De Jeri a Florianópolis, una guía con las arenas mais bonitas. Los años pasan, las modas cambian, pero Brasil siempre tendrá las mejores playas y para todos los gustos.
Taipu de Fora
Es la playa más famosa de la nueva península de Maraú, que fue inaccesible durante años. Con el asfalto de la BA-001 entre Itacaré y Camamu, se abrieron nuevas opciones en el litoral bahiano.
La mejor opción para llegar es dejar el auto en Camamu y atravesar el río Acaraí en lancha o barco. Barra Grande, en el extremo de la península, es la base de servicios de toda la región. Tiene apenas una iglesia y una plaza donde se arman rodas de capoeira al caer la tarde. Ojo, no hay cajeros electrónicos. Desde allí parten las jardineiras y camionetas que llevan a los turistas a las piscinas naturales de Taipu de Fora. Su costa, repleta de arrecifes de corales, es un paraíso para hacer snorkeling en aguas templadas y con una visibilidad que alcanza los 20 metros.
En Barra Grande también se puede alquilar un cuatriciclo (no está permitido bajar a la playa con él) o contratar excursiones para conocer Cassange y Bombaça. Quien tenga 4x4 puede entrar por el sur, seguir desde Itacaré y empalmar los 40 km de tierra de la BR-030. De julio a octubre, durante la época de reproducción, la península ofrece un plus: el avistaje embarcado de ballenas Jubart.
SÃO MIGUEL DOS MILAGRES
A mitad de camino entre las conocidas playas de Maceió –Jatiúca y Pratagi– y la costa de Maragogi, este enclave es un secreto muy bien guardado en el estado de Alagoas. Para descubrirlo hay que volar a Maceió y, desde allí, alquilar un auto o tomar un transfer. Si bien se detecta a solo 100 km de la capital de Alagoas, el trazado de la carretera AL-101 Norte hace que el periplo lleve unas dos horas. Conviene viajar de día, por esta condición, porque casi no hay servicios durante el recorrido, y para apreciar el imponente paisaje de verdes palmeras que contrastan con la tierra rojiza. El acceso menos directo es, quizás, la clave para que este destino de aguas mansas aún palpite al ritmo de los pescadores. Aquí no hay colectivos, taxis, cajeros –las posadas aceptan tarjeta de crédito– ni resorts. La propuesta es bañarse en piscinas naturales, caminar extensas playas desiertas –imperdibles la do Toque, Lage y Patacho–, descubrir la intacta cultura local, descansar alguna de sus coquetas posadas de charme o navegar el río Tatuamunha a la par de los manatíes o peixe-bois.
Morro de São Paulo
Situado en el extremo norte de la isla de Tinharé, que incluye, junto con Boipeba y Cairú, otras 23 islas pequeñas en el Archipiélago de Tinharé, está a 60 kilómetros al sur de Salvador, cerca de la ciudad de Valença. Morro de São Paulo es en realidad la villa principal de la isla, pero su fama fue tal que rebautizó a todo el archipiélago. "Morro", por la elevación en la que estamos, "de São Paulo" porque su descubridor, Martin Alfonso de Souza, quien llegó en 1531, era devoto de ese santo. Aquí las playas principales están numeradas de la primera a la cuarta. La última es la más extensa y alejada, y termina transformándose en Praia do Encanto. Las mareas comandan el ritmo de la isla. Cuando se retira el agua aparecen las piscinas naturales y la playa se vuelve inmensa, ideal para recorrer en bicicleta. En Morro hay dos miradores. Desde el del norte, se ven el atracadero, la Ponta do Curral -playa que está en el continente- , y un poquito de Gamboa. Desde el del sur, se obtiene una panorámica de las tres primeras playas. En el mirador sur está la tirolesa que, dicen, es la mayor de todo Brasil con 340 metros de largo y comienza con 57 de alto.
Florianópolis
Sólo en Floripa pueden convivir el fenómeno inspirado en Miami de Jurerê Internacional, sus mansiones y sus beach lounges, con las playas salvajes de Lagoinha de Leste, Saquinho o Solidão. Sólo aquí coinciden la gran urbanización de Ingleses con los casarios portugueses -vilas açorianas, en realidad- de Santo Antonio de Lisboa y Ribeirão da Ilha, donde, de paso sea dicho, se comen las mejores ostras. En Florianópolis está el surf de Mozambique y Joaquina, la vida noctura de la Lagoa da Conceição y los vestigios arqueológicos de la increíble isla de Campeche, cuyo mar turquesa pelea posiciones con el del Nordeste más preciado.
