Conocer las estancias e iglesias que la Compañía de Jesús tuvo en Córdoba hasta su expulsión, en 1767, es una excelente manera de lanzarse a un circuito distinto, y muy rendidor, por la capital y las sierras. Historia y turismo en un solo viaje.
Punto de partida, la Manzana Jesuítica. Tiempo de viaje estimado: una semana. En el camino, buena mesa, excelentes museos, soberbios paisajes y cómodas camas. El contexto histórico –una excusa, al fin– más que sólido: conocer las cinco estancias fundadas en la provincia por los Hermanos de la Compañía de Jesús (de la sexta y más extensa, San Ignacio, no quedaron ni las ruinas). No se trata solamente de admirar las deslumbrantes proezas arquitectónicas y obras de arte sacro, sino de comprender cómo funcionaba este extenso imperio agroganadero que, con la cruz y los libros (y sin la espada), hizo historia en la historia americana y atemorizó tanto al poder secular que fue expulsado, literalmente, de la noche a la mañana.
Manzana Jesuítica
Para seguir los pasos de los jesuitas en estas tierras, nada mejor que partir de Córdoba capital. Aquí nos encontramos con dos expertas: Josefina Piana, doctora en historia y ex directora de Patrimonio Cultural, y la arquitecta Melina Malandrino, que nos previenen sobre qué es y qué no es obra de los jesuitas. La historia se remonta a 1599, cuando la Orden creada por Ignacio de Loyola tomó posesión de la manzana donde se erguía la ermita dedicada a Tiburcio y Valeriano, los santos que habían protegido a los vecinos de la plaga de langosta. Ni lerdos ni perezosos, los recién llegados designaron a la ciudad –por entonces de 300 habitantes– como cabecera de la Provincia Jesuítica de la Paraquaria, que comprendía los actuales territorios de Argentina, Paraguay, sur de Brasil, Uruguay, sureste de Bolivia y Chile. Fieles a sus preceptos fundacionales –educar y evangelizar– erigieron, sobre los restos de la humilde ermita, la Iglesia de la Compañía de Jesús (comenzó a construirse hacia 1653 y se concluyó en 1674, según la inscripción de una de sus torres). No se sabe a ciencia cierta quién la diseñó: se especula que un hermano de la Compañía trazó una planta en cruz y que, sin más, sus compañeros comenzaron a levantar las anchas paredes con la obligada colaboración de los indígenas. Hoy se yergue austera y compacta, "a mitad de camino entre bastión y templo monacal" según dicen. Una vez adentro, todo cambia.
La bóveda del cielorraso evoca un oleaje curiosamente quieto: está formada por una sucesión infinita de listones en forma de quilla invertida, que el hermano Lemaire arqueó pacientemente con vapor y unió con tarugos, decorados con hojas y espirales separados por molduras doradas. Los colores rotundos –negro, carmín, azul, amarillo– reverberan en el silencio. Avanzamos hacia el altar y al darnos vuelta para contemplar la nave, allá en lo alto del coro, los ventanales dejan entrar el cielo y las copas de árboles. Sobre la calle Caseros –entre el bullicio de los puestos de artesanías, músicos callejeros y vendedores ambulantes– se ingresa a la Capilla Doméstica. Su retablo barroco, obra del italiano Brassanelli, ostenta –como todo lo que veremos en este viaje– la marca de los artistas indígenas anónimos. Ya lo decía el explorador Azcarate de Biscay: "Los jesuitas tienen allí un colegio, y su capilla es la más rica de todas". Dato extra: la pequeña puerta disimulada al costado del altar conduce al claustro y la habitación donde residió el Papa Francisco I entre 1990 y 1992.
En el solar de la Universidad de Córdoba –que los jesuitas dirigieron durante 154 años– funcionaba, años antes, el Colegio Máximo, la casa de estudios superiores de los hermanos de la Orden. Las salas del Museo Histórico ayudan a comprender las aspiraciones de los religiosos: desde la explotación de las estancias para sostener sus colegios –que, acordes al voto de pobreza, eran gratuitos– hasta su voluntad de comprender y valorar a los pobladores autóctonos. Se sabe que fueron los primeros en redistribuir parte de lo recaudado entre indígenas y esclavos (sí, tenían esclavos negros en cantidad, a los que también evangelizaron).
Además de mapas y maquetas que lo explican todo, el museo alberga réplicas de textos de la Biblioteca Mayor, entre ellos una Biblia en siete lenguas (hebreo, samaritano, caldeo, griego, siriaco, latín, árabe) y las reveladoras memorias del hermano Florián Paucke, cuyo subtítulo reza Hacia allá fuimos alegres y contentos; para acá volvimos tristes y amargados. Y como en esta manzana todos los edificios están intercomunicados (Sarmiento incluso afirma, en Recuerdos de provincia, que un túnel la une con Alta Gracia) pasamos del Museo a la Iglesia y de allí a la Universidad... pero en el camino, en la antesacristía, nos sorprende un bellísimo aguamanil en piedra sapo con la imagen de María Magdalena, que evidentemente no ameritó un lugar más sacro.
El recorrido concluye en el todavía activo Colegio de Nuestra Señora de Monserrat, sucesor del Colegio Convictorio, que constaba de "siete piezas, zaguán, patio, traspatio y un pozo de sacar agua". Dirigido por los jesuitas durante 80 años y luego por los franciscanos, después de mucho andar fue nacionalizado en 1854 y por sus aulas pasaron, entre otros, varios miembros de la Primera Junta, el poeta Leopoldo Lugones y Joaquín V. González (famoