Cuando el avión aterrizó por la mañana temprano en Comodoro Rivadavia, comenzó el viaje. Un auto alquilado nos esperaba en el aeropuerto y cubrimos el trayecto a Puerto Deseado por la ruta 3, que hasta Caleta Olivia corre al lado del mar. Son 80 km de un intenso color turquesa brillante y acantilados. El clima era ideal: sol y cielo azul.
Enseguida el paisaje mutó en estepa, desierto, y pronto toda la inmensidad patagónica estuvo ante nosotros. Cuando bajamos a sacar unas fotos, sentimos el viento helado en la cara.
A la altura de la localidad de Fitz Roy, abandonamos la ruta 3, para tomar la RN 281. Faltaban 126 km hasta Deseado.
Pasado el mediodía llegamos al hotel Los Acantilados, que dispone de una hermosa vista de la ría. Dejamos el equipaje y nos encontramos con Natalia, guía de la Secretaría de Turismo de Puerto Deseado, en el lobby. El día continuaba hermoso y había que aprovecharlo. Almorzamos rápido y partimos hacia Puerto Darwin, flamante restó bar. Allí nos aguardaba Ricardo, guía naturalista y uno de los propietarios de Darwin Expediciones, para realizar la excursión náutica por la ría. De 44 km y un color verde esmeralda súper intenso, el valle fluvial se formó a fines del cuaternario cuando el río Deseado liberó su cauce y el océano Atlántico se adentró en él. Desde 1977 es Reserva NaturalIntangible debido a la cantidad de especies que la habitan.
Una vez a bordo del bote, y a poco de alejarnos de la costa comenzó la fiesta. Como si las diferentes especies hubieran sabido que las queríamos conocer a todas, empezaron a aparecer de a poco. Primero vimos los cormoranes, los biguás ?el gris y el imperial, que es blanco y negro como los pingüinos?, los gaviotines sudamericanos, las palomas antárticas y finalmente los lobos marinos de un pelo. El bote se detuvo y nos dedicamos a mirarlos: se mueven, se retuercen, bostezan, se amontonan.
Pero aún faltaba más. De repente, por detrás de la embarcación asomaron las estrellas de la función: las toninas overas, pequeños delfines blancos y negros, característicos de la zona. Continuamos viaje hasta laIsla de los Pájaros, donde viven los pingüinos magallánicos. Ricardo nos advirtió que debíamos caminar muy despacio para no estresarlos y cumplimos. Hay aproximadamente 20 mil ejemplares. Son pequeños ?45 cm de altura? y muy graciosos al caminar.
Volvimos a la embarcación, felices y con muchas fotos, y emprendimos el regreso mientras planeábamos las actividades del día siguiente.
La ciudad
Amaneció gris y el pronóstico no era muy alentador: lluvia, viento y frío. Nuestra idea de ir a la Isla Pingüino, donde puede verse al famoso pingüino de penacho amarillo, quedó aplazada.
Aprovechamos la mañana e hicimos el circuito de las Siete Cuevas, unas formaciones de lava volcánica de 15 millones de años de antigüedad. Este recorrido se puede realizar en forma individual, en auto o caminando, pero es indispensable conocer el horario de las mareas antes de partir. Este dato se consigue en el local de información turística de la ciudad. Imperdibles resultan la Cueva del Indio, y frente al mar, la Cueva de los Leones y Punta Cavendish, un mirador que permite observar la entrada de la ría.
Después de almorzar una paella de mariscos en el restaurante Puerto Cristal, dedicamos la tarde a recorrer la ciudad. Puerto Deseado es un típico poblado de la Patagonia, con aproximadamente 13 mil habitantes y una historia que se remonta a 1520, cuando Magallanes descubre la ría y la bautiza como Río de los Trabajos. En 1578, Francis Drake realiza incursiones en la zona y en 1586, Cavendish le da el nombre actual en homenaje a su embarcación que se llamaba Desiré.
El Museo Ferroviario fue la siguiente visita. Nos habían hablado de que un grupo de antiguos trabajadores del ferrocarril habían logrado rescatar la estación de trenes y que valía la pena conversar con Ricardo Vázquez, un apasionado de la historia de los ferrocarriles y especialmente del que unía Puerto Deseado con Las Heras.
Nos quedó un tiempito y nos acercamos hasta el Museo Mario Brososki, que atesora objetos muy bien restaurados de la corbeta Swift que se hundió en 1700.
A la noche, cenamos el tradicional cordero patagónico en el restaurante Pingüino. El fin del día no podía haber sido mejor.
Cabo Blanco y Miradores de Darwin
Viernes en Puerto Deseado y otra excursión para realizar. Jorge, guía de la agencia Cis Tour nos esperaba en el lobby del hotel. El cielo amenazaba lluvia pero igual partimos con destino a Cabo Blanco.
