Será una de las ciudades que más creció en los últimos años, pero El Calafate no pierde su escala de pueblo. Es cierto que en temporada alta la realidad indica multitudes caminando en ambos sentidos la Avenida del Libertador, hoteles sin plazas disponibles y restaurantes que explotan. Pero no se confunda. Cuando las temperaturas bajan, los índices demográficos vuelven a ser los patagónicos, las camas sobran y aquí se conocen hasta los perros. La misma imagen se puede tener si uno llega a la ciudad durante el día, cuando todos salen de excursión y las calles están desiertas. Ésa fue nuestra experiencia.
El avión de Lan aterrizó a media tarde. Sin escalas, fuimos directo al hotel, después de atravesar el centro de la ciudad y tomar el paseo costero. Al final se alcanza Punta Soberana, donde se levanta el hotel Edenia. Inaugurado a principios de 2007, es una de las pocas construcciones de la zona, lo que se traduce en una vista limpita, sin interferencias, de toda la Bahía Redonda y el lago Argentino.
Los ambientes son amplios, con una decoración minimalista y gran confort. El acento está puesto en la atención personalizada y queda claro desde el momento en que el check in no tiene lugar en la recepción, sino en el bar con una copa de bienvenida y en compañía de la gerente, Pascale Taillieu, una simpática belga radicada en esta ciudad hace doce años.
A la hora de buscar un lugar para comer, varios nos señalaron el mismo destino: Pura Vida. Clima íntimo, buena música y platos caseros. Después de un largo día no hay como un guiso de lentejas o una carbonada en zapallo inglés.
El Perito Moreno de estreno
Con tal de llegar al glaciar con el primer atisbo de luz, hicimos un madrugón de aquellos; a las seis ya estábamos listos para partir y ahogando bostezos salimos hacia el Parque Nacional Los Glaciares. La primera sorpresa la recibimos cuando salimos a la ruta 11, asfaltada casi en su totalidad; la segunda la tuvimos cuando ingresamos al parque (el estacionamiento frente al glaciar voló y fue trasladado al sector del puerto) y la tercera fue encontrarse con las nuevas pasarelas.
Mucho más anchas, de doble circulación, con bancos de descanso y más miradores para apreciar el glaciar desde todos los ángulos. También se colocará un ascensor para personas disminuidas en sus capacidades físicas. Los viejos tablones de madera fueron reemplazados por paneles de metal enrejado, evitando así la acumulación de nieve y los porrazos. Cuando se concluyan las obras proyectadas, se habrán agregado más de tres mil metros de pasarelas.
Imagínese lo que será ahora cada vez que haya agüero de ruptura, con espacio para mucho más público? Después de hacer lo que hacen todos aquí, contemplar la masa de hielo con la boca abierta y emitir grititos cada vez que se produce algún pequeño desprendimiento, nos recluimos en el snack, suerte de refugio moderno desde donde es posible seguir admirando la parte superior del glaciar. Para 2010 se prevé la inauguración de un restaurante para 450 comensales, a cargo de la empresa Nativos.
Niní, Bebé y Porota
Si toma la ruta 15 hasta el final, donde el asfalto se hace ripio y el ripio una senda dudosa, habrá llegado a la estancia Nibepo Aike. Son 56 km desde El Calafate y, una vez allí, se trata de los dominios del Parque y Reserva Nacional Los Glaciares. Situada a metros del brazo sur del lago Argentino, la propiedad de 12 mil hectáreas supo ser un paraje inhóspito donde recaló el inmigrante yugoslavo Santiago Peso, en 1914. El nombre se compuso a partir de las iniciales de sus tres hijas: Niní, Bebé y Porota. Hoy es Adolfo Jansma, hijo de Niní, el encargado de atender el turismo y sostener la impronta de los pioneros.
Reconvertido en confortable hotel de campo, el casco sigue luciendo tan pintoresco como antaño. La creciente afluencia de turistas motivó que en los últimos años se sumara un ala nueva con seis habitaciones, sorteada la burocracia del asunto (cada modificación requiere una autorización de Parques). Ahora son once cuartos en total, con baño privado y el mismo estilo acogedor.
El que nos recibió fue Senad, a cargo de las actividades de la estancia y curiosamente también yugoslavo. Mientras charlábamos frente al hogar, al lado, un grupo de norteamericanos se divertía con el extravagante ritual del mate. Amalia, la cocinera, les alcanzaba el kit completo con las instrucciones de cebado y repartía unos trozos de budín de limón para los demás.
