver piedras. Simbolizan a las personas que no pudieron caminar. La tradición es tomar una piedra y llevarla de trecho en trecho, en homenaje a quien no pudo hacerlo.
Sorprende la amabilidad de las personas. En uno de los tantos caseríos que pasamos, una campesina, entrada en años y que caminaba con dificultad, nos regaló un bastón de madera. Bien pulido, nos acompañó todo el Camino. Gestos como ese se repiten. Otras personas dejan botellas de agua en una heladera de telgopor y una lata, para que quien tome una deposite la moneda. Pura confianza y amabilidad.
Hicimos noche en Hostal Cruceiro, en Pontedeume. 25 euros por persona. Un modo de abaratar costos es dormir en albergues de peregrino. La noche cuesta entre 6 y 8 euros en cucheta de habitación y baños compartidos. Son establecimientos limpios y equipados con lavadoras de ropa. Eso sí: resulta clave arrancar temprano para llegar también temprano a la próxima etapa y no quedarse afuera ya que estos albergues no aceptan reservas y se llenan a medida que va cayendo la gente.
DÍA 3: Miño-Betanzos-Presedo-Abegondo (20 km)
Hay que tener cuidado. Con tramos muy solitarios, no abundan los bares en la ruta. Conviene llevar alimento y agua -mucha- en la mochila. Las rodillas se ponen a prueba en varias subidas. Por momentos, la ruta se adentra en campo profundo. Se verán campesinas con azadas trabajando la tierra.
Hacia Betanzos, bordeando la ría, el camino pasa por una vieja hacienda con muro de piedra. Protegido por una cerca, está uno de los árboles más grandes y añosos de todo el Camino Inglés. Un monumento. Su tronco es de tal volumen que las cinco amigas que hicimos ese tramo, juntas y tomadas de la mano, no llegamos a darle la vuelta.
En el texto no se escucha el ruido de los pájaros, ni del viento, ni de las hojas. Ni el silencio sobrecogedor en la vieja y pequeña iglesia románica de San Martin de Tiobre, ya en Betanzos. La misma que ven los peregrinos desde el siglo XII. Su cura es el mismo que encontramos kilómetros más adelante, en la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, o nuestra Señora del Camino, del siglo XVI. Una construcción curiosa: el piso está tan en pendiente como el cerro sobre el que está encaramada. Un desafío para el equilibrio.
El casco antiguo de Betanzos, cruzando el río Mondeo, vale una visita. De allí hasta Abegondo la ruta se pone más pesada. Hay tramos en los que se avanza por puro pavimento, al costado de rutas muy angostas y a veces sin banquina.
Repusimos fuerzas en el Mesón Museo Camino de Santiago, que está -literalmente- en el medio de la nada. Un sitio que sorprende con pinturas y dibujos sobre la imagen de los gallegos de la Edad Media. La noche fue en la Casa Grande Do Soxal, en Cesuras. 30 euros la noche en una auténtica y reciclada casa de piedra. Inolvidable.
DÍA 4: Abegondo-Sigueiro - Cabeza de Lobo (24kilómetros)
Lo más importante de esta etapa está en Hospital de Bruma, aldea de apenas un centenar de personas pero punto neurálgico del Camino Inglés: aquí convergen y unifican sus dos variantes, la que viene desde La Coruña y la que, como nosotros, arrancó más lejos, en Ferrol.Aquí funcionó el principal hospital de peregrinos de la ruta. La primera mención de su existencia data del siglo XII, como sitio de resguardo contra los muchos asaltantes que había por entonces. También la crónica dice que el emperador Carlos V hizo noche aquí en su camino a La Coruña. Hoy es sede de un albergue de peregrinos.
Solitaria y cansadora por momentos, la ruta ofrece paisajes de un cuadro de Van Gogh, con el verde intenso de sus plantaciones contra el cielo infinitamente celeste. Un regalo es Casa Avelina, un refugio en Carral, atendido por dos hermanas que no descansan ni el 25 de diciembre. "Si no, ¿quién le da de comer a los peregrinos?", dicen. El local, impecable, tiene fotos de viajeros de todo el mundo.
La noche fue en casa rural A Costa Da Egoa, con Rocío y Xuxo como excelentes anfitriones. Generosos con el vino y sus croquetas.
