Conocé los detalles de la tarea que desarrollan los conservacionistas para proteger a esta ave endémica en peligro de extinción, en las inexploradas planicies del noroeste de Santa Cruz.
Acá, el tiempo no entra en los relojes: se mide en días. Las distancias, en centenares de kilómetros. Y los caminos, por fuera de los GPS. Todo -la aridez, el viento, el sol, el silencio, la estepa- es desmesurado, se sale de los límites. Y en esa extensión inabarcable hay un tesoro que encontrar y resguardar. En las mesetas de Santa Cruz se esconden nidos, como piedras preciosas que invitan a la aventura del descubrimiento.
Mensaje para Antonio: 20.30 lo espero en el cruce del río. Tráigame lo que usted sabe. Firma: Osvaldo.
La repetidora de Radio Nacional en Gobernador Gregores transmite recados pueblerinos que acompañan las horas de traqueteo en la camioneta. En un sinfín de emociones se suceden toda clase de avisos que marcan el pulso de la región.
Empezamos nuestro recorrido tras el desayuno en El Calafate hacia el norte, por la ruta 40. Vamos en busca del macá tobiano, ave de la que conoceremos el alcance del proyecto conservacionista que lucha contra su extinción.
Vemos en la ruta un motoquero inclinado por el viento, como los árboles. A los costados, gavilanes cenicientos, guanacos con sus crías (chulengos), choiques (ñandúes petisos), águilas moras, chorlos cabezones, gallinetas chicas, liebres y quiulas, que son parecidas a las perdices.
Leonor informa a Pedro que el estado de salud de Raúl es bastante bueno. Los resultados de los análisis dieron relativamente bien.
Seguimos unos kilómetros más hasta un paraje donde se yerguen algunos árboles, toda una rareza. Comemos una vianda y seguimos viaje. Sabemos que desde El Calafate hasta nuestro destino, la meseta del lago Strobel, hay unas seis horas sin contar el tiempo en las paradas. Son casi 400 kilómetros.
Poco después salimos de la ruta y encaramos un camino secundario que surca esta meseta que lleva el nombre de un misionero inglés y que, si pudiera ser vista desde el aire, tendría la forma de un queso gruyere: está sembrada con más de mil lagunas en su superficie de aproximadamente 40 por 40 kilómetros. En las orillas de cada espejo de agua vemos flamencos, patos crestones, cauquenes, zorros colorados, caballos, teros, gallaretas y piches, que son las mulitas patagónicas. También aprendemos que los charitos son las crías pequeñas del choique, y que a los pichones grandes se los llama charabones.
Estas planicies tienen muy pocos puntos de acceso, que solo los lugareños conocen. Antes se explotaban como superficie para la cría de ovejas. Ahora, se reconvirtieron con enfoque turístico después de que a finales de los 90 algunos estancieros sembraran truchas en los lagos. Actualmente se las pesca (con mosca o cuchara) con devolución en el lago pero no así en las lagunas.
Para María: Luis dejó un dinero. No olvide traer urgente la encomienda. Firma: José.
El polvo sobre la pantalla del GPS es tanto que lo usamos para dibujar con el dedo. Igual el instrumental no sirve: las huellas por las que circulamos no aparecen.
En la meseta del Strobel, junto al lodge Laguna Verde funciona la estación de recría de macaes tobianos. Está a cargo de la veterinaria Gabriela Gabarain, que habla sin mirar a su interlocutor. Tiene los ojos fijos en el contenido de una incubadora. Los macaes ponen dos huevos, pero cuando el primero eclosiona, abandonan el segundo. Y ahí entran en acción los guardianes de colonia (ver recuadro). "Los huevos pasan entre tres días y una semana en la incubadora. Cuando los pichones rompen el cascarón los pasamos a un nido artificial con almohadoncitos caseros debajo de los cuales ponemos bolsas de agua caliente que cambiamos cada hora. A esos almohadones les cosemos flecos para simular el plumón de la espalda de los padres", dice Gabriela, mientras le da de comer al recién nacido con una pincita.
"Hay pocos registros en el mundo de macaes nacidos en cautiverio, y en tobianos somos los únicos. Llevamos cinco años de trabajo y hasta ahora logramos ejemplares con una sobrevida de 10 días. Estamos esperanzados –se ilusiona– a partir de las experiencias que hacemos con el macá plateado, que no está en peligro de extinción".
