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Flamencos, vicuñas y una variedad de colores minerales que sólo la altura puede deparar. Refugios históricos en el camino de los arrieros que cruzaban ganado a Copiapó y un corredor turístico-comercial que todavía espera para ser descubierto. De los diaguitas al siglo XXI, pura puna riojana.
¿Tienen abrigo suficiente?, me preguntó el guía Fernando Zavaley antes de subir a la Laguna Brava con intenciones de pasar arriba la noche. Le dije que llevábamos bolsas de dormir y buenas camperas. "Entonces voy a llevar unas mantas por si refresca mucho de madrugada", agregó. Todavía no sé si fue porque nos sabía porteñas, porque éramos dos mujeres o porque de verdad puede refrescar bastante a la noche a casi 4 mil metros de altura. Enclavado en la Cordillera de los Andes, este territorio de 405.000 hectáreas al oeste de la provincia de La Rioja, pasó a ser Reserva Natural en el año 1980 para preservar a las vicuñas y flamencos que, como consecuencia de la caza furtiva, estaban al borde de la extinción. Abarca parte de los departamentos de Vinchina y Gral. Lamadrid, a 450 km de la capital riojana. También protege a guanacos, patos, chorlos, águilas moras, halcones, pumas y zorros colorados. A la Reserva se accede desde Vinchina pero es recomendable hacer noche en Villa Unión, a 70 km. También está la posibilidad de dormir en la posada Los Mudaderos en Jagüé.
Combinamos el encuentro con nuestro guía, Fernando, en la estación de servicio de Vinchina, última opción de combustible en los casi 200 km que siguen, de modo que aprovechamos para llenar el tanque. "Además del abrigo, es importante llevar mucho líquido y algunas cebollas que, aunque pierden su picor, tienen propiedades oxigenantes y ayudan a contrarrestar el malestar de la altura. En cambio, el vino y el tabaco no son recomendados allá arriba. Además, el vino pierde cuerpo y se vuelve aguado, así que para qué. La altura tiene esa magia", nos dijo Fernando en su riojano de ley. Y avanzamos detrás de su moto para pasar por la Oficina de Turismo de Vinchina, para anunciar nuestra subida. Desde 2009 es obligatoria la compañía de un guía durante la travesía. Esto fue después de que dos personas se perdieron, tuvieron que pasar la noche, y como no estaban preparadas para ello, una de ellas perdió la vida. Desde entonces, las autoridades habilitaron una decena de guías locales a los que pueden contactarse in situ en la oficina de Turismo. De más está decir que los meses de invierno están vedados para toda la zona, que queda aislada por fuertes vientos y nevadas. Todo estaba listo. El plan: pasar casi dos días en la Reserva Natural Laguna Brava, llegar hasta la laguna el primer día, hacer noche en un refugio y avanzar 190 km hasta el límite internacional con Chile, Pircas Negras, el segundo día. La conclusión del viaje fue mucho más que eso. Resultó ser la puna inesperada de mil colores.
Nuestra primera parada, a las afueras de Vinchina, fue para ver la estrella diaguita. Una figura de once puntas sobre un terraplén, a un costado del camino. Hecha con piedras blancas, grises y rojizas, existen dos hipótesis principales acerca de su significado: que marca la salida al Pacífico o que fue hecha con motivos religiosos por pobladores pre-hispánicos. Cerca de la estrella principal, de 28 metros de diámetro, hay otras tres menores. Al avanzar un poco más, encontramos una pirámide perfectamente tallada por la Naturaleza en la piedra: es el comienzo de la bellísima Quebrada de Troya. El camino acompaña al río La Troya, y se abre paso entre curiosos plegamientos. Llegamos a Alto Jagüé, donde es preciso detenerse para registrar el ingreso y pagar la entrada a la Reserva en la oficina del Guardafauna. La próxima parada fue para cargar agua en la Quebrada de Agua de Vaca y ahí nomás apareció frente a nosotros el Cerro Azul. Las diferentes luces del día nos iban mostrando sus distintas caras. Lo mismo pasaba con el paisaje. Se puede recorrer la misma ruta de ida y vuelta, pero los colores siempre son distintos, nuevos, infinitos. El coirón tiñe el suelo de amarillo. Los minerales se apropian de las montañas: óxido de cobre, azufre y óxido de hierro. Verde, amarillo y rojo; morado, negro y también gris, gracias a la toba, ceniza volcánica. Alcanzamos El Portezuelo a los 4.380 metros. Altura máxima del recorrido. Después siguieron hondonadas leves y llanura hasta llegar a la laguna, destino final de la mayor parte de los visitantes. Blanca como la sal, brillante cuando le da el sol y con sectores fluorescentes, mide 17 km de largo, 4 km de ancho y tiene una profundidad de entre 40 cm y 1.50 m.