Mientras íbamos en la camioneta, nos fuimos enterando de cada detalle sobre la ría, los restos arqueológicos y paleontológicos y hechos históricos del lugar. Los 90 km por camino de ripio realmente valieron la pena. Hicimos la primera parada en las salinas de Cabo Blanco y por donde mirábamos este color dominaba. Los tonos del cielo y los del suelo se confundían; era difícil discernir dónde empezaba uno y terminaba el otro. Sólo las pequeñas lagunas, formadas por alguna llovizna reciente, nos permitió confirmar que pisábamos tierra firme cuando observábamos la sombra de nuestros cuerpos reflejadas en ellas. Parecía nieve y por momentos el blanco se volvía rosa y había que pellizcarse para recordar que estábamos en la estepa patagónica.
Seguimos hasta el faro de Cabo Blanco, que data de 1915. Ascendimos por una escalera y el mar se imponía a nuestro alrededor. A lo lejos, llegamos a apreciar una colonia grande de lobos marinos de dos pelos (distintos a los de Puerto Deseado que eran de uno). Para observarlos mejor, es necesario hacer un trekking corto (no más de una hora) pero de cierta dificultad, ya que hay que andar entre piedras resbaladizas que suelen estar húmedas o cubiertas de guano. Contar con un calzado adecuado a estas circunstancias es imprescindible.
Jorge nos iba marcando el camino y de repente vimos los lobos. Eran muchos, de todos los tamaños (algunos machos llegan a pesar 200 kilos y las hembras 60) durmiendo en las rocas, nadando o zambulléndose, algunos peleando por su espacio? Daban ganas de tocarlos, pero no es lo recomendable, así que nos limitamos a observarlos. Estos animales viven en completa libertad pero protegidos, ya que durante años fueron sistemáticamente cazados por su piel. En 1937, el gobierno nacional decretó que Cabo Blanco sería Reserva Natural Intangible.
Luego de un sabroso picnic de sándwiches, nos dirigimos al último destino: los Miradores de Darwin. El paisaje se transformó conforme nos acercábamos al final de la ría. En ese momento, las palabras del explorador Charles Darwin, que recorrió la zona y realizó el mismo camino en 1833, vinieron a mi memoria: "No creo haber visto en mi vida lugar más aislado del resto del mundo que esta grieta rocosa en medio de tan dilatada llanura", anotó en su diario. Tantos años después, uno siente lo mismo. Desde entonces, nadie lo ha dicho mejor.
Después de vivir un día pleno, regresamos al hotel. Los pronósticos climáticos para el día siguiente no eran alentadores, pero igual tuvimos esperanzas de poder ir a la isla Pingüino al día siguiente.
Esta excursión se puede hacer tanto por agua, navegando hasta el fin de la ría, como por tierra. Son dos experiencias distintas y complementarias. Para la primera sólo cuenta el horario de las mareas; ésta es ofrecida por todas las empresas de excursiones de Puerto Deseado, ya que no se puede ir por libre porque para entrar hay que pasar por la estancia La Aurora. Es decir que sí o sí hay que contratar la excursión.
Isla Pingüino
Amaneció feo y finalmente no pudimos ir a la isla. Es importante que el turista que llega a Puerto Deseado con el objetivo de observar el pingüino de penacho amarillo, sepa que acceder por agua a la isla donde nidifican no es sencillo. La navegación es a mar abierto y por lo tanto fuerza del viento, visibilidad, oleaje y estado de mareas son los factores que determinarán la salida o no. Si las condiciones se dan, es posible acercarse a la única colonia de nidificación de este tipo de pingüino en toda la costa patagónica. La excursión dura todo el día.
Es aconsejable contar con ropa impermeable, calzado ad hoc y buena predisposición para lanzarse a la aventura de desembarcar en una isla que presenta sus dificultades, pero que están lejos de ser insalvables.
Nosotros nos quedamos con las ganas. Sin embargo, el contacto con la fauna había sido tan cercano y la diversidad de animales tan grande, que enseguida nos dijimos que el mal tiempo era una buena excusa para regresar pronto a Deseado. Siempre de noviembre a abril, cuando los animales están prácticamente al alcance de la mano. Ahora era hora de retomar la ruta 3, con el norte puesto en el sur: San Julián.
Árboles de piedra
Retomamos la ruta 3, sabiendo que en el kilómetro 1.074 debíamos desviarnos por un camino de ripio y hacer unos 50 km para acceder al bosque petrificado José Jaramillo. Hay que tener en cuenta que existe una sola estación de servicio entre Puerto Deseado y San Julián, la de Tres Cerros. Mejor llene el tanque o algunos bidones antes de seguir.
