Epicentro cultural de Japón, en la antigua capital imperial se vive un relajado clima urbano. Cientos de templos, jardines, palacios y mujeres que visten kimono. Además, visita relámpago a Nara.
Ahí viene el #tren #bala y no se va nuuuunca. #Japan
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Vuela el tren bala. De Tokio a Kioto en menos de tres horas (2.50), y mientras vuela, por la ventanilla pasan imágenes barridas. La ciudad se acaba demasiado pronto, al borroso esfumado de los minicultivos le siguen a la carrera pueblitos y arboledas y al revés también, manchones grises de áreas industriales, cultivos otra vez, cerros de cresta redondeada a los lejos. El Hikari Superexpressdevora un túnel muy largo, varios más cortos, otro muy corto y otro más largo. Y sigue la velocidad de las cosas. Un hotel en un poblado rural, nada, un negocio grande con carteles de la gaseosa que refresca mejor. Arrozales. Una ciudad. De nuevo arrozales, las casas, un megapuente. Arroz, arroz, arroz. Techos a dos aguas. Desde el confortable asiento junto a la ventanilla del HS la vida no fluye, huye. Cuando pasa otro tren, el bala registra flor de cimbronazo, inquietud de un instante. La llegada, igual que la partida, sucede a la hora señalada, con exactitud de fracciones de segundo. Es así con todos los trenes japoneses: rapidez y precisión en el servicio. El único efecto secundario no deseado es que después de viajar en un cohete, cualquier otro expreso parece lento.
POR EMPEZAR, GION
A los barrios modernos (Nakagyo, Shimogyo, Kamigyo) se oponen Pontocho -territorio de bares con algo de acción after office y restós, que se desarrolló en torno a un callejón que va de Shijo-dori a Sanjo-dori- y Gion, el corazón antiguo de Kioto que se descubre del otro lado del río Kamogawa. La ciudad no fue bombardeada durante la II Guerra Mundial, y sus viejas construcciones de madera oscura, de fines del siglo XIX, se conservan en perfecto estado. Tuvo rango de capital a partir de 794, hasta que en 1868 el emperador Meiji decidió trasladar la corte a Tokio, entonces Edo.
En Gion queda el dédalo de un caserío en el que ya nadie vive, una escenografía quieta donde el presente atraviesa ese pasado, toma de él el valor de una figura clave de la sociedad japonesa -la geisha- y lo mantiene vivo. Hoy esas casas son administradas como espacios privados y cerrados (tipo club) para hombres de negocios, atendidos por mujeres cultas, entrenadas en la compleja y muy delicada misión de saber acompañar, siguiendo un ritual preciso e incuestionable. Las geishas existen. Pero no es fa´cil verlas. Mujeres con kimono, todo el tiempo, de todas las edades.
Las señoras mayores tienen como norma salir a la calle ataviadas a la usanza tradicional hasta para ir a hacer la compra. Las jóvenes en cambio suelen lucirse en kimono domingos y festivos; en los templos, en los parques, por la calle, van en grupo o en pareja, hacen shopping, les encanta que las fotografíen. El kimono es coquetería pura. Pero una geisha no se define por un kimono. Gion es su territorio, donde también, y cada tanto, se ven maidos, las aprendices de geisha. Estas figuras hoy son los imanes y no hay extranjero que no se sume al monto´n de curiosos que esperan en la puerta de alguna residencia para capturar su aparición. Ellas, adiestradas en el arte de la discreción, rehúyen de la voracidad de los turistas con habilidad. Suelen aparecer y desaparecer en auto; se escabullen furtivamente, van a pasitos breves y apurados por las callejuelas internas del barrio con su atuendo de lujo, la cara pintada de blanco, el maquillaje teatral que les corresponde. Las geishas no son de cuento, pero lo parecen.
TEMPLOS Y UNA CASA MUY ANGOSTA
El mundo no se hizo en siete días, conviene recordarlo. Kioto tampoco soporta reduccionismo semejante. En la antigua capital del imperio nipón y su área de influencia, la fe echó una profusión de raíces que solo en templos budistas contabiliza 1.600, más 400 sintoístas.
Ni el casi millón y medio de habitantes debe conocer todo este patrimonio. Sí saben de qué se trata el Palacio Imperial (no es residencia de la actual familia real, que vive en Tokio), y sirve como punto de orientación. El palacio es el último de su estirpe construido en los tiempos del Kioto imperial. Ocupa un sector dentro de un inmenso parque arbolado, dominio de cuervos (muy común en Japón), que se resguarda dentro del perímetro trazado por un sólido murallón de 1,3 km de largo (de norte a sur) por 700 metros de ancho (de este a oeste), al que se ingresa libremente. La visita al palacio y sus jardines no se paga, pero exige el sencillo trámite de anotarse unos 20 minutos antes de la recorrida en las oficinas, documento mediante.
