Limpia, ordenada, sin polución y con alta conciencia ecológica, la ciudad más importante de Nueva Zelanda combina en dosis justas vida urbana con playas, cascadas, volcanes y áreas protegidas
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AUCKLAND.– Nada más que 12 horas. Llegar del otro lado del mundo donde viven 16 horas en el futuro (y no sólo por la diferencia horaria) demanda lo mismo que un vuelo a Madrid. Pero entrar a Nueva Zelanda requiere exhaustivos controles. No porque busquen terroristas o posibles inmigrantes ilegales, sino porque le declararon la guerra a la contaminación, y la bioseguridad y la ecología son política de Estado. Es obligatorio declarar si se entra con comida así sea un caramelo o unas galletitas, y tildar Yes en el ítem sobre alimentos en el exhaustivo formulario de Migraciones.
"¿Qué trae de comida?", me pregunta el oficial de Aduana como si buscara sustancias prohibidas. Una botellita de agua y unas barritas de cereal declaradas a tiempo me evitan la costosa multa de 400 dólares neozelandeses (US$ 265) que cobran sin piedad para los que ponen que no traen comida y finalmente les encuentra algo..., como un alfajor olvidado en la cartera.
También piden ver las zapatillas de trekking y, si se tiene, equipo de montaña por si quedaron restos de pasto o tierra de otros países, y los limpian en caso de ser necesario.
Estos cuidados extremos con el medio ambiente también se ven en Auckland, la puerta de entrada y ciudad más importante (la capital es Wellington), con bajísimos niveles de polución y contaminación, de calles limpias y vida más que relajada y en el interior, buscado por sus paisajes impactantes y propicios para el turismo activo.
Todo es tan natural y ecológico que lo más usual en los restaurantes es pedir una jarra de agua de la canilla, ciento por ciento segura, que la traen de cortesía, en lugar de agua mineral embotellada, innecesaria y costosa.
A Nueva Zelanda no se viene a buscar historia ni a hacer compras ni a cazar tendencias. Es un Nuevo Mundo como América, pero aún más nuevo, uno de los últimos lugares donde se asentó el hombre. Según la historia, los polinesios, que dieron origen a la cultura maorí, llegaron en canoa entre los años 1250 y 1300. La tierra la bautizaron como Aotearoa, que en su lengua significa país de las largas nubes blancas. Otra expresión maorí que se podrá leer y escuchar a pesar del inglés oficial es kia ora, que según la pronunciación puede ser hola o gracias. Un acercamiento a las raíces.
El país es sinónimo de aventura, de paisajes despoblados, de viñedos, de campos con ovejas y de plantaciones de kiwi, fruta que curiosamente es originaria de China, pero se adaptó tan bien en este país que la adoptó como propia. El kiwi también es un ave tradicional y a los neozelandeses les gusta llamarse a sí mismos kiwis. Incluso al dólar neozelandés se lo llama informalmente kiwi. Toda una gran ensalada de kiwis.
Los neozelandeses son apenas cuatro millones y medio (un tercio está en Auckland) que viven en un país aislado, pero de primer mundo, que siempre da que hablar por los altos niveles de calidad de vida (el costo de vida también es alto), los triunfos de los All Blacks y el famoso haka, de tradición maorí.
Apenas un 15% de la población es de la etnia originaria del archipiélago, navegantes intrépidos que se aventuraron por el Pacífico, pero están muy presentes con su arte, bailes e idioma, sobre todo en la isla Norte, donde está Auckland.
El cruce diagonal
El centro de Auckland se recorre fácilmente. Hasta cruzar la calle es más sencillo que en cualquier otro lado. En las intersecciones de las grandes avenidas como Queens, doble mano, se ponen en rojo todos los semáforos y se puede cruzar de la manera recta tradicional o en diagonal. Este pedestrian scramble, como se lo llama, existe desde hace más de 50 años y da la sensación de un perfecto caos organizado, mucho menos transitado, claro, que el famoso cruce de Shibuya, en Tokio. Y más allá del tiempo que se ahorra y lo diferente que es cruzar a placer por el medio en clara revalorización del peatón sobre los autos, es una gran ayuda para evitar cometer siempre el mismo error y mirar inexorablemente para la mano donde no vienen los autos, porque como buena ex colonia inglesa se maneja por la izquierda.
Queens Street es la avenida principal, que desemboca en el puerto, un área renovada, con restaurantes de moda y tiendas de autor, y lugar de embarque para los ferries que van a las islas cercanas y de grandes cruceros que se ven a diario.
"¿Están listos para caminar?" Y sin esperar respuesta, la guía inglesa, que se enamoró de Nueva Zelanda en un viaje y nunca más se fue, empieza un recorrido a pie por el centro de la ciudad, con paradas estratégicas para degustar productos típicos, dulces y cerveza, y conocer sitios emblemáticos.
Por Queens hay de todo: grandes casas de ropa outdoor, hoteles, restaurantes, supermercados y almacenes con muchos productos orgánicos, como Scarecrow, donde venden directo de granjas de la zona. La recomendación es la miel de manuka, con alto poder antibacteriano, que era utilizada por los maoríes desde hace siglos y ahora es uno de los suvenires preferidos.
Para los que les gustan los dulces, vale la pena darse una vuelta por Giapo, la mejor heladería de la ciudad, de un italianísimo de Nápoles, donde siempre hay fila.
El principal atractivo urbano, sin duda, es la Sky Tower, el faro de Auckland, una torre de 328 metros que se destaca entre los edificios normales de la ciudad.
Desde el piso 60 se tiene una gran vista amplia de la bahía, las islas y los volcanes dormidos que la rodean. Los que se animan pueden saltar desde lo alto de la torre en una especie de bungy, pero sin río abajo, o caminar por la cornisa.
Alrededor de la torre, como buen imán, hay una gran oferta gastronómica. El paseo termina en Vultures’ Lane, un pub que a la hora del after office explota de gente, donde sólo sirven cervezas artesanales tiradas. Un buen final de tarde.
La playa y el bosque
Auckland está sobre una bahía, amplia y rodeada de islas y volcanes dormidos. Los yates, de a miles, descansan en el puerto. Dicen que hay un yate por cada cuatro habitantes del país. La tradición maorí de buenos navegantes y apasionados por el mar se mantiene intacta.
Desde el puerto se hacen paseos en barco y también se puede probar la aventura y hacer yachting en una embarcación que compitió en los America’s Cup... Si hay viento mucho más divertido.
Los paseos por los alrededores incluyen la cima del Mount Eden para una vista panorámica de la ciudad, exactamente opuesta a la que se ve desde la torre. La vida natural que tanto caracteriza al país se puede descubrir en el Parque Regional Waitakere Ranges, una de las 25 áreas protegidas sólo en la región de Auckland. Cuenta con cascadas, senderos para hacer trekking y otras actividades entre vegetación y fauna nativa, puntualmente aves. En Nueva Zelanda no hay mamíferos originarios (excepto el murciélago), todos fueron introducidos.
Y hasta tiene una playa, Piha Beach, de arena negra, una de las tantas cercanas a la ciudad, que está muy bien para descansar, tomar sol y surfear, otra pasión kiwi.
Entre las montañas de Queenstown reina la aventura
Dicen, sin exagerar, que si no se visita Queenstown, en el sur de la isla Sur, no se conoce Nueva Zelanda. A orillas del lago Wakatipu y rodeado por las sierras Remarkables, tiene un increíble parecido con los paisajes de Bariloche, que impresiona a los argentinos y deslumbra a los extranjeros. El lago como el Nahuel Huapi y el Lacar tiene su leyenda: los cuentos maoríes dicen que hay un gigante sumergido abajo y que está vivo, que se mueve. Esa es la explicación que le dan a las mareas, cada 26 minutos, habituales en el mar y que curiosamente se producen en el lago.
Se autoproclama capital de la aventura. Y hasta aquí llegan viajeros de todas partes del mundo para sentir la adrenalina en diferentes dosis. Muchos jóvenes mochila al hombro, y sobre todo chinos y japoneses, todos con uniforme de explorador reglamentario, aunque apenas se haga una navegación por el lago, y sombrero para cuidarse del sol, porque aquí la capa de ozono está muy lastimada.
Los que buscan emoción con mayúsculas van directo y sin pensarlo mucho a hacer bungy. Aquí nació este híbrido entre actividad de aventura y actividad de locura que consiste en saltar desde un puente hacia el vacío atado de los tobillos. El primer sitio, el originario, está sobre el río Kawarau y la altura del salto es de 43 metros.
