El viento castiga. Es la constante en un viaje a lo largo de la Ruta Azul. Y aumenta la intensidad conforme el continente se afina. Pero ¿qué sería de la Patagonia sin el viento? ¡Si es su esencia! Ese viento constante que barre la meseta, sacude los barcos, tuerce los escasos árboles y forja el carácter de su gente.
Sopla en Puerto Deseado, pero no tanto como para no disfrutar de la tibieza del sol. La tarde está agradable y la ría nos espera. Esta ría es la que divisó el propio Hernando de Magallanes en 1520 en su vuelta al mundo y que luego exploraron corsarios ingleses como Cavendish y Drake, en la que ingresó Charles Darwin y que recorrió el propio perito Moreno en sus andanzas por el sur. ¡Cuánta historia, y no sólo naturaleza, hay en Deseado!
Hoy la ría y algunas áreas cercanas son reservas naturales creadas, precisamente, para proteger su biodiversidad.
Chantal Torlaschi es bióloga y quien nos introduce a ese fantástico ecosistema. A bordo del semirígido de Los Vikingos, que capitanea su esposo Claudio Temporelli, nos llevará muy cerca de pingüineras, cormoranes y lobos marinos y nos irá develando la magia de la ría. El cormorán gris y el pingüino de penacho amarillo son las estrellas indiscutidas de esta parte de la Patagonia, pero además se ven gaviotines, gaviotas, garzas, lobos marinos y toninas.
Remontamos la corriente hasta la isla Elena y, allí, la "barranca de los cormoranes" es un espectáculo de color y vida. Las aves parecen estar esperando a los turistas para mostrarles su hábitat, sus nidos y sus pichones.
La navegación prosigue hacia la isla de los Pájaros donde tendremos nuestro primer mano a mano con los pingüinos de Magallanes y compartiremos una mateada.
La recorrida por la ría dura dos horas y media y un buen complemento para esta excursión acuática es el circuito costero. Es un recorrido en altura, bien marcado, de 13 km, hacia el oeste de Puerto Deseado. Se puede hacer en auto o en bici y también hay posibilidades de trekking, con senderos bien señalizados. Aquí, imprescindibles los binoculares para disfrutar de las aves planeando sobre los cañadones con la ría de fondo.
Por este mismo camino se puede seguir hasta el cerro Van Noor. Si se vuelve a la ciudad, una caminata no muy larga servirá para descubrir los edificios emblemáticos de Puerto Deseado. Entre ellos, la iglesia de Don Bosco, una de las pocas del mundo con un faro en su torre, y la magnífica estación de tren, convertida en museo.
Isla Pingüino
Entre las 8 y las 9 de la mañana arrancan las excursiones que van a la Isla Pingüino. Se trata de un área protegida creada hace apenas ocho años, que por tamaño es el cuarto parque nacional de la Argentina. Sus 159.000 hectáreas resguardan uno de los sitios de mayor biodiversidad marina de la Patagonia, representada por el pingüino penacho amarillo, lobos de mar y muchas especies de pájaros.
Somos casi 30 los adultos que nos subimos al semi-rígido de Darwin Expediciones con la expectativa de una gran excursión por delante. Nuestro capitán es Javier Fernández, socio de Ricardo Pérez en este emprendimiento. La navegación dura alrededor de una hora y se aplican las mismas reglas que para todas las excursiones acuáticas: si hay mal tiempo o mucho viento, se suspenden.
El bote sale de la ría, pasa frente a la "piedra toba" (que el cronista de Cavendish describió en su diario del viaje) y apunta hacia mar abierto. Avanza a velocidad mientras la guía, Roxana Goronas, y nuestro capitán observan el agua en busca de toninas. Pasan unos minutos y, de pronto, el delineado bien marcado negro y blanco se divisa a lo lejos.