Si Tokio es la vida a ritmo sin aliento, Kioto es lo opuesto, una ciudad de andar mucho más tranquilo, consecuencia quizás del misticismo que emanan tantos recintos sagrados.
En 1994, la Unesco declaro Patrimonio de la Humanidad tres santuarios taoístas, trece templos budistas y el castillo Nijo. El baño de espiritualidad incluye cinco hitos: Kinkaku-ji, el templo del pabellón dorado; Ginkaku-ji, el del pabellón plateado y su bellísimo jardín; el santuario HeianyFushimi Inari-taisha, el principal santuario taoísta (data del año 711), dedicado a Inari, protector de las cosechas -en especial del arroz, símbolo de riqueza-, famoso por los miles de toriis -puertas donadas por familias adineradas o empresas- que enmarcan el largo camino al templo a través de un bosque. El pasaje es una experiencia de efectos oníricos y aparece en la película Memorias de una geisha. Para completar la lista está Sanjusagen-do, el templo de las mil estatuas budistas, que ocupa un recinto de madera, considerado el más largo de Japón. Data de 1164. En 1249 se incendió y en 1266 solo el edificio principal fue reconstruido. La deidad central es Sahasrabhuja-arya-avalokitesvara, conocida como Kannon. A ambos lados se suceden diez filas de 50 columnas con mil estatuas de Kannon más chicas. Dicen que de la quema solo pudieron salvarse 124; las demás fueron talladas en el siglo XIII, en madera de ciprés japonés. A los pies de las mil se encuentran otras 28 de deidades guardianas. A la salida, monjes estampan la caligrafía japo en los "libros" de oraciones (una página por cada templo que se visita) con sus pinceles y tinta negra. Maravilla ver cómo lo hacen. También venden esos "libros" y muchas chucherías alusivas al templo y a la fe budista. Solo efectivo. Más terrenal, imposible.
En una esquina cualquiera de Gion hay una vivienda demasiado estrecha, no más ancha que un placard. También en Tokio las casas son espacios reducidos y acotados entre finas paredes revestidas de plaquetas que imitan la madera, listones finos de bambú, venecitas blancas grisáceas en tonos neutros, azulejos tamaño oblea Rodhesia. La clave está en maximizar el espacio mínimo, o minimizar al máximo las expectativas, que viene a ser lo mismo. No hay lugar. La holgura espacial, un privilegio de las familias imperiales, de los shogunes, y otros personajes de alto rango. Hoy el desahogo territorial tiene límites muy cercanos y es en el afuera, en parques y jardines de templos y monasterios o de antiguas residencias, en las zonas más rurales y en las áreas protegidas donde la gente se permite agrandar su radio de acción por unas horas.
EL TIEMPO Y LA SEDA
Domingo a la mañana. Tres colillas aplastadas en el suelo en un recorrido de 500 metros, y un papelito arrugado (no más grande que el ticket emitido por un cajero automático) en la escalera del subte. Hay barrios como el que se detecta en las proximidades del castillo Nijo, donde el tiempo tiende a hacerse lento. Domingo. Un recolector de latas que se mueve en bicicleta recoge lo que aparece perfectamente embolsado y ahí afuera dejado. En una camioneta tipo Playmóbil, alguien transporta cartón también aplastado y precintado con prolijidad ejemplar.
