Hace 20 años, este asentamiento era una dirección secreta en la agenda de los mejores escaladores del orbe, el final de un camino de tierra perpendicular a la ruta 40, el principio de la aventura en la lejana Patagonia.
Cruzando el río De Las Vueltas, las montañas abrazan un pequeño valle con su muralla de granito impenetrable. Allí están las pocas manzanas del pueblo, calles que comenzaron a olvidar su pasado de piedra y tierra para dar lugar a hoteles, cabañas y restaurantes, inimaginables a fines de los 80. El Chaltén es un promisorio despertar en el corazón del Parque Nacional Los Glaciares.
Al principio, en las estancias de los alrededores, escaladores alemanes, italianos, franceses y argentinos esperaban largamente el momento en que se dieran las condiciones para escalar el Cerro Torre, uno de los más difíciles del mundo, hacedor de famas y viudas a partes iguales. Hoy todos podemos disfrutar de sus senderos, lagos, cerros y glaciares. Expertos guías de montaña nos acompañan en excursiones de acuerdo a nuestros intereses y entrenamiento.
El que sólo está de paso, se lo pierde. El Chaltén es para ir y no quedarse quieto; es para descubrirlo en las caminatas, internándose en sus bosques, siguiendo sus múltiples caminos y mirando desde lo alto puestas de sol y lejanías. Y así un día, otro día y otro y otro?
A modo de bienvenida decidimos alojarnos en La Quinta, donde nos recibe Patricia Halvorsen y su marido, Alfredo. Esta hostería se levanta en las afueras del pueblo, en tierras de la estancia de herencia familiar; remodelada tres años atrás, tiene 24 nuevas habitaciones con vistas a imperdibles amaneceres.
Patricia es nieta de un noruego aventurero y audaz que llegó con los primeros pobladores, a principios del siglo XX. Su charla desborda historias familiares, enriquecidas por investigaciones históricas que la llevaron a publicar el libro Entre el río De las Vueltas y los hielos continentales.
1° DÍA
Trekking al glaciar Viedma (icono medio)
Es un territorio gélido e inabarcable, una lengua helada que desciende desde el campo de hielo patagónico sur a través de 900 km2, para terminar en un lago de aguas lechosas que llevan su nombre.
Nos dirigimos a este glaciar, uno de los más grandes de toda la Patagonia ?es cuatro veces más extenso que el Perito Moreno?, acompañados por los guías de Fitz Roy Expediciones, premio LUGARES 2007.
Partimos desde bahía Túnel, en la margen norte del lago Viedma.
Navegamos el lago hasta un puerto natural, fondeamos y una vez en tierra trepamos por roca que hace sólo diez años atrás estaba cubierta por hielo milenario.
Desde nuestra primera altura, el frente del Viedma parece tallado por la mano de un titán. Es una mole azul que se dibuja con forma de castillo inconquistable.
Nos calzamos grampones, una suerte de sandalias con clavos de hierro que ajustamos sobre nuestros zapatos. Caminar sobre el hielo sin ellos, es imposible. Damos el primer paso y nos emociona sentir el crujir del glaciar debajo de nosotros.
Es una caminata corta y relativamente sencilla que, si bien requiere cierta destreza física y resistencia, es accesible para el público en general. Sus aproximadamente 400 metros de recorrido permiten al viajero tener una idea más cabal de la geografía y las particulares formas que toma el glaciar.
Regresamos a primera hora de la tarde, cuando el sol ilumina el frente del Viedma; detrás, el cordón Mascarello custodia esta masa helada.
Un pionero
De regreso en La Quinta encontramos a Patricia empeñada en armar el árbol familiar: su tía tatarabuela estaría emparentada con la reina Sonja de Noruega. Pero esa es otra historia, nosotros queremos escuchar la de su abuelo, Halvor Halvorsen.
Halvor provenía de una familia de armadores de barcos noruegos. A los 14 años se enroló como marinero y llegó al estrecho de Magallanes; en las cercanías de Malvinas su barco se incendió, el muchacho se refugió en las islas y desde allí cruzó a Punta Arenas, donde fue, durante un buen tiempo, domador de caballos, carrero y cazador de guanacos y avestruces.