La vemos grácil y rápida y el vértigo de su desplazamiento genera una alegría contagiosa entre los viajeros. Una tonina se acerca y todos los adultos nos convertimos en niños tratando de captar esa imagen fugaz del animal saltando fuera del agua. De pronto no es una sino dos, tres, que juegan, se cruzan frente a nuestros ojos, saltan, se alejan y vuelven a acercarse y la gente, sencillamente, delira. Después de mil fotos, reanudamos la marcha. Llegamos a la isla y se ve tan agreste que nos sentimos descubridores. Los lobos marinos dominan la playa rocosa. Es una colonia enorme, gritona, que de pronto se lanza en masa al mar. El olor es intenso y dura unos minutos.
Nuestra embarcación llega a la costa, se bambolea un poco y los guías la atracan con destreza.
No hay pasarelas aquí –vieja promesa no concretada aún–, el promontorio es escarpado y hay que controlar las patinadas. Para ello los guías recomiendan pisar sobre las conchillas y evitar las algas. Luego vienen las indicaciones de cómo comportarse en un santuario natural: en la isla no se fuma y cada grupo se lleva su basura de vuelta al continente.
Tras unos minutos de caminata, llegamos a la pingüinera. No todo es playa en esta isla pero a estos pigüinos de penacho amarillo poco los amedrenta la altura. Trepan la roca con total naturalidad. Como los cormoranes de la ría, están muy acostumbrados a estos desembarcos así que no se inmutan con nuestra presencia. No nos evitan, se acercan, con lo que fácilmente uno queda a un brazo de distancia del copetudo más famoso y estallan las selfies. Su increíble penacho amarillo es una pincelada de color en una cabeza punk.
El día está tibio y entre las piedras comienza la rueda de mate, un alto en el recorrido que se prolongará más tarde con un almuerzo cerca de los lobos marinos. La isla es un paraíso agreste y es fantástico lo cerca que uno llega a estar de los animales.
Campamento Darwin
Tercer día en Deseado y la siguiente excursión imperdible es la de campamento Darwin que organizan Daniel Fueyo y Sebastian Ibiricu de Puerto Penacho Excursiones. Es a 100 km de la ciudad y se recorre la margen sur de la ría, donde el naturalista pasó la Navidad de 1833.
En este paseo se visitan los dos muelles de la ría (hoy desactivados) donde hace cien años atracaban los barcos que cargaban la lana de las estancias, y se llega hasta el mismísimo lugar en el que el dibujante de Darwin hizo los dibujos que hoy son el fiel testimonio de su paso por la ría. La excursión se completa con un trekking por los cañadones, una visita a una cueva con pinturas rupestres de siete mil años de antigüedad e incluso a una formación rocosa que semeja la imagen de la virgen.
Volvemos a la ciudad y, después del trekking por la ría y del ripio del camino, una opción simple y descansada es hacer en auto el "Derrotero del Corsario", un recorrido autoguiado por seis lugares por donde pasó Cavendish en lo que hoy es Puerto Deseado.
Jaramillo y bosque
Al día siguiente desandamos la RN 281 (¡cuidado con los choiques en los costados de la ruta!) y, a poco más de una hora de camino y antes de llegar al cruce con la RN3, llegamos a Jaramillo. No está prevista la parada, pero vale la pena para conocer un poco más la historia de la Patagonia.
El pueblo es muy pequeño, tanto que no tiene combustible, pero sí un impecable museo en su antigua estación. Allí, entre objetos ferroviarios aparece una rústica cruz de madera con una frase grabada a cuchillo: "A los caídos por la livertá".
La rescató Osvaldo Bayer de una tumba colectiva en una estancia cuando se filmó La Patagonia Rebelde y con el tiempo se convirtió en un símbolo de las huelgas de peones de 1920/21 que terminaron con 1500 fusilados.
Afuera, el vagón restaurado ya no funciona como café pero da para una linda foto. Salimos de Jaramillo y ya en el cruce con la RN3, el monumento a un gaucho erguido en un pedestal suele pasar inadvertido. Es el homenaje a Facón Grande, uno de los caudillos de la revuelta, fusilado en la zona.