DÍA 5: Cabeza de Lobo-Lavacolla (15 kilómetros)
La senda se vuelve herbosa. Hay tramos con túneles de laureles. Se pasa por viejos lavaderos que se nutren de agua de rio y por la iglesia de Santo Tomé de Villacoba. La llegada a Lavacolla honra la tradición de los caminantes: dicen que el nombre del paraje evoca el baño y adecentamiento de los peregrinos en su última escala antes de llegar al templo del apóstol. Hay unas cuantas trepadas que pesan con el cansancio acumulado.
La noche fue en Pazo San Xordo, una casa señorial gallega reciclada como alojamiento que ofrece una experiencia extraordinaria. Nadie fue capaz de contar su historia, tal vez, el secreto mejor guardado del Camino. Con la suerte de una noche estrellada, es buen tema para especular en su añoso patio de adoquines, desde donde se escucha el agua del arroyo entre el perfume de las flores nocturnas. 30 euros la noche.
DÍA 6: Lavacolla- Santiago (18 kilómetros)
El camino sería incompleto sin una última etapa con llegada a la Plaza del Obradoiro, el sitio donde convergen todas las rutas que llegan a Santiago de Compostela. El motivo del viaje.
Uno de los últimos tramos arbolados discurre paralelo a la ruta, por un sendero boscoso. De a poco, lo urbano gana terreno a lo rural. Otro monolito, de los más fotografiados, dice que faltan 10 kilómetros. Luego la cuenta entra en un dígito y al rato no falta casi nada. Se sube al llamado Monte de Gozo y desde allí, en los bordes de la ciudad, se ven por primera vez las torres de la Catedral. Quedan los últimos minutos y la emoción es enorme.
Esta es una experiencia auditiva. Se pisan las callejuelas de Santiago con música de fondo: su casco medieval está repleto de artistas que ofrecen su talento a la gorra. Luego el ruido es otro: el de los gritos de euforia de quienes llegan al pie de la catedral. Es un momento de fuerte emoción. Pasamos bajo el Arco del Peregrino y entramos. Por fin, allí está, frente a nosotros, enorme y cargada con las muestras de fe que le dejaron peregrinos siglo tras siglo. Un momento sobrecogedor y cada uno sabe por qué.
Una leyenda escrita en el piso, dice que el Camino es la libertad. Puede ser.
Para tener en cuenta...
El Pasaporte del Peregrino es una libreta con varias páginas que, con sellos, atestigua el paso por los puntos en la ruta. Dos marcas por día suelen ser suficientes y pueden expedirlas bares, hoteles, confiterías, kioscos y oficinas de turismo. No es necesario siquiera consumir. La amabilidad es norma y la disposición a sellar, también.
Con los días el pasaporte se va llenado de sellos. Se puede guardar como recuerdo o hacerlo valer en la Oficina del Peregrino para obtener la Compostela, un texto en latín que, a modo de pergamino, da fe del recorrido, siempre y cuando el viaje haya tenido entre sus motivos uno religioso, en sentido amplio. Devotionis affectu, voti vel pietatis causa (por devoción, por un voto o por piedad).
Para la Compostela hay que probar que se hicieron por lo menos 100 kilómetros a pie -o 200 en bicicleta- por cualquiera de las rutas.
El pasaporte se obtiene en las Oficinas de Turismo del Camino. También, antes de llegar a España, a través de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago en la Argentina, cuya página en Facebook es altamente recomendable.
Equipaje. Que la mochila no exceda los 12 kilos, algo que enseña a vivir con lo justo. Hay servicios para trasladarla si no se quiere cargar con el peso. En este caso, alquilamos un auto, que quedó rotativamente a cargo de un integrante del grupo.
Preparación. El camino es accesible, por precio y por estado físico. Puede completarse sin entrenamiento previo, aunque ayuda tenerlo.
Cuidado. Se ven personas con pies y rodillas destrozadas. Se aconseja untar los pies con vaselina cada día, antes de empezar. Vendar los puntos de roce con cinta transpirable, usar medias sin costura y pomadas anti rozamiento. Jamás estrenar zapatillas sino usar calzado bien cómodo. Los problemas con los pies son la principal causa de abandono del camino.
Bastones. Para las rodillas, son un gran alivio. Etapa tras etapa, esos cuidados se extreman.
Julio y agosto. Meses de mucho tránsito, sobre todo en el Camino Francés.