Clima cálido, playas de arena clara y aguas templadas, vegetación exuberante, agua de coco y, como música de fondo, alguna canción de Caetano Veloso: el país verde amarelo se presta a las escapadas románticas.
1. Paraty
Esta aldea portuaria, fundada en 1667 para recibir el oro extraído en Minas Gerais y embarcarlo directo a Portugal, permaneció oculta hasta mediados del siglo pasado. Y es, desde entonces, uno de los destinos más románticos del mundo y uno de los más visitados del estado de Río de Janeiro.
Ocupa el fondo de una bahía profunda y bellísima y las playas, que suman unas 300, no están en ciudad sino que hay que embarcarse para llegar a cualquiera de ellas – con excepción de Trindade, a 20 km, a la que se puede acceder por tierra. Se desgranan hacia el norte y hacia el sur; enfrente, las islas (200), y a sus espaldas, la Mata Atlántica del Parque Nacional Serra da Bocaina.Desde Paraty, se accede por agua a Praia do Pontal, la más cercana. Le siguen Praia Bon Jardin (de arenas privadas); Yurú Mirin (prainha de la familia de Amyr Klink, célebre navegante nacido en Paraty); Ponta Grossa (residencia de caiçaras: hijos de pescadores); Praia Santa Rita (otra privada), Praia de Lula, de arena clara; Praia de Conceição, punto de anclaje de escunas con turistas; Ilha do Algodão, la más grande y con restaurante en lo alto del morro; Saco de Mamanguá (una de las mayores ensenadas de Brasil); en Ilha de Cuchía anclan los cruceros (la playa se conecta con la del otro lado de la isla, favorita de las parejas); enfrente, la larga Praia de Paraty Mirin, y por último Saco da Velha, también con restaurante, oculta una entrada a una caverna profunda.
2. Jericoacoara
Bien al norte, a 307 km de Fortaleza, crece en popularidad pero no en envergadura: sigue sin acceso vehicular y sin iluminación pública. En “Jeri” las noches de luna palpitan al ritmo nordestino del forró, danza típica y sensual, ideal para bailar de a dos.
Atrás quedaron los tiempos en que no había energía eléctrica, pocos sabían de su existencia y había que bañarse con agua fría. En 1987 apareció en el Washington Post y los ojos del mundo se posaron en ella. A nivel nacional, el otro hito llegó en 2002, cuando Jeri se transformó en Parque Nacional. La intención era preservar el aislamiento, una pulseada entre las agencias de turismo y los pobladores que temen que una ruta –y mucho más si es de asfalto– dé por tierra con el aspecto natural del pueblo.
Por eso, si bien se puede llegar en 4x4, lo mejor sigue siendo arribar en bus hasta Jijoca y subirse a la “jardineira” (un vehículo adaptado para circular por las dunas) para transitar los últimos 25 km.
Jeri es chiquito, pero es para quedarse una semana: descalzarse, dejarse invadir por la sana rutina del atardecer en la duna Por-do-Sol, por las caminatas hasta la Pedra Furada - dúo imbatible de esta alejada playa -, o hacer paseos a las playa de Preá o la de Tatajuba. Los más valientes pueden hacer sus primeros pasos en kite o windsurf.
La excursión obligada es a la Lagoa de Jijoca: se realiza en buggy y da tiempo para almorzar una moqueca en la laguna Paraíso y conocer la laguna Azul. El mejor momento viene después, cuando uno se recuesta en las hamacas sobre el agua transparente a descansar.
3. Trancoso
Es la playa más sofisticada del sur de Bahía, pero sin mansiones a la vista. Un estilo hippie-chic que la conecta con su pasado de aldea de pescadores y atrae a paulistas con bajo perfil. El aeropuerto más próximo es Porto Seguro y el cruce en balsa del río Bunharém, a lo que se suman los 15 km que lo separan de Arraial D’Ajuda, garantiza su exclusividad.
Hay barrios cerrados, un Club Med, paradores con DJ, beach clubs. Sin embargo, la bien dotada naturaleza sigue primando sobre lo fashion y Trancoso sigue estando entre las mejores playas de Brasil y es ideal para visitarla en pareja.
El ejido urbano mantiene su epicentro en el Quadrado, una gran plaza rectangular cubierta de césped, cuyo lado este está coronado por la iglesia de Sao João Batista. La silueta simple del templo es “la” postal del lugar, y allí se lleva a cabo todos los 20 de enero, la fiesta de São Sebastião, cuando los hombres del pueblo cambian el mástil del año anterior, izando la bandera del santo que flameará otro año entero y bailando a sus pies la dança do pau.
Los otros tres lados del rectángulo, donde en los años 70 se distinguían por sus colores las casitas de los pescadores, se han instalado lojas con marcas de moda, decoración y restaurantes iluminados con velitas. Felizmente, el tiempo pasa y el Quadrado – 100% peatonal - sigue siendo la marca registrada de Trancoso, oscuro y romántico, en donde una guitarra al son de Caetano suele ser la banda sonora de sus noches estrelladas.
