Hasta hace no mucho, la primera imagen que disparaba nuestra cabeza al oír hablar de San Rafael era la de un gomón intentando esquivar los arbitrarios designios del río Atuel. O un catamarán recorriendo el Dique Valle Grande. En tercer o cuarto lugar en la escala de protagonismo aparecía el recorrido por las diversas y múltiples bodegas de esta localidad, a 240 km al sur de Mendoza capital.
En los últimos años, sin embargo, una suma de condiciones ha conseguido que la actividad vitivinícola se acentúe y que los empresarios del vino quieran definitivamente explotar la veta del turismo de fincas y bodegas.
Lo primero que llama la atención de la región es algo tan sorprendente como conocido: su sol. Resplandeciente y fiel, no sólo es fundamental para el buen desarrollo de la uva, sino que además, convierte a los viñedos en un espectáculo en sí mismo, sobre todo durante el atardecer.
Uno de los más apreciables es el que depara Viñas del Golf, emprendimiento de Ricardo Jurado que se destaca como insignia del nuevo San Rafael. Allí nos recibe Diego Coll Benegas, chef y manager del lodge, un porteño que optó por una nueva vida encauzando sus intereses en este proyecto que incluye finca, bodega, lodge, cancha de golf y restó, cada uno de ellos atendido especialmente.
Cuenta la historia que Jurado se enamoró del distrito de Cuadro Benegas ?en el departamento de San Rafael− cuando viajó a asesorar a un grupo de golfistas, una actividad con tradición reconocida en su familia. Decidió comprar una finca en 1995 y dos años después empezaron las implantaciones de viñedos y un fuerte trabajo para reconvertir algunas de las variedades que allí crecían, como el Bonarda (con un cultivo del año ´46), Malbec y Cabernet, y una amplificación de las que se vinificarían en cantidad. A comienzos de 2006 se presentó en sociedad el predio completo.
Entre sus objetivos, Viñas del Golf apunta a reconvertir el turismo de San Rafael hacia uno más exquisito, "que también goce de la tranquilidad", explica Coll Benegas. Sus estrategias son tentadoras: el lodge, cálido y rústico, es el resultado de la remodelación de una casona de 1921, con sus paredes de adobe y techos de caña. Las suites ?tres hasta ahora, pero con nuevas en marcha para el verano− ofrecen una vista abierta y luminosa, que se contempla desde una amplia galería. Rodeada por viñas, olivares, nogales y frutales, recorremos la cancha de golf en un carrito. Si nos desviamos del circuito propuesto a lo largo de los 9 hoyos, podemos toparnos con algún camión que recolecta la cosecha de los viñedos. La bodega es pequeña y cuenta en su recepción con palos de golf pertenecientes al gran José Jurado −abuelo de Ricardo−, a quien se le rinde homenaje constante.
"Hay una especial atención puesta en producir a partir de lo que genera la propia finca", nos explica Coll Benegas como una de las máximas del emprendimiento. La carta propone una cocina regional y al horno de barro, única en San Rafael. Entre las entradas se destacan el queso al barro, una provoleta con aderezo de chorizo colorado, fruta tibia, pesto de tomate y ensalada de hojas. Los platos principales son variados y condimentados con sobriedad y justeza, como el Malargüe Gourmet, un compacto de chivo con cubierta de quinua, puré crema de calabaza y salsita de jarilla, o la Pesca de agua dulce, trucha sobre vegetales, láminas de papa y vinagreta tibia de olivas negras. Entre los postres, no se pierda las frutas al disco, quemadas y especiadas, acompañadas por crema helada.
Otro atractivo de Viñas del Golf son las veladas de maridaje dirigidas por la sommeliere y enóloga Paula Bagnato. Con ella probamos los vinos estelares de la bodega: un fresco y frutal Blend Rosé y el Gran Blend tinto (Bonarda, Malbec, Merlot y Cabernet), denso e intenso; además del Bonarda obtenido de un viñedo de más de 60 años. Ella suele organizar estos encuentros con un chef invitado. Los sábados por las noches, nos cuenta, hay música en vivo con un músico local que suaviza la velada y los domingos, un menú criollo para la familia.