En este punto del camino y antes de poner rumbo hacia el sur es crucial verificar cuánto combustible hay en el tanque, sobre todo si se va a visitar el PN Bosque Petrificado de Jaramillo. Fitz Roy, a unos 20 km hacia el noroeste es la última posibilidad de cargar hasta Tres Cerros.
Si el combustible no es un problema, ponemos rumbo al sur y la próxima parada puede ser esa sorprendente área protegida. Son 76 km por la ruta 3 y luego 50 km de ripio. Entre desvío y visita se requieren unas tres horas y media para hacer el paseo.
Este "monumento natural" se destaca porque –a diferencia del parque Sarmiento donde los troncos petrificados fueron arrastrados por las glaciaciones y depositados en el lugar– aquí sí hubo un bosque hace 150 millones de años, antes de que existiera la cordillera de los Andes.
Rumbo a San Julián
Siguiendo por la ruta 3, a unos 40 km al sur de la entrada del parque (245 km desde Puerto Deseado), la estación de servicio de Tres Cerros es un oasis en medio de la estepa: combustible, restaurante y hotel. Ideal para estirar las piernas, tomarse un cafecito y luego, desde aquí, reanudar camino.
Puerto San Julián es una muy grata ciudad costera, con casi la mitad de la población de Puerto Deseado (7.000 habitantes). Se recuesta frente a una bahía de aspecto apacible que invita a ser navegada.
Encaramos por la avenida principal, la San Martín, y conforme nos acercamos a la costa, quien venga distraído no dará crédito a sus ojos: ¿una carabela como la de Colón en el puerto? No, no exactamente, pero de la misma época. Es una nao, réplica en tamaño real de la nave de Hernando de Magallanes que fue la primera en dar la vuelta al mundo.
Todas las fantasías de cualquier chico estallan ante esta increíble recreación con marineros de tamaño natural trepados a los palos y audios con el relato de la travesía y el motín de San Julián.
Cerca de la nao, dos museos se ocupan de la historia más reciente de la zona. Son el de los Pioneros y el del Campo, abierto éste hace pocos meses. Marita Molina, jefa de la dirección de Museos, nos muestra ambos y objeto por objeto vamos reviviendo la vida dura de aquellos pioneros que llegaban de Malvinas o incluso de Europa a trabajar en las estancias.
Pasamos revista también al experimento social de las 24 familias españolas que fundaron la colonia de Floridablanca en 1780 –desmantelada cuando empezaba a encaminarse– y, por supuesto, al capítulo patagónico de Antoine de Saint-Exupéry, el escritor de El Principito.
Por la noche, se puede cenar ahí cerquita, en el restaurante Naos, donde los mariscos compiten con las milanesas de guanaco, los escabeches o ahumados (verdadera cocina gourmet con productos de la región) o hacerse una escapada al increíble Argensud, un multiespacio en el que conviven bar, restaurante, discoteca, escenario y sala de exposiciones, que desde hace cuatro años puso fin a la modorra de San Julián.
Destierro de amotinados
El segundo día en esta ciudad comienza con el paseo náutico de Pinocho Excursiones. Arranca no tan temprano porque la navegación es más corta y sale de un muelle cercano a la nao Victoria.
Fernando Cendrón apresta al Soñado II y no nos desalienta un día gris y una mañana destemplada. Luisina Sarasa, la guía, prepara el mate y ofrece a los pasajeros. A los cinco minutos de navegación, la primera tonina hace su debut y otras se suman detrás de la turbulencia que deja la embarcación. En esta área de la bahía vive un grupo estable de entre 15 o 20, y nuestros anfitriones ya las reconocen: una tiene una cicatriz, otra una marca amarilla, otra una aleta torcida, y así.
Navegamos frente a dos lugares críticos del motín de Magallanes y seguimos hasta la isla Cormorán donde desembarcaremos para ver una colonia de 120.000 pingüinos. La excursión completa dura poco más de una hora y en el trayecto vemos también gaviotines, ostreros negros, cormoranes biguá e imperial (que parecen pingüinos) y el roquero con su cuello negro.
