La Fundación Villa Champaquí fue creada en 1978 por evangelistas alemanes. Si bien no hace falta serlo para ingresar, por tradición la gran mayoría de los residentes son de origen germano. Aquí, la historia de un soldado y su esposa, una docente y una refugiada.
Amapolas, geranios, margaritas y la lluvia que cae tenue sobre el jardín de Peter (o Joaquín) Zimmermann (94) y Brigitte Erichsen (83). "Nos gusta vivir acá", coinciden mientras se acomodan para la foto. Están en la galería de su casa en el predio de la Fundación Villa Champaquí en Villa General Belgrano. Son parte del Hogar para Adultos Mayores de la organización fundada en 1978 por congregaciones evangélicas germanas.
"Aquí soy feliz. La gente es bien educada y me cuida. Hay linda temperatura y aire fresco. Yo buscaba retirarme en un lugar tranquilo, sin tráfico, ni ruidos… Lo encontré. Sin duda, elegimos bien", reflexiona Peter. La casa que comparte con Brigitte, su esposa, es una de las 32 viviendas que integran el Hogar. "Nací en Buenos Aires pero como tenía asma me llevaron a vivir a Alemania, con mi abuela, a los diez meses de vida. Participé de la Segunda Guerra Mundial durante tres años, como piloto. Y al final, ¡no daba más! Volví a la Argentina en plena Guerra Fría, porque no quería saber más nada con todo eso. Pero cuando llegué tuve que hacer el Servicio Militar Obligatorio", detalla Peter que si bien tiene la doble nacionalidad argentino-alemana habla un castellano esforzado, con acento alemán.
"Yo participé de la guerra, pero no soy un nazi. Es un error muy peligroso pensar que todos los alemanes somos lo mismo", asegura.
Y con énfasis habla desde la experiencia: "No tiene ningún sentido luchar contra un país vecino. Además la palabra caídos está mal usada. Suena muy poética pero los muertos en la guerra no son caídos… ¡Son destrozados! Yo insisto para que esta palabra se deje de usar en las escuelas. Porque, por otro lado, cuando muere un soldado muere además esa madre, esa esposa o ese hijo que lo esperaba".
Está casi ciego, usa audífonos, pero camina erguido. "A los 94 años lo que tengo es vejez", contesta con picardía cuando se le pregunta sobre su estado de salud. "Si me hablan de a uno puedo comunicarme perfectamente", asegura y da muestras de eso. Agrega que tiene tres hijos, además de nietos y bisnietos.
Cuando le toca a Brigitte, explica que nació en 1936 en Heidelberg, Alemania y que vino a la Argentina en 1949, por un traslado de su padre que era químico. "Me casé con un alemán danés. Tuvimos dos hijas. Para mi era importante que hablaran mi mismo idioma", asegura y se emociona. Su primer marido murió de cáncer, como la esposa de Peter. Después de enterrarlo fue ella quien siguió adelante con la empresa de cera que tenían.
"Con Peter nos conocimos en 1970. Éramos vecinos en Martínez y nuestros hijos iban al mismo colegio alemán. Yo era amiga de la señora de él. Nos empezamos a frecuentar en 1985, cuando ya estábamos viudos", apunta con dulzura y cuenta que una de sus hijas vive en Villa General Belgrano.
UNA VIDA DEDICADA A SERVIR
Úrsula Manegold tiene 80 años. Todos la conocen como Ula. Fue docente de la Goethe Schule durante cuarenta años. "Aquí viven varios padres de mis ex alumnos. Muchos vienen y pasan a saludarme. Eso me pone muy contenta", asegura Ula, con el pecho inflado, y cuenta que hace siete años vive en el hogar.
Se maneja sola a la perfección, con lucidez y soltura, mientras ofrece algo para tomar. "Mi abuela paterna era actriz en Berlín y se vino de gira a la Argentina después de la Primera Guerra. Mi padre quedó en un hogar en Alemania, pero después vino con ella, dejando a una amiga enfermera con la que se carteaba. Cuando estalló la Segunda Guerra, le dijo que se viniera porque sino iría al frente. Ella le hizo caso. Y se casaron en el Hotel de Inmigrantes de Bahía Blanca, porque si no estaba casada no podía bajar del barco. Yo nací en esa ciudad y nos vinimos a Buenos Aires. Soy hija única", aclara la docente que por una amiga de la Goethe Schule escuchó a hablar del Hogar y quiso conocerlo.