Durante el día, en cambio, la oferta es variada. Hay playas muy concurridas en el centro, justo detrás de la iglesia: la de Nativos, Coqueiros e Rio Verde. Para el norte, un buen lugar para tener en cuenta es Rio da Barra, con hotel homónimo que ofrece servicio de playa a precio más accesible que las posadas más sofisticadas como Uxua o Estrela d'Agua . Además, el paisaje rodeado de acantilados rojizos le da a ese día de playa un marco especial. Para el sur, las paradas más conocidas son Itapororoca e Itaquena. Y más allá, Espelho y Caraíva.
4. Búzios
Por su proximidad con Río de Janeiro (180 km), la cantidad (más de 20), belleza y variedad de sus balnearios, este destino playero convoca multitudes y las decenas de posaditas llenas de hibiscos que balconean al mar la hacen perfecta para una escapada en pareja.
De la pequeña aldea de pescadores de la que se enamoró en los años sesenta la actriz francesa Brigitte Bardot al destino actual repleto de servicios, pasaron varias décadas y muchísimos argentinos.
Debido a la cercanía, en un día se pueden conocer dos playas, una de mañana y otra de tarde. La manera más típica de hacerlo es a bordo de un buggy alquilado. Otras formas de conocerlas son: a bordo del Escuna, embarcación que realiza salidas por el eje norte, incluyendo la Ilha Branca –con tiempo para zambullirse y mergulhar– o en las lanchas, que brindan un pantallazo de las 19 playas urbanas en apenas cuatro horas de paseo. Ambas salen del muelle (píer) central.
João Fernandes tiene corales para bucear y agua cálida y transparente, y es la preferida de los argentinos por sus servicios; Azeda y Azedinha son de aguas turquesas, y junto con Manguinhos, ofrecen las mejores puestas de sol. Geribá es bien larga, ideal para surfear y para quien gusta de las olas, con arena blanca y mucho espacio para jugar al frescobol (pelota paleta) o voley. Ferradura es una piscina natural de agua transparente y tranquila. Igual que Ferradurinha, a la que se entra por Geribá, chiquita y preciosa, donde muchas veces se ven tortugas. Tartaruga tiene el agua más cálida de todas, y Ossos las construcciones más antiguas. Foca y Forno son playas lindísimas por ser más vírgenes y menos visitadas. Pero la preferida de muchos es Brava, pura naturaleza.
Por la noche la movida se traslada a la calle principal, la Rua das Pedras de Armação dos Búzios. Pueden comenzar en la creperia Chez Michou o el Pátio Havana donde suena MPB y jazz. De los tiempos de Juscelino Kubitschek sobrevive aún el restaurante Sollar, que por entonces era conocido como Solar do Peixe Vivo. Pidan los camarones com puré de banana da terra y salsa de maracujá.
5. Ilha Grande
Famosa por su playa Lopes Mendes, esta isla a 125 km de Río de Janeiro es una de las joyitas del litoral carioca en la que no circulan autos sino que solo hay trilhas de trekking. No hace falta ir hasta Angra dos Reis para llegar. De Conceição de Jacareí (30 km antes) también salen escunas y fast boats.
Snorkel, máscara y buenas zapatillas. Son elementos indispensables para disfrutar de este destino ecológico que cuenta con 193 km2 de selva tropical, montañas, manglares, ensenadas y penínsulas, morros, cascadas y 106 playas distribuidas en dos grandes áreas protegidas: el Parque Estatal Ilha Grande y el Parque Marítimo Aventureiro.
La isla tiene dos costas bien diferenciadas: el litoral norte, de mar tranquilo es ideal para snorkeling, es más turístico que el sur, de mar abierto, con amplias playas inexploradas y sin infraestructura. La más famosa de la isla está del lado sur: Lopes Mendes, rankeada entre las mejores de Brasil y del mundo. Anchísima, su arena blanca y fina se extiende por 50 metros desde la mata atlántica hasta el mar turquesa de olas perfectas. Hasta allí se llega mediante trekking (Trilha 10) de dificultad media desde Abraão que demanda tres horas, o en barco hasta una playa vecina –Pouso– y desde allí, caminar 25 minutos atravesando un morro. No hay ni un solo bar, apenas vendedores ambulantes de sándwiches naturales a los que se les puede acabar rápidamente la mercadería. Recomendación: llevar agua y comida para pasar el día.
Dois Rios y Aventureiro son otras playas solitarias de este litoral. Entre las del norte, nadie se pierde Laguna Azul, canal de aguas color esmeralda para bucear entre peces de colores, ni Feiticeira, con formaciones coralinas y una picada que conduce a una cascada de 15 metros. A las playas de uno y otro lado, se llega mediante senderos de trekking, taxi boats o lanchas/ barcos de paseo; estos últimos salen del muelle céntrico de la Vila do Abraão, poblado principal que concentra hoteles, posadas, restaurantes y agencias de viaje. En el mismo muelle se brinda información acerca de todos los paseos marítimos (de medio día o día entero) y de los trekkings (no todos son para cualquiera). Aunque está a tres horas de Río de Janeiro, Ilha Grande no tiene bancos ni cajeros automáticos pero casi todo puede pagarse con tarjeta de crédito. La única excepción son las cocadas y tortas caseras de los vendedores ambulantes que pregonan sus manjares frente a la iglesia de San Sebastián, en la única calle empedrada de la arenosa Abraão.