Hay un antes y un después en Madryn que marcó, hace cinco años, la apertura del Ecocentro. Hasta entonces, la puerta de entrada a Península Valdés era sólo eso: un lugar de tránsito. Toco y me voy. Normal: la atracción turística de ese territorio, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999, opaca cualquier propuesta. ¿Quién quería perder tiempo en la ciudad habiendo tanta fauna disponible en los hábitats naturales de Valdés?
Lobos y elefantes marinos, cientos de pájaros, pingüinos, orcas y ballenas ofrecen un verdadero festín de naturaleza en vivo. Sobre todo a partir de junio, mes en el que ejércitos de turistas de todo el mundo comienzan a llegar a Puerto Pirámides con el objetivo principalísimo de avistar ballenas. Así andan en estos días: pasándole el plumero hasta las mismas dunas que rodean el pueblo para recibir de punta en blanco a los visitantes.
La bahía sin fondo
Bastó que en el paraje de Punta Cuevas empezara a funcionar el emprendimiento que preside el investigador Alfredo Lichter, para que Madryn se reubicara en la mira de los visitantes. Hoy, irse de esta ciudad portuaria sin haberle dedicado al menos un día al mentado EcoCentro y otro a un relajado recorrido urbano, es una falta imperdonable.
Una simple caminata costera, desde el muelle Luis Piedrabuena hasta el fondo del boulevard Brown, donde se asienta el barrio más lindo de la ciudad, justifica haber ido hasta allá, y en cualquier época del año.
Madryn, como Mar del Plata, tiene dinámica propia y un destino signado por el mar. Ubicada frente al Golfo Nuevo, al que Magallanes dicen que llamó bahía sin fondo, cuenta con un inestimable valor agregado que Madre natura renueva cada año: la llegada de los grandiosos cetáceos. Especie protegida, declarada Monumento Natural, la ballena franca ya está haciendo sus primeras apariciones en las aguas cálidas del Golfo Nuevo. A partir de ahora podrá verlas a cada rato, a lo lejos y a veces no tanto, como cualquier hijo de vecino madrinense, que además presume y con motivos, de tener el show en la ventana de su casa. Si la casa mira al mar, obvio. Pero para estar más seguro, vaya en julio, momento en que la presencia de las ballenas ya es una realidad que se perpetúa sin interrupciones hasta diciembre, aplicadas a responder al mandato natural de aparearse, alumbrar, criar. Y no diga que no le avisamos.
Al EcoCentro, además, acaba de brotarle un vecino, ubicado a meros metros y frente a ese mar de mareas tremendas, con una amplitud de cinco metros. Se trata del hotel Territorio, flamante arquitectura patagónica de nueva concepción estética, que combina las curvas de la chapa acanalada con la piedra de la zona y el aluminio, como lo muestra el techo del edificio. Son 36 las habitaciones y todas miran al mar. Todas. De ahí la construcción alargada. Y también desde los baños de cada cuarto las ventanas capturan las mejores vistas de Puerto Madryn y la bahía.
El hotel ofrece a sus huéspedes una serie de actividades para vivir a fondo el entorno natural, ya que cuenta con asistentes naturalistas, expertos que asesoran sobre todo lo concerniente a salidas tanto urbanas como por los alrededores. Hay caminata guiada por la playa hasta el EcoCentro, ya que el hotel marca el cambio de costa: de un lado, los cinco kilómetros de playa de arena que se trazan en suave declive frente a Puerto Madryn; del otro, las restingas que subrayan una calidad de costa abrupta y de pendiente pronunciada.
La visita a Las Charas es otro programa que el hotel ofrece, y no es para soslayar. Se trata de una estancia ubicada en la parte más estrecha del Istmo Ameghino, sobre la costa del Golfo Nuevo. Aquí se propone observación de fauna en estado puro, especialmente de ballenas, además de fósiles marinos. Con la guía de Alejandro Carribero, encargado de la estancia y experto en el tema, el recorrido por la playa es un continuo descubrir de las particularidades de tales fósiles, como caracoles, que se cuentan por miles.
El sur de las afueras
El binomio Territorio-EcoCentro aparece pasando el monumento al indio tehuelche. Éste, a su vez, aparece después de Punta Cuevas, sitio así llamado porque fue aquí donde se produjo el primer desembarco de galeses, en 1865. Así como llegaron, buscaron refugio en las cuevas (justamente) que guarda la costa y que, por supuesto, están ahí para ser contempladas.
A 14 km de la ciudad, aparece Punta Loma, que se proyecta como una síntesis de la geología de Valdés, es decir, el típico hojaldre hecho de fósiles de bivalvos y crustáceos, ceniza volcánica, otra vez fósiles, y encima de todo la capa de arena arcillosa con pedregullo. De su paisaje adunado, hace rato se adueñó una comunidad de lobos marinos de un pelo, a los que se puede ver en cualquier época del año.
Más allá y sin abandonar el rumbo, el Cerro Avanzado y la presencia de crustáceos petrificados y superpuestos se reitera. Lo habitual en el paraje es dar con gente que pesca y vive de ese recurso. En general lo hace en asentamientos temporarios, con un vehículo (suele ser un ómnibus) que sirve a la vez de vivienda y medio de transporte.
El faro del Avanzado, que sirve de advertencia y guía para los navegantes, es uno más de los varios que salpican toda la costa del inmenso Golfo Nuevo hasta su extremo sureste, que se llama poéticamente Punta Ninfas.