Ilha Grande
Famosa por su playa Lopes Mendes, esta isla a 125 km de Río de Janeiro es una de las joyitas del litoral carioca. No hace falta ir hasta Angra dos Reis para llegar. De Conceição de Jacareí (30 km antes) también salen escunas y fast boats.
Snorkel, máscara y buenas zapatillas. Son elementos indispensables para disfrutar de este destino ecológico que cuenta con 106 playas distribuidas en dos grandes áreas protegidas: el Parque Estatal Ilha Grande y el Parque Marítimo Aventureiro. Ambos invitan al turismo activo: para explorar sus 193 km2 de selva tropical, montañas, manglares, ensenadas y penínsulas, no queda otra que caminar o abordar una embarcación. No existen rutas, ni circulan autos; solo hay trilhas de trekking de distinta dificultad para recorrer morros, cascadas y playas solitarias. Lopes Mendes es la playa más famosa. Ubicada del lado sur, está ubicada entre las mejores de Brasil y del mundo. Anchísima, su arena blanca y fina se extiende por 50 metros desde la mata atlántica hasta el mar turquesa de olas perfectas. Dois Rios y Aventureiro son otras playas solitarias. Entre las del norte, nadie se pierde Laguna Azul, canal de aguas color esmeralda para bucear entre peces de colores, ni Feiticeira, con formaciones coralinas y una picada que conduce a una cascada de 15 metros. A las playas de uno y otro lado, se llega mediante senderos de trekking, taxi boats o lanchas/ barcos de paseo; estos últimos salen del muelle céntrico de la Vila do Abraão, poblado principal que concentra hoteles, posadas, restaurantes y agencias de viaje.
Fernando de Noronha
Difícil saber dónde es más linda: si arriba o abajo del agua. Meca del buceo y también de mieleros y amantes de la naturaleza, Noronha es un archipiélago que se jacta de contar con las playas más bonitas -y codiciadas- de Brasil. Llegar y quedarse es caro. Se arriba sólo por avión (desde Natal o Recife) y como se trata de un Parque Nacional Marino, hay una tasa de preservación ambiental cuyo importe se hace más caro a medida que se prolonga la estadía. Las posadas económicas arrancan en valores mucho más altos que los del continente, y las de lujo tienen precios astronómicos. Sin embargo, el color del agua y la visión de los morros Dois Irmãos y la Bahía do Sancho, hacen que se justifique cualquier inversión.
Itacaré
Ya no es el secreto que era hace diez años, pero su geografía de penínsulas rocosas cubiertas de mata atlántica que llegan hasta el mar ha hecho que Itacaré se mantenga entre las mejores de Bahía. El aeropuerto es Ilhéus, a unos 70 km. Pasó de ser un pequeño y casi olvidado puerto del cacao de la región a base de servicios de una extensa franja de muy bellas playas, cubiertas por palmeras a las que se llega por angostos senderos. El pueblito no es Olinda ni Paraty, no tiene esa encantadora homogeneidad colonial, pero a quién le importa eso cuando las playas son tantas y tan maravillosas. En la Praia da Concha, una de las más próximas al Centro, se concentran las posadas más equipadas y preferidas por parejas. A medida que uno se aleja por el Caminho das Praias va ganando la onda natural que comparten Tiririca, Ribeira y se vuelve superlativa al llegar a Havaizinho, Itacarezinho, Jeribucaçu e Engenhoca. Las últimas playas son bastante alejadas (con senderos no señalizados de 20 minutos, por lo que se aconseja contratar un guía). Son dominios de palmeras y mar, que antes fueron haciendas de cacao. Lo único malo es que el auto debe dejarse en estacionamientos improvisados a la entrada de la trilha. Cuando ya tenga suficiente de la dupla mar y coqueiro, puede embarcarse en el paseo de canoas por el Río das Contas, pasando por manglares hasta llegar a la Cachoeira do Engenho.