La señora de la peluquería masculina, tijera de jardinero en mano, se aplica a retocar sus plantas que crecen en macetas colocadas en el ángulo de la esquina de su casa. El vegetal es un bien muy preciado y cuidado en Japón; aquí, en Kioto, llena veredas donde las hay, y donde no, se apodera de los cordones que separan la parte edificada de la calle; en esta, una notoria línea blanca demarca la franja por la que pueden circular peatones y bicis. Hay varias manzanas así, sin veredas a la vista, pero parece estar todo bien. A falta de patio o pasillo, todos los bienes que el hogar no puede resguardar encontraron su lugar en el frente de las viviendas junto a una valla, colgados de un enrejado. La bici, el cochecito del bebé, la regadera, la palita, los juguetes. Casi siempre ganan las plantas. Nadie las estropea, no osan rozarlas. Es domingo y apenas se nota la diferencia con un día de semana. Los negocios están abiertos, pero el silencio es prácticamente el mismo. Cerca de las avenidas, hay un poco más de movimiento. Una sedería muestra en la vidriera su especialidad: edredones, cubrecamas, almohadas y cojines de exquisita factura.Es entrar, preguntar precio,pedir permiso para acariciar la seda. Reciben con intachable buena conducta, es preciso descalzarse, y si hay intención de compra, aparece el servicio del té verde recién preparado, y una visita al showroom. Tatamis muy suaves cubren todo el piso, y a los lados se disponen, en un orden premeditado, las prendas terminadas. Seda natural de primera. La seda es parte de la historia y la cultura de Japón. No hay más que ir al museo nacional de Tokio para quedar embelesado con la colección de kimonos antiguos, de seda labrados en seda, metros de seda gruesa para abrigar en invierno. En la sedería -que roza el siglo de existencia-, con diseños más depurados y más livianos de mirar, este material se revela supremo. Si hay empatía con el dueño, e interés por saber de dónde viene y cómo se comporta la seda, ahí están los capullos que un gusano supo tejer (el tamaño, apenas como huevo de codorniz), dispuestos en un discreto bowl de cerámica, junto a las muestras de copos de seda sin hilar. Cada capullo es un solo hilo finísimo, casi intangible, de elasticidad asombrosa, que llega a cubrir un kilómetro de largo. Un copo de seda natural en la palma de la mano da calor. Y aseguran que no hay nada mejor que este material prodigioso para masajear el rostro en círculos (tres) suaves. Rejuvenece, dicen.
Un cubrecama de seda vale diez mil dólares. Cuesta mucho pagar con presupuesto argentino lo que la seda de calidad vale. Pero una de las preciosas almohadas, embellecidas por ese diseño tan profundamente japonés que rinde culto a las formas de la naturaleza, es más que suficiente para dar felicidad y volver a casa con un exótico tesoro.
CIERVOS Y TEMPLOS
En Japón, la gente y sus íconos se cuantifican de a miles. Y acá, en Nara, en la entrada del templo Todaji, la multitud es diez veces la de un concierto de rock en River. Son oleadas que van llegando y colman el largo camino a las puertas del templo en civilizado montón. Para el despistado, un desencuentro en tales circunstancias no falla. Y lo contrario es como buscar una aguja entre cientos de agujas. Conviene eludir fines de semana y feriados si lo que se quiere es visitar el templo y sacar provecho del entorno sin la angustia de tratar de dar con la persona que en un segundo quedó fuera del campo visual.
El emplazamiento del Todaji es inmejorable: en el corazón de un parque donde pastorea en libertad el ciervo sika, animal protegido y considerado mensajero de los dioses por el sintoísmo. El templo, arquitectura extraordinaria de madera erigida en el 745, aloja al Gran Buda de bronce, objeto de culto perpetuo desde que allí quedó ubicado, en el año 751.
La gente alimenta los ciervos con unas galletas chatas y redondas que venden ahí mismo, en la entrada al parque. Los estudiantes se divierten, juegan a medirse en rapidez con los sika (te doy la galleta, te la quito), los más chicos sienten curiosidad y también les da miedo, hasta que lo pierden y se animan a tocarlos. Los padres festejan el logro. Una señora muy mayor va entre el gentío y los animales con escobilla, pala y tacho recogiendo las deposiciones de los ciervos. Son muchos, piden comida todo el tiempo.
El Gran Buda es negro, pero alguna vez relumbró. Negro. Casi no se lo ve porque adentro es muy oscuro. Los buditas dorados de los laterales son más visibles. Está sentado como debe ser, en posición de loto, rodeado de sus hojas. Lo custodian dos guerreros temibles. En los extremos frontales del altar hay dos enormes floreros de metal con lotos en su interior y, apoyadas en el recipiente, dos mariposas también de metal.
El tamaño de Buda impacta, las dimensiones del templo, más. Su sólida estructura de vigas y travesaños se mantiene sostenida por un complejo sistema de encastres. Al oeste del parque de Nara está el templo Kofuku-ji, una pagoda de cinco pisos también impresionante. Pero por ahora está cerrada y solo se la puede admirar por fuera.
Horyu-jiestá a 45 minutos de Nara; es, por lo leído y oído, el templo de madera más antiguo del mundo, pero el tiempo no dio para tanto. Y también los tradicionales jardines Isuien quedaron para una improbable próxima vez. Nara tiene un rincón antiguo de casas de madera. La verdad es que luce mejor mantenido que el barrio de Gion en Kioto, pero no es más que Gion. Y está rodeado de edificaciones contemporáneas,no tiene escapatoria.
La calma es el común denominador en las calles de Nara, que también fue capital de Japón. Desde el año 710 hasta finales del siglo VIII, cuando el emperador Kanmu, ante el avance de los monasterios budistas y su creciente influencia sobre la corte imperial, ordenó la construcción de Heijo-kyo, que significa capital de la tranquilidad.