La belleza científica
El EcoCentro nació por la iniciativa de un grupo de naturalistas y científicos con un fin muy claro: despertar la conciencia ?a través del conocimiento? sobre la necesidad de proteger el mar y todas sus criaturas. El ambicioso emprendimiento apuntó de entrada a una educación ambiental, a la investigación científica y como complemento, a las expresiones artísticas. Esta interpretación de los ecosistemas marinos es el primero del país.
En un terreno cedido por la municipalidad por un período de 30 años, se levantó el edificio que ocupa 1.800 m2. Su arquitectura reproduce el estilo que difundieron los primeros pobladores de Madryn y su ubicación es inmejorable: en un alto, a orillas de un mar que se deja ver desde prácticamente todos los ámbitos. Grandes espacios y mucha luz natural. Cada área se propone con una muy bien lograda ambientación específica al tema que allí se desarrolla. Una sala de exhibiciones y otra de transferencia científica, una torre con mirador en donde funcionan una biblioteca y sala de lectura, aula para proyección de videos, presentaciones multimedia e internet, un auditorio para 120 personas, salas para muestras temporarias, un café, una terraza (maravillosa) con vista a las olas y área de mantenimiento son las partes que componen este inmenso puzzle, donde nada es más divertido que perderse sin posibilidad alguna de extraviarse. Porque donde se asome, arrime, toque o solamente mire, se abre una nueva forma de explorar profundidades y develar los misterios que sostienen mares y océanos.
Una apreciación simplista llevaría a la conclusión de que el Eco no es un museo. No lo es, por cierto, en el sentido arcaico del mirá y no toques. Podría no serlo por muchas de sus actividades, por ejemplo en el desarrollo de los proyectos educativos ?Mar Abierto y Mar Abierto Rural? enfocados a las escuelas, y en los de investigación, que promueven la comprensión de la biodiversidad de esta región patagónica. Pero sí responde a la concepción museística que hace rato funciona en tantos países del mundo, al convertir la mera contemplación en una aproximación interactiva. No tocar, justamente, aquí es trasgresión.
Madryn versión aventura
Pablo Passera es el guía de Huellas y Costas, una empresa local que organiza salidas en mountain bike y kayac. El equipo de LUGARES se puso a las órdenes de Pablo para probar un buenísimo programa combinado. El punto de partida es la pintoresca caseta que oficia de sede y guardería de estos medios de transporte, y el itinerario lleva hacia el sur hasta Punta Este. Aquí es preciso abandonar las bicis y montar en los kayacs para ir navegando hasta el Cerro Avanzado. Remar sobre las aguas cristalinas del golfo es un placer inmenso; se puede ver a través de ellas hasta los 15 metros de profundidad, y en el trayecto se pasa por el Área Natural Protegida Punta Loma, sede permanente de una gran colonia de lobos marinos.
Después del istmo
De Madryn a Puerto Pirámides hay una distancia de 92 km y de más está decir que es fundamental sortearlos de día, para apreciar cada detalle el camino. Y mejor aún es hacerlo al amanecer o a la tardecita, con las primeras o las últimas luces. Sólo así entenderá de qué se trata el hábitat estepario de Península, su flora severa y su fauna multidiversa.
Pirámides es el único pueblo de toda el área Valdés y su densidad demográfica, aunque en franco crecimiento, sigue siendo menor a la animal. Esta relación mantiene a todo el mundo ocupado con el turismo y si bien reciben visitantes todo el año, es en esta época cuando más se aplican a una puesta a punto integral. La vuelta de las ballenas así lo exige.
El único hotel que se animó a avanzar sobre la playa, hace poco más de tres años atrás, está en plena reforma. En manos de nuevos propietarios y rebautizado Las restingas, se prepara para reabrir a principios de julio con todos los servicios renovados, entre ellos un spa y las habitaciones, que tampoco dejarán de tener vista a las ballenas, redecoradas.
Hacia el este, el largo camino costero de la península propone parada ineludible en Punta Pardelas, uno de los paisajes patagónico-marítimos más impactantes del sur.
Después, la consigna podría ser seguir hasta Punta Delgada, extremo sur oriental de esta enciclopedia de ciencias naturales en vivo; llegar a Caleta Valdés; subir hasta Punta Norte y desde ahí, pegar la vuelta por los caminos interiores. Es la fórmula perfecta para vivir Península intensamente, pero para esto, mejor espere a que llegue la primavera, y con ella, toda esa fauna dispuesta a seguir multiplicándose con todos los bríos del renuevo estacional. No podrá creer tanta explosión de vida amontonada.
Voyeurismos
En los Golfos Nuevo, San José y hasta el San Matías; en Caleta Valdés y a lo largo de toda la costa de Valdés, los avistajes varían.
Lobos marinos y elefantes. Todo el año.
Aves. Todo el año.
Son cientos de ellas pero sólo seis son las especies autóctonas que surcan los aires de Península. Se trata del yal carbonero, la monjita castaña, el pato vapor de cabeza blanca, la bandurrita patagónica, el cachalote pardo y el canastero patagónico.
Ahora bien, sepa que Valdés también es área de nidificación de otros muchos plumíferos ?gaviotines, gaviotas, ostreros, pingüinos, cormoranes? y hábitat de reposte de aves migratorias que aquí llegan para alimentarse, como flamencos, patos, chorlos?
Choiques, martinetas, calandrias, jilgueros patagónicos, camineras, chingolos, golondrinas y tantos plumíferos más son parte de la vida alada que sostiene el ecosistema de este retazo tan especial de estepa.
Pingüinos. Septiembre a abril.
Ballenas. Junio a diciembre.
Orcas. Fines de febrero y marzo.
Informe de Florencia Bidabehere
Fotos de Anahí Bangueses Tomsig
Publicado en Revista LUGARES 122. Junio 2006.