Cinco veces al día el canto del muecín llena el espacio aéreo de la capital de Turquía. Cinco veces su llamada a la oración se deja oír con estridencia, gracias a los altoparlantes instalados en el alminar de cada templo musulmán, para que nadie quede al margen de la invocación a Alá y a su supremacía divina desgranada en esa lengua uraloaltaica que es la turca. En Estambul el entrevero de llamadas se vuelve sinfónico, tantas son las mezquitas. Y no hay barullo urbano que las supere, dotadas de una fuerza subyugante.
La ciudad ocupa la península de Anatolia y el sur de la Tracia, vasto territorio donde se registran orígenes de etnias extintas, intrincados cruces culturales y las intermitencias de una fe que oscila entre la cristiana y la musulmana.
Aseguran que, en pleno invierno, Estambul es una postal en blanco y negro devorada por la nieve. Pero quien la visita en primavera la encuentra colorida de tulipanes, una Liliácea oriunda de Asia Menor que los holandeses hicieron famosa. Incorporada a los jardines palaciegos de Constantinopla en el sultanato de Ahmed III (1703-1730), a esta flor de gran valor estético se la representa en mosaicos, telas, grabados, joyas… y hasta tiene una mezquita dedicada en el barrio de Fatih. Estambul es sede del Festival del Tulipán, que arranca el 1° de abril con miles de ejemplares plantados en canteros y áreas verdes de la ciudad.
Llega la primavera y las chicas que siguen la tradición de cubrirse la cabeza sacan a relucir sus llamativos pañuelos estampados; las calles se llenan de vendedores ambulantes de roscas de pan, té, fruta fresca; el bazar de las especias de Eminönü reluce de amarillo azafrán, rojo zumaque, verde tomillo limón… y, en el mercado principal, que está a pocos pasos de esa erupción de olores especiados, una vocinglería entusiasta oferta aceitunas deliciosas, frutos secos de calidad insospechada, delicias todas de la vida cotidiana turca.
UNA URBE POWER
Sobre la transitada Ömer Hayyam, el semáforo se pone rojo para los vehículos. De repente, en la esquina aparece un numeroso rebaño de cabras que, arreadas por su pastor, cruzan la calle en orden y sin emitir balido. En plena Estambul, pongámosle 15 millones de habitantes, a escasas cuadras de la plaza Taksim y la peatonal Istiklal, la zona más occidentalizada y llena de turistas, también es posible oír cencerros.
Se sugiere contemplar parte de esta ciudad inmensa desde la terraza del anteúltimo nivel de la Torre Gálata, a cuya base se llega con la lengua afuera, encaramada como está en un alto empinadísimo. Toda ella mira al Cuerno de Oro, nombre ganado por la proverbial riqueza ictiológica de sus aguas desde los tiempos de Bizancio. Hasta el mar de Mármara y las islas Príncipe se alcanza a ver. Dos puentes, Atatürk y Gálata, unen ambas orillas; en el extremo peninsular de la Estambul histórica, en Sultanhamet, se concentran los hitos más significativos:
*Topkapi Sarayi. Es la residencia imperial de sultanes que hizo construir Mehmed el Conquistador en 1465, modificada por sus sucesores. Los edificios principales, en los que hoy funciona un impresionante museo, ocupan 600.000 m2; la colección de armas y las cuatro salas de los tesoros conforman una de las exhibiciones más espectaculares del mundo. Inmensos jardines -el del sultán es hoy parque público de Gülhane-, huertas, campos de juego, corrales, pabellones y más integran el complejo.
*Hagia Sophia. O la Divina Sabiduría. Santa Sofía, como se la conoce, la hizo erigir Constantino en el año 326. Constancio la amplió (360) y Teodosio II (415) la reconstruyó después del incendio de 404. En 532 volvió a ser pasto de las llamas. El templo, que resurgió con Justiniano, mide 77 metros de largo x 71,07 de ancho; su domo colosal tiene 31 metros de diámetro y 67 de alto, que, agrietado por los terremotos de 553 y 557, colapsó al año siguiente. La cúpula fue consolidada con arcos, y es así perdura. Su exterior no impresiona, pero en su interior Justiniano supo desplegar un lujo desmedido, tanto, que después del sismo de 558 no pudo rehacerse completo y los adornos de plata sustituyeron a los de oro, pero ay, nada quedó de ese tesoro; parte se lo llevaron los latinos de la cuarta cruzada, parte se esfumó al convertirse en mezquita, y los mosaicos sobre fondo de oro de las paredes se taparon con caracteres turcos bajo el reinado de Amurates IV. Paradigma del arte bizantino, en su arquitectura se inspiraron las mezquitas.
