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Es una franja costera de 300 km sobre el Pacífico, donde los hoteles se intercalan con pintorescos pueblos de pescadores. Está al lado de Puerto Vallarta y se perfila como uno de los principales destinos de playa en México, con opciones de lujo y otras más bohemias.
Quienes eligen este litoral es probable que nunca hayan pisado un resort ni piensen hacerlo. Si bien existen varios all inclusive, no son la regla como en otros destinos mexicanos. Lo que domina son pueblitos bohemios, playas vírgenes, surfers, islas rocosas y manglares. Conviven yoguis y rastafaris con millonarios y celebrities, unidos por montañas, olas y golondrinas. Y cada cual atiende su juego.
San Pancho y Sayulita
La primera escala se llama San Francisco, pero le dicen San Pancho. Era una aldea de pescadores con casas de palapa alumbradas a querosene. Pero hace más de una década dio un giro de 180° gracias al Centro Comunitario Entre Amigos –que fomenta el reciclaje– y la Bodega del Circo, creada por el fundador del Cirque du Soleil.
Su única calle, Tercer Mundo, termina en la playa, ancha, agreste, rodeada de montañas y llena de gaviotas. Hay unas mesas debajo de una gran palapa donde sirven tragos y suena rap cubano. Las artesanías de los huicholes, los nativos de esta costa, se exhiben en mantas sobre la arena.
Hay buena onda en San Pancho, y se nota porque está lleno de perros. También hay mucho activismo ecológico. Cuatro pruebas: 1) Los paneles solares. 2) Las agrupaciones que se dedican a liberar tortugas marinas. 3) El centro comunitario Entre Amigos, que convierte plástico y vidrio en divinos objetos a la venta. 4) Tiene un hotel boutique sustentable con un bistró orgánico en el patio; se llama Cielo Rojo, usan productos biodegradables y no hay TV ni nada que haga ruido.
A diez minutos se encuentra el pueblo de Sayulita, el microdestino que está de moda y bulle de gente, día y noche. Todo gracias al surf. Dicen que hay olas de hasta seis metros y que alcanzan grandes crestas antes de las nueve de la mañana. Sus calles están atravesadas por papeles picados (así llaman a las guirnaldas de colores, que casi siempre tienen diseños relacionados con el día de los muertos).
Además del surf, los otros mandatos locales son hacer yoga, comer una chocobanana en frente de la plaza y no usar bolsas de plástico. Dentro de lo posible, tampoco autos. Se alquilan carritos de golf para moverse.
Sayulita rima con cosmopolita. Y su ambiente es eso: una mezcla de norteamericanos alternativos, jóvenes mexicanos, músicos y surfers de todas partes. Como si se tratara de una gran urbe, en este puñado de calles hay una variedad gastronómica que incluye pâtisserie francesa, bocaditos de la India, platos thai y comida árabe. Claro que también hay tacos. Los de Naty ‘s son muy buscados, sobre todo los de marlín y los vegetarianos.
A pasos de la playa, The Real Fish Taco tiene su clientela de años y es una parada obligada. Empezó a ofrecer tacos en un carrito callejero y, como le fue muy bien, movió el mismo carrito adentro de un local a metros del mar. El taco de dorado –o mahi mahi– con salsa picante, favorito de los surfers antes de ir detrás de las olas, es un camino de ida.
Puerto Vallarta: Liz Taylor y el amor prohibido
Acá empezó todo. Los hoteles y los turistas. De Nayarit la separan el río Ameca y un puente –unos 15 minutos en auto–, pero comparten la Bahía de Banderas, el aeropuerto y las rutas. Esta ciudad pertenece al estado de Jalisco, la cuna del tequila y los mariachis.
Para ver gente y pasear, el atardecer en el malecón es imperdible, de los más lindos de este litoral. A esta hora se instalan músicos y pintores sobre la peatonal y es buen programa sentarse a mirar cómo rompen las olas sobre las rocas.
Fue un tranquilo pueblito de pescadores hasta que se filmó La noche de la iguana en 1963, dirigida por John Huston. No fue tanto la película como el romance escandaloso entre su protagonista, Richard Burton, y Elizabeth Taylor, que vino a visitarlo, lo que puso a Vallarta en boca del mundo. Ella estaba casada, él también. Y eran los dos actores más famosos de la época. Los periodistas llegaron en hordas. El director decía que había más cámaras que iguanas. Liz y Dick, como los llamaban, se compraron una casa en Vallarta, su nido de amor. Se casaron y se divorciaron dos veces. Aunque después se fueron y Liz tuvo varios maridos más, los locales siguen señalando su casa como un monumento de la ciudad.
Ballenas y una playa escondida
En la península de Punta Mita se concentran hoteles de lujo como el St. Regis y el Four Seasons, y el famoso hoyo 3B: el único green del mundo ubicado en una isla natural, a 199 yardas (casi 182 metros) del golpe inicial de los golfistas. Fue diseñado por Jack Nicklaus. Al pueblo original lo reubicaron más lejos del mar para poder construir este campo de golf. Pero no hay resentimiento, porque la plata del turismo es muy bienvenida.
Una lancha me acerca hacia las Islas Marietas, a ocho kilómetros de la costa. No son las de arena y palmeras que me imaginaba. Son mejores. Rocosas y escarpadas, brotan del mar como torres puntiagudas y las habitan miles de cormoranes, pelícanos y pájaros bobos de patas azules. Este santuario de aves es parque nacional desde 2005.
Dentro de las tres islas, en una especie de cráter, hay una playita escondida. La única manera de llegar es nadando a través de un túnel, sólo cuando la marea está baja. También le dicen la playa del Amor y creen que se produjo por una explosión cuando acá se realizaban prácticas militares. Otros la atribuyen a la erosión. Como sea, es lindísima y distinta de todas las otras.
Hasta esta península del Pacífico llegan las ballenas jorobadas a aparearse durante el invierno mexicano y, cuando las aguas se ponen más cálidas, empiezan a emigrar hacia Alaska. A la vuelta de las islas nos sorprenden dos ejemplares: una hembra y su cría, que le va saltando al lado. En una coreografía hipnótica, alzan la cola a dúo antes de volver a sumergirla. Están lejos, cuesta alcanzarlas con el lente de la cámara. Pero son inconfundibles sus saltos, la ondulación de la cola, hasta su canto agudo se oye. Para la próxima quedará la aventura máxima, algo que se hace en pocos lugares del mundo: nadar con delfines en libertad.