Dicen que el tilcareño es contemplativo y caminante por naturaleza; que su caminar es un meditar, un pensar; que acaso destinado a andar horas y horas por cerros y aridales, se ha acostumbrado a "escuchar el silencio". Y a dialogar con él soplando el siku (nombre aymará para la flauta de Pan).
Quizás por eso la Semana Santa en Tilcara tiene una belleza, y una emoción, tan peculiares: pues llega acompañada por el son de los sikuris devotos de la Virgen de Nuestra Señora de Copacabana y por una colorida profusión de ermitas o altares populares donde la Pachamama, la Madre Tierra, se conjuga amorosamente con la Madre de Dios. Y quizás por eso atrae a tanta gente (los turistas llegan por miles) que contempla y sigue las procesiones, comparta o no la misma fe.
Algunas familias comienzan a preparar sus ermitas varios meses antes y en riguroso secreto, ya que esta es una tradición que los viejos trasmiten a los más jóvenes de la mejor manera posible: haciendo y compartiendo. Alguien, el más hábil quizás, dibuja una escena del Evangelio sobre un lienzo de grandes dimensiones (2.80 x 1.70m) -que muchas veces también refleja un problema o una situación que se está viviendo en el pueblo- y todos los demás se ocupan de "pintarla" con frutos de la tierra: pétalos, garbanzos, granos de café, barba de choclo, quinoa, semillas variopintas.
Cada tarde, a la hora de la siesta, se reúnen y poco a poco van creando imágenes de ingenuo encanto: por mano anónima y unánime. Cuando se acerca el Domingo de Ramos ya están casi listas.
El Lunes Santo es el gran día. Las bandas de sikuris -la mayoría formadas por hombres, aunque hay algunas integradas por mujeres y otras por niños- comienzan a llegar de todas partes. Muchas son del pueblo mismo, otras bajan de las montañas y de los caseríos más remotos, y a veces hasta se les unen promesantes.
Al compás de los sikus -y de los bombos, platillos, maracas y redobles que también las componen- se encolumnan en la puerta de la Iglesia de Tilcara para recibir la bendición. Van ingresando de rodillas mientras soplan las adoraciones (una variación musical) y al llegar al púlpito descubren sus cabezas y el sacerdote -que ya los ha llamado por su nombre y ha recordado el origen y la historia de cada grupo- los asperja con agua bendita. Luego se retiran sin dar la espalda al altar. Y así, entre marchas y dianas, suben al Santuario del Abra de Punta Corral, a celebrar a la Mamita de los Cerros a casi 4.000 metros de altura.
El Miércoles Santo la imagen desciende a Tilcara, a hombros de los devotos. El Viernes Santo se colocan las ermitas en las esquinas; en un principio eran sólo cuatro, pero ahora llegan a catorce. Cuando oscurece, los portales de la iglesia se abren de par en par y Cristo es descendido de la cruz y colocado en posición yacente. Escoltado por morenos centuriones recorre esta suerte de altares, junto con una imagen de la Madre Dolorosa. Grandes multitudes se congregan en el pueblo esa noche.
El Sábado Santo las mujeres tilcareñas repiten el Vía Crucis portando sobre sus hombres a La Dolorosa, y el domingo se retiran las ermitas antes de que caiga el sol. Cada familia dispone de la suya: algunas vuelven a las casas y otras van al Museo, pero también hay dos en el Arzobispado de Jujuy y una en la iglesia. Al año siguiente -y todos los años- serán renovadas con el mismo, compartido fervor.
Por: Teresa Arijón
Fotos: Nacho Calonge
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