*La Mezquita Azul. Es la más importante de la ciudad; en su estilo se mezclan elementos de la iglesia bizantina con rasgos de la arquitectura islámica tradicional. Columnas y galerías estás revestidas con llamativos azualejos y en la parte superior predomina el azul de las pinturas. Situada frente a Hagia Sophia, ocupa el lugar del antiguo Palacio de Constantinopla y es la única mezquita con seis minaretes.
Al costado de estos edificios icónicos, se abre el amplio espacio de lo que supo ser el magnífico Hipódromo, que durante el reinado de Justiniano las facciones cristianas aprovechaban para lanzarse insultos de tribuna a tribuna y armar grescas, las más de las veces sangrientas. Sólo quedan los dos obeliscos, el de Teodosio (el rojo) y el de Constantino. En la misma área se emplazan la fuente alemana de 1900, construida con motivo de la visita del emperador Wilhem II, y la increíble, maravillosa Cisterna Basílica, la más grande de las 60 construidas bajo la antigua Bizancio.
Muy cerca de Sultanhamet, hacia la derecha, se esconde Kumpapi, barrio costero de antiguas casas de madera: unas desvencijadas, hechas astillas, otras recuperadas, y unas cuantas construidas a imagen de las venidas a menos o desaparecidas; muchas, incluso, renacieron como hoteles. Quedan todavía callecitas donde es posible descubrir un bar de estirpe en el que los parroquianos se reúnen alrededor de un juego de mesa mientras fuman narguile, o detectar en un patio humilde una antigua columna de mármol, romana y bella, que nada sostiene y, despojada de su valor histórico, la aprovechan para colgar ropa.
Pero desde la Torre Gálata estos y muchos otros pormenores no son detectables a simple vista. Sí lo son los alminares de las mezquitas, agujas de la fe que se elevan alto, muy alto. Sobresale la de Süleymaniye (1550-1566) por haberse erigido sobre la tercera colina y por ser la más grande: el domo mide 26 metros de diámetro y es cinco veces más alto que el de Hagia Sophia. También es la más bella: incrustaciones de mármoles, arabescos, cristales pintados y bronces adornan muros y columnas traídas del palacio de Justiniano y del Augusteum. La distinguen la pureza del estilo, la regularidad de los planos y la armonía del conjunto.
A la izquierda, el Bósforo. Por esta garganta (eso significa "bósforo" en turco) fluye un tráfico continuo de barcos petroleros, trasbordadores, caiques, grandes cruceros, embarcaciones pesqueras, veleros, catamaranes. Sorteado el estrecho y sus vaivenes, el barrio de Üsküdar se muestra en la Estambul asiática, sobre la península de Anatolia.
Después de haber estado muy arriba no hay como volver a poner los pies en la tierra para relativizar la dimensión de las cosas. Todo lo que rodea a la Torre Gálata es muy bonito; abruptas calles empedradas, restós y barcitos, negocios con mucha onda y otros "de-toda-la-vida", ambiente muy palermitano. Territorio de gente joven y viajeros no convencionales, Beyoglu vive de día al ritmo de los residentes y, de noche, al del chingui chingui de los boliches para insomnes.