"Un Curtis C 46 bimotor", precisó Fernando cuando le pregunté por el avión que a lo lejos parecía estar en tierra firme. Cayó el 30 de abril de 1964, cuando un motor falló. Cuatro tripulantes. Venían de Perú y pararon en Copiapó para levantar seis yeguas que resultaron ocho. El piloto improvisó un aterrizaje sobre la laguna, confundiéndola con un salar y ya no fue posible despegar de nuevo. Rescataron a los tripulantes pero el avión quedó allí. "Es sólo el fuselaje y las alas, un señor de Villa Unión lo compró, lo desguazó y se llevó las partes", continuó Fernando. Seguíamos ahí extasiadas. "¿Y lo de Brava por dónde viene?", le pregunté entonces, mientras mirábamos el agua serena. "Cuenta la leyenda que sus aguas se embravecían en presencia de intrusos. La laguna advertía a los locales con remolinos de sal y viento. ¡Brama la brava!", decía la gente, que rinde culto a este espejo de altura, amparado por los gigantes Veladero y Pissis, con sus nieves eternas, Reclus, Bonete Grande y Chico, todos de alrededor de 6000 metros de altura.
Un poco más allá detectamos "el golfito", la parte con menos sal, donde se reúnen los flamencos a comer. Indiferentes y rosados, ni se inmutaron ante nuestra presencia. Mientras el sol caía nos acercamos al refugio El Peñón, a 3.600 m de altura. Este es el primero en el camino desde Vinchina de los 14 que fueron construidos entre 1864 y 1873 a pedido de Domingo F. Sarmiento. Son construcciones de piedra y argamasa (mezcla de cal y tierra) de forma muy particular, con techo curvo y anchos muros. Se montaron para proteger a los arrieros que venían desde La Rioja, San Juan y Catamarca, llevando ganado hacia Copiapó, Chile. Fueron estratégicamente ubicados a una jornada de arreo de distancia y se usaron hasta la década del 60, cuando la Aduana subió tanto los aranceles, que esta trashumancia dejó de ser negocio. Fueron varios los casos de viajeros que no llegaron a completar el viaje. El más famoso es el de El Destapadito, cuyos restos aún residen en la tumba junto al refugio que lleva el nombre de la reserva. Según dicen, el mote lo ganó al aparecer destapado cada vez que alguien intentó cubrir su cuerpo en eterno descanso.
Llegamos al refugio El Peñón, donde pasaríamos la noche. Aprovechamos la poca luz que quedaba para bajar las cosas del auto: comida, calentador, linternas, bolsas de dormir, aislantes y mantas, por si hacía mucho frío. Tanto preparativo y al final, no hizo falta. No usamos ni las linternas fuera del refugio: la luna brillaba tanto como para leer un libro. Encendimos un fuego y después de la cena nos fuimos a la bolsa con campera y todo. Las estrellas todavía brillaban, cuando sonó el despertador. Camino al hito del paso internacional, un par de carteles indican la ruta, ubicación y distancias y la Argentina le cede paso al país vecino. Del otro lado, es preciso avanzar unos 130 km por ripio consolidado sobre la RN 108 hasta el paraje Los Loros. Desde allí, 61 km de asfalto por ruta 5 llevan hasta Copiapó. Quienes quieran cruzar, sepan que los trámites de aduana se hacen en la Gendarmería de Vinchina y que recorrerán más de 100 km sin encontrar una estación de servicio. Nosotros, hasta acá llegamos. Los mismos 190 km nos esperaban de regreso ¿Son los mismos?, nos preguntaríamos al ratito. Cada curva y contra curva deparaba un nuevo tono, distinto de los del día anterior y de los de hace un ratito.