Saliendo de la ciudad, el circuito costero, hacia el norte, es otro paseo con vistas escenográficas del mar y de la meseta. El camino es de ripio y lleva unos 40 minutos llegar hasta el acantilado en el que anidan los cormoranes grises. Allí el espectáculo principal es al amanecer o al atardecer, con las aves planeando y jugando con el viento sobre el mar.
Camino a este mirador natural se halla un emblema del pasado: las ruinas del frigorífico Swift, que cerró en la década del 60. Una irónica frase pintada en una pared nos despide: el futuro ya llegó.
Puerto Santa Cruz
Antes de abandonar San Julián cumplimos con el ritual de cargar combustible y aprovisionarnos. Son poco más de 120 km hasta Piedra Buena y de allí unos 28 km a Puerto Santa Cruz, pero en la Patagonia, mejor ser precavidos.
Una vez más, la ruta 3 será el hilo de Ariadna que habremos de seguir. Bordeamos un trecho el río Santa Cruz, lo cruzamos frente a la isla Pavón y seguimos rumbo a la más pequeña y escondida de las localidades que visitamos en este viaje. Puerto Santa Cruz tiene apenas 4.400 habitantes y una costanera bellísima, despejada y con aguas verde claro con si fueran de deshielo de glaciar. Por aquí también pasó Magallanes y vivió Saint-Exupéry.
Danilo Basconés, de la oficina de Turismo, nos cuenta del nacimiento del pueblo en 1878 con la llegada del comodoro Luis Py para reafirmar la soberanía. También sobre los Bancos de la Libertad, el proyecto de una asociación francesa en homenaje a Saint-Exupéry, auspiciado por la UNESCO. Uno de estos bancos ya fue instalado en la costanera y lo novedoso es que tiene una plaqueta con un código QR a través del cual se pueden bajar textos literarios y audios.
Casi frente al río, otro museo de los Pioneros lucha para que no se pierda la memoria. Algunos de los tesoros pertenecieron a una familia de malvinenses que se estableció en la zona con la convocatoria de Py. Se trata de los Lewis, que llegaron con grandes baúles, una vitrola y su prensa de madera para planchar pantalones, todos en exhibición. David Elder, en el museo, también nos muestra viejos mapas con las estancias delimitadas y fotos de la época en que la localidad era un vibrante puerto exportación de lana.
A pocas cuadras se hallan el museo regional Carlos Borgialli y la iglesia de la Santa Cruz (en reparación), donde se pueden ver vitrales y un Cristo articulado traídos de Turín. Finalmente, para los interesados en la pesca, cada febrero se organiza la Fiesta Nacional del Róbalo, con concurso y recitales, que atrae a pescadores y turistas de todo el país.
Piedra Buena
Volvemos sobre nuestros pasos hasta Piedra Buena, una localidad de 6.400 habitantes, también sobre la costa del Santa Cruz, y sin duda la más colorida e "intervenida" de las que integran la Ruta Azul. A cada paso hay murales, estatuas, personajes de historietas, un papá Noel tirado en un carro por guanacos, y muchas sorpresas más.
La primera muestra del interés del pueblo por el arte aparece al llegar por el acceso sur. La avenida está flanqueada por ángeles con trompetas y profusión de banderas argentinas y de la Santa Sede que desembocan en una escultura del Papa Francisco.
Luego, a lo largo de sus calles, se ven 64 murales (mitología tehuelche, arreos de ovejas, el comandante Piedrabuena, el "vasco de la carretilla") y muchas esculturas. Pero, sin duda, lo que más llama la atención son los personajes de historieta que están por todas partes. Es que Piedra Buena le ha dedicado un parque temático a Dante Quinterno, el caricaturista que dio vida a Patoruzú, Isidoro y la Chacha entre tantos otros.
Cercano por geografía y sentimiento, Malvinas es otro de los parques temáticos, con murales y un espacio de recordación.