Moverse en Estambul no es difícil ni caro. Cuenta con un eficiente servicio de transporte público (la red de tranvías es sensacional) y, aunque la ciudad tiene sus complejidades catastrales, se puede ser peatón con tranquilidad. Caminándola se constata, por ejemplo, que los hombres van del brazo pero las parejas no; que en las playas ellos se bañan en sunga y, ellas, tapadas de la cabeza a los pies, apenas si pisan la arena; que por la calle alguien siempre está llevando vasitos de té, llenos o vacíos, porque el té no tiene hora específica y se bebe sin parar; que el café a la turca se prepara en un adminículo específico de metal y con mango, llamado cezve, y, al igual que el té, se sirve dulce pero jamás con leche; que las vitrinas de las pastelerías están llenas de "turkish delights", bocados híper edulcorados que compiten con otros híper calóricos a base de frutos secos, sobre todo de pistachos, que acá son de color verde brillante, riquísimos, y se venden a parvas; que los turcos no son fóbicos y, más rápido que enseguida, entran en confianza. Este rasgo verifica no sólo en el Gran Bazaar, porque todos son comerciantes y quieren venderle algo a los turistas; pero la inclinación a entablar diálogo es ancestral en esta cultura, y quizás sea por eso que, ante la diversidad de lenguas que los extranjeros aportan, los turcos no arrugan. ¿Inglés? Apenas una minoría lo maneja; aun así, para ayudar y complacer son mandados a hacer. Cuestión de afinar el lenguaje gestual.
Además de muchos colectivos, existe una red de tranvías súper modernos, rápidos y silenciosos. Se usan cospeles, llamados jeton (pronuncie yetón), en francés, que venden máquinas expendedoras.
DE BIZANCIO A ESTAMBUL
La gran urbe nació con un pie en Europa y otro en Asia. Entre ambos mundos corren las aguas del Bósforo, que conecta el mar Negro con el Mediterráneo a través del mar de Mármara. Desde la llegada de los griegos de Megara -origen de Bizancio- hasta la de Constantino I, todos buscaron su dominio. Sobre Bizancio surgió Constantinopla en el 330, y perduró como ciudad cabecera de dos grandes imperios: el romano de Oriente y el otomano. En octubre de 1923, Mustafá Kemal Atatürk instauró la república, y la capital se trasladó a Ankara. Constantinopla cayó en el olvido histórico para ser renombrada Estambul en 1930. Pese a los años difíciles que siguieron al nacimiento del nuevo estado turco, con los 60 comienzan a vislumbrase los síntomas de su lenta, larga recuperación. Demasiada solidez histórica para negarla definitivamente: por algo (o por mucho) el pulso económico y cultural de Turquía pasa por Estambul, ciudad exagerada.
Lo fue hasta en los incendios que a lo largo de su historia barrían con centenares de casas, humildes o todo lo contrario, mansiones históricas como las que aún embellecen las costas del Bósforo, sobrevivientes a quemas dignas de Nerón. Y nadie se quería perder el espectáculo. Se cuenta que los bajás otomanos iban a toda carrera en sus coches tirados por caballos para ubicarse donde mejor pudieran contemplar la ciudad en llamas y para pasar el tiempo llevaban consigo abrigos de piel, comida, juegos para entretenerse.
Ni Constantino I, el mismo que en el año 330 trazó en persona (guiado por un ángel, decía) el perímetro de la Nueva Roma, para mayor gloria de la fe cristiana en fueros orientales, podía haber imaginado nunca las dimensiones de la actual Estambul, síntesis de todas las grandezas urbanas.
Exagerada, enigmática y, por lo tanto, muy literaria. En el siglo XIX, todavía pletórica de brillos imperiales, la intelectualidad europea anhelaba desentrañar sus misterios. El poeta francés Gérard de Nerval la visitó en 1843 y le dedicó un capítulo en su libro Viaje al Oriente. Théophile Gautier, contemporáneo de Nerval, se quedó dos meses, y enviaba crónicas al periódico para el cual trabajaba, material que luego recopilaría en su famoso libro Constantinopla, traducido a varios idiomas. Con idéntico título, el italiano Edmondo de Amicis publicaría, 25 años más tarde, su obra Constantinopoli. Ávidos de fascinación, poetas, escritores y cronistas viajeros hurgaron en ese oriente demasiado cercano para ser exótico, demasiado oriental para ser europeo, cristianizado e islamizado por los siglos de los siglos. Flaubert, que había ido en 1852, estaba persuadido de que un siglo después Constantinopla se convertiría en la capital del mundo.
