De Bahía a Ceará, esta región concentra las playas más espléndidas y con la posibilidad de ser visitadas todo el año
Pipa
A unos 80 km al sur de Natal, este pueblo mantiene el espíritu rústico-chic, que combina tan bien con sus acantilados rojizos y la presencia de delfines.
Pensar que en los 80 no había luz, las calles eran de arena y había un solo teléfono público en todo el pueblo. El crecimiento fue vertiginoso. Al cabo de poco más de 30 años, Pipa se salvó de los edificios altos por una ley que prohibió –a tiempo– la construcción de más de dos pisos de altura. También ayudó la designación de 320 hectáreas de mata atlántica como APA, Área de Protección Ambiental, con una zona de amortización a su alrededor. Es justamente la mata atlántica que rodea las playas de Pipa su rasgo distintivo y más bonito.
La playa más famosa es la que tiene forma de corazón, la Praia do Amor, que también se llama Praia dos Afogados –de los ahogados– porque con marea alta se forman unas corrientes bien peligrosas. Es la playa de los surfistas, se puede llegar caminando por la arena con marea baja, cuando se forman las piscinas naturales, o por las escaleras que están al lado del estacionamiento de la calle principal. Ese es otro dato para tener en cuenta: el terreno quebrado genera más de una escalera que, sumada a las playas con piedras y el tema de los horarios de las mareas, convierten a Pipa en un destino no tan apto para familias con niños pequeños.
Después viene la Baía dos Golfinhos, sin olas, repleta de sombrillas y reposeras donde sirven unos cócteles tropicales, con vista a los delfines, que siempre aparecen a la mañana temprano. Aquí está el Santuario Ecológico, con 16 senderos para recorrer la floresta y varios miradores. Y del otro lado del santuario, la playa que frecuentan los extranjeros: Praia do Madeiro, en estado salvaje, rodeada de acantilados y palmeras. Hay vans y ómnibus que salen de Pipa o de Tibau do Sul –el pueblito que le sigue a Pipa– y llegan en cinco minutos.
Por las noches la Av. Baía dos Golfinhos es como un centro comercial –peatonal– a cielo abierto. Por suerte abunda la creatividad y el buen gusto. Aquí están la mayoría de los restaurantes y bares, con luz tenue o velas. Al final, cerca de la feria de artesanato, están los bares con música electrónica más fuerte, uno frente a otro, llenos de juventud argentina.
Ya hay más de cien posadas en Pipa, desde hostels a condominios. Como la temperatura se mantiene todo el año en 28°, con sol, salvo en junio, que a veces llueve un poco, Pipa no descansa. Los mejores meses para ir son en primavera y otoño, cuando está más vacía y los precios son más bajos. Los fóbicos del tumulto recuerden no pisar Pipa en Año Nuevo o Carnaval.
Itacaré
Fue un puerto del cacao que se producía en la región. Viró en playa de moda, con arenas cubiertas de palmeras.
El pueblito no tiene la encantadora homogeneidad colonial de Olinda o Paraty, pero compensa con cantidad de playas escénicas, a cual más bella. En la Praia da Concha, una de las más próximas al Centro, se concentran las posadas más equipadas y preferidas por parejas. A medida que uno se aleja por el Caminho das Praias va ganando la onda natural que comparten Tiririca, Ribeira y se vuelve superlativa al llegar a Havaizinho, Itacarezinho, Jeribucaçu e Engenhoca. Las últimas playas son bastante alejadas (con senderos no señalizados de 20 minutos, por lo que se aconseja contratar un guía). Son dominios de palmeras y mar, que antes fueron haciendas de cacao. Lo único malo es que el auto debe dejarse en estacionamientos improvisados a la entrada de la trilha. Cuando ya tenga suficiente de la dupla mar y coqueiro, puede embarcarse en el paseo de canoas por el Río das Contas, pasando por manglares hasta llegar a la Cachoeira do Engenho.
São Miguel dos Milagres
Pueblito de pescadores bendecido con playas desiertas, eternas plantaciones de palmeras y posadas de ensueño en el litoral norte de Alagoas.
A mitad de camino entre las conocidas playas de Maceió –Jatiúca y Pratagi– y la costa de Maragogi, este enclave casi secreto es un pequeño tesoro. Para descubrirlo hay que volar a Maceió y, desde allí, alquilar un auto o tomar un transfer. Si bien se detecta a solo 100 km de la capital de Alagoas, el trazado de la carretera AL-101 Norte hace que el periplo lleve unas dos horas. Conviene viajar de día, por esta condición, porque casi no hay servicios durante el recorrido, y para apreciar el imponente paisaje de verdes palmeras que contrastan con la tierra rojiza. El acceso menos directo es, quizás, la clave para que este destino de aguas mansas aún palpite al ritmo de los pescadores. Aquí no hay colectivos, taxis, cajeros –las posadas aceptan tarjeta de crédito– ni resorts. La propuesta es bañarse en piscinas naturales, caminar extensas playas desiertas –imperdibles la do Toque, Lage y Patacho–, descubrir la intacta cultura local, descansar alguna de sus coquetas posadas de charme o navegar el río Tatuamunha a la par de los manatíes o peixe-bois.
Imbassaí
Si bien la influencia del resort Grand Palladium hizo crecer la envergadura del pueblo a 100 km de Salvador, mantiene aún sus zonas de playa de río y mar con lindas barracas donde pasar el día.
