Caminar sobre Marte, pero en la Tierra, es posible: el mejor lugar para ver volcanes, estrellas y flamencos
En 200 kilómetros a la redonda de San Pedro de Atacama, en la región de Antofagasta, los paisajes son tan peculiares que es la zona que recibe más visitantes de Chile
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Experimentar una caminata sobre el suelo de Marte, ver un desierto florido, pararse cerca de la lava volcánica con erupciones de agua hirviendo y enormes columnas de vapor que ascienden varios metros, observar flamencos, descubrir las estrellas en detalle con telescopios, y contemplar volcanes nevados en contraste con lagunas de color turquesa. Todo esto es posible cerca de un pequeño pueblo en la región de Antofagasta, en el norte de Chile.
San Pedro de Atacama tiene un aire a la localidad jujeña de Tilcara. Sin embargo, del lado chileno y a los pies de la Cordillera de los Andes, el turismo en contacto con la naturaleza atrae cada año a turistas de todo el mundo por sus paisajes peculiares. Es la zona de Chile con más caudal de visitantes, inclusive por encima del sur, que es muy concurrido.
A San Pedro de Atacama lo más conveniente es llegar a través del aeropuerto de Calama (hay vuelos directos desde Santiago de Chile). Para dormir, la oferta es variada. Hay desde hoteles de lujo hasta hostels. Para recorrer las atracciones del lugar lo mejor es reservar tours grupales con guías experimentados que además tienen la muñeca necesaria para manejar las vans por caminos que atraviesan la cordillera, algunos en muy buen estado, pero otros de ripio. Y allá vamos, con Marcos Pizarro (55), nuestro guía, amable, sabio y tolerante: responde la misma pregunta a distintas personas con diferencia de pocos minutos. No le hará notar a su interlocutor que ya lo dijo hace un rato y que los descorteses fuimos nosotros al no escucharlo o no prestarle la debida atención.
Marcos arranca rumbo hacia la Laguna Chaxa el primer día bien temprano. Son las 7 de la mañana. Hay que aclimatarse a la altura. Hace una parada técnica en el Franchute, una panadería que, como su nombre lo indica, es de un francés. Carga varias baguettes y croissants. Y sube. Los tours van desde los 2500 a los 4300 metros de altura en un mismo día. “Tomen mucha agua, aunque sea en sorbos”, dice. Hidratarse es la clave para hacer frente al mal de altura. No hay hoja de coca que valga a más de 4000 metros de altura, aunque la gente en el lugar las mastica. Lo mejor es el agua porque cuando el cuerpo se queda sin oxígeno, dice, lo saca del líquido que tomamos. Por las dudas, Marcos lleva con él varias botellas para todos los que se suben a su camioneta y, dirá luego, tubos de oxígeno. Más vale prevenir que curar.
Laguna Chaxa es un espejo de agua artificial dentro del Salar de Atacama en la región de Antofagasta. Tiene un sendero que se hace paso entre rocas de sal solidificada por la evaporación del agua. Se llega a través de él a la laguna, de un azul profundo. Del otro lado, asoman la cabeza flamencos que se alimentan de microorganismos y el guía nos aclara: “No es común que haya en esta época del año. Deben estar acá para alimentarse, deben estar emigrando”. Los flamencos aparecen con más frecuencia entre septiembre y marzo. Chaxa está muy cerca del Parque Nacional los Flamencos, en el límite con la frontera argentina.
Una vez que termina el recorrido por Laguna Chaxa emprendemos camino hacia Piedras Rojas o Aguas Calientes Tres, enclavado en un salar en el altiplano. La van se detiene, Marcos baja y despliega una mesa con sillas para todos. Sirve el desayuno sobre el altiplano con una vista inmejorable: un volcán nevado, poca vegetación de color amarillo y verde y vicuñas que se mueven en manadas. Casi un sueño. Tostadas con palta, jugo, café, frutas. Saca todo de un pequeño espacio detrás de los asientos traseros. Nadie lo esperaba. Con un anafe calienta huevos revueltos. Tiene todo preparado. El sol y el cielo despejado completan el panorama para una mañana de cuento.
Seguimos camino y llegamos a Piedras Rojas. En esta parte del altiplano, con volcanes alrededor, la Cordillera de los Andes y la de Domeyko, la nieve, una laguna turquesa, la superficie es muy similar a la de Marte. Las piedras tomaron el color, al igual que en ese planeta, de la oxidación del hierro. Es por eso que la NASA prueba en esa zona a los robots que manda al Planeta Rojo.
Al regreso, desde un mirador al costado de la ruta, nos bajamos a observar la Laguna de Tuyajto. Al fondo se ve un volcán que lleva el mismo nombre. Es hora de buscar otro lugar en el altiplano para el almuerzo y volver al hotel.