En 1905 se estableció a orillas del lago Viedma, regresó a Noruega para casarse y alrededor de 1912 volvió a esas tierras. En esa oportunidad, se instaló en el fiordo Moyano, sólo accesible por agua, rodeado de zorros y leones que amenazaban constantemente su rebaño de ovejas. Con el tiempo el gobierno le otorgó un lote mejor ubicado, esta vez en la margen norte del lago. Corría 1924.
Ésta y otra infinidad de historias pueblan las sobremesas de La Quinta.
Es un recorrido a través de fotos y recuerdos que nos traslada mágicamente a los tiempos de los primeros pobladores. Patricia también ofrece visitas a quienes no se hospedan en su hostería.
2° DÍA
Trekking al glaciar Torre (icono difícil)
Nos levantamos al alba. Hoy nos espera el mayor desafío de todo el viaje, el glaciar Torre.
No es necesario ser un profesional de la montaña para sumarse a esta actividad pero es imprescindible gozar de un excelente estado físico: son en total unas diez horas de caminata por el cerro, hay que vadear un río en tirolesa y se accede al glaciar a través de una empinada morrena. Eso sí, la recompensa es inigualable: el interior del glaciar esconde increíbles sorpresas.
En la hostería El Puma nos esperan los guías de Fitz Roy Expediciones listos para partir. Avanzamos envueltos en una niebla fría y húmeda que luego se desvanece con el calor de la mañana.
Caminamos por una zona de transición; dejamos atrás la meseta y nos internamos en un bosque de ñires y lengas en el valle del río Fitz Roy.
Es uno de los senderos más famosos del parque; los primeros pobladores lo usaban para el ganado, luego montañistas de todo el mundo siguieron sus huellas y más tarde Parques Nacionales los rediseñó para los amantes del trekking.
En el campamento Thorwood hacemos un primer alto: el café caliente nos ayuda a renovar las energías. Recogemos arneses y grampones y seguimos adelante.
Al llegar al río Fitz Roy nos espera la tirolesa. No hay puente; el único medio para cruzar es una cuerda de acero suspendida sobre las aguas heladas. Colgados de los arneses, empujados por la fuerza de nuestros brazos, nos dejamos deslizar y salvamos la distancia entre las orillas.
Divisamos entonces la laguna Torre. Allí vierten sus aguas los glaciares Torre, Adela, y Grande. La bordeamos flanqueados por los cerros Solo y Techado Negro. Iniciamos el tramo más difícil, pura subida, por un bosque que crece sobre la morrena del glaciar y después afrontamos la inevitable bajada entre las rocas. ¡Por fin estamos en el hielo! Marchamos hacia el interior siguiendo con esmero las indicaciones de los guías; la curiosidad nos lleva por cavidades, grietas y túneles que van apareciendo a nuestro paso.
Almorzamos en la entrada de una gran cueva de hielo azul, a la que luego los guías nos permiten recorrer. Con toda precaución atravesamos esa arquitectura celeste y orgánica en cambio constante. Es una experiencia inolvidable.
El regreso implica afrontar una larga, larguísima marcha hasta la hostería. Estamos exhaustos pero felices.
En El Puma, la ducha caliente es el mejor premio después de una intensa jornada en la montaña. Los 12 cuartos ofrecen una atmósfera cálida que combina madera, ladrillo y tejidos rústicos.
Mauricio Millikonsky es el chef de Terray, el restó de la hostería que este verano inicia su tercera temporada. "Aquí hacemos cocina de montaña ?explica Mauricio?, platos contundentes pensados para gente que llega después de horas y horas de actividad al aire libre".
En la carta convive su experiencia como cocinero en los campamentos de las expediciones, la herencia de una abuela de origen turco y mucho de su cosecha personal. Una ensalada de lentejas rojas con olivas y menta; panzotti de queso de oveja con tomates secos, almendras y estofado de cordero, además del risotto de habas, son los platos que más nos entusiasmaron.
3° DÍA
Lago Del Desierto (icono fácil)
A 42 km de El Chaltén, nos sorprende el exuberante verdor que rodea al pequeño embarcadero. Un bosque espeso de lengas parece descender de la montaña y envuelve al lago: nada más alejado del páramo que habíamos imaginado. El lago Del Desierto es todo lo opuesto a lo que su nombre sugiere.
