Los ecos del pasado reciente en una recorrida por Berlín
El siguiente relato fue enviado a LA NACION por Alejandro Destuet. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 5000 caracteres y fotos a LNturismo@lanacion.com.ar
Sobrevolamos el río Spree y llegamos a Schonefeld. Un simpático taxista kurdo que apenas habla inglés nos lleva a nuestro departamento, cerca de la puerta de Brandeburgo (foto), sobre la Wilhemstrasse, la calle de los ministerios nazis y la cancillería de Hitler.
Frente a nuestro edificio se hallaba el de Agricultura, dirigido por el argentino-alemán Walter Darré, un fanático que creía en la pureza racial del campesinado germano. Estamos casi en el límite de la zona soviética, y del inmenso parque de Tiergarten. Salimos a caminar por Unter der Linden, la amplia avenida rodeada de grandes edificios históricos: la imponente embajada de Rusia, la de Francia, Hungría, la Ópera Cómica y el hotel Adlon, visible desde nuestro living, Hay cero grados, pero mucha gente joven pasea y se saca fotos con la puerta de fondo. Hacemos compras en el supermercado cercano a casa. Salvo una cajera, el resto no habla inglés. Me compro una petaca de brandy alemán y guantes de lana.
Berlín ha atravesado por años terribles. La derrota de la primera guerra, el tratado de Versalles, la hiperinflación, las ollas populares, el advenimiento del nazismo, el terror, la guerra, los bombardeos que arrasaron casi toda la ciudad, la división pergeñada por los aliados, el muro, familias separadas de un día para el otro durante años. La zona rusa se caracteriza por edificios de línea simple y tosca.
Casi todo está reconstruido. La Staatsoper, erigida para Federico el Grande de Prusia, fue derrumbada dos veces en la última guerra.
A la mañana, viajamos en el subte hacia la isla de los museos. Quizá por la hora, está casi vacío y nos parece recorrer una ciudad fantasma. Reservamos las excursiones de a pie, recomendables, con guías que se pagan a voluntad.
La de los edificios nazis comienza por el Memorial del Holocausto. Nos impresiona caminar entre los opresivos bloques de distinta altura. Pasamos por el edificio de la Luftwaffe (donde se filmó Valkiria). Bajo un estacionamiento, está todavía el búnker donde se suicidó Hitler. Caminamos hacia zona de la universidad Alexander Von Humboldt y nos detenemos en la plaza donde Goebbels supervisó la quema de libros.
Almorzamos codillo de cerdo en Augustiner, a pasos de la plaza Gendarmenmarkt. Es imperdible.
Para melómanos es ideal sacar entradas con tiempo para la Philarmonie; está cerca de Postdamer Platz, y sobre Tiergarten. De diseño moderno, desde cualquier ubicación se ve el escenario. Sentado a espaldas de la orquesta, vi como se le escapaba un platillo al percusionista y sus esfuerzos por recuperarlo en medio de la novena sinfonía de Antonín Dvorák, llamada Del Nuevo Mundo.
La ópera estatal sobre el bulevar Unter den Linden, la favorita de Hitler, es pequeña. Vi una muy austera puesta de La Traviata (un espejo y algunas sillas de decorado); su orquesta, la Staatskapelle, nos acaba de visitar en Buenos Aires con Daniel Barenboim, su director vitalicio.
Vale la pena conocer Charlottenburg, el palacio de la reina Carlota Sofía de Prusia, amiga del filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibniz y apasionada por las artes. Ella dijo que la música, a diferencia de los amantes, jamás traiciona.
Viajamos al estadio Olímpico. En 1936 el nazismo aprovechó los juegos para mostrar una cara amable al mundo. Olympia, la película genial de Leni Riefenstahl, la documentó. El estadio impresiona. Parece un circo romano gigante, y aún puede verse una gran campana con el águila y la cruz gamada. Frente al él está el inmenso campo marcial donde el partido realizaba eventos masivos.
Paseamos por Nikolai Verkiel, un bonito barrio con una hermosa iglesia y vecinos ilustres: Henrik Ibsen, August Strindberg Strindberg y Giacomo Casanova. Almorzamos en Zum Nussbaum; excelente calidad y precio. Después vemos el atardecer sobre el río Spree desde la cúpula de la catedral.
Visitamos Topographie Des Terrors, donde puede verse la historia del nazismo en fotos. El edificio se yergue sobre lo que fue sede de la Gestapo, en la calle Prinz-Albrecht-Strasse. Hacemos la visita gratuita da la del parlamento, el antiguo Reichstag cuyo incendio permitió a los nazis proclamar una dictadura abierta y encarcelar a los opositores. La cúpula es de vidrio y bajo su piso se puede observar a los parlamentarios en acción, un símbolo de la transparencia que debe tener la gestión pública.
Salimos al día siguiente hacia Praga. Atravesamos por última vez por los jardines de Tiergarten, y vemos Siegessäule, la columna de la victoria en una rotonda del parque. Aquí la trasladaron los nazis y le agregaron un cuarto anillo por la victoria relámpago sobre Francia.
No nos dio el tiempo para ver el campo de concentración Sachsenhausen donde se confinó a los primeros prisioneros políticos o el castillo en Wansee donde se pergeñó la así llamada solución final. Y nos vamos con la sensación de haber estado en otro tiempo, en un pasado que aún hoy, parece cercano.