A la noche habrá más. San Pedro de Atacama alberga en sus alrededores varios de los telescopios más grandes del mundo. En uno de ellos, los científicos descubrieron el año pasado mapear la materia oscura que si bien ocupa el 85% del universo es difícil de ver. La materia oscura es lo que evita que las galaxias desaparezcan. Su mapeo fue posible porque uno de los telescopios (allí tienen bases Estados Unidos, Europa, Canadá y la India) recibe ondas de radio del espacio y las transforma en imágenes.
Es por eso que Atacama es un lugar ideal para hacer un tour astronómico. Uno que propone mostrarnos las estrellas, contarnos su historia, desde cómo fueron identificadas por la mitología griega, los Incas, las comunidades indígenas hasta cómo las vemos hoy. Nos daremos cuenta que no sabemos mucho sobre nuestro cielo. El tour es conducido por Rodrigo, un escritor dedicado al astroturismo desde hace años. Bajo la noche de Atacama propone sentar a cada ronda de turistas en forma de rueda. Rodrigo va preguntando si logramos identificar algunas de las estrellas o constelaciones. A medida que recibe respuestas las marca con un puntero láser y nos hace notar que lo que vemos apenas es una parte del todo. “Esa estrella que vemos ahí es posible que ya no exista, no estamos seguros. Está a 17 mil años luz de distancia”, cuenta. Luego de contarnos las diferentes teorías que con los años los pueblos dieron a las constelaciones es la hora de observar las estrellas con diferentes telescopios. Hay que apurarse: la luna está saliendo y encandila la posibilidad de visualizar mejor varias de las cosas para las que fuimos hasta allí. Por la altura y la falta de contaminación visual es un lugar ideal para la observación astronómica.
“¿Ven esa nebulosa allá? Bueno, es una constelación de más de 17 millones de estrellas”, explica Rodrigo. Con el telescopio se pueden ver en detalle. También es posible divisar Betelgeuse, una de las estrellas más brillante y rojiza que se ve a simple vista. Luego viene el plato fuerte de la noche: la Luna desde la lente de un telescopio, con los cráteres y todos los escenarios que se ven en documentales, pero ahí, en vivo. El tour incluye fotos profesionales que quedarán como un lindo tesoro.
Al día siguiente, vamos a los Geyser de Tatio, unas formaciones geológicas que por la inusual cercanía con la lava volcánica, la presencia del silicato (un mineral) y agua que baja de la cordillera produce un fenómeno pocas veces visto y que se puede presenciar a metros: agua en ebullición que forma enormes columnas de vapor que se elevan hacia el cielo. Para poder verla, lo mejor, advierte Marcos, es buscar la hora más fría del día, un momento antes del amanecer. Una vez que salga el sol las columnas de vapor se seguirán viendo pero poco a poco desaparecerán. Caminar entre las piletas de agua hirviendo, con esas enormes columnas de vapor, parece ciencia ficción. Pero no lo es. Debajo de los Geysers hay formaciones que tienen 150 millones de años: una especie de estatuas, a la que los Likanantian (una comunidad indígena) bautizaron con el nombre de las tres marías. Son de sal y arcilla. La evaporación del agua las hizo crecer y formar figuras. “Todo esto que ven hoy en el suelo, en 150 millones de años serán como esas estatuas de allá”, cuenta Marcos.
¿Hay algo más alucinante que los Geyser de Tatio? Sí, claro. Pero tendremos que esperar unas horas para verlo. El Valle de la Luna, no el de San Juan, sino el de Antofagasta, es digno de ver. Bajo los rayos del sol del mediodía, caminamos hacia arriba para llegar hasta el pico de una montaña. De fondo se ve un volcán al que todos llamamos Toblerone, por la forma del logo del chocolate, pero que en realidad se denomina Licancabur y está entre Potosí, Bolivia, y Antofagasta, en Chile. Llega a los 5400 metros de altura. Hacia abajo, precipicio, y hacia adelante una vista panorámica que incluye la depresión del valle, con suelo “lunar” y formaciones rocosas de magnitud.
Después de 30 minutos de caminata volvemos a la camioneta rumbo al Valle de la Muerte. El lugar lleva el nombre, según una de las teorías más difundidas, porque en el extremo del valle había (todavía hay restos) un fuerte de la comunidad local a la que los diferentes colonizadores quisieron doblegar y no pudieron. En una de esas batallas, cuenta Marcos, colgaron a más de 200 personas del fuerte.
En el Valle de la Muerte hay atardeceres distintos todos los días. Los contrastes del sol en las montañas de la Cordillera producen una variedad de colores que se modifica a medida que el sol va bajando hasta desaparecer.
Será la merienda de lujo con ese atardecer lo que corone un viaje de ensueño, porque Marcos vuelve a sacar la mesa, las sillas, y una picada con fiambres, frutas, tostadas, y pisco, la bebida local, para brindar por el cierre de un viaje que vale la pena.
Para ir
Vuelos: por JetSmart a Santiago de Chile (desde Aeroparque) y de Santiago a Calama
Tours: por Atrápalo
Guía local: Marcos Pizzaro (+56 9 4491 5387)
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