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Una isla mínima, surcada por caminos que atraviesan sus sembradíos de caña de azúcar. Un lado atlántico apto para surf, y otro caribeño, turquesa y de arena blanca. Transporte público para ir en plan todo terreno, resorts all inclusive y mansiones. Todo cabe en la pequeña gran Barbados.
No hace falta ser Einstein para sacar cuál es el denominador común del Caribe. El mar. La otra cara de la misma moneda, un poco más elaborada, podría ser: el carácter insular de sus habitantes. Convengamos en que nacer en una isla configura bastante la existencia, y más si el agua tiene ese color maravilloso. Por más que no hablen todos el mismo idioma, ni se aúnen en una historia común, los caribeños comparten un estado celeste de ánimo, la sazón de las especies, la percusión del calipso, los orígenes africanos y la explotación de los ingenios, los sembradíos de caña de azúcar, el brindis con ron, y la extroversión que se asocia al buen clima. Los turistas asociamos el Caribe con la guayabera, pero en realidad nos equivocamos: el Caribe sonríe. Sonríe al sol y a la posibilidad de vivir en comunión con la naturaleza, manteniendo siempre buenas relaciones con el imperio (sea británico, francés, holandés, o el conquistador que haya merodeado por la zona) como para ir a estudiar, pasear y acceder al saber del Viejo Continente, que, por cierto, escasea en estos archipiélagos.
Hay cucos como los huracanes, sí, pero justo por Barbados no pasan. Barbados tiene esa, y algunas otras señas particulares. Las playas son todas, por ley, públicas. Es, después de Saint Maarten (la parte holandesa de St Martin) el país más densamente poblado del Caribe, y el número 15 del mundo. No hay que imaginarse Tokio en hora pico: ocurre que la isla es tan pequeña –34 km x 23 km– que los 284.000 habitantes arrojan una estadística elevada. El 92% de los habitantes son negros. El idioma oficial es el inglés –fue colonia británica hasta 1966–, pero informalmente se habla bajan –se pronuncia beiyan–, una mezcla de inglés con vocablos africanos del tiempo de la esclavitud. De hecho, bajan se utiliza muchas veces como sinónimo de barbadense. Hay cocina bajan, tradiciones bajan, apellidos bajan. Y hasta una cadena de comida rápida, Chefette, que logró desbancar a McDonald’s en los 90, pero tuvo que aceptar la competencia de KFC: el pollo lidera la preferencia de los locales. Otros platos típicos son el maccaroni pie, los fish cakes, y el cou cou (una especie de polenta) de breadfruit, una fruta que se comporta casi igual que una batata, y se utiliza también en puré, frita, en sopa, y hasta en harina.
La red de transporte público también es una particularidad considerable. A los típicos buses grandes que pasan cada media hora se suma los ZR (con esas letras empiezan sus patentes), pequeños colectivos particulares sin horario establecido, ni aire acondicionado, pero con muy buena voluntad. Paran en todos lados y van a las playas más frecuentadas, la feria de pescados de Oistins los viernes y sábados por la noche, el shopping de Limegrove o el centro de Bridgetown. El viaje cuesta dos dólares barbardenses (equivalente a uno americano) y a cualquiera se le puede preguntar cuál tomar: la gente es amable y encantada de que los turistas, su mayor fuente de ingresos, visiten la isla.
Explorar la isla
Las playas soñadas por las que uno llega están en el oeste y el sur de la isla. Entre Bridgetown y Speightstown se detectan las arenas blancas y el mar turquesa, los mejores resorts, unos pocos pero muy atractivos all inclusive, y el boardwalk para caminar hasta cansarse de esa belleza tan a tiro.
En Holetown, a mitad de camino, es bueno hacer un alto para recorrer el complejo de pequeñas chattel houses, las casitas prefabricadas de madera que se trasladaban junto con los operarios jerárquicos de la zafra azucarera. Estas, pintadas de celeste, rosa y amarillo pastel, son la versión fashion de las originales, y resultan un grato paseo. Holetown es una excelente opción para quienes estén sin auto: tiene supermercado, negocios, y playas espléndidas a una distancia apta para ser cubierta a pie.
Para andar por el litoral atlántico, el más salvaje y conocido por sus grandes piedras e inmensas olas que convocan a campeones de surf del mundo entero, lo mejor es ir en taxi, excursión, o alquilar un auto. Hay que conducir por la izquierda y con el volante a la derecha, lo cual supone un desafío, pero con la ventaja de que todos los autos rentados vienen con la H en la patente de "hired" y esa simple letra suele prevenir a los locales cuando ven un auto venir de contramano, confundido por la falta de hábito. Ah, turista, dicen. Bajan la velocidad, hacen luces y esperan a que la maniobra sea corregida.