En el galpón de esquila, Moncho, un pícaro correntino, nos entretuvo correteando ovejas y exhibiendo su destreza con las tijeras para quitarle el vellón completo a una de ellas. Su gracia logró transformar en risas las muecas de desconcierto de varios cuando presentaba a Chupa chichi y a Huevo frito, dos de los caballos.
No pudimos probar la travesía a los glaciares escondidos, por culpa de la lluvia otoñal. La propuesta es salir en camioneta a través de un bosque, con un alto en la orilla del río Cachorro; allí se inicia un trekking hasta la laguna 3 de Abril, hábitat de flamencos y cisnes de cuello negro, cauquenes y patos. La caminata sigue hacia el río Frías y alcanza un mirador desde el que se aprecian los glaciares Dickson, Gorra y Frías y los cerros Stokes, Adriana y Dedo del César, todos con curiosas formas. La noche transcurre en un puesto de la estancia, donde espera una comida casera con vino.
El improbable sueño de Alfred
"Van a conocer el rincón más lindo de Santa Cruz", anticipó Ángel, el chofer, mientras cubríamos los 90 km desde El Calafate por la ruta 40. Si sabrá él, que recorrió en su chata cada vértice de la provincia. La expectativa nos mantuvo atentos durante todo el traqueteo ripioso, incluso cuando el horizonte estepario parecía estirarse hasta lo impensado. Llegamos, al fin, y el paisaje fue cobrando carácter. El lago Viedma en ineludible primer plano; más allá, los cordones Mascarellos y Huemules y, al fondo, casi cubierto por las nubes, el pico del cerro Fitz Roy. No exageró Ángel.
El primero en descubrir este rincón fue el aventurero finlandés Alfred Ramstrom, quien lo bautizó Helsingfors (Helsinki, en sueco), en recuerdo de la capital de su país. Aquí vivió con su esposa e hijos. Don Alfred se sorprendería si supiera que hoy, en ese mismo lugar, existe una lujosa hostería convertida en uno de los destinos más exclusivos de la Patagonia sur. Este capítulo ya corresponde a los Susacasa, tradicional familia de Río Gallegos que desde 1969 administra la propiedad, dueños también de la estancia vecina Los Hermanos.
La casa se resguarda detrás de una tupida arboleda dominada por las sequoias californianas plantadas por Knut, uno de los hijos de Alfred. Puertas adentro, todo es comodidad y buen gusto en su justa medida. Las habitaciones son apenas ocho, algunas con hidromasaje y otras con ducha escocesa. Todas, créase o no, con Wi Fi. El servicio se completa con un staff de expertos guías y una cocina que nunca defrauda, con cierta sofisticación, alimentada por la propia huerta y una cuidada bodega de vinos argentinos y chilenos.
Llegar hasta aquí era prácticamente imposible antes de la construcción del puente sobre el río Cóndor, porque esto era el fin del mundo. Nos contaron los pormenores, piscos mediante, Ernesto Susacasa y Frida, su mujer, dueña de un singular histrionismo, con quienes tuvimos la suerte de coincidir, ya que ellos no viven en la estancia. Ella, de punta en blanco como su marido, no pierde detalle: atiende a los huéspedes, da indicaciones en la cocina, acomoda las mesas. Charlar con ambos es un placer.
Al día siguiente nos sumamos a una excursión hasta la laguna Azul. Antes, cada uno se armó su lunch box a piacere. Apenas comenzamos a remontar el valle del río Alfredo (que provee energía a la hostería), comprobamos que el viento es toda una presencia en Helsingfors. Despiadado y persistente, a éste se deben las nubes lenticulares (como platillos) que parecen pintadas por Van Gogh y el hecho de que las sequoias crezcan en bandera, con la mitad de sus copas peladas.
Tras 40 minutos de caminata por las laderas del cerro Huemul, los guías nos alentaron a sacar las cámaras, pues la silueta del Fitz se descubría como pocas veces. Dicen que una de sus gracias es que jamás se deja ver igual. O cambia porque las nubes se movieron, o porque uno varió el punto de vista. Lo cierto es que cuando se la ve con nitidez, hay que gatillar. Más adelante, el sendero se interna en un bosque, entre cascaditas y huellas de guanacos. Después, sólo resta franquear la morrena para sorprenderse con el azul profundo de la laguna y el glaciar que se funde en sus aguas en forma de embudo. Como no podía ser de otra forma, este glaciar se llama Alfredo.