Llovía. El clima parecía indicarnos que no siguiéramos, pero igual continuamos. La recompensa fue grande. Nos hallamos en un paisaje pétreo de 150 millones de años. Elevaciones casi negras, verde oscuro; mesetas que se nos antojan montañas y grandes troncos que alguna vez fueron de madera. Toda el área ?57 mil hectáreas? fue declarada Monumento Natural en 1954.
Con una hora es suficiente para realizar el recorrido pero la amabilidad de Martín, uno de los cinco guardaparques que están en el lugar, hizo que nos fuéramos quedando. Y llegó el atardecer y las luces empezaron a jugar a las escondidas entre la meseta, el cielo se tiñó de rosados, la atmósfera era mágica. Teníamos que irnos porque aún nos quedaban 190 km para llegar a San Julián. La Patagonia y la noche nos aguardaban.
Puerto San Julián
Si se llega de día, es recomendable ingresar a la ciudad por el denominado camino costero. Son 28 km en los que el mar, de una tonalidad verde esmeralda, acompaña el recorrido. Aunque también se puede acceder por la entrada tradicional y dejar este paseo para hacer por la mañana temprano o en horas del atardecer.
Puerto San Julián es una ciudad pintoresca y bien patagónica. Casas de chapa pintadas de colores fuertes le brindan un estilo arquitectónico particular, denominado magallánico, que es parecido a la arquitectura de las Islas Malvinas. Por esta similitud, el director de cine Tristán Bauer la eligió como locación para su película Iluminados por el fuego. Durante dos meses, la ciudad ?que cuenta con 8500 habitantes? se llenó de actores y decorados. Hoy, al conversar con los pobladores, no hay quien no cuente una anécdota o asegure haber participado como extra.
Además de ese hito, la ciudad se enorgullece de otro y es la réplica de la Nao Victoria, que se impone en la costanera. Se cuenta que en agosto de 1519 salió de Sevilla Hernando de Magallanes, dotado de una flota de cinco naves y 265 hombres. La misión era encontrar un paso entre los océanos Atlántico y Pacífico para alcanzar las islas de Especiería. El 31 de marzo de 1520 ancló Magallanes con su flota en el puerto de San Julián.
Al día siguiente era domingo de Ramos y se celebró en la costa la que se inscribe como primera misa en suelo argentino (a la que honra San Julián con un monumento conmemorativo). Esa noche comenzó un motín y los rebeldes se apropiaron de tres de los cinco barcos; sin embargo, Magallanes logró recuperar la Nao Victoria y reprimió la revuelta a un costo sangriento. Esta embarcación fue la única en regresar a España, con escasos ?pero triunfantes? 18 hombres.
La mencionada réplica se puede visitar, y a través de un espectáculo se narran los acontecimientos y se recrea la atmósfera de la época, ya que se han incluido reproducciones de objetos y figuras muy realistas de algunos de los personajes.
En plan naturaleza, San Julián es uno de los sitios indicados para observar toninas. La idea de ver nuevamente esos pequeños delfines nos entusiasmaba, pero nunca imaginamos que las íbamos a ver tan cerca de la costa y a tan corta distancia.
Nos subimos al bote con Natalia, Fernando y Soledad, de Pinocho Excursiones. Las toninas nos mostraron sus habilidades enseguida: saltaban para la foto, se movían, giraban, posaban, boyaban, parecían disfrutar de que las observáramos. Mientras mirábamos, tomábamos mate y Natalia, que es bióloga, nos contaba detalles de la vida de las toninas.
Seguimos viaje para ver a nuestros amigos los pingüinos que llegan en septiembre, primero el macho y después la hembra. Volvimos a tierra, felices y con hambre. Ahí nomás Soledad nos contó que justamente se estaba llevando a cabo una feria rural y que estaban preparando un cordero patagónico para el mediodía. Allá fuimos y no nos arrepentimos.
Después de comer, nos dedicamos al camino costero, ideal para recorrer en auto. A través de una muy buena señalización se pueden apreciar varios de los atractivos que ofrecen los alrededores: lo que quedó de la planta del Frigorífico Swift, el Cabo Curioso y La Mina, una playa repleta de caracoles y la tumba Sholl, lugar donde se encuentran sepultados los restos de Roberto Sholl. Se trata de un oficial de la fragata Beagle, integrante de la expedición de Fitz Roy, y que al llegar a esta zona se enfermó y a los pocos días falleció.