Ya no es tan pequeña y desconocida como era, pero aún la única manera de llegar a la playa es a pie (la caminata lleva unos 20 minutos, con tramos de sol y sombra) o en jangada por el río Barroso, también llamado Imbassaí o "camino de las aguas" en lengua tupinambá. El viaje fluvial comienza en el Porto das Jangadas, una pequeña explanada semioculta entre los juncales. De allí salen las pequeñas barcazas que, por unos pocos reales, se internan a marcha lenta en el cauce sinuoso flanqueado por dunas doradas y coqueiros hasta desembocar en el océano. Hay dos tipos de playas: las de río son las más calmas y las preferidas de los locales; las de mar forman piscinas naturales que sólo pueden disfrutarse cuando baja la marea. Las barracas, estratégicamente ubicadas entre ambas, sirven petiscos de pitú y cerveza helada desde la mañana temprano hasta primera hora de la tarde, cuando sube el mar y hay que levantar los puestos. El pueblito de Imbassaí conserva un aire de otra época, cuando aún no había llegado el asfalto a la zona y los viajeros quedaban varados durante varios días cuando llovía hasta que apisonaban el barro. Las posadas –muchas de ellas a metros del mar– están enmarcadas por jardines inmensos y salvajes. A la hora de la siesta sólo se oye la brisa entre las copas de los árboles.
Fernando de Noronha
Dejó de ser secreta, pero se mantiene como isla de élite. Ex presidio y base militar, este Parque Nacional Marino es meca de buceo.
Pronuncie "Noronha" frente a un brasileño. No hay quien no haya escuchado hablar de la Bahía do Sancho y el morro Dois Irmãos. Sin embargo, son pocos los que han ido. Se trata de un archipiélago con pocas conexiones desde Natal y Fortaleza, precios altos y unas cuantas restricciones en infraestructura y confort. Sépalo desde el principio: obtener la misma comodidad que en el continente cuesta en Noronha bastante más caro. La recompensa, sin embargo, llega con creces. La singular belleza del entorno natural y la escasa cantidad de turistas justifican la inversión. Solo 600 viajeros pueden permanecer en la isla al mismo tiempo, ni uno más. Y por cada día hay que pagar una tasa de preservación ambiental, que aumenta mientras más días sean. Esta medida impide que lleguen hordas de visitantes y la isla quede sobrepoblada. Como el 70% del archipiélago es Parque Nacional Marino, hay que acatar estrictas leyes ambientales o el precio del pecado puede ser altísimo.
Las playas que están sobre "el mar de adentro" son diez y hay dos bahías. A una de ellas –la bahía de los Golfinhos– no se puede entrar. Pero sí se pueden avistar decenas de delfines rotadores desde su mirador. Saltan sobre su eje cada vez que sale el sol.
La playa do Sancho es la más top. Antes se llegaba caminando entre una vegetación tupida, y gratis. Desde que está dentro del Parque Nacional Marino, hay que pagar un ingreso y caminar por unas pasarelas hasta el borde del acantilado. Después, bajar por una empinadísima escalera de metal que se mete por una fisura de la roca y se pierde en un agujero oscuro hasta tocar suelo.
Por las mismas pasarelas se llega a la vista de postal: la bahía dos Porcos. Desde su mirador se aprecia la silueta perfecta de los dos enormes peñascos oscuros y simétricos del morro Dois Irmãos.
Para surfear, está Cacimba do Padre. Tiene unas olas tan grandes que de sólo verlas producen escalofrío. Le dicen la Hawaii brasileña. El Forte do Boldró es el punto para ver el atardecer. La clave es llegar media hora antes y sentarse en primera fila, caipirinha en mano.
Otro clásico es la playa do Cachorro. Mínima, de oleaje tranquilo, tiene una pileta natural en su acantilado. Se llama así porque del mar emerge una piedra con forma de perro.
Las playas del "mar de fora" son un poco más bravas: rocosas, con acceso restringido, más ventosas y de un mar azul profundo. La playa do Leão es el santuario natural de las tortugas, donde entierran sus huevos entre diciembre y marzo. La bahía Do Sueste es familiar y tiene el único manglar de la isla. Pero en el podio se ubica Atalaia; por linda y única es la más vigilada, el arquetipo de la exclusividad noronhense: sólo pueden visitarla 30 personas. Tiene arena cercada por piedras volcánicas y piscinas naturales donde los peces quedan atrapados hasta que sube la marea otra vez. En la orilla, personal del ICMBio (Instituto Chico Mendes) recuerda que se puede nadar 20 minutos y es capaz de llamar la atención con silbato a los bañistas que se salgan de la norma. Otros "no" de Atalaia: usar patas de rana, tocar lo que sea con las manos y ponerse de pie. Sólo vale flotar.
Para bucear, este es el destino más buscado de Brasil. Para los expertos, el reto mayor es alcanzar la Corveta V17, sumergida a 63 metros. Los novatos, por su parte, también tienen la oportunidad de un debut espectacular. Después del curso básico, teórico y práctico, tienen un encuentro cercano en el mar de adentro con erizos, estrellas de mar, peces violetas, rayados, naranjas, negros y azul flúo, algas multicolores. El fondo marino de Noronha es como su superficie: un documental en HD.
LA NACION