Vino y tradición
Si Viñas del Golf representa una novedad, la bodega Goyenechea es prácticamente el nombre de la tradición. Fundada en el año 1868 por los inmigrantes españoles Narciso y Santiago que se ocuparon en un almacén de licores y vinos, hoy la familia puede estar orgullosa de haber continuado el quehacer originario hasta presentar en sociedad la edición Quinta Generación, un vino de guarda que pasa entre 18 y 24 meses en barrica de roble.
Alberto Goyenechea nos recibe en su casa con un almuerzo opíparo. Con locuacidad, nos cuenta la historia de sus antepasados al tiempo que se entusiasma con la reconversión y estrategia para el corto y largo plazo. Arquitectura colonial y tecnología van de la mano en esta bodega con capacidad de vasija de 14 millones de litros y aproximadamente un millón de litros en barricas y toneles de roble francés.
Goyenechea explica cada uno de los pasos propios del vino tinto y el blanco, las decisiones empresariales que tomó la familia en concordancia con las tendencias del mercado a lo largo del siglo ?como dejar de producir vino común y abocarse al vino fino− y las apuestas a futuro con el entusiasmo de quien lo está diciendo por primera vez. El turismo, agrega, es ahora una de sus prioridades, y por eso están construyendo una sala de degustación en el mismo estilo colonial, que se inaugurará en septiembre para que oficie de cierre de las visitas guiadas, con un bar de testing y sala para la venta de vinos y merchandising. Además, mientras camina por su bodega, adelanta que una de las naves centrales, bordeada por ambos lados con toneles y cubas que datan de 1908, se está acondicionando para ofrecer almuerzos y cenas concertados. "La expectativa de crecimiento del turismo enológico es alta", señala, imaginando en San Rafael una gran región especializada, como la California argentina.
Entre copas
Las rutas del vino no sólo incluyen escenarios exteriores, sino que involucran también los hábitos urbanos. Y así como de día se recorren plantaciones y procesos relacionados con la materia prima, la noche es el momento para la degustación y el imaginario denso y pasional del vino. Eso está empezando a despertar en el centro de San Rafael, en donde el 45% de los 160 mil habitantes vive en la ciudad. Y ése es el leit motiv de Quality, la tienda de vinos más conocida. Establecida hace cinco años por el enólogo José Luis Blásquez y la chef Alicia Minacapelli, ofrece vinos y delikatessen y dedica esfuerzos a la capacitación: cursos de degustación y maridaje, en versiones tanto para avanzados como para turistas que puedan asistir sólo en una o dos ocasiones.
Otro de los lugares que apuesta a una vida nocturna joven y sofisticada en San Rafael es Vinomio. Se trata de una casa antigua de paredes bordó y crema, reciclada, e iluminada con luz tenue. Allí, las hermanas Ianotti, cuya formación está relacionada con la hotelería y la administración de empresas, quisieron hacer algo diferente. "Algo que no había en San Rafael: un lugar para tomar un copa, comer un quesito de cabra y ambientar con música tranquila?", dice Amalia. Mezcla de wine bar (con un cuarto-bodega donde cada uno elige el vino que desea tomar) y restó con una carta de bruschettas, tablas, ensaladas y postres, Vinomio se está dando a conocer y promete generar efecto contagio.
A la hora de dormir, un nuevo bed & breakfast temático abrió sus puertas. Red Wine Club bautizó sus amplias y delicadas habitaciones con nombres de varietales como Malbec, Syrah y Cabernet Sauvignon. Algunas de ellas dan a un patio interno con una pileta, y otra a una calle tranquila pero cercana a la avenida principal y a sus crecientes propuestas nocturnas.
