Hace tiempo comenzaron a notarse indicios de que no todo es color de rosa. En algunas ciudades del mundo, la conflictividad creciente entre residentes y turistas no sólo dejó de ser un vínculo tolerado sino que alcanza ribetes violentos. La turismofobia en ciertos sitios pasó de declamaciones y protestas a incidentes reales que incluyen ataques a turistas.
Depredación de los recursos naturales y culturales, exclusión de los residentes del mercado inmobiliario, generación de trabajo precario, transformación de comercios locales en tiendas de souvenirs, bares, night clubs o tiendas, son algunas de las consecuencias que la masividad genera a despecho de las bondades que altri tempi parecían patrimonio exclusivo de quienes disfrutaban del turismo receptivo.
El turismo es un derecho humano, tal como fue formalmente reconocido por las Naciones Unidas en 2001. Y también es un negocio. En medio han quedado quienes tienen la suerte o la desgracia de vivir en los escenarios más atractivos. El desafío es armonizar intereses y conductas de unos y otros.
No es necesaria gran agudeza para afirmar que el gen del desencuentro viene de la mano de la lógica capitalista que tiene como principio rector generar ganancias a partir de la sociedad de consumo, cuyo epítome bien podría señalarse al turismo masivo.
Alquiler de departamentos
Un problema central en el conflicto tiene que ver con los llamados "departamentos turísticos" que generan una notable alza de precios para los inquilinos residentes, que se ven así obligados a desplazarse a zonas más periféricas.
En España en agosto de 2018 se registraron 11.677.219 pernoctaciones en ese tipo de alojamientos, según el Instituto Nacional de Estadísticas.
Hay estudios, como el realizado en el Lower East de Manhattan, que dan cuenta de que los departamentos o casas alquilados por Airbnb generaban en promedio entre dos y tres veces más renta anual que los alquileres normales.
Consciente de este problema la Alcaldía de Madrid (ciudad que con 3,1 millones de habitantes tiene 21,4 millones de pernoctaciones temporarias al año) resolvió limitar a sólo 90 días la posibilidad de que los dueños de los departamentos los alquilen a turistas y dispuso que quienes quieran alquilarlo con esta modalidad durante los doce meses deberán inscribirse en un registro que sólo admitiría a departamentos que tengan una entrada independiente del edificio, lo que en la práctica deja a unos 10 mil sin posibilidades de registrarse.
Obviamente las plataformas que se usan para realizar esos alquileres –cada vez más demandadas- han protestado por el freno que tales medidas generan a la actividad. Las apoyan, claro, los establecimientos hoteleros que exigen una regulación más restrictiva a esas prácticas. El tema fiscal es también una razón siempre aludida para una actividad poco regulada.
En los cinco continentes se estima que hay unas 33 mil ciudades que ofrecen alquileres temporarios.
Problemas de convivencia
Otro tema, acaso menos crematístico, pero no menos presente a la hora de estimar las razones del desencuentro entre turistas y residentes, tiene que ver con cuestiones de convivencia derivadas de la alteración de la tranquilidad, limpieza y seguridad en barrios cuyos residentes dicen que se han vuelto invivibles.
Los bares y restaurantes que convocan turistas, sobre todo aquellos que tienen espacios de atención en veredas o plazas, suelen ser puntos donde se concentran el griterío, las borracheras y la basura desparramada en la vía pública. No son pocas las ciudades en las que los vecinos –generalmente reunidos en organizaciones ad hoc- cuelgan carteles en sus balcones que dicen "vecinos en peligro de extinción" o "queremos una plaza vecinal". Eso… cuando no hay alusiones más directas y menos formales, por decir algo.
En Barcelona un movimiento llamado "comités de autodefensa contra el barricidio" inició en su momento una campaña que promovía el "balconing", esa moda de pasarse de un balcón a otro de un hotel o departamento o tirarse desde ellos a una pileta de natación, generalmente practicado por turistas bajo los efectos del alcohol o las drogas y que ha generado muchos accidentes fatales. El balconing es divertido, se insistía con innegable dosis de humor negro. Estaba escrito en inglés…para que lo entiendan particularmente aquellos a quienes iban dirigidos.
Tratando de amainar rispideces la Alcaldía de Madrid reparte trípticos en los que trata de educar a los turistas. Una de las primeras recomendaciones reza: Si tienes necesidad, utiliza los aseos públicos. Los hay por toda la ciudad. Pasear por alguno de sus barrios vuelve evidente la pertinencia de este pedido.
Por supuesto que un caso paradigmático de incompatibilidad entre turistas y residentes es Venecia, que en los últimos 40 años ha perdido la mitad de su población, que decidió huir del remedo de Disneylandia en el que se convirtió la ciudad.
Cada día unos 70 mil turistas eran volcados a la ciudad por gigantescos cruceros que pasan frente a la Plaza San Marcos o el Palacio Ducal, hasta que desde el año pasado comenzó a reducirse este tránsito. Fue una condición de la Unesco para no retirar a Venecia de la lista de ciudades patrimonio de la humanidad y colocarla en el listado de lugares en peligro.
En Barcelona, lo sabemos, no se andan con chiquitas. Esta ciudad de 1,6 millones de habitantes recibe 15,8 millones de turistas al año. Hace dos años fueron atacados buses turísticos pinchándoles los neumáticos, escribiendo consignas en sus parabrisas y colgando carteles en la parte alta descubierta que decían Paremos la masificación turística en los Països Catalans. Hechos similares ocurrieron en Valencia y en Palma.
En este caso los incidentes tienen ribetes de complicidad política toda vez que fueron reivindicados por Arran, una organización juvenil de la izquierda independentista catalana vinculada a la CUP (Candidatura de Unidad Popular), ligada a Esquerra Independentista.
No se han librado de los ataques las agencias, hostales, oficinas de turismo y locales de alquiler de bicicletas, a las que les fueron selladas las puertas. Estos grupos tienen representación parlamentaria en la Generalitat.
Impuesto al turista
Amsterdam está mostrando ya niveles de intolerancia a la masividad turística. Muchas marchas se han desplegado en esta ciudad a la que parece le ha llegado el límite de la proverbial calma holandesa.
La solución que inspira a las autoridades es desalentar la llegada de personas de menores recursos y estimular la visita de los ricos. La ecuación es sencilla: reducir el número de personas aumentando el gasto turístico promedio.
La solución parece tener un rasgo clasista. O mejor dicho, tiene un rasgo clasista. Necesitamos a más gente que gaste dinero en la ciudad. Preferiríamos tener a gente que se quede varias noches, que visite museos y que disfrute de buenas comidas en los restaurantes a gente que venga tan sólo el fin de semana, coma un falafel y se dé un paseo por el distrito rojo, declaró en su momento Udo Kock, concejal de finanzas de la ciudad, autor de la iniciativa de cobrar 10 euros diarios a cada turista.
Si el Turismo es la industria sin chimeneas no es el caso seguir echando leña al fuego.