"Como no tengo familia yo tenía que decidir qué iba a hacer con mi vida cuando fuera mayor. Así que me busqué un lugar lindo…", cuenta y los ojos se le llenan de lágrimas que contiene con una sonrisa. "Aquí hago mi jardín, tomo clases de orfebrería y voy al teatro. Me siento muy querida", asegura y vuelve a sonreír.
DEL OTRO LADO DEL GLOBO
Los residentes del hogar fueron parte del documental Chon, de Alfredo Hunt, que se rodó en 2015, pero está comenzando a circular por los festivales. El director tenía a sus abuelos, Chuchi y Ernesto Brigl viviendo allí, y siempre llamó su atención la plenitud que tenían a pesar de no ser habitantes de las sierras.
El edificio central del hogar tiene veinte habitaciones con kitchenette y baño privado, y un área de geriatría con quince camas. Más allá de sus orígenes alemanes y evangelistas, la institución está abierta a todo el mundo. Con guardia médica permanente, tiene ocupación casi completa y por momentos hasta hay lista de espera.
En una de las habitaciones del edificio central vive Sabine Blaschkowsky, que escucha música clásica. Con 95 años es pura coquetería. Flaquita y delicada, cuenta que nació en 1924 en Szczecin, la principal ciudad de Pomerania, en la Prusia que hoy es Polonia. "Sobre el Mar Báltico", apunta y se levanta para señalar en un mapa antiguo que decora su habitación y habla de sus orígenes. "Éramos tres hermanas mujeres y tuvimos educación prusiana. Estricta, pero no tacaña. Mi papá tenía un aserradero, pero en 1939 empezó la guerra. Entonces hubo un bombardeo y todo se convirtió en cenizas. Teníamos además una estancia, pero fue expropiada", cuenta en un español que le cuesta y mientras busca las palabras.
"Nos quedamos con lo puesto y nada más. No había bancos", detalla y hace un ademán para buscar el cuaderno que hizo a su hija para contarle de dónde viene. Hay fotos, mapas, cartas y relatos, que Sabine intenta resumir. "Con mi familia fuimos a la frontera y una señora, en un tren, nos dijo que tenía una habitación en Hamburgo. Era invierno y hacia mucho frío. Cuando terminó la guerra nos pusimos a trabajar para los ingleses y los americanos como cocinera y mucama. Yo era kinesióloga pero no podía ejercer", cuenta y agrega que su padre le propuso animarse a cruzar en lancha hasta Suecia, como un trampolín al mundo. Podrían terminar en Sudáfrica, Venezuela o Argentina.
"Mi papá convino un precio con un pescador -que de todas maneras era carísimo- y nos lanzamos. Mi hermana mayor, que tenía un bebé y había quedado viuda por la guerra al mes de casarse, no vino. Mi mamá y mi otra hermana llegarían después. La lancha nos dejó a unos metros de la costa y entramos a Suecia caminando por el mar. Llevábamos nuestros tapados de lana empapados y pesadísimos. Un hombre nos vio y fue muy amoroso. Nos dio casa, abrigo y comida. Vivimos dos años en Suecia haciendo lo que podíamos, hasta que nos subimos al Annie Johnston, un barco de carga que aceptó llevarnos bajo cubierta. Tardó 42 días y fueron las mejores vacaciones de mi vida", relata Sabine sobre su travesía como refugiada que la dejó en Buenos Aires en 1950.
La comunidad alemana los recibió muy bien y pudieron alquilar una casita en Martínez. Plantaron árboles, pepinos y tomates. "Conocí a mi marido, que era alemán, químico y ya tenía una hija. Nos casamos y tuvimos otra niña. Fuimos muy felices. No teníamos mucho, pero contábamos con educación. Enviudé a los 49 y me junté con un amigo de ambos. Sé que él no se hubiera opuesto", asegura convencida y los ojos le brillan. Cuenta que su hija menor está en Italia, la mayor, en Chile y que tiene nietas por el mundo.
"Cuando conocí este lugar dije: ‘Aquí voy a terminar mi vida’. Estoy contentísima", señala y se pone a llorar, mientras agrega que sus hijas están tranquilas porque saben que ella está bien. Entonces piensa en voz alta: "Tengo mis nanas, como la escoliosis. Pero estoy acompañada por gente que habla mi idioma y eso, en esta etapa de mi vida, me hace mucho bien".
Jorge Newbery 311, Villa General Belgrano, Valle de Calamuchita, Córdoba. www.villa-champaqui.com