Camino a Piedra Buena
Por la mañana temprano, dejamos el hotel y partimos hacia Piedra Buena. Nos quedaban solamente 120 km y a la altura del 48 pasamos por el Gran Bajo de San Julián, que es el punto más deprimido del continente americano. Se trata de una gran unidad morfológica constituida por una depresión endorreica (un bajo sin salida) de gran extensión. En la parte más honda está la laguna del Carbón, donde la altura es de 105 metros bajo el nivel del mar.
Al llegar a Piedra Buena, nos sorprendimos porque el césped, tan reticente en toda la zona, aparece en los boulevares acompañado de flores. Y enseguida pensamos en el slogan con el que se conoce a la localidad el oasis de la Patagonia. Sin embargo, hay un motivo que moviliza mucho más turismo y no tiene que ver con el paisajismo y la flora. Es la pesca en el río Santa Cruz de la preciada Steelhead (el único salmónido que después de desovar no muere) que se presenta a finales de febrero y atrae pescadores del mundo entero.
De la mano de Alicia, nuestra guía, realizamos un city tour y nos enteramos de la historia de los murales que decoran varios frentes a lo largo de la ciudad. Todo comenzó hace cinco años cuando empezaron a pintarse con el objetivo firme de convertir a Piedra Buena en un museo al aire libre, sin puertas ni ventanas. Los pobladores aprendieron la técnica de esgrafiado y poco a poco fueron plasmando los acontecimientos históricos y fechas importantes de su localidad en paredes especialmente construidas para esos fines, o en edificios como el Teatrino.
Al mediodía, cruzamos el puente que montaron en 1996 sobre del Santa Cruz, para llegar a Isla Pavón. Almorzamos en el restaurante de la Hostería Isla Pavón, que está a orillas de las aguas verdosas de este caudaloso río; aquí se puede comer trucha y es el único lugar donde la sirven.
La isla es muy pequeña y salvo esta hostería, un espacio para camping y el Museo ComandanteLuis Piedra Buena, no hay mucho más. Éste fue todo un personaje de la Patagonia austral, adonde llegó en 1859 o posiblemente en 1862; gracias a su buena relación con el cacique Casimiro Biguá, pudo ejercer un fervoroso proselitismo entre los indios, para crearles la conciencia sobre el lugar en el que se movían y vivían, como parte indisoluble de un país llamado Argentina. A Piedra Buena se le deben no pocas luchas y tareas de índole nacionalista en un vasto territorio en el que, a mediados del siglo XIX, apenas contaba con dos poblaciones: Carmen de Patagones, en el río Negro, y Punta Arenas, en el extremo occidental del Estrecho de Magallanes.
Parque Nacional Monte León
Para visitar esta joven área protegida, hicimos base en Puerto Santa Cruz, una ciudad de aproximadamente tres mil habitantes, que está a 40 km de Piedra Buena y a 275 km de Río Gallegos.
En octubre de 2004 se logró la creación de Monte León y este dato debe ser tenido en cuenta ya que el Parque todavía está en pañales; y si bien no hay casi infraestructura (la única es la que ofrecen los Braun en el casco de la antigua estancia, donde reciben mayormente extranjeros), sobra fauna, cuevas, mar y estepa patagónica para pasar uno o varios días explorando sus 60 mil hectáreas.
Antes de emprender el camino al Parque se debe tener en cuenta que está a 30 km de Puerto Santa Cruz y muchas veces el camino no está transitable. En general, cuando llueve se cierra, por lo que hay que preguntar si está abierto en la oficina de informes turísticos. Otro dato a averiguar es el horario de las mareas (en Monte León son muy pronunciadas y suceden con mucha rapidez) para poder caminar por la playa y recorrer sus inmensas cavernas con tranquilidad. Y por último, no olvide llevar agua o alimentos si quiere pasar el día en el lugar.
Una vez hechas estas observaciones, solo resta disfrutar? y a lo grande. Fuimos caminando un par de kilómetros por una meseta de color marrón hasta la pingüinera de Monte León, que hallamos al borde del mar. Son más de 70 mil parejas; es la segunda de la provincia después de la de Cabo Vírgenes. Hay pingüinos por todos lados y no nos cansamos de verlos. Además, se ha registrado la presencia de cormoranes, lobos marinos, guanacos, pumas, zorros, choiques y perdices patagónicas.
El punto panorámico se obtiene desde la cabeza del león, la formación que le da nombre al Parque, y que parece recostarse sobre el mar. Caminamos hasta allí y contemplamos el paisaje. Habíamos recorrido más de 600 km y faltaban sólo unos pocos para regresar al día siguiente desde Río Gallegos, y así dar por concluido un magnífico viaje signado por el mar austral.
Por Valeria Vizzón
Fotos de Fernando Dvoskin
Publicado en Revista LUGARES 138. Octubre 2007.