Llegamos a la cabecera sur a media mañana en compañía de Juan Aguada, guía de Fitz Roy Expediciones, y nos embarcamos para cruzar por agua hasta el extremo norte. Avanzamos entre el cordón del Bosque y el Vespignani que se distingue por sus numerosos glaciares colgantes.
A lo lejos, inconfundibles, se divisan las agujas del Guillaumet y Mermoz. Detrás de una neblina, adivinamos el Fitz Roy.
Llegamos adonde está el puesto de gendarmería, último destacamento argentino antes de la frontera con Chile. Cerramos el recorrido subiendo hasta un mirador que nos permite disfrutar una visión única de este paisaje.
Hemos vuelto. A pocos metros de la cabecera sur está el sendero que lleva hasta el glaciar Huemul. Es un circuito fácil, apenas unos 50 minutos de caminata. Nos internamos por un bosque húmedo donde los troncos de los árboles aparecen cubiertos de musgo; todo alrededor evoca un cuento de hadas.
El sendero termina en la laguna Huemul formada por los hielos que descienden del glaciar con el que comparte nombre.
Buenas nuevas
Es pasado el mediodía y nos vamos a almorzar en el Frac, un novedoso emprendimiento que la gente de Fitz Roy Expediciones acaba de abrir a orillas del río De Las Vueltas. El sitio está ubicado sobre la ruta 23, que une El Chaltén con lago Del Desierto y fusiona el concepto de cabaña y camping.
Por ahora hay sólo dos cabañas que permiten disfrutar de la ilusión del campamento con una buena dosis de confort. Los huéspedes duermen en bolsas de dormir y comparten los sanitarios que están muy bien puestos, pero exigen una caminata de varios metros.
Pero lo mejor del Frac es su restaurante que oficia de gran living para los acampantes. Construido en ciprés, el sitio impresiona por su diseño de vigas retorcidas y ventanales enormes con envidiable vista al Fitz Roy.
Junto al hogar encendido nos miman con buen vino y una tabla de quesos y ahumados donde no faltan los ajos y las cebollas confitadas.
Una sopa de calabaza con curry es el preámbulo para un criollísimo bife al disco.
Esta base es el punto de encuentro para muchos programas que organiza Fitz Roy Expediciones, combinando diversas actividades con un almuerzo o un té en este lugar.
Salir en bicicleta hasta la laguna Cóndor o navegar en kayac por el río De Las Vueltas son algunas de las alternativas. Nosotros optamos por una bicicletada corta, antes de la opípara comida de la noche y el sueño reparador.
A la mañana siguiente Juan organiza una salida en kayac con Lucila Elissondo y Paula Seidel, también del Frac. La versión completa es de varias horas y termina en el pueblo, pero nosotros preferimos remar por los alrededores sólo para despuntar el vicio.
4° DÍA
Del pueblo al Chorrillo (icono fácil)
De regreso, nos alojamos en Lo de Tomy. Nos recibe Federico Díaz del Val, dueño y anfitrión. El complejo, integrado por tres departamentos y una casa, ofrece una alternativa única y bien diferente.
Nos acomodamos en la gran casa; los tres cuartos tienen dimensiones generosas y fueron ambientados con gusto y personalidad. El living-comedor y la cocina totalmente equipada completan el conjunto provisto con todo lo necesario para no extrañar la casa propia.
Los departamentos, diseñados en dos plantas, están pensados para cuatro huéspedes y se decoraron con igual cuidado. Los pisos de madera de tea y los muebles de saúco y cerezo armonizan con tapizados, cortinados y alfombras de tonos cálidos. Todos cuentan con una buena cocina.
Nos reunimos con Federico en el desayunador y compartimos un café mientras nos cuenta sobre la vida de campo en la estancia familiar, Santa Margarita, en los alrededores del Viedma. El recuerdo más conmovedor es el de la gran nevada de 2001, cuando murieron miles de ovejas y "no había como salvarlas ?recuerda?; era muy triste verlas amontonadas comiéndose la lana unas a otras como intento último para sobrevivir, mientras los chimangos revoloteaban alrededor y les picoteaban los ojos".
Decidimos ir hasta el Chorillo, un salto de agua a tres kilómetros del pueblo. Es un paseo corto y agradable que conduce hasta una pintoresca cascada, ideal para pasar la tarde.