Jericoacoara
Dice la leyenda que Jeri se hizo famosa cuando salió como una de las 10 mejores playas del mundo en The Washington Post. Verdad o no, este balneario de nombre difícil y acceso ídem, viene creciendo a grandes pasos y si bien es cierto que conserva sus calles de arena, también lo es que hay paulistas que van por el día, por el sólo hecho snob de decir "conozco Jeri". Se puede, en efecto, llegar en avioneta, pero casi todos llegan primero a Fortaleza y toman el bus (6 horas) a Jijoca para completar los últimos 20 km en jardineira (una especie de tráiler abierto arrastrado por las dunas por un tractor de grandes ruedas). Jeri merece un mínimo de 3 días para conocer el pueblo, su duna del por-do-sol -donde todos ven el atardecer- y las vecinas aldeas de Preá y Tatajuba.
Pipa
A unos 80 km al sur de Natal, este pueblo mantiene el espíritu rústico-chic, que combina tan bien con sus acantilados rojizos y la presencia de delfines.La playa más famosa es la que tiene forma de corazón, la Praia do Amor, que también se llama Praia dos Afogados –de los ahogados– porque con marea alta se forman unas corrientes bien peligrosas. Es la playa de los surfistas, se puede llegar caminando por la arena con marea baja, cuando se forman las piscinas naturales, o por las escaleras que están al lado del estacionamiento de la calle principal, en la esquina de la Pousada dos Girassóis. Ese es otro dato para tener en cuenta: el terreno quebrado genera más de una escalera que, sumada a las playas con piedras y el tema de los horarios de las mareas, convierten a Pipa en un destino no tan apto para familias con niños pequeños.
En dirección norte sigue la Praia do Centro, la más concurrida por los lugareños, de donde salen las excursiones en barco. Después viene la Baía dos Golfinhos, sin olas, repleta de sombrillas y reposeras donde sirven unos cócteles tropicales suculentos, con vista a los delfines, que siempre aparecen a la mañana temprano. Aquí está el Santuario Ecológico, con 16 senderos para recorrer la floresta y varios miradores. Y del otro lado del santuario, la playa que frecuentan los extranjeros: Praia do Madeiro, en estado salvaje, rodeada de acantilados y palmeras. Hay vans y ómnibus que salen de Pipa o de Tibau do Sul –el pueblito que le sigue a Pipa– y llegan en cinco minutos.
Como la temperatura se mantiene todo el año en 28°, con sol, salvo en junio, que a veces llueve un poco, Pipa no descansa. Los mejores meses para ir son en primavera y otoño, cuando está más vacía y los precios son más bajos. Los fóbicos del tumulto recuerden no pisar Pipa en Año Nuevo o Carnaval.
Buzios
A 180 km de Río de Janeiro, el tranquilo pueblo de antaño es una ciudad de techos bajos cuyas construcciones inspiradas en las antiguas casas de los pescadores nativos no superan por ley los tres pisos de altura. Entre ellas, hay pousadas de lo más glamorosas que desde el morro balconean al mar. El perfil de Armação dos Búzios –como se la conoce oficialmente-, revela una península de seis por tres kilómetros, llena de ensenadas y bahías que demarcan muchas playas, al menos 23, de carácter bien diferenciado.
João Fernandes tiene corales para bucear y agua cálida y transparente, y es la preferida de los argentinos por sus servicios; Azeda y Azedinha son de aguas turquesas, y junto con Manguinhos, ofrecen las mejores puestas de sol. Geribá es bien larga, ideal para surfear y para quien gusta de las olas, con arena blanca y mucho espacio para jugar al frescobol (pelota paleta) o voley. Ferradura es una piscina natural de agua transparente y tranquila. Igual que Ferradurinha, a la que se entra por Geribá, chiquita y preciosa, donde muchas veces se ven tortugas. Tartaruga tiene el agua más cálida de todas, y Ossos las construcciones más antiguas. Foca y Forno son playas lindísimas por ser más vírgenes y menos visitadas. Pero la preferida de muchos es Brava, pura naturaleza.
Debido a la cercanía, en un día se pueden conocer dos playas, una de mañana y otra de tarde; y la manera más típica de hacerlo es a bordo de un buggy alquilado.
LA NACION