Mariano Lorefice recorre el planeta en bicicleta desde los dieciocho años. Lo que comenzó como una pasión por el deporte extremo se transformó en aventura y nomadismo, para terminar siendo un medio de vida en el que lleva ciclistas a recorrer el mundo.
"No me siento de un lugar, me siento un nómada. Desde hace un montón de años que no he parado de viajar nunca" dice Mariano Lorefice, que lleva casi dos décadas viviendo en Italia, otro tantos años más pedaleando por el globo y ahora está varado en La Plata, su ciudad natal, a la espera de ser repatriado a su segunda patria.
Mariano venía del último de los viajes de cicloturismo que organiza, en el que llevó a un grupo de cicloturistas a Cuba. El paso siguiente era la Quebrada de Humahuaca y luego Bolivia, para volver a Bologna, donde reside, a mediados de abril. Pero a raíz de la pandemia no pudo ser. Mientras tanto, pasa el tiempo entrenando en una bicicleta fija. "Pedaleando en la bici fija superé los 5500 kilómetros en cuarentena. Es una especie de ejercicio-terapia que me sirve para cargar energías y volver a otros viajes que ya había hecho, como la primera vuelta al mundo, cuando a los 5500 kilómetros de recorrido llegué a Cabo Norte, el punto extremo de Europa. Me acuerdo que le mandaba postales a mi abuela, con quien vivía, para documentar el recorrido". Por aquel entonces era el 1996 y Lorefice tenía 25 años. Aquella vuelta al mundo por el hemisferio Norte, en la que totalizó 24 mil kilómetros en siete meses y medio lo llevó del Mediterráneo al Círculo Polar Ártico, la ex Unión Soviética, Medio Oriente, India China, y Canadá, entre otros destinos.
Primeros pedealeos
Pero Mariano comenzó a viajar tiempo antes, más como un deportista que como aventurero, siempre arrastrado por la pasión del ciclismo, que se remonta a los tiempos del colegio secundario. Era a una escuela agraria ubicada a 45 kilómetros de su hogar platense y el iba en bicicleta con el guardapolvo puesto, cargando el bolso y las carpetas. "Era una bici común, de media carrera, de las de antes, que venían sin cambios. Después, uno le ponía los cambios, la iba mejorando de a poquito". Al principio, recuerda, le costaba mucho. Pero los desafíos, muchas veces extremos, serían su motor por el resto de su vida. Por eso, quizás, llamó a todas sus bicicletas Rosinante -I, II, y así-, como el caballo de Don Quijote. "Era un soñador, un idealista".
El primer viaje lo hizo a los 17 años, cuando se aventuró desde La Plata a Junín de los Andes. "Se me rompió la bicicleta apenas salí, por el sobrepeso. Fue una odisea, no tenía experiencia", dice este hombre de 52 años que se subió a una bicicleta por primera vez a las seis y que tuvo su primera bicicleta propia a los diez. Cuando terminó la secundaria quiso ser guardaparque. "Pero había que tener 21 años, la licencia para manejar, ir a estudiar a Bariloche. Era bastante complejo el asunto". Así que desechó esas posibilidad, y comenzó a entrenar y participar de triatlones maratones y competencias de Ironman. "Participé en pruebas que hicieron historia, fui uno de los pioneros en Triatlón en la Ultradistancia".
El primer viaje lo hizo a los 17 años, cuando se aventuró desde La Plata a Junín de los Andes. "Se me rompió la bicicleta apenas salí, por el sobrepeso. Fue una odisea, no tenía experiencia"
Esas competencias lo llevaron por distintas partes del mundo, de Río de Janeiro a Ámsterdam, y siempre quedó entre los primero diez puestos. Fue así que le picó el bichito de los viajes. "Me gustó viajar y empezar a descubrir el mundo en bicicleta. Después, me di cuenta que podía integrar el deporte a lo que había sido mi vocación. Siempre tuve entusiasmo por la naturaleza y el conservacionismo".
Las primeras vueltas
En 1992 se fue de Argentina a México, recorriendo un total de 10.500 km y catorce países en 87 días. Fue pedaleando hasta Monterrey para correr el Decaironmamn. Y fue en esa travesía por América latina cuando intentó volcar la atención de la gente hacia la naturaleza y la necesidad de cuidarla. "Estaba en la búsqueda de desafíos extremos, era una especie de deportista profesional. Pero en ese viaje traté de generar inquietudes, promocionar la bicicleta, y la experiencia me pareció mucho más interesante que la competencia deportiva, aunque en esa prueba hice un récord, pero no era lo que me interesaba. Fue servir a una causa lo que me hacía feliz, por eso al año siguiente decidí salir a dar vueltas a la Argentina y después, de a poquito, me propuse dar la vuelta al mundo".