El interior de la isla está surcado por 1.600 km de carreteras asfaltadas. Una impresionante red basada en el trazado de antiquísimos caminos (angostos y llenos de curvas). Al merodear tierra adentro, es posible entender el sistema de parroquias en el que aún hoy está dividida Barbados. Copia fiel del sistema de la Iglesia de Inglaterra, cada una tenía su templo de piedra –la mayoría aún en pie–, y si bien hoy ya no son el centro de la autoridad local, la división política sigue conservándose, de modo que la isla se divide en once parroquias. En la de St. Andrew, al norte, camino a los baños de Bathsheba, está el Morgan Lewis Mill, el único molino entero y en pie de los 500 que tuvo la isla. La del ron y la caña de azúcar siguen siendo industrias importantes –Mount Gay, fundada en 1703 es la marca de ron más antigua del mundo–, pero muchas destilerías cerraron y los molinos se han desmoronado en su mayoría.
Ante semejante panorama vial, va sin decir que el GPS es indispensable. Sin embargo, siguiendo carteles se puede llegar al Hunte’s Garden. Anthony Hunte, su creador, los mandó a poner por toda la isla cuando consideró que su jardín ya era digno de ser visitado. Con 75 incansables años, Anthony emprendió la aventura en 1990 y abrió al público recién en 2007, cuando los 10 acres de palmeras, rosas de porcelana, heliconias, bromelias y otras increíbles flores ya convocaban aves, mariposas, monos… y turistas de todo el mundo. Sentarse en su galería a compartir historias sobre sus plantas –su vida– mientras se saborea el delicioso rum punch que elabora él mismo, garantiza una tarde deliciosa.
Explorar las cuevas
En el centro mismo de Barbados, la Harrison Cave propone otra excursión increíble. Si uno no ha tenido contacto con la espeleología, esta cueva será un excelente debut. Para los que ya tengan experiencia, la posibilidad de visitar estas amplias galerías en carrito será algo especial. Tiene algo del tren fantasma como en el viejo Italpark, pero con la maravillosa salvedad de que este fenómeno de oscuridad, aguas infiltradas, figuras como candelabros, cascadas y demás sorpresas son pura obra de la naturaleza.
La existencia de la cueva era conocida desde el siglo XVIII –Harrison era el propietario original de la tierra–, pero hubo que esperar hasta 1974, a que el ingeniero danés Ole Sorensen, pudiera mapear la cueva junto a los barbadenses Tony Mason y Allison Thornhill, para que se diera a conocer al mundo. Se cavaron túneles y se trazó el recorrido de los carritos. La cueva abrió oficialmente en 1981. Su caverna más grande, conocida como Great Hall, tiene 15 metros de alto. Harrison’s Cave está considerada una cueva activa, ya que todo el tiempo circula agua que forman piletas cristalinas, y sus estalactitas y estalagmitas crecen a razón del espesor de una hoja de papel por año, lo cual ¡es muchísimo en términos geológicos!
Explorar los mares
Subirse a un submarino, por más ventanas y vista panorámica que prometa, siempre da un poco de cuiqui. Primero hay que navegar mar adentro hasta donde se encuentra, y tragar saliva cuando le muestran la máscara ideada para una eventual descomprensión. Glup. No hay nada que temer. El Atlantis realiza siete inmersiones por día desde hace más de 30 años. Y nunca hubo que usarlas. No va a fallar justo ahora. Con capacidad para 48 personas, la propuesta es sumergirse unos 42 metros y disfrutar durante 45 minutos del encuentro con toda la fauna marina del Caribe, con la recompensa de un gran barco hundido en 1971 como frutilla del postre. Por su cubierta oxidada entran y salen las barracudas, los pargos y demás peces de colores que se aproximan a las ventanillas con curiosidad. Construido en Vancouver, el Atlantis cuenta con aire acondicionado, y admite todo tipo de pasajeros (que midan más de 90 centímetros). La cara de los chicos al ver una tortuga o un pez de gran porte es impagable. Además de que es mucho más fácil para ellos que hacer snorkeling o buceo, en el submarino pueden moverse libremente, pasar de una ventanilla a la otra, y observar de cerca al capitán.
Explorar The Crane
Al sureste de la isla, queda lo mejor para el final. The Crane es uno de los hoteles más antiguos y sofisticados de Barbados. Y la combinación de ambos aspectos, conjugados con el increíble emplazamiento del lugar, le sienta de maravillas. En 1886, el ingeniero Donald Simpson compró la mansión conocida como Marine Villa y la amplió, concibiéndola como hotel. Estaba entusiasmado por la llegada del ferrocarril desde Bridgetown hasta St. Philip, y construyó cuatro habitaciones, que llegaron a ser 18 para mediados de los años 50. En 1988, el hotel fue adquirido por el canadiense Paul Doyle, que comenzó una nueva y lujosa etapa. A las 270 habitaciones actuales –que cuentan con 128 piscinas, de las cuales sólo seis pertenecen a áreas públicas del hotel (¡el resto son piscinas individuales de villas y beach houses!)– sumó la idea de las residencias.
