Es, ante todo, una ilusión. Un efecto esquivo, que depende de cuestiones atmosféricas y climáticas, que tanto puede hacerse presente una noche cualquiera como esquivar los cielos durante varias semanas. La aurora boreal es un espectáculo único, que se produce con fuerza únicamente en el Polo Norte y que tiñe el firmamento de colores danzantes -verdes, lilas, rosas, naranjas- en algunas noches arbitrarias.
La excursión para ver este espectáculo de magia no se denomina "visita", sino "cacería". Es que aquí juega un rol clave la probabilidad. El viajero puede volver con la sensación de haber estado envuelto en un sueño o con la desilusión de no haber visto nada y la proporción de una y otra son equivalentes. Por lo tanto, hay que ajustar la puntería para darle caza. Uno de los mejores sitios para lanzarse a perseguir la aurora boreal es Tromso, en el norte de Noruega. Para llegar a Tromso, hay que tomar cualquier vuelo a Europa (recomendados Lufthansa hasta Frankfurt o KLM hasta Ámsterdam y desde ahí conectar con Oslo). La frecuencia es diaria. Luego, hay vuelos frecuentes entre Oslo y Tromso. Es una ciudad pequeña, completamente cubierta de blanco, enclavada en una isla, conocida por haber ayudado a viajeros de todas las épocas: se la reconoce como el punto de partida histórico de conexión para los expedicionarios al Polo Norte, para los balleneros que salían a buscar sus presas al Ártico y para los pioneros que partían rumbo a Islandia y Groenlandia hace un par de siglos. A tal punto Tromso es una buena elección que desde la propia ciudad, en los días extremadamente claros, se pueden ver algunos esbozos de la aurora.
Entre diciembre y abril (es decir, en el invierno de una de las zonas más frías del planeta) las probabilidades mejoran. Enero y febrero son los mejores momentos. Si uno ya está embarcado en la aventura, deberá salir a buscarla entre las ocho de la noche y las dos de la madrugada y, de acuerdo a la presencia o no de nubes, dirigirse hacia la costa o en dirección a las montañas. Explore the Arctic está liderada por locales especialistas en el fenómeno. Si uno marcha por su cuenta, puede evaluar el pronóstico de auroras boreales en norway-lights.com.
Otro punto clave es no pasar una sola noche en Tromso: es mejor reservarse cuatro o cinco, de forma tal que si la aurora está tímida en un momento, el viajero tenga más opciones para acertarle. No es un problema: Tromso es amigable, pasear por sus efímeras calles (de punta a punta se recorre en 20 minutos a pie), sentarse en sus siempre atiborrados cafés o pararse frente al muelle para ver la actividad de los pesqueros son situaciones que detienen el reloj. Es posible quedarse horas detenidos en esas tareas con la sensación de que apenas pasaron minutos.
Dime con quién andas
La elección del guía puede resultar fundamental. Es posible alquilar un auto y hacer la apuesta por uno mismo y existen tours económicos en los que 50 pasajeros se suben a un súper micro, van a un lugar predeterminado y, si tienen suerte, la ven. En el medio, la opción más recomendable: viajes de grupos pequeños, con guías locales altamente especializados, capaces de detectar, con sólo mirar en dirección a las estrellas, hacia dónde deben dirigir el vehículo.
Todo el tiempo desde que uno se sube al vehículo para partir hacia la cacería (alrededor de las seis y media de la tarde, en una tierra en que la noche lleva al menos cuatro horas de permanencia para ese momento) hasta que regresa al hotel queda enmarcado en un halo de irrealidad. El vehículo atravesando campos nevados en dirección a ninguna parte, alejándose de las rutas principales (cualquier luz urbana puede interferir en la visibilidad de la aurora), la ansiedad de mirar al cielo a la hora señalada para ver qué es lo que sucede a 15 grados bajo cero, ese mismo cielo al que se le ven absolutamente todas las estrellas, al punto que muchas de ellas parecen motas de polvo, el armado de una fogata en medio de esa nada para morigerar los efectos del crudísimo clima y, finalmente, la aparición de la protagonista de la noche. Primero, como sutiles haces de luz verde. Luego, una verdadera danza lumínica. Una vez más, el reloj se detiene. El frío desaparece de golpe. La aurora boreal lo envuelve todo. Todos se desesperan para desenfundar sus cámaras y tratar de capturar algo que, a priori, se ve imposible de reflejar en una pantalla.
Sin embargo, una vez en el hotel, seguramente al amparo de un chocolate caliente o cualquier otra cosa que permita recuperar la temperatura corporal y dar vida a las entumecidas extremidades, las fotos jugarán un rol fundamental: serán la prueba fehaciente de que todo lo ocurrido inmediatamente antes no fue un sueño.