Pueblo Show
Si, en cambio, la elección es pasar el mayor tiempo de descanso posible, a tan solo 25 km de San Rafael se esconde la pequeña Villa 25 de Mayo. Autodefinido como un pueblo Slow, pretende demostrar que allí el ritmo es otro. Una de las mejores representaciones de ese espíritu es la posada rural Casafuerte, atendida por sus dueños.
Cristina y Rodolfo Irigoyen, dos arquitectos que vivían en Mendoza capital, nos relatan con serenidad el momento en que decidieron apostar por la Villa y por un estilo de vida completamente diferente. "Eso es lo que queremos transmitir a nuestros huéspedes, que puedan sentirse en libertad y relajados", dice Cristina, que se aboca a tareas de jardinería y a la elaboración de conservas deliciosas como la de tomates secos hidratados con aceite de oliva. También prepara dulces y panes, que se ofrecen en los generosos desayunos. La posada cuenta con una sala de lectura ("uno de los lugares más preciados", se enorgullece Rolo), pileta y una especie de cava subterránea con productos regionales y vinos locales siempre listos para la degustación.
Villa Bonita, por su parte, es un complejo de seis cabañas tipo apart y un restaurante con opciones carnívoras variadas y contundentes. Hay sorrentinos de ciervo, jabalí a la masa (envuelto en pan) o un tierno conejo silvestre, acompañado con papas españolas.
Vinos y boutiques
Llega la hora de visitar bodegas y aparecen los nombres sanrafaelinos por excelencia. A la visita de Lavaque o, Suter se suma Jean Rivier, una bodega quizás no tan escénica, pero sumamente interesante gracias a la predisposición de su anfitrión, Ariel Gorri.
Sin embargo, la más experimentada en las lides de recibir turismo es Bianchi. La opción siempre disponible es un recorrido básico (cada 15 minutos o media hora, según sea temporada alta o baja) a cargo de una guía que explica parte de la historia de la familia, el proceso de las diversas líneas del vino y el camino de la champañera, con la demostración obligada del giro regular de la botella inclinada. Esta visita, un poco automatizada, termina con una copita de plástico del espumante.
Si dispone de más tiempo e interés, también existe la opción de degustar con un sommelier las líneas premium como Famiglia Bianchi o Stradivarius. Estas degustaciones se realizan en un lugar muy preciado de la bodega: la cúpula, donde descansan las botellas de mayor añejamiento y las de cosechas particularmente buenas. Es un lugar espacioso, circular y algo místico, con una mesa central de seis patas en honor a los hijos del fundador, Valentín Bianchi. Por otra parte, acaba de inaugurarse un nuevo circuito, que suma al paseo un recorrido por los viñedos.
Pero todavía falta mucho más por ver. La bodega Bombal & Aldao se encuentra dentro de la finca Los Álamos y es una propuesta atractiva y original en la que el cliente compra su propia barrica (por cifras que van de los u$s 600 y a u$s 1.200, según su procedencia y tipo) y se convierte en el dueño del producto envasado que rindan sus tres usos, esto es, cerca de 900 botellas. "La idea −cuenta Camilo Aldao mientras muestra la joven y sugerente arquitectura−, es poder ofrecer un vino de calidad premium a un precio por botella que termina promediando los $22 (si se le suma al costo de la barrica, los gastos del vino, la botella, el etiquetado)".
El emprendimiento Bombal & Aldao incluye otros atractivos: alojarse en la finca que así como hoy recibe turistas, recibió en otro momento a Jorge Luis y Norah Borges, Soldi o Manuel Mujica Lainez, entre otros, amigos de Susana Bombal. En honor a esta omnipresencia borgeana, el famoso diseñador de laberintos Randoll Coate sentó las bases para uno que todavía está creciendo en Los Álamos y promete abrir al público próximamente.
Su crecimiento puede ser una buena metáfora de las perspectivas que manejan los productores vitivinícolas de la zona, que ven en sus viñedos caminos creativos para generar cada vez más interés en la región.
Por Natalí Schejtman
Fotos de Andrés D?Elia
Publicado en Revista LUGARES 136. Agosto 2007.