Las 18 habitaciones históricas –sin aire acondicionado, por ejemplo– aún mantienen sus habitués, pero está claro que los huéspedes de The Crane abonan mayormente otro estilo. A esta altura ya no hay dudas. Así, para todos los gustos, es Barbados.
De la mansión multimillonaria de Rihanna –la barbadense más famosa del mundo– a su modesta casita natal en un barrio periférico de Bridgetown, la vida de la joven cantante se antoja un reflejo de las mil posibilidades de la isla.
La famosa cantante es la embajadora natural de la isla. Sin embargo, no hay en Bridgetown ni un solo grafiti que la represente. Recién en 2017 las autoridades locales le dieron el nombre de Rihanna Drive a la calle donde ella nació, pusieron un cartel en la esquina y pintaron una placa con su nombre en la modesta casa en la que nació. Nadie de la familia habita ya allí: la joven compró en 2013 una mansión en la lujosa propiedad One Sandy Lane en St James, por la que habría pagado u$s 22 millones.
Con olas o sin ellas, de playas urbanas o salvajes, en hoteles simples o muy lujosos, caben mil Barbados en una sola.
Crop Over
Es la mayor fiesta local y se celebra durante seis semanas –desde la última de junio hasta la primera de agosto– para conmemorar el final de la cosecha de la caña de azúcar. Se trata de una tradición del siglo XVII, que había llegado a perderse a comienzos del siglo XX, pero fue recuperada en 1974. Desde entonces ha crecido significativamente: la agenda de actividades es intensa, y viajan de varias islas vecinas para participar, por lo que conviene reservar con anticipación. Hay desfiles y música al ritmo del calypso en continuado, y al rayo del sol, a lo largo de las calles hacia Brandons Beach, sobre la Spring Garden Highway. El momento culminante ocurre con el Grand Kadooment, el primer lunes de agosto que, además, es feriado en Barbados.
Si pensás viajar...
La temperatura es prácticamente constante todo el año. La máxima es 31 en julio y 29 en enero. Enero y febrero es temporada alta.
Dónde dormir
Ocean Two. Ubicado en la playa de Dover, muy cerca de St Lawrence Gap, este cómodo ofrece departamentos con cocina muy bien equipada, y suites de una y dos habitaciones. Decoración contemporánea y vista al mar. Desde u$s 212 la doble en baja temporada con desayuno (por estadías de al menos tres noches).
Sea Breeze. Christ Church. Un all inclusive de dimensiones acotadas, ideal para quienes prefieren el ambiente más discreto de un hotel. Cuenta con 122 habitaciones, tres piscinas y seis opciones de restaurantes. Desde u$s 440 la doble (caben hasta tres adultos, o dos adultos y dos menores por habitación) con todas las comidas, bebidas de la casa, kids club y deportes acuáticos no motorizados).
The Crane. St Phillip. Cuenta con seis piscinas al aire libre, cinco restaurantes (L’Azure es uno de los más reputados de Barbados y con espléndida vista sobre la playa), dos bares, spa, tienda para compras diarias, Serenity Spa y Kids Club de 4 a 12 años. Son más de 270 habitaciones, de dimensiones amplias. Desde u$s 202 la doble con vista jardín.
Dónde comer
Barbados tiene muchos y muy buenos restaurantes. Hay de cocina caribeña (Champers, The Tides, Cin Cin, Primo o Bajan Blue; mediterránea (Tapas, Daphne’s, The Fish Pot); japonesa (Nishi); ecléctica (The Lone Star, The Cliff, Fusion Rooftop) y bistrós como Juma’s o Castaways. La gran inauguración de diciembre 2017 fue Hugo’s, y su muy recomendada cocina caribeña en Speighstown.
Paseos y excursiones
Island Safari. Recorridos de la isla en 4x4. Hay una versión que combina camioneta y snorkeling. Sale sólo los sábados, demora seis horas (u$s 142). También está el Adventure Safari, que es terrestre y sale todos los días (u$s 98). El primero recorre ambas costas (Caribe y Atlántica), mientras que el segundo se concentra sólo en la parte este (Atlántica).
Compras
Barbados es tax free y cuenta con varios free shops. El más conocido es Cave Shepherd, pero hay otros. Si se compra alcohol o cigarrillos, por regulaciones locales, estos serán enviados directamente al aeropuerto. Los demás ítems (perfumes, cosméticos, ropa) pueden ser llevados por el turista en el momento de la compra.
The Green Monkey. Es una de las únicas dos casas que elaboran chocolate en Barbados. Esta abrió en 2016 y tiene sólo dos sucursales: en Christ Church y en Limegrove, donde tiene un pequeño café. Su especialidad son los macarons y las trufas al rum.
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