Es una de las 32 provincias de República Dominicana y también una península. Samaná, al noroeste del país, no tiene la prensa de Punta Cana, pero sus paisajes de película aparecieron en la saga de Piratas del Caribe.
Hermosas playas sin tanto resort, parques nacionales con propuestas de turismo aventura y simpatía samanense son sus marcas registradas. La música a todo volumen ?bachata, merengue o salsa? es otra constante que, a medida que pasan los días, se va incorporando como sonido ambiente natural. Desde Santo Domingo son 168 km, y llegamos en un par de horas por la Autopista del Noroeste. Nos alojamos en el Grand Bahía Príncipe Cayacoa, hotel all inclusive con vista sublime a la bahía y al puerto de Samaná, del que zarpan barquitos y lanchas para explorar las dos perlitas de la región: el Parque Nacional Los Haitises y Cayo Levantado. De febrero a mayo se suma una excursión top: avistaje de ballenas jorobadas, que llegan a estas aguas a parir y aparearse. Bajo un sol picante nos subimos a un catamarán con rumbo a Los Haitises, área protegida de 208 km2 que abarca tres provincias. La Bahía de Samaná es parte de esta tierra de relieve cárstico con ríos subterráneos, cuevas con petroglifos y pictografías, y 64 pequeños cayos que emergen del mar azul. El capitán, Nando Barett, cuenta que "haití" en lengua taína significa "tierra alta o montañosa" y que ya no vive nadie en los recovecos de este edén de selva virgen y manglares al que sólo se llega en barco. Luego de una hora de andar, empiezan a aparecer los cayos; el catamarán avanza lento por un laberinto hecho de mar y breves islotes de roca caliza sobre la que crecen árboles verdes, incipientes bosques. La imagen fantástica me resulta conocida. Recuerdo una escena en que Jack Sparrow, el pirata que encarnó Johnny Depp, recorre este paisaje tan peculiar. Nando lo confirma ("filmaron aquí mismo"), y detiene el motor frente al Cayo de los Pájaros para ver y también escuchar a los cientos de pelícanos, fragatas y mauras que revolotean y chillan en la cima del mogote. Miro hacia todos los puntos cardinales y no veo presencia humana. Sólo somos nosotros, transitando este paisaje de soledad y rara belleza. El capitán nos muestra el Cayo de los Pelícanos y la "escuela de los pelícanos", un islote bajito en el que los más pequeños aprenden a volar y a pescar. Parece un chiste, pero no, ahí están los pichones practicando.
Luego de navegar por un canal de tupidos manglares, de las variedades rojo y negro, en la zona conocida como Bahía San Lorenzo, amarramos en un muelle para entrar a la Cueva San Gabriel, enorme, con estalactitas y estalagmitas. Hay otras cuevas cercanas: visitamos la de La Línea (con línea de piedras que conectaba un antiguo ferrocarril con los barcos) y la de San Lorenzo, con pinturas rupestres de asombrosa nitidez entre trazos nuevos de turistas inconscientes. Seguimos en dirección a Cayo Levantado, una de las playas más lindas del país. La mitad de la isla está ocupada por el exclusivo hotel Bahía Príncipe y, en la otra mitad, donde está la playa soñada, no hay alojamiento alguno. Imposible quedarse a dormir aquí si no se es huésped del cinco estrellas. La playa pública, ancha, de arena blanca y cocoteros, es redonda: pega la vuelta y en ese codo recibe una agradable brisa. Es dificilísimo salir del mar, verde y traslúcido a más no poder. Pero al atardecer, no queda otra, todos los barcos vuelven al puerto de Samaná. En el bar de la playa compramos unas cervezas Presidente, y nos vamos con la ilusión de algún día volver. Al día siguiente, en la costa norte, montamos caballos para llegar al Monumento Nacional SaltoEl Limón, una fija en el top five de las excursiones samanaenses. Hay una docena de "ranchos" que organizan el paseo completo: cabalgata a la cascada, remojón en el río Arroyo Chico, regreso y almuerzo de comida criolla. Partimos desde el Rancho Limón Adventure. Luego de unos 25 minutos de avanzar al paso por un sendero rocoso que atraviesa un bosque húmedo, con árboles de cacao, toronja, café y otros frutos (que los guías identifican), hay que bajar 240 escalones hasta la caída de agua, que hoy no es tal. La espectacular cascada de 45 metros de altura y un ancho considerable, que habíamos visto en Internet, no tiene agua. "Hay una sequía importante en la región, que es justamente una de las más lluviosas del país. Con un par de tormentas, ya volverá a su caudal de agua normal", explica el guía del rancho que, de tan simpático, no se le puede reclamar nada. Lo que jamás puede decepcionar en Samaná son las playas de las costas norte y este de la península. Hay cuatro imperdibles. Las Terrenas tiene ?dicen? la mayor cantidad de cocoteros por kilómetro cuadrado del mundo y un plácido pueblo de pescadores; Playa Bonita es una postal de arena blanca; en Las Galeras, la tupida vegetación llega a la playa de arena fina; y Rincón, con su naturaleza en estado puro es, simplemente, una de las diez playas más lindas del mundo.
Por Nora Vera. Nota publicada en mayo de 2016.
LA NACION