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En medio del desierto más seco del mundo se hallan los restos de las oficinas salitreras de Santa Laura y Santiago Humberstone, muestras de la importante huella que dejó la explotación del “oro blanco” en la historia chilena
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En el norte grande de Chile, en medio del vasto desierto de Atacama, se encuentran los vestigios de lo que a principios del siglo XX fue el mayor yacimiento de salitre del mundo. Humberstone y Santa Laura, declaradas en 2005 Patrimonio Mundial de la Humanidad, están separadas por solo 1,5 km y se encuentran a 50 km de la ciudad de Iquique, en la región de Tarapacá.
Visitarlas permite adentrarse de pleno en las formas de vida surgidas alrededor del trabajo de este nitrato, que no solo marcaría un antes y un después en el desarrollo industrial y económico del país vecino, sino que transformaría por completo la agricultura en todo el mundo, por su condición de fertilizante natural, además de tener un gran papel en la elaboración de explosivos.
Auge y decadencia
Construidas en 1872 –en territorio entonces perteneciente a Perú–, las oficinas salitreras jugaron un rol fundamental en la Guerra del Pacífico que Chile libró con Bolivia y Perú entre 1879 y 1883 y concluyeron, al cabo de varios años, con la pérdida de la salida al mar por parte de Bolivia. En realidad, todo el ciclo salitrero duró sólo un siglo –entre 1830 y 1930– pero fue suficiente para que la economía chilena, que desde su independencia se había basado en la agricultura, pasara a centrarse casi por completo en la industria del salitre. El país se convirtió entonces en su mayor proveedor mundial. Se calcula que en 1890 suministraba casi el 80% del total y solo en Atacama había más de 200 oficinas salitreras.
Con la crisis económica internacional que implicó la Gran Depresión de 1929, sin embargo, Humberstone y Santa Laura, así como tantas otras oficinas salitreras, llegaron casi a la quiebra, por lo que sus operaciones fueron paralizadas. Pocos años después volvieron a retomar su actividad, alcanzando otra época de bonanza en la década de los 40, pero su cierre definitivo llegó en 1960, en buena parte debido a la extensión del nitrato sintético que se había descubierto en Alemania. Sus trabajadores se vieron entonces forzados a emigrar a otros territorios, y se convirtieron en pueblos fantasma.
Duras condiciones de vida
A pesar de su aparente semejanza con pueblos o ciudades, las duras condiciones de vida de los habitantes de las salitreras han llevado a que se hayan comparado con campos de concentración.La relación entre los administradores y los trabajadores era típicamente de explotación, y se han registrado casos de trabajo infantil con niños que empezaban a los 7 u 8 años. Con jornadas de más de doce horas que se iniciaban al amanecer, muchas veces sin interrupciones, y en condiciones de gran insalubridad y peligrosidad, los trabajadores no recibían un salario, sino que cobraban con fichas que solo podían ser canjeadas en las pulperías del campamento. Esto creaba un sistema de control en que los propietarios recuperaban sus gastos a través de los negocios locales, donde fijaban precios mucho más altos que los del mercado, y además estaba prohibida la apertura de nuevos comercios en los campamentos o en sus cercanías. En cuanto a las viviendas, no contaban con ningún tipo de acondicionamiento a las temperaturas extremas del desierto ni con agua potable, y las calles no tenían alcantarillado, lo que contribuyó a la expansión de enfermedades entre la población.
Cultura propia y lucha social
Por la variedad de orígenes de sus habitantes, las salitreras se convirtieron rápidamente en espacios de intercambio cultural que, con el paso de los años, fueron desarrollando un lenguaje, una organización y unas costumbres propias, hasta consolidarse como auténticas sociedades pluriétnicas. Debido a las duras condiciones de vida y a la hostilidad del territorio, se fueron tejiendo también relaciones de compañerismo basadas en la solidaridad y la justicia social, hasta convertirse sus trabajadores en protagonistas de las grandes huelgas pampinas que tuvieron lugar a principios del siglo XX.
