En la esquina de Belgrano y Perú, y oscurecido por el tiempo, se levanta este edificio de 12 pisos y doble cúpula (declarado de Interés Cultural) que ocupa el solar de la Casa de la Virreina Vieja, donde se enfrentaron ingleses y criollos durante la segunda invasión inglesa.
Dos historias en un solo predio. En la esquina de Perú y Belgrano se yergue desde hace más de un siglo el edificio Otto Wulff, que al momento de su inauguración –en marzo de 1914–, era uno de los más altos de la ciudad. Así lo quiso su mentor, el señor Wulff, un próspero alemán, dueño de quebrachales en la provincia del Chaco y bien casado con Emma Christensen, hija de otro acaudalado empresario que tenía rentables emprendimientos en Argentina y Uruguay.
Wulff quería construir un edificio inspirado en el Singer Building de Nueva York, el más alto del mundo –con 167 metros– en esos primeros años del siglo pasado. Así, en el predio del actual barrio de Monserrat que había comprado en subasta junto al naviero Nicolás Mihanovich, Wulff se imaginó una obra que alcanzaría los 60 metros de altura. Convocó al arquitecto danés Morten F. Rönnow y a los ingenieros Pedro Dirks y Luis Dates para la construcción. Se utilizó hormigón armado, una técnica muy moderna para la época, además de otros materiales traídos desde Europa.
Un estilo singular
Suele ser elegido como un referente del estilo Jugendstil, el lado germano del art nouveau, pero posee también rasgos renacentistas, del neogótico, del eclecticismo y hasta algunos trazos esotéricos propios de Mario Palanti, el arquitecto italiano que construyó el Palacio Barolo sobre Avenida de Mayo, en 1923.
En el Otto Wulff maravillan los atlantes (figuras humanas que cumplen el rol de columnas) de cinco metros de altura que parecen sostener, desde el segundo piso, el resto de la edificación. Los ocho hombrones que rodean el edificio (tres sobre Belgrano y cinco sobre Perú) se reparten las tareas involucradas en la construcción: hay un albañil, un carpintero, un electricista, un herrero, un pintor, un forjador, un escultor y un aparejador, y en algunos de sus rostros se reconocen los rasgos del propio Rönnow, de Wulff y de los dos ingenieros.
La ornamentación en su conjunto amalgama símbolos griegos, nórdicos, masones, imperiales y zoológicos (hay osos, pingüinos, lechuzas e impactantes cóndores, entre otras especies). La vista se pierde en los detalles oscurecidos por el paso del tiempo, pero el ojo empecinado los puede descubrir a medida que se sube la vista, hasta llegar a sus dos torres cupuladas, a partir del séptimo piso, que rematan en dos altas agujas. Una lleva el sol en su extremo; la otra, una corona.
"Estoy convencido de que el estilo de este edificio está dentro del sincretismo, el único que puede englobar tanto símbolo y tanto eclecticismo. Pero, más importante todavía, me parece que hay que saber que es eminentemente fachadístico, es decir que todo sucede hacia afuera porque si lo recorrés por dentro, no tiene gran cosa. Se trata de oficinas pequeñas, proyectadas como tales desde el comienzo, que no se condicen con lo que sucede en su fachada", resume el arquitecto Fernando Lorenzi, investigador de la historia del edificio. Además de tener su estudio allí, se dedica a la restauración, y está esperanzado en que avance el proyecto que el consorcio presentó ante el Régimen de Promoción Cultural, también conocido como Mecenazgo para la restauración y limpieza del basamento (que llega hasta el tercer piso) con el balcón perimetral.
Hoy, la planta baja del Otto Wulff aloja a un Starbucks Coffee que –luego de algunos titubeos– aceptó amoldarse al estilo del edificio con una ambientación en madera y cuero que empatiza con el entorno. Los trabajos incluyeron la restauración de los pisos originales, de la puerta principal de estilo art nouveau y de la carpintería de hierro de las aberturas en las que destaca una magnífica telaraña metálica con una araña sobre el vano de la puerta. Así, esta esquina cobró vida después de muchos años de abandono. Antes, el comercio que estuvo décadas enteras fue la ferretería industrial El Lobo (lobo es "Wulff" en alemán y perteneció a Otto originalmente, hasta que, en 1918, vendió todos sus bienes a la empresa Harteneck, Proske y Cía). Otto Wulff murió en 1926 luego de un accidente banal (pisó una claraboya que cedió bajo su peso) durante un viaje de placer junto a su mujer, en Lisboa.
La Casa de la Virreina Vieja
La otra parte de la historia del Otto Wulff es anterior a su construcción. Forma parte de un patrimonio histórico del que dan cuenta los documentos que el arquitecto Rönnow elaboró antes de demoler la propiedad que ocupaba ese solar, y entregó a la entonces Escuela de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires.
Se trataba de La Casa de la Virreina Vieja, construida en 1782 justo en la esquina noroeste de San José y Santo Domingo (hoy Perú y Belgrano), donde vivió Joaquín del Pino y Rozas, Romero y Negrete, el octavo virrey de Buenos Aires (entre 1801 y 1804), su segunda mujer –Rafaela de Vera Mujica y López Pintado– y su numerosa prole. El Virrey del Pino ya tenía siete hijos de su primer matrimonio y tuvo nueve más con Rafaela. Habitaciones le sobraban, la vieja casona contaba con 20, además de una enorme caballeriza.
La hermosa casa que dominaba la amplia esquina tenía un elaborado pretil calado y heráldica en la puerta, y fue modelo de las grandes viviendas patriarcales de la ciudad. En la parte superior había una azotea protegida con una balaustrada de mampostería, calada por aberturas, llamadas oculus, y varios pináculos sobre la baranda.
En ese mismísimo sitio tuvo lugar una cruenta lucha el domingo 5 de julio de 1807 cuando el teniente coronel inglés Henry Cadogan tomó la vivienda junto a su tropa en medio de un repliegue sorpresivo que se vio obligado a realizar. El resultado fue nefasto para sus hombres. Era la segunda invasión inglesa.
El Virrey del Pino murió en abril de 1804 y, tras el duelo de la numerosa familia, la casa fue sede de fiestas y tertulias. En un primer momento se la conocía como "La Casa de la Virreina Viuda", pero al poco tiempo, el "Viuda" trocó por "Vieja" y así quedó.
Entre los eventos sociales que allí se celebraron, uno de los más impactantes fue el casamiento de su hija Juana con Bernardino Rivadavia, en 1809, quien –años después– sería el primer presidente argentino. Después de la muerte de doña Rafaela, en 1816, la casa pasó a manos de la familia Medrano y se consagró como residencia obispal; fue residencia del portugués Joaquín Almeida y luego pasó a ser sede del Monte de la Piedad, o banco de empeños, una suerte de precursor de lo que llegaría a ser el Banco de la Ciudad de Buenos Aires. Cuando la institución se mudó, la histórica casona se transformó en conventillo. El elegante y señorial dormitorio de la virreina, terminó siendo un taller de planchadoras. Fue su último destino antes de la picota.
Hoy, el Otto Wulff forma parte del Catálogo de Edificios de Valor Patrimonial de la ciudad, es decir que cuenta con protección estructural desde el punto de vista de las normas sobre conservación arquitectónica, lo que significa que cualquier modificación requiere la autorización previa. Sin embargo, el tiempo le ha jugado en contra: es de esperarse que sea puesto en valor antes de que el deterioro sea mayor.