Lorefice empezó a viajar por el país en el año 93, y ya un año después su derrotero lo había llevado por toda la Argentina, visitando sobre todo escuelas y parques nacionales. "Hice 11.900 kilómetros el primer año y 14 mil el segundo, visitando centenares de escuelas, pueblos y parajes insólitos. La bicicleta tenía estampas de animales en extinción, hacía campañas ecológicas para generar inquietud en los chicos, para que se acerquen a la naturaleza y para fomentar el uso de la bici".
Y en una de esa vueltas, allá por febrero del 94, trepó hasta la cima del Aconcagua con la bici al hombro. Solo y sin experiencia previa de montaña, se animó a esa aventura "trascendente". "Pedaleé muy poco, es imposible subir pedaleando e ir solo me obligó a hacer varios porteos. Llevar el equipo, bajar, acampar, subir, armar otro campamento, derretir hielo, cocinarme. Fueron catorce días y tuve que esperar para subir a la cumbre porque me tocó mal tiempo. Había llegado a tres refugios que están a cinco mil novecientos metros, y tuve que retroceder a los cinco mil quinientos, esperar, volver a subir. Son experiencias en las que por más preparación física que tengas, lo fundamental es adaptarse a la naturaleza e interpretar las condiciones. Uno llega si la montaña lo permite".
A ese ascenso le siguieron unos cuanto más, como del El Ojo del Salado en 2002, que es el volcán mas alto del mundo (6880 msnm) y está ubicado en la porción catamarqueña de la Cordillera de los Andes, en el límite con Chile. Llevaba una bicicleta que pesaba quince kilos, más el peso del equipo, en total una carga cerca de cuarenta kilos. Así que igual que en el Aconcagua, iba haciendo varios porteos, subía, bajaba y en algunas partes podía pedalear. El objetivo era demostrar que con la bici se podía llegar a casi cualquier lugar, con una alimentación sana como combustible y la voluntad como motor".
Ushuaia -Alaska -Ushuaia
En el 95 emprendió este viaje que le llevó solo cinco meses y medio. "Ya conocía en gran parte el recorrido. En aquel entonces tenía otro modo de viajar, contaba con una determinada cantidad de dinero, hacía un máximo de kilómetros por día, y me esforzaba físicamente. Hay diferentes modos de viajar, y esta no es la manera más linda de hacerlo. De un modo tan extremo no se conocen los lugares y la gente, aunque sí te enfrentás a situaciones especiales. Es una experiencia de conocimiento y autoconocimiento".
Mariano recuerda que fue un invierno muy duro y que a solo quince días de partir tuvo un accidente en la ruta 3, antes de llegar a Sierra Grande, a 150 kilómetros de Puerto Madryn, en Chubut. Un camión lo chocó y le fracturó dos costillas. Por suerte el camionero se detuvo y lo asistió. "Me cubrió del frío con una manta. El impacto fue muy fuerte, sentí que estaba reventado adentro".
Mariano tuvo que volver a La Plata y pasó un mes en recuperación. "Después continué el viaje y cuando volví al mismo punto, el primer día, me pasó el mismo camión que me había chocado. El tipo paró, y charlamos sobre el accidente".
En aquellos tiempos, Mariano se financiaba los viajes trabajando como guardavidas en San Clemente del Tuyú y vendiendo bicicletas que le daba el sponsor a buen precio. Como quería llegar para la temporada y era pleno invierno, voló a Alaska e hizo el recorrido inverso. Esa fue su primera travesía continental de América , con múltiples cruces de los Andes, en la que totalizó 22 mil kilómetros.
Vuelta al mundo
"Mi sueño era completar la vuelta al mundo en bici", recuerda antes de relatar algunos de esos viajes. Fue así que se lanzó a aquella primera epopeya global, que arrancó en España, en un pueblito cerca de Alicante. "Fui cruzando puntos interesantes y extremos. El primer objetivo era llegar a Cabo Norte, en el Círculo Polar Ártico, en Noruega, el punto extremo norte europeo" También anduvo por la ex URSS, Turquía, Irán, Pakistán -donde llegó a andar con custodia militar-, la India, Nepal, Tíbet y China. "El cruce del Himalaya era un tramo del recorrido clave. Siempre me habían interesado esas montañas, la cultura tibetana, la historia de los lamas. Me fascinaba el Tíbet y su misticismo".