La 40 abajo
Un alto obligado en la confluencia de la ruta 21 con la 40 es el parador La Leona, junto a la naciente del río homónimo. Por fuera, techo de chapa roja y la bandera argentina flameando delante de una hilera de álamos. Adentro, todos los guiños turísticos para reflotar este viejo puesto de campaña, antes frecuentado por pistoleros y maleantes. Folletos en todos los idiomas, una boutique y el menú del día escrito en una pizarra le dan ese toque mundano que cierra bien con el recién inaugurado museo. Dicen que en este mismo lugar el científico Perito Moreno tuvo un encuentro cercano con una hembra de puma (de ahí que el río se llame La Leona) y dicen también que en 1905 tres gringos se refugiaron aquí por un mes; se trataba de Butch Cassidy, Sundance Kid y su esposa Ethel Place que, luego de robar el Banco de Londres y Tarapacá en Río Gallegos, recalaron en este parador en su huída hacia Chile.
La desolación de la estepa y la garantía de asfalto por un rato nos adormecieron. Apenas una maniobra imprevista por el cruce de una tropilla de guanacos logró despabilarnos. De tan monótono y despoblado, el paisaje es casi imaginario. Así y todo, la inmensidad regala una sucesión de postales, cambiantes según el momento del día y la voluntad del que quiera mirar. Si no está muy nublado, se llegan a discernir los picos de las Torres del Paine. Aquí y allá, entre los coirones, hacen su vida algún zorro, un cóndor, un grupo de ovejas.
En el encuentro de la 40 con la 7 aparece la única estación de servicio (de la estancia vecina, Tapi Aike) en este largo descenso, parada elemental para recargar combustible y estirar las piernas. Cerca de río Turbio, sintonizar alguna radio es todo un desafío; la ruta araña la cordillera y las frecuencias argentinas se confunden con las chilenas. La interferencia se vuelve una constante.
Los pagos del carbón
Montañas de polvo negro, chimeneas humeantes, tolvas, vagones oxidados, carteles que advierten peligro de voladura?el paisaje reúne todos los condimentos de una composición dramática. Con un poco de imaginación, la sonata Claro de Luna de Beethoven le sentaría bien como música de fondo. Pero basta comprender la importancia de la explotación carbonífera en río Turbio para cambiar la perspectiva. Aquí lo prioritario para el visitante es el museo-escuela minero, ubicado en Mina 3.
Rico en material y guiado por los trabajadores de la empresa YCRT, ofrece una impecable muestra de maquetas y herramientas de trabajo, desde el pico y el palo y el método del pajarito enjaulado para detectar el nivel de metano (cuando dejaba de cantar, había que salir), hasta los aparatos sofisticados de medición de hoy. El final del recorrido incluye un simulacro en un ambiente similar al interior de mina, cerrado y oscuro ?no apto para claustrofóbicos?, adonde se ingresa con casco y se puede probar el martillo neumático sobre la roca.
Hasta último momento, quien redacta esta experiencia se empeñó en conseguir una autorización para ingresar a la mina real. No hubo caso. Las mujeres tienen permitido entrar sólo el 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, patrona de los mineros. Según la leyenda local, una mujer que habría muerto durante una explosión, se aparece vestida de negro ante un peligro inminente. Dicen que si entra otra persona del mismo sexo, la viuda negra se pone celosa y provoca un accidente.
Es difícil sustraerse al mundo carbón en río Turbio cuando casi todo remite a lo mismo: el monumento al minero, las quoncet (semitubos de chapa pertenecientes a la villa fundacional); si hasta en el súper es común cruzarse con trabajadores de mameluco azul y caras tiznadas. Sin embargo, pocos deben saber que aquí, en el extremo sudoeste de Santa Cruz, existe una pista de esquí nórdico y alpino, la única iluminada de noche; está sobre las laderas del cerro Dorotea, a pocos metros del sitio histórico de Mina 1, a pasos de la frontera con Chile. Hasta no hace mucho, la mayoría seguía de largo hacia Puerto Natales, pero la reinauguración del centro invernal, en 2006, más el remozado hotel de la base, ahora llamado Valdelén Ski (ex Las Lengas) con un restaurante de comida internacional y rental de esquí, sumaron razones para estirar la estadía.
En los alrededores, bien vale una visita al cercano poblado de 28 de Noviembre, de espíritu minero aunque más chico, y al Turbio Viejo, con sus casas de chapa medio desvencijadas y la construcción de madera donde funcionó el primer telégrafo regional.