Desde 1988 que comenzó a practicarse, se mantiene como una actividad segura, sin accidentes. Incluso cuentan que hasta una anciana de 91 años se animó a saltar al vacío, para ganarle una apuesta a su nieto. Ofrecen servicios para grabar, sacarse fotos y compartir de inmediato la aventura en las redes sociales.
Para los que les parece poco hay otras versiones más extremas, como el Nevis Bungy, donde se salta desde 134 metros.
Los paseos en jet boat también están en lo alto del ranking de las emociones fuertes. Durante una hora y en pequeñas lanchas para 10 personas navegan a toda velocidad por el lago, pasan cerca de acantilados, conectan con el río Kawarau y Shotover, chocan con el lecho del río y hacen giros de 360° en un circuito de 43 kilómetros.
Otra opción son los paseos para sentirse como un tiburón. Una pequeña embarcación para dos personas, más el conductor, navega a toda velocidad por el lago, se sumerge unos metros y salta otros tantos por el aire, como un tiburón.
Si nada de todo esto se adapta a los gustos contemplativos del visitante, es un pueblo encantador para caminar, salir en excursión a recorrer viñedos de la zona, navegar plácidamente en catamarán por el lago y para comer. Tiene buenos restaurantes, muchos étnicos, pero nadie deja de probar las hamburguesas de Fergburger, un pequeño local, en pleno centro, donde a la hora de la comida hay que esperar cerca de una hora para llevarse la codiciada hamburguesa, con papas y gaseosa. Esas famas inexplicables.
Otro lugar de visita obligado es la chocolatería y heladería Patagonia, en pleno centro, frente al embarque de los paseos, por supuesto atendida por argentinos. "Cuando llegamos hace 10 años nos asombró el parecido de nuestra Patagonia con el lugar, y también que no había chocolaterías y buenas heladerías", cuenta Alejandro Giménez. Ahora tienen cuatro sucursales por la zona y llegan a vender 2000 kilos de helado por día en plena temporada, y también producen dulce de leche y alfajores. Aquí sí, exquisito.
Datos útiles
Cómo llegar. Air New Zealand vuela tres veces por semana directo entre Buenos Aires y Auckland. Tarifas, desde US$ 1600. Como comparte código con Aerolíneas Argentinas se puede comprar los pasajes en AR y sumar millas Aerolíneas Plus.
Desde el aeropuerto, el servicio de Super Shuttle cobra US$ 23 por pasajero hasta el hotel.
Alojamiento. . City Life Auckland. Es un apart hotel en pleno centro. Cuesta US$ 265 por día para tres personas.
Cambio. Un dólar norteamericano equivale a 1,50 dólar neozelandés.
Gastronomía. En los últimos tiempos creció la oferta gastronómica en Auckland con muchos chefs que estudiaron en Londres . Ostro (52 Taylor Street), para comer con vista al puerto y buena música en el distrito Britomart.
The Grill (90 Federal Street) ofrece parrilla de excelente carne. Promedio de platos, US$ 25.
Paseos. Sky Tower. La entrada para subir al mirador cuesta US$ 19, menores 7,3. El Sky Walk, que consiste en caminar por la cornisa exterior, cuesta US$ 96 y el Sky Jump, que es un salto de bungy, pero más controlado y guiado, US$ 150. Abre todos los días, hasta las 22 (en verano).
Excursión de todo el día, por las playas y el parque Waitakere, con comida, por persona, US$ 146.www.bushandbeach.co.nz
Navegación. Paseo por la bahía con Harbour Sailing cuesta US$ 50 (menores 36) Dura una hora y media. Con cena, 80 dólares.
La navegación en un yacht America’s Cup, que dura dos horas, y donde se puede participar como tripulante cuesta US$ 112.
Queenstown. Está a una hora y media de avión, en la Patagonia neozelandesa. Actividades. Bungy, en el Kawarau Bridge cuesta US$ 130. En Nevis Bungy, US$ 182.www.bungy.co.nz Paseo en jet boat. Salen desde el muelle céntrico y duran una hora. US$ 82.www.kjet.co.nz Las agencias del pueblo ofrecen combos de varias actividades con descuentos.