De Pekín voló a Vancouver. El mayor desafío de aquel recorrido era cruzar Canadá en pleno invierno. "En el interior hace más frío que en ninguna parte del mundo. Puede llegar a hacer 25 grados bajo cero y la sensación térmica puede ser de menos 65 grados".
Marino hizo más de cinco mil kilómetros de Vancouver a Montreal y Nueva York, y demoró 47 días, de los cuales nevó más de treinta. "Me regalaron cubiertas con clavos para no patinarme en los caminos congelados. La gente me veía en el camino y les parecía increíble. Me daban alojamiento y me preguntaban si estaba loco. Pero justamente para sobrevivir en esas condiciones extremas tenés que estar lúcido. Si haces un esfuerzo de más, o te vestís de más, transpirás, y esa transpiración se congela rápidamente. En las bajadas de British Columbia, donde están las Rocky Mountains, transpiraba en las subida, en la bajada se congelaba y se formaba una capa de hielo en la ropa que me protegía del viento. Se formaban estalactitas en la barba. Antes de pedalear me envaselinaba la barba y después me despegaba el pasamontaña con agua caliente".
A aquella primera experiencia le seguirían dos vueltas más: en 1998 completaría la primera parte de la segunda vuelta al mundo, en la que recorrió 11.500 kilómetros en dos meses y medio desde la péninsula Ibérica al Norte de África, pasando por el desierto del Sahara, Islas Canarias, Amazonas, la Yunga Boliviana y el salar de Uyuni. Tuvo dos tipos diferentes de malaria pero nada de eso lo detuvo y fue por más. En 1999 le seguiría la vuelta al mundo por el hemisferio Sur, en los que recorrió 17.800 kilómetros en seis meses a través de Namibia, Sudáfrica, Malasia, Singapur, Indonesia, Australia, Nueva Zelanda, Chile y Argentina.
Planes truncados por la cuarentena
"A muchos de esos lugares pude volver. Al Tibet fui 9 veces con los grupos de cicloturismo, igual que al Himalaya, India o Turquía. Es una satisfacción ir de nuevo a los lugares por los que pasé y llevarles las fotos. Tengo una de un Lama en un monasterio en la base del Everest al que encontré trece años después y el año pasado también". La fotografía, dice Mariano, también se transformó en una pasión que le sirvió para acercarse a las personas.
Uno de los trayectos más lindos que recuerda haber hecho fue el tramo de la Karakon Highway, que une Islamabad en Pakistán con Kashgar en China. "La llaman la octava maravilla del mundo. Las montañas, los valles, las diferentes etnias que encontrás...en algunas partes hay pueblitos que son descendientes de los tiempos de Alejandro Magno. Tienen tez clara, ojos claros, viven en valles ocultos y son muy longevos".
En cada uno de aquellos viajes, Mariano solía llevar frases clave anotadas, se aprendía palabras básicas como agua o gracias, y también un cuaderno donde la gente le escribía notas, ponía los sellos de cada país. "Iba documentando todo, veinticinco años atrás no había internet ni cámaras digitales, entonces mostraba el cuaderno. La gente veía las notas en todos los idiomas, el mapa de lo que estaba haciendo y al mismo tiempo me hacían nuevas notas y dibujos. Era muy interesante".
Para el 1° de mayo se había propuesto unir África, desde El Cairo a Ciudad del Cabo, en una cruzada solidaria con el objetivo de juntar fondos con una ONG italiana para construir pozos de agua en Etiopía. "Iba a hacer una donación simbólica por cada kilómetro recorrido y fotos para almanaques. Serían doce mil kilómetros en tres meses. Sinceramente le perdí el interés a pedalear por pedalear, y este era un objetivo que me motivaba mucho".
Mariano ya no cree que para disfrutar de la bicicleta hace falta hacer cosas extremas, como solía hacer. "La bici es un transporte ecológico que te permite hacer una vida sana. Me dio la posibilidad de conocer el mundo e interactuar con muchas personas. Es un medio que tengo para expresarme, transmitir un mensaje".