Stag River
Sobre el arco de entrada, las letras blancas se recortan en el cielo azul. Mick y Julie Johnston salieron a recibirnos como si nos conociéramos de toda la vida, secundados por su jauría de perros. Él es para todos el gringo, dueño de una elegancia sencilla, ojos azules, pañuelo al cuello y boina. Llegó de Escocia a los 13 años, trabajó en la estancia Morro Chico y un Año Nuevo conoció a Julie, oriunda del mismo país. Ella, pura sonrisa y amabilidad, lleva varias décadas en Argentina pero conserva el acento de su patria, como si recién hubiera bajado del barco.
A tiro de piedra de río Turbio, la estancia suma 20 mil hectáreas y una soberbia tropilla de 200 caballos criollos, el orgullo de los Johnston. Fotos, cuadros y decenas de cucardas de los padrillos campeones revelan esa pasión. Además, hay espacio para unas cuantas ovejas, varios gatos y "todos los animales con pelo", como dice Julie. Este matrimonio logró domesticar hasta un gato montés, al que llaman Where are you y despojarlo de buena parte de su carácter salvaje.
Cuando entramos a la casa, la mesa estaba servida. Mick hablaba sobre la lentitud del asfalto en la 40, mientras Julie desfilaba de la cocina al comedor con bandejas rebosantes de tentaciones caseras. A la hora de los dulces, los budines, flanes, pies y, el súmmum, una torta de crema de limón con base de galletita de chocolate, superaban en número a los comensales.
Nos alojaron en la casa principal y nos dejamos malcriar por Mick y Julie, pero también está la opción de hospedarse en una casa independiente, con cuatro cuartos y un living espacioso. Allí hay quincho con parrilla para el que quiera autogestión de cocina, si bien lo habitual es pedirles a los Johnston que se encarguen de ese tema: nada disfrutan más que agasajar a sus huéspedes.
Además de cabalgatas y pesca, nos sugieren ir hasta una condorera, previa caminata por la costa del río Stag. Conocer el museo familiar es imprescindible; allí se reúne toda clase de objetos, desde monturas y estribos de alta factura hasta el vestido con el que bautizaron a Julie y la vajilla inglesa de su abuela.
Río Gallegos
Santa Cruz tiene una superficie de 243.945 km2 y de sus 190 mil habitantes, más de la mitad vive en Río Gallegos. Es, por lejos, la ciudad más poblada, la última urbe del territorio continental, asentada sobre la costa sur de la extensa ría. Tierra de inmigrantes que soportaron durísimos inviernos, recopila la memoria de esas primeras épocas en el Museo de los Pioneros ?funciona en una casa prefabricada traída de Inglaterra? a través de retratos, vestimenta y el consultorio completo del médico Arthur Fenton, uno de sus residentes.
También cuentan su historia las casas planas de chapa acanalada que se pueden rastrear entre las muchas otras de hormigón y la catedral de Nuestra Señora de Luján, con su pintoresca torre-reloj. Otro punto interesante es el cementerio de locomotoras, frente a la costanera, donde descansan los restos de las máquinas a vapor que llevaban el carbón desde río Turbio. Ahora va hasta Punta Loyola.
La reapertura en 2008 del Hotel Patagonia, un símbolo de la ciudad con más de 35 años, completamente transformado, sigue siendo noticia. De perfil urbano y lineas modernas, la construcción estuvo a cargo de la familia Guatti Girometti, creadores de la posada Los Álamos en El Calafate. Las habitaciones son 85, espaciosas y bien equipadas; en el último piso hay un penthouse, y la mesa del restó Puro Sur es una perlita dentro de la acotada oferta gastronómica de la ciudad.
A 60 km, por la ruta 3, se llega a la laguna Azul, que ocupa el profundo cráter de un volcán inactivo. Bien para un trekking por sus laderas empinadas o un picnic relajado, el lugar se presta para quedarse un par de horas, siempre que el viento no sople demasiado fuerte.
La última escala es Punta Loyola, playa desolada a poco más de 30 km de Río Gallegos, donde un cartel anuncia el fin de la RN 40sur, como si hiciera falta aclararlo. Aquí yacen los restos del Marjory Glen, el barco que un incendio devoró en 1911. Buques de carga, pescadores, gaviotas y la constante del viento marcaron el final de un largo viaje por la Patagonia remota y desproporcionada.
Agradecemos a la Secretaría de Turismo de Santa Cruz la colaboración prestada para la realización de esta nota.
Por Cintia Colangelo
Fotos de Nacho Calonge
Publicado en Revista LUGARES 162. Octubre 2009.