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El monte Fuji llena el marco de la pared transparente de la habitación del Hoshinoya. Es tan perfecto el encuadre que la montaña más alta de Japón (3.776 msnm) juega a parecer irreal. Impresiona y cuesta dejar de contemplarlo, espejado en la serenidad del lago Kawaguchi.
Un breve viaje en taxi vincula la estación del pueblo con Hoshinoya, glamping resort de lujo que fija sus cimientos sobre una ladera escabrosa, con vista al lago y de frente a la montaña mágica.
Glamour, mucho; de camping, sólo el enunciado. Son 40 módulos de líneas rectas y despojadas con forma de paralelepípedos verticales, y techo levemente inclinado. El complejo fue diseñado por el estudio de arquitectura Azuma. El acceso desde la recepción, de cielorraso alto e inmensas ventanas que capturan el entorno boscoso, es en carrito de golf.
Afuera del módulo, en el rellano, hay botas. Y en la entrada, no más abrir la puerta, pantuflas. Para la terraza, en la que concluye la habitación, están los zuecos.
De la pendiente cuelga todo el complejo, repartido entre plataformas que se van conectando por escaleras: de las habitaciones al restaurante y desde aquí hasta el pequeño café, el punto más alto del resort. En el ascenso aparecen áreas de relax a cielo abierto inmersas en el bosque de cedros colorados, el mejor de los sana-sana para el alma al que ningún huésped está dispuesto a renunciar.
Con el anochecer, alguien enciende el fuego que ha de arder toda la noche en un extremo de cada terraza, de manera que, visto desde afuera, la imagen es la de un campamento. Hay un restaurante tipo buffet, con variedad de platos principales que los huéspedes seleccionan, combinan y asan, con la asistencia del chef. Las entradas frías y las sopas llegan directamente a la mesa.
La mañana siguiente arranca temprano con el fin de salir a remar al lago. De siete a nueve es el horario idóneo para disfrutar de la calma líquida que precede al volcán, su figura crecida sobre la pequeñez humana, su influjo sobre todas las cosas visibles. Durante la remada, Tadasuke Omori, el guía, señala las burbujas que emergen en un punto determinado del lago; no es gas, sino agua caliente que sube del fondo, regalo del volcán.
Es probable que en la quietud de la mañana suceda el sobresalto de un tiro. Osos, dice Tada. ¿Los cazan? No, son disparos disuasivos para evitar que se acerquen a las áreas urbanizadas. A veces los disparos se reiteran a lo largo del día. Osos tercos.
De regreso al glamping, llega el desayuno a la terraza, rito delicioso plagado de tentaciones que agranda el buen humor de la mañana bien aprovechada. Una fiesta para prolongar en la intimidad hasta que no queden ni las migas. La magia que irradia el Fuji está completa.