De regreso echamos un vistazo al campamento Madsen, el sitio donde los jóvenes que trabajan durante la temporada arman su domicilio. Sus habitantes, los madsenitas, forman una curiosa comunidad en la que se mezclan buscavidas, escaladores, viajeros y amantes de la naturaleza. Abunda la buena onda pero escasean la comodidades ?no hay sanitarios y para bañarse alquilan duchas en un hostel vecino? y, créase o no, muchos repiten la experiencia, fascinados, año a año.
Para cenar, la cita es en Malbec, donde el chef Lucas Napoli fusiona los principios de la cocina francesa con productos patagónicos. Entre las muchas versiones de cordero que ofrece la carta, la variante a la cerveza negra con trigo burgol es el recomendado del lugar. Trucha, lomo y unos deliciosos ravioles de calabaza con almendras tostadas en crema de soja se suman a los risotti y a una gran variedad de cazuelas y sopas.
El sitio tiene buen ambiente y hacia el final de la noche convoca alrededor de su barra con buenos tragos y música reggae a aquellos que no se resignan a terminar el día.
5° DÍA
Laguna de los Tres (icono medio)
Para nuestro último día en El Chaltén elegimos uno de los senderos más frecuentados por los viajeros que llegan hasta aquí, un camino con vistas increíbles y bien señalizado que conduce hasta Laguna De Los Tres.
La caminata lleva casi todo el día y requiere resistencia, especialmente en el último tramo.
Nosotros optamos por iniciar la excursión desde la hostería El Pilar, ubicada a pocos kilómetros del pueblo. Llegamos allí en auto y luego de dos horas de paso ajustado estamos en el campamento Poincenot, nuestra primera parada. Aquí sólo hay agua potable; recuerde que en ninguno de los senderos del parque hay kioscos ni vendedores que ofrezcan alimentos o bebidas, así que cada uno debe llevar sus provisiones.
Hoy la escalada por la morrena se hace particularmente difícil porque a mitad de camino comienza a soplar un viento endemoniado. Una vez en la cima, tenemos que avanzar muy despacio y casi cuerpo a tierra para no salir volando, literalmente. Llegamos a la laguna con mucho esfuerzo. El manchón de agua verde azul aparece en una hondonada rodeado de un cordón montañoso ahora cubierto de nubes. Almorzamos al resguardo de unas grandes piedras rogando que el tiempo despeje; desde aquí se tiene una de las mejores vistas del Fitz Roy, pero no tenemos suerte y decidimos regresar.
Desde Poincenot tomamos el camino que lleva al pueblo. El sendero cruza cursos de ríos secos y avanza por una zona de ñires bajos que forman un verdadero laberinto.
Entonces sucede lo que tanto esperábamos: las nubes se abren y el Fitz Roy se deja ver en todo su esplendor. Caminamos felices. La vuelta vino con un milagro de premio.
Habíamos reservado la última noche para cenar en el restó de Los Cerros y llegamos con tiempo para conocer el hotel, el nuevo spa y la suite de lujo con sauna propio.
La carta de restaurante se renueva cada temporada. Así, el verano pasado registró notas de El Bulli, templo gourmet del archifamoso creativo catalán Ferrán Adriá, donde el chef Carlos Freites fue invitado a realizar una envidiable pasantía.
Ciervo, trucha, cordero, salmón y langostinos son los productos que aparecen reformulados con técnicas de la nueva cocina. Los langostinos salen con un aire (sic) de limón, la trucha con fondue de tomate y coriandro, el bife de cordero con caviar de berenjena ahumada y fondue de cebollas, y todo se sirve acompañado con tejas de papas en jugo de vino tinto y chocolate. La cocina de Los Cerros es una invitación a experimentar.
Partimos a la mañana siguiente y mientras desandamos camino hacia la ruta 40, no dejamos de mirar una y otra vez hacia atrás, hechizados por la visión de los cerros Torre y Fitz Roy. En ese adiós, entendimos el verso del poeta Fernando Albinarrate: despedirse es volverse a encontrar.
Por Gabriela Pomponio
Fotos de Guillermo Avogadro
Publicado en Revista LUGARES 138. Octubre 2007.