Pero tal vez lo que más llame la atención del viajero es que esta localidad fue reconocida hace 10 años por un estudio del CONICET como la tercera con mejor calidad de vida del país. Eso se explica en alguna medida por lo increíblemente verde que es, a pesar de estar enclavada en la estepa. Las aguas del río Santa Cruz contribuyen a ese verdor y riegan el jardín botánico más austral del mundo. Esta también es zona de pesca y en marzo se organiza la fiesta nacional de la trucha.
Finalmente, antes de reanudar camino es indispensable pasar Isla Pavón. Se halla cruzando el puente y es ideal para un día de relax. Tiene un muelle, fogones, un centro de piscicultura y ofrece espectaculares vistas al atardecer. En el predio está la casa de un pionero: Luis Piedrabuena. Cuando reabran la hostería, la isla se llevará un 10.
Monte León
Nuestro próximo destino está a 35 km y es Monte León, el primer parque nacional costero del país. Nos registramos –paso obligatorio– en lo que era el viejo casco de la estancia de los Braun. Desde allí partimos hacia la segunda entrada, 6 km al sur, e iniciamos el recorrido.
Marcos Saiz, nuestro brigadista anfitrión, nos cuenta que en la zona hay guanacos, choiques, pingüinos y gran variedad de aves, como los ostreros o los cormoranes. En una huella detectamos la pisada de un puma, que habita principalmente en los cañadones, pero rara vez se deja ver.
Como en toda la región, aridez y viento son la constante en este parque nacional y es ese viento incesante el que amenaza a la roca que tiene forma de cabeza del león y le da nombre al parque. Su erosión es preocupante. Una pasarela de madera de unos 300 metros lleva hasta la cabeza del león y desde el mirador se ve una hermosa panorámica de la costa, la isla y los lobos marinos disfrutando del mar. La pingüinera, con 60.000 parejas de pingüinos de Magallanes, es otro de los hitos del circuito y se llega a ella tras una caminata de unos 5 km, ideal para estirar las piernas después de tanto viaje en auto.
En el camino hacia el norte del parque, un cerro que parece una pirámide ya recibió el bautismo de los guardaparques: El Cairo. Mucho hay para ver en el parque en cuanto a especies de avifauna y flora, pero para tener una visión general se lo puede recorrer en auto en una mañana. Ahora, si el objetivo es disfrutar de la naturaleza, no alcanzarán varios días. Al trekking incluso se le puede agregar la pesca (con el correspondiente permiso que otorga Parques Nacionales gratis) o paseos en bici propia, pero sólo por el camino principal. Cerca de la confitería (que no estaba operativa al cierre de esta edición) hay fogones (de uso diurno) y sanitarios, y se puede bajar a la playa.
Doraike
Luego de una jornada agreste en Monte León –y de varios días en la ruta– la mejor recompensa al trajín del viaje es descansar en una estancia. Y Doraike no podría estar mejor ubicada, justo frente al parque, cruzando apenas la RN3.
Llegar temprano a la tarde es garantía de disfrutar las tortas fritas de Angélica e ir anticipando lo que saldrá de la cocina por la noche.
Esta hermosa casona patagónica, parte del antiguo casco de una estancia de 28.000 hectáreas, fue remozada hace pocos años. Es luminosa y está ambientada con colores claros, sus cuartos son amplios y acogedores y en ellos la madera tiene mucha presencia. Desde sus ventanales, los coirones cubren las ondulaciones del terreno, que se ven doradas, tan doradas que le dieron nombre a la estancia.
En Doraike se respira buen gusto y todo está cuidado al detalle por Vivian Stigliaro, la administradora y alma máter de esta hostería de campo. Sábanas con vainillas, panes recién horneados, revistas y libros a la mano, contribuyen a que uno se sienta como en casa.
Para quienes lleguen en plan de outdoor, la navegación por el río Santa Cruz o la pesca de truchas steelhead son excelentes opciones.
