¿Qué hacen 170 carayás y 20 monos capuchinos viviendo en las sierras de La Cumbre si su hábitat natural está mucho más al norte, en las selvas de Misiones, Chaco, Formosa y Corrientes? La respuesta hay que rastrearla a comienzos de los 90, cuando Alejandra Juárez, que trabajaba en el zoológico de Córdoba, alquiló un terreno en Salsipuedes para recibir y tratar de recuperar a los animales salvajes abandonados por los circos, por quienes los adquieren ilegalmente, por los zoológicos que no los pueden mantener con vida. Entre los que más comenzaron a llegar, estuvieron los monos carayá, los alouatta carayá, una especie que no se reproduce en cautiverio y que si bien tiene tasas muy altas de comercialización ilícita, es una de las que menos chances de sobrevivir en un hogar humano tiene. De hecho, mueren si se los trata como a un cachorro de perro; la única manera de que salgan adelante es si son tratados como bebés, alzados, con mamadera y abrazos. Humanizados a ese punto, sí viven, pero no desarrollan comportamiento social (los carayá viven en grupos, liderados por un macho alfa), ni saben aullar.
Y cuando crecen ocurre algo inesperado: si es hembra se "apropia" del hombre de la casa, y si es macho de la señora. Es natural y propio de la especie, que ?lógicamente? no está preparada para llegar a su madurez sexual viviendo en un departamento. En la sede cordobesa de Proyecto Carayá, la mayor parte de los monos que tienen, llegaron por este motivo: cuando se hacen grandes, los monos no pueden seguir viviendo con sus dueños, atacan a los adultos, y en algunos casos también a los niños. Son celos, un sentimiento muy humano que corrobora y nos aproxima, como si falta hiciera, a la teoría de Darwin.
A los turistas se lo explican con simpatía: "y ahí, a los ocho años, la señora tiene que elegir, si el marido o el mono, y si el mono trabajara? no se sabe bien a quién eligiría", bromean los voluntarios. Pero lo cierto es que al maltrago de una herida, suele sumarse una correa en el cuello, una jaula minúscula, la reclusión perpetua? y la muerte segura. Encerrados, los monos se deprimen y se mueren.
En cambio, la experiencia aportada en Córdoba demuestra que, de otra manera, llegan a vivir 30 años, se reproducen normalmente (¡hasta tienen el primer caso de mellizos registrados del mundo!) y logran volver a formar grupos. Como el medio geográfico no es el natural ?sino que fueron las circunstancias históricas las que fueron llevando a la constitución del Centro de Rescate en plenas sierras?, el alimento del monte allí plantado no es suficiente, y requieren ser alimentados con frutas, leche, fideos, arroz y polenta, entre otros.
Como segunda etapa, y para dar remedio a esta situación, está en marcha la creación de una nueva sede de Proyecto Carayá en Misiones, una de las áreas de distribución del carayá negro y la única, dentro de la Argentina, para el aullador rojo (alouatta fusca). En 2008, una epidemia de fiebre amarilla diezmó las ya raleadas poblaciones locales y casi han desaparecido ambas especies de esta provincia.
Los aulladores son especies sensibles a esta enfermedad, cuyo impacto es letal. El brote que hubo en los años 60 fue durísimo para la especie, pero en ese momento los corredores de selva existían; los países vecinos como Brasil y Paraguay tenían áreas selváticas linderas a la misionera. Hoy ya no. No hay censos confiables, pero está claro que el hábitat de los carayás pierde territorio a grandes pasos. El aullador clama por ayuda.
Datos útiles
Proyecto Carayá. Tiu Mayu, a 11 km de La Cumbre. www.proyectocaraya.com.ar
Abre todos los días. Los horarios varían según la temporada. La visita es guiada y dura unas dos horas. Mayores de 14 años, $50. Entre 4 y 14, $20.
Por Soledad Gil. Nota publicada en abril de 2014. Extraída de revista Lugares nº 215.
LA NACION