Sobre tales personajes de la literatura se explaya Ohran Pamuk (Premio Nobel de Literatura 2006) en su libro Estambul. Y a propósito de la observación de Flaubert, escribió que "Al desplomarse y desaparecer el imperio otomano, aquella profecía se cumplió justo al revés", ya que cuando nació, en 1952, "Estambul vivía los días más débiles, pobres, aislados y alejados del mundo de sus dos mil años de historia (…)". Pamuk se sumerge en sus propias tribulaciones para explicar la amargura existencial de esa Estambul, sin poder discernir si fue desdicha o buena suerte haber nacido en ella.
Cuando era Constantinopla, aquí convivían griegos, eslavos, albaneses, rumanos, búlgaros, armenios (estos componían la clase más rica y ocupaban ambas riberas del Cuerno de Oro), judíos descendientes de los sefaradíes que en el siglo XV huyeron de la intolerancia de los Reyes Católicos), más turcos y musulmanes, claro está, que entre ambos componían el 55% de la población.
Hoy hay que sumar a los "nuevos turcos", los que nacieron en Berlín y viven en Estambul, como Sunlari Yazdi, de 25 años. Ella habla alemán y turco, por supuesto, y se defiende bastante bien con el inglés. A la pregunta de cómo se siente en la tierra de sus ancestros, responde "extranjera". ¿Y allá no? "Bueno, allá nací… aunque para los alemanes soy turkish; pero para los de acá no soy turca, soy alemanish".
Si pensás viajar...
CÓMO MOVERSE
Taxi No todos tienen taxímetro, mejor fijarse antes. Del el aeropuerto al centro, un taxi de agencia puede costar TL 120. Transporte público: Con la Istanbulkart (TL 7 + el valor de la carga) ahorra TL 0,50 por viaje de tranvía. El pase vale también para el funicular subterráneo, que une Taksim con Kabatas.
DÓNDE DORMIR
White House Hotel. Alemdar Mahallesi Catalcesme Sokak, 21. Sultanhamet. T: (90 212) 526- 0019. Desde € 159 la doble con desayuno e IVA.
Hotel Sultania Ebusuud Cad. Mehmet Murat Sok., 4. Sirkeci, Fatih. T: (90 212) 528-0806. Cerca del Museo de Arqueología, en el corazón del barrio musulmán. Desde € 120 la doble con desayuno.
Romantic Hotel Mimar Mehmet Aga Cad. Amiral Tafdil Sokak, 29. Sultanhamet. T: (90 212) 638-9635. F: (90 212) 638-9634. Hotelito boutique ubicado en una tranquila calle del corazón histórico de la ciudad. La doble desde € 109 con desayuno.
Osmanhan hotel. Akbiyik Cad. Centinkaya Sok., 1. Sultanahmet. T: (90 212) 458-7702. Un 3 estrellas de pocas habitaciones muy bien ubicado. No tiene ascensor. Hasta el 31/10/13 (alta), desde € 75 la doble; en baja, desde € 50.
Adamar Hotel Yerebatan Cad. 37. Sultanahmet. T: (90 212) 511-1936. La doble con desayuno, desde € 155. En el 7° piso, restaurante Panoramic .
Peninsula Galata Necatibey Caddesi Aynali Lokanta Sokak, 6. Karaköy - Beyoglu. T: (90 212) 243-7771. Hotel boutique moderno, muy confortable y bien ubicado. Muy buena relación calidadprecio. Desde € 59 la doble con desayuno.
DÓNDE COMER
Akbiyik Mimar Mehmet Aga, 33/1 A. Sultanhamet. T: (90 212) 458-2868. Especializado en pescados. El comensal elige la pieza, la pesan y, según cotice ese día, se paga. Precios medios. Konyali Topkapi Sarayi Sultanhamet. El restaurante del Palacio Topkapi. Siempre lleno al mediodía. Tiene una espléndida vista al Cuerno de Oro. No es barato.
Karaköy Lokantasi Kemankes Cad., 133. Karakoy, Beyoglu. T: (90 212) 292-4455. Cocina turca a las brasas. Mediodía y noche. Café Pier Loti Gumussuyu Balmumcu Sik.
Hafiz Mustafa Gümüssuyu Mah. Siraselviler Cad. 7. Taksim. T: (212) 243-3847/48. Pastelería de 1864 de Bahçekapi, con 2 sucursales; una, frente a la plaza de Taksim, es puro brillo. Mesitas en la vereda, ideal para tomar un café (delicioso) o té con alguna tentación dulce.