Hoy se considera el papel de los trabajadores salitreros como clave para el establecimiento de las primeras protestas obreras y para la creación del Código del Trabajo de 1931, además de precursores en la historia de los movimientos sociales en Chile.
James Thomas Humberstone, el padre del salitre
La oficina salitrera Humberstone fue llamada en sus inicios La Palma, pero fue rebautizada tras su apertura en 1934 con el nombre actual en homenaje a James Thomas Humberstone, ingeniero químico inglés conocido como el padre del salitre por haber introducido mejoras técnicas que incrementaron el rendimiento de la industria y reconfiguraron los campamentos hasta convertirlos en las pequeñas ciudades que podemos conocer hoy.Nacido en 1850 en Dover (Inglaterra) en el seno de una familia de clase media, llegó a Pisagua (Perú) a los 24 años, donde trabajó en la Oficina San Antonio de Zapiga como ayudante del jefe de laboratorio, pero asumiendo tras su muerte ese cargo.
El gran hito de Humberstone fue la introducción a la industria salitrera del sistema Shanks, un método de lixiviación inventado en Inglaterra que se había utilizado hasta entonces para la elaboración del carbonato y el bicarbonato de sodio, y que permitía una notable reducción de los costos de producción. Su aporte implicó tal mejora en la productividad que todas las oficinas fueron incorporándolo, dando paso a un gran crecimiento en el sector. Por otro lado, Humberstone favoreció también la utilización de petróleo en los calderos, lo que posibilitó el uso de motores diésel en la obtención de energía eléctrica, y en los campamentos impulsó la creación de espacios como la escuela, el teatro o las canchas para actividades deportivas para los trabajadores.Santiago Humberstone se retiró en 1925 tras 55 años de trabajo en la industria que revolucionó. Murió en 1939 en la Escuela de Artesanos de Iquique, a causa de un infarto mientras daba una conferencia.
Atractivos
El extenso campamento de las oficinas salitreras Santiago Humberstone llegó a tener alguna vez más de 3.700 habitantes. Organizado alrededor de una plaza central, en sus cercanías se encuentran los principales edificios, la mayoría hechos con madera de Pino Oregón, y que aún pueden visitarse.Entre los edificios de mayor importancia se encuentra el mercado, frente a la plaza central, que contempla 9 locales, un patio interior y la torre del reloj; y la pulpería, un complejo con un corredor de arcos cubierto construido en 1936 que aún conserva los mostradores y los mesones. En la panadería todavía se aprecian los hornos y las máquinas. Destaca también el teatro, un enorme edificio con su interior en muy buen estado, con las butacas y el escenario restaurados; la Iglesia de San José, construida en 1949; y la piscina, con graderías, trampolines y camarines, que comprende una superficie de 1232m2 en la que también hay una terraza y un jardín.
Más en las afueras se encuentra también la Casa de Administración, que funciona como un museo en el que se puede conocer más en profundidad la historia de la explotación del salitre; y en el sector industrial, la maestranza del ferrocarril, la Casa de Fuerza y el taller eléctrico, entre otros.
Por su parte, Santa Laura fue de dimensiones más reducidas: en su apogeo llegó a tener unos 500 habitantes, pero destaca especialmente por el área industrial, donde se pueden observar los equipos casi intactos y un cobertizo y molino de salitre que ha quedado en pie hasta hoy.
Patrimonio de la Humanidad
Tras el cese de operaciones en los años 60, una sucesión de saqueos y demoliciones, además de la falta de mantenimiento y conservación, causaron el total abandono de Humberstone y Santa Laura.Aunque fueron declaradas Monumento Nacional en 1970, y en 1997 se creara la Corporación Museo del Salitre, cuando en 2005 la UNESCO declaró a ambas patrimonio de la humanidad, entraron automáticamente en la lista de Patrimonio Mundial en Peligro.
Hoy, después de años de trabajo de rehabilitación y limpieza y la implementación de medidas de seguridad en el marco del Plan de Conservación que incluye las intervenciones prioritarias que pide la UNESCO para retirarlas, la Corporación Museo del Salitre anunció el pasado agosto que este año se terminarán las obras pendientes.
Laia Font
LA NACION