Se ofrece joven para trabajo de campos, con perros. Ver a Gustavo, en lo de Andrés.
El 90% de la Patagonia es estepa. Parece estar toda concentrada acá. Si es el mediodía y está nublado, resulta imposible ubicarse porque no hay puntos de referencia. Con el paso de los días, el ojo se va volviendo más agudo y uno descubre detalles en la flora y en la fauna. Los pobladores hacen tótems de piedras apiladas (negras, volcánicas) para orientarse cuando los caminos quedan sepultados por la nieve.
Los pastitos bajos tiemblan como de frío. Pero no: es el viento. Parece ser el paraíso para la energía eólica. "No entiendo por qué no hay molinos", le comento al coordinador de voluntarios del Proyecto Macá Tobiano, Patrick Buchanan. "Imposible. Se destrozan. En diciembre pasado soplaron ráfagas de más de 140 km/h. De la carpa de alta montaña solo quedaron las estacas. Mi bolsa de dormir pasó flotando a mi lado mientras yo corría… Frenó al kilómetro y medio", recuerda.
Charlamos en la estación Biológica Juan Mazar Barnett, al pie de la meseta del Lago Buenos Aires. Ex puesto de estancia, cedida en comodato a Aves Argentinas, esperan organizar pronto visitas turísticas a esa base operativa. Allí trabajan voluntarios como Mati, un electricista de Maine, Estados Unidos. "Es mi segunda temporada. Hago lo que el proyecto necesite. La Patagonia me encanta", dice con bastante acento gringo pero vestido con boina y bombachas de gaucho.
Pedro es el coordinador de la estación. Agrónomo, su tarea es hacer que todo funcione. En su tercer año como voluntaria, Rocío, técnica del Departamento de Conservación de Aves Argentinas, ayuda a chequear las trampas para visones. "Pero cuando tengo suerte –sonríe- me mandan 15 días a acampar a la colonia (ver recuadro).
A su lado, Inés cuenta que quieren replicar en el litoral la experiencia de los guardianes pero en ese caso protegiendo nidos, huevos y pichones de cardenales. Responsable de la parte contable del Parque Nacional, Juan explica que va como voluntario a la estación a "dar una mano".
Para Daniel: ya conseguí el vehículo y tengo tu encargue. Retirar en la estancia. Firma: Ricardo.
"Hice 186 km a pie en seis días, recorriendo lagunas para supervisar nidos. Se destruye hasta el calzado de trekking porque las piedras son ásperas y filosas. Pero amo estar acá… Tanto que estudiaba diseño pero ahora curso la carrera de guardaparques", admite Santiago, voluntario, bombero y guía de montaña.
Para llegar a las lagunas donde anida el macá, hay que trepar en camioneta durante horas. La estación está a 800 metros sobre el nivel del mar, pero la cima de la meseta, con sus lagunas, a unos 1400. Toyota donó los vehículos para llevar a cabo esta tarea conservacionista.
En esa extensión, de unos 60 por 80 kilómetros de superficie, hay pinturas rupestres y petroglifos. Los guardianes nos acompañan a ver algunas de estas reliquias. Hay manos apoyadas en la piedra que fueron coloreadas por fuera, como en negativo, y dibujos esculpidos con motivos geométricos.
Vamos a ver de cerca el modo en que frenan a un depredador del macá, el visón. Andrés, biólogo, nos explica que en los últimos cinco años atraparon a más de cien, usando trampas que flotan en balsas, sobre los ríos, porque en tierra corren el riesgo de que caiga algún hurón.
La camioneta avanza por la huella, en la que cada tanto hay unos pozos grandes y parejos. Son revolcaderos, los spas de los guanacos. Vemos pasar, fugaces, algunas lagartijas azules. Y un halcón peregrino surca el cielo.
La agrupación tradicionalista local organiza una carrera de chancho enjabonado para mujeres. Ricardo tiene que enterarse de que el trámite en el juzgado salió ok. Y Juan debe saber que a las 17 llega Enrique.
El whatsApp de la estepa sigue propalando noticias que el viento patagónico desparrama lejos.