Verano en Brasil: cinco playas del sur
No sólo Florianópolis está a tiro de piedra y es elegida por los argentinos para ir en auto. Santa Catarina ofrece opciones espléndidas al norte y sur de la isla.
Mientras las condiciones climáticas mejoran en las playas del Sur de Brasil, armar planes teniendo en cuenta estos datos es indispensable para disfrutar de las vistas privilegiadas que ofrece la naturaleza y todos los beneficios del lugar. Para elegir sin equivocarse.
Campeche, Florianópolis
Hay un gran universo Campeche por descubrir. Por el margen este de la isla de Florianópolis aparece una larguísima playa que lleva ese nombre, y que en su porción norte es conocida como Novo Campeche. Combina la elegancia de su zona comercial con lo agreste de la restinga (una cobertura vegetal que protege a los médanos del avance del mar). Es meca de surfistas, al igual que la propia Campeche.
Justo enfrente, la Ilha do Campeche, se reserva las mejores playas. Para llegar a esta Reserva Natural las lanchas más seguras salen por la mañana desde la playa de Armação (unos kilómetros más hacia el sur). La travesía de 15 minutos depara aguas turquesas y transparentes, arena blanca y el morro con pinturas rupestres a las que se puede acceder con guías especializados. Playa, sol, mar, morro, trilhas, algo historia y mariscos. Y un detalle más: el estatus de Reserva de la isla restringe la entrada a 700 personas por día. ¿Qué más se puede pedir?
Barra da Lagoa, Florianópolis
Barra da Lagoa es la playa que llega hasta el Canal da Barra, que conecta la Lagoa da Conceição con el mismísimo Océano Atlántico. Es una playa abierta con características particulares, porque por un lado tiene la amplitud de mar que les viene bien a los surfistas y por otro –cerca del canal– ofrece aguas más calmas que eligen, sobre todo, las familias con niños pequeños. Este canal es una vía multitarget en donde hacer snorkel, pasear en motos de agua, lancha o bote de pesca. Tan amplia es la oferta y su entorno, que se trata de una de las playas más buscadas de la isla.
El puente que cruza el canal lleva a descubrir otros rincones más agrestes que bien valen la caminata. En principio, el puente en sí mismo y su vista son muy atractivos, y mucho más el caserío de colores que está del otro lado. Luego de atravesarlo se llega a la Prainha, una playa mínima muy rodeada y protegida por rocas. Si se sigue unos minutos más aparecen las primeras piscinas naturales. Las mismas piedras detienen el oleaje del mar por lo que zambullirse es tan placentero como seguro.
Silveira, Garopaba
Silveira no es sólo una playa, es un estado de ánimo. Es la tranquilidad que tiene lo pequeño, lo casi oculto. El morro dominándolo todo, tanto, que no es tan fácil moverse, o hacer compras. Sí es fácil estar y disfrutar de la quietud del verde con el mar, de las olas encrespadas para surfear o de la pequeña lagoinha del extremo sur de la playa, esa donde los chicos son amos y señores, donde juegan hasta que se animan a montar olas.
Salvo que uno se encuentre directamente en la playa, sentado en la arena o dentro del mar, todo en Silveira se ve desde arriba. Todo es panorámico en este rincón silencioso de la costa sur brasileña.
Pocas posadas, menos negocios, mucha pendiente para subir a pasos cortos (medio pie por vez) o en primera, acelerando y desacelerando (para que las ruedas vayan mordiendo el camino) si el medio de transporte es el auto. Todo el ruido, los bares, los negocios y demás están ahí no más, en Garopaba. Lo suficientemente cerca para calmar ansiedades y lo suficientemente lejos como para evitar ruidos molestos.
Praia do Rosa, Imbituba
Hace muchísimo tiempo que dejó de ser un secreto que sólo conocía un grupo de jóvenes de Rio Grande do Sul que llegaron buscando buenas olas para surfear. Hace ya años que dejó de ser un destino exótico para unos pocos aventureros. Ya pasaron muchos veranos desde que se empezó a llenar de turistas de todos lados, aunque siempre el número más grande llega desde Argentina. Así y todo, Praia do Rosa sigue siendo un encanto de playa, de pueblo, de destino. Quizás la preserva el hecho de que no sea tan sencillo llegar a la mismísima arena. Es que esas cinco o seis familias gaúchas que “descubrieron” Rosa en la década del 60 compraron los terrenos que llegan al mar y los convirtieron en hermosas pousadas; y, aunque por ley la playa es de acceso público, las trilhas que unen la calle con el mar son largas, empinadas, angostas, un poco incómodas –a decir verdad– para el acceso masivo. Los que le ponen más garra para llegar son los amantes del surf que siguen dándole la razón a esos jóvenes (que ya pintan sus buenas canas) de Rio Grande que se adueñaron del lugar tantos años atrás.
Estaleirinho, Balneario Camboriú
Estaleirinho es una de las últimas playas agrestes que se extiene hacia el sur de Camboriú. A lo largo de la Rodovía Interpraias se puede conectar con un puñado de playas bastante poco transitadas, sobre todo si se compara con la del centro de la ciudad. Con un poco de tiempo y ganas de descubrir espacios diferentes se pueden hilvanar las de Taquarinhas, una solitaria lonja de arena gruesa y oscura con todo el encanto que le da la absoluta ausencia de multitud (no hay chiringuitos, ni guardavidas –¡ojo!-, ni nada); una maravilla para encontrarse casi a solas con el mar. Un par de kilómetros más allá está Taquaras, una versión un poco más poblada que Taquarinhas y con olas más bravas. Luego viene Praia do Pinho, la nudista de la región, en la que se permite solo llevar anteojos, sombreros, ojotas y nada más. Luego le toca el turno a Estaleiro y, por fin, a Estaleirinho, una playa que se anuncia como exclusiva, rodeada por grandes casas de ricos y famosos. Puede ser que así sea, pero todo eso se traduce en un playa sencilla, grande, llena de arena, cómoda y eminentemente familiar. Es cierto que no hay mucho servicio de playa, ni barcitos que atraigan a demasiada gente, quizás ahí está su secreto.