Venecia y Ámsterdam frente al dilema de alejar a los visitantes
La ciudad italiana de los canales y la capital holandesa reformulan sus estrategias en busca de un turismo menos masificado y más sustentable
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Los problemas de la masificación turística, ese desborde incontrolable de gente que se mueve como hordas, con ciudades que se enfrentan a daños extremos, contaminación desmesurada y residentes que padecen la invasión constante de visitantes empezaron hace varios años, con reclamos de vecinos y agrupaciones ambientalistas no siempre escuchados.
Pero la pandemia de coronavirus que paralizó dramáticamente al turismo, seguramente será el punto de inflexión para no volver a lo mismo, la oportunidad que de alguna manera da la crisis de tomar otro rumbo. Aunque claro, con el dilema de atacar a la vaca lechera, porque muchas ciudades basan su economía en la actividad turística.
El caso emblemático es el de Venecia, que recibía casi 30 millones de viajeros por año y se enfrentaba a heridas de muerte, que hasta la pusieron en jaque frente a la Unesco, que amenazó a la ciudad italiana de los canales con sacarla de la lista de sitios patrimonio si no hacía algo para detener el deterioro provocado por el exceso de turismo.
Una de las medidas para buscar esa nueva relación con los visitantes llegó a fines del año pasado con la inauguración de un moderno centro de control, donde rastrean con cámaras en toda la ciudad y por medio de los teléfonos celulares de los visitantes.
Difícil tarea la de desalentar la visita a un icono del turismo mundial, con esos aires de nostalgia que le aportan las góndolas que todavía sobreviven, sus 1600 años recién cumplidos, el palacio Ducal y el siempre concurrido puente Rialto, entre sus principales atractivos. Difícil tarea después de un año de restricciones, con el 70 por ciento de los hoteles cerrados y bares y restaurantes con las mesas vacías, pero con residentes que volvieron a disfrutar la ciudad, con agua más limpia en los canales, aire más puro.
Una de las medidas para buscar esa nueva relación con los visitantes llegó a fines del año pasado con la inauguración de un moderno centro de control, donde rastrean con cámaras en toda la ciudad y por medio de los teléfonos celulares de los visitantes.
En la cercana isla de Tronchetto, se montó este equipo de monitoreo, que costó 3 millones de euros, con pantallas e información en tiempo real sobre los desplazamientos de locales y turistas para crear un perfil de los visitantes. Pueden saber cuántas personas hay en cada parte de la ciudad, de que países son y rastrear los lugares que visitan y cómo se producen los desplazamientos. Las autoridades esperan que los datos que recaben los ayuden a crear un plan de turismo más sostenible.
Otro de los intentos por salvar a Venecia llegó hace apenas unas semanas, cuando el gobierno italiano aprobó un demorado decreto para alejar progresivamente a las grandes embarcaciones de la frágil laguna. Esos enormes cruceros, moles flotantes que pasaban a diario con miles de pasajeros a bordo frente al casco histórico, a pocos metros de las importantes construcciones históricas como el Palacio Ducal y la Basílica de San Marco, son imágenes repetidas hasta el cansancio en el pasado no muy lejano, pero no se verán más.
En una primera etapa, los grandes barcos, llegarán al puerto industrial de la vecina Marghera, pero el Gobierno prometió construir una terminal portuaria alternativa alejada de la zona. Las embarcaciones de gran porte, tanto cruceros como barcos comerciales, dañan y erosionan los cimientos sumergidos de la ciudad, cuando atraviesan el canal de la Giudecca y contribuyen con las periódicas inundaciones.
También a partir de julio del año próximo comenzarán a cobrar un impuesto de entre 3 y 10 euros a los turistas que no pernoctan en la ciudad (los días con menos demanda serán los más económicos); los viajeros que se quedan a dormir ya pagan un impuesto en el alojamiento elegido. El cobro de esta tasa debía entrar en vigencia en julio de 2020, pero se pospuso por la caída en el turismo y las restricciones por el coronavirus.
Ámsterdam, por el cambio
Sin bien los trastornos del turismo masivo en Venecia son dramáticos, otras ciudades de Europa también están reformulando su vínculo con los visitantes. Ámsterdam, la capital holandesa, hace poco más de dos años desmontó las enormes letras que decían I amsterdam por demás instagrameadas, que estaban en la plaza frente al Rijksmuseum.
Un hecho por demás simbólico: el parlamento votó por la remoción porque daban una visión “demasiado individualista de la ciudad” además de haber convertido a la famosa plaza en un lugar de turismo masivo. Otras medidas concretas fueron la prohibición de las visitas guiadas al Barrio Rojo, de nuevos hoteles en el centro de la ciudad y de nuevas tiendas de suvenires y el aumento de impuestos a los turistas.
Pero piensan ir por más: la alcaldesa, Femke Halsema, declaró que quiere prohibir que los turistas ingresen a los coffeeshops, donde se vende marihuana, para evitar el turismo de cannabis y también pretende trasladar a las trabajadoras sexuales del Barrio Rojo a otro punto de la ciudad, para evitar la masificación del casco histórico. Todo un cambio de imagen.
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