Cerramos nuestra recorrida, nos despedimos de Vivian, nuestra anfitriona, y salimos a la ruta rumbo a nuestro último destino: el confín del continente.
Monte Dinero
Casi 200 km de ruta, rumbo a Río Gallegos. Allí, nuevamente provisiones, agua, combustible y el último tramo: 120 km de ripio por la RP1 –que coincide con la RN 40– que termina en la mismísima Punta Dungeness, el punto más austral de la Argentina continental.
Desde que se toma la ruta el paisaje cambia. Volcanes que parecen dibujados, un terreno plano en partes sin alambrado y rebaños de ovejas dispersas por los campos. La traza cruza la gigantesca estancia El Cóndor, de Luciano Benetton. A las dos horas de andar, sabemos que faltaba poco pero no cuánto. De pronto, el camino se bifurca y una flecha indica "Monte Dinero".
Finalmente. Unos metros más y surge la postal más bella de este viaje: la estancia en un bajo, protegida de los vientos, y al fondo, en el horizonte, como una cinta azul, el estrecho de Magallanes.
No es la imagen la que emociona. Es lo que la trasciende: la epopeya de la expedición de Magallanes hace 500 años, el coraje de los pioneros y de quienes aún hoy hacen patria en el confín del territorio, conviviendo con el viento y la naturaleza hostil.
A lo lejos, un alambrado es la frontera con Chile. Y los hitos demarcatorios, como el número II-IV en el propio monte que dio nombre a la estancia, a 98 metros de altura y azotado, realmente azotado, por los vientos de manera inclemente y continua.
La emoción embarga y, como luego nos cuenta Carolina Fenton, hija de los dueños de la estancia, los viajeros que llegan hasta aquí no lo hacen por casualidad: llegan en busca de esa postrimería especial y única.
Después de una semana de viaje intenso queremos que el tiempo se detenga aquí. Pasear nuestra mirada por mapas antiguos, libros y arcones, disfrutar del olor a leña y tener presente lo cerca que estamos del estrecho.
Esa noche, cordero al asador y anécdotas con Sabrina Lewis, que proviene de otra familia pionera y es gerente de la estancia. Sabrina será quien nos guíe, al día siguiente, en nuestra última jornada, a ver los acantilados, la pingüinera, el hito del Km 0 de la RN40, el faro y el museo.
La última parada será en la confitería Al fin y al Cabo. Desde sus ventanales, la costa es una línea de fuga que se pierde en el infinito. El perfil curvo de la provincia de Santa Cruz se percibe como si uno estuviera viendo el mismísimo mapa. Realismo puro, la imagen despojada y poderosa de una línea que se hunde en el horizonte y termina de delimitar el cabo Vírgenes.
El azul del mapa es ahora un mar muy picado y el territorio, una planicie ocre infinita, cubierta de matas de coirones. Es una imagen hipnótica, la última postal de un viaje de 1.000 km por la costa de Santa Cruz, hasta el confín mismo del continente.
Si pensás viajar...
Debido a las largas distancias, es recomendable cargar nafta cada vez que aparezca una estación de servicio.
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DÓNDE COMER
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MONTE LEÓN. Ruta 3 Km 2400. Apostada en Santa Cruz, a 35 km de Comandante Luis Piedra Buena, es la única opción de alojamiento dentro del Parque Nacional Monte León. Sus propietarios trabajaron codo a codo con la fundación Patagonia Land Trust & The Conservation Land Trust para que estas 60 mil hectáreas de estepa y 40 km de costa, que formaban parte de una propiedad privada dedicada a la producción de lana, se convirtiera en el primer Parque Nacional Marino de la Argentina en 2004. Reabrió en octubre 2018. Precios altos.
CABO VÍRGENES
MONTE DINERO RP 1 KM 112. T: (02966) 52-2663 (WhatsApp). Dedicada a la producción ovina hace 23 años que recibe turismo. Tiene cuatro habitaciones con baño privado y otras dos con baño compartido. La confitería abre sólo en temporada.