Los monopatines sacan lo peor de nosotros
Suelo estar a favor de todo lo que nos haga más fácil movernos por la ciudad sean bicisendas, autos compartidos o Metrobus . Así que escribir sobre el odio que me generan los monopatines me saca de mi zona de confort.
¿Por qué hablo de monopatines si no tengo 11 años? Porque el mundo se llenó de scooters (el modelo eléctrico) al punto de que la Comisión de Transporte y Tránsito de la Legislatura planea incorporar al Código de Tránsito porteño todo lo inherente a este tipo de vehículos.
El centro de la ciudad está empezando a parecerse al de lugares como París, Los Ángeles, Auckland, Miami, entre otras, donde la gente se mueve de acá para allá sobre esas dos rueditas. La gran diferencia es que, por ahora, quienes lo hacen acá son dueños de su monopatín mientras que en el mundo avanzan sin parar las compañías que las alquilan a través de apps.
En la mayoría de los casos, alcanza con bajarse la aplicación y escanear un código QR para destrabar el aparato, pagar el turno y llevárselo. Hasta ahí, todo bien. El tema es que casi siempre el usuario puede dejar el monopatín donde quiere (algo que hizo que colapsen sistemas parecidos para bicicletas).
Si estás llegando tarde al dentista, alcanza con revisar en tu teléfono dónde hay alguno, agarrarlo y después dejarlo tirado en la puerta del consultorio. La app no solo lo permite si no que tiene camiones que recorren la ciudad levantándolos y poniéndolos en una estación. Es parte del sistema.
Como ocupan poco espacio y corren peligro entre autos, la mayoría considera que puede manejarlos sobre la vereda. Y como se trata de algo nuevísimo, casi ninguna ciudad tiene una legislación que contemple esto dejándolo a la buena voluntad de la gente (que solo quiere llegar adonde quiere llegar sin importar a quien molesta o lastima en el camino).
Solo en 2018, en España hubo 273 accidentes con los "patinetes" (no es burla, así los llaman) de protagonistas, incluyendo uno fatal: una anciana de 90 años fue atropellada en Barcelona por dos aparatos que iban a la velocidad permitida (30km por hora). Cayó y murió por los traumatismos del golpe.
En París, donde hay alrededor de 40.000 scooters, se suma el factor del turismo que hace que haya todavía menos conciencia sobre cómo usarlo de una manera poco invasiva. Así, desde el Palacio de Luxemburgo al de Versalles se ven miles de monopatines bloqueando el camino y la vista. La semana pasada, las autoridades anunciaron que multarán con 155 dólares a los que manejen sobre la vereda y que las compañías deberán agregar 2500 espacios de estacionamiento para los aparatos. Hasta que eso se resuelva, todos somos como este señor que golpea los que ve mal estacionados.
En el resto del mundo, además de vecinos indignados, hay algunas respuestas oficiales para tener en cuenta. En Dubai, se prohibieron hasta que el gobierno logre armar una regulación apropiada y en Ámsterdam ya no pueden circular en las ciclovías después de varios accidentes. Habrá que ver si Buenos Aires tiene las herramientas para que la tendencia avance sin atropellar a nadie en el camino.