Los restos del palacio Heijo , el santuario Kasuga y los templos Gango-ji, Yakushi-ji y Toshodai-ji, además de los ya nombrados son, desde 1998, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
SI PENSÁS VIAJAR...
DÓNDE DORMIR
Screen 640-1 Shimogoryomae-cho, Teramachi Marutamachi-sagaru, Nakagyo-ku. www.screen-hotel.jp
Noku Roxy 205-1 Okura-cho Nakagyo-ku. www.nokuroxy.com
Ryokan Nakajimaya Bukkoji-agaru, Takakura-dori, Shimogyo-ku. kyoto_nakajimaya@yahoo.co.jp FBK: Nakajimaya-Ryokan
Hiiragiya Nakahakusancho, Fuyacho Anekoji-agaru, Nakagyo-ku. www.hiiragiya.co.jp
DÓNDE COMER
Kikunoi Honten 459 Shimokawaracho, Shimokawara-dori, Yasakatoriimae Sagaru, Higashiyama-ku. www.kikunoi.jp El chef Yoshihiro Murata es el representante de la tercera generación que comanda este restaurante inaugurado en 1912. Dueño de tres estrellas Michelin, su tradicional cocina japonesa reverencia el uso de ingredientes naturales y el cambio de las estaciones, que se refleja en los platos y en la ambientación del salón. Todos los días, de 11.30 a 13 y de 17 a 20.
Tenryu-ji Shigetsu 68 Susukinobaba-cho, Saga-Tenryuji, Ukyo-ku. www.tenryuji.com Shojin Ryori es la cocina vegetariana que desarrollaron los monjes budistas Zen hace siglos. Uno de los mejores lugares para degustarla es este templo del siglo XIV, reconocido como patrimonio cultural por la Unesco, rodeado por frondosos jardines y un lago. Shigetsu invita a comer en absoluto silencio para descubrir la profundidad de los sabores que aportan los vegetales de estación, las hierbas y plantas salvajes a los platos. De 11 a 14. Reservar en caso de que asistan más de dos comensales.
Honke Owariya Kurumayacho-dori, Nijo kudaru, Nakagyo-ku. T: (0081-75) 223-2632. Honke-owariya.co.jp Funciona desde 1465 y es reconocido como el restaurante de noodles más antiguo de Kioto. Es "el" lugar para probar un plato de soba artesanal (fideos finos elaborados con harina de trigo sarraceno).Vale la pena visitarlo, no solo por la comida sino por la ambientación del lugar, con espacios bien japoneses y otros de estilo occidental. Pruebe el set Hourai Soba, con hongos shiitake, tempura de camarones, puerros japoneses y daikon (rábano) rallado.
PASEOS Y EXCURSIONES
Templo Ginkakuji 2Ginkakuji-cho, Sakyo-ku. T: (0081) 75-771-5725 www.ginkaku-ji.or.jp También conocido como pabellón de plata , es un precioso templo budista zen, ubicado en la ladera este de Kioto, en la zona de Higashiyama. Fue construidoen 1474como retiro del shogun Ashikaga Yoshimasa.
Templo Sanjusangen-do 57 Sanjusangendomawari, Higashiyama-ku. T: (0081) 75-561-0467 www.sanjusangendo.jp Este tesoro nacional es conocido en todo el mundo por su fabulosa exposición de 1.001 estatuas de Kannon, la diosa buda. Es, además, el mayor edificio de madera de Japón. Se lo puede visitar, de abril a noviembre, todos los días de 9 a 17; entre noviembre y marzo, todos los días, de 9 a 16.
Pabelllón de oro 603-8361 Kinkakujicho, Kita-ku. T: (0081) 75-461-0013. www.kinkaku-ji.or.jp También llamado Kinkaku, son las denominaciones populares para el templo Rokuon-ji, levantado en 1397, con las dos plantas superiores recubiertas en panes de oro. El templo budista, ubicado al norte de Kioto, en un espejo de agua, es Patrimonio de la Humanidad desde 1994. Abre de 9 a 17.
Palacio Imperial 3 Kyotogyoen, Kamigyo-ku. T: (0081) 75-211-1215. www.sankan.kunaicho.go.jp Fue la residencia del emperador de Japón hasta 1868; al año siguiente, Tokio pasó a ser la capital y su palacio, morada de los emperadores. No obstante, en 1877 se decidió preservar al de Kioto como palacio imperial. Las visitas guiadas son gratuitas, solo hay que anotarse un rato antes.
Nota publicada en Revista LUGARES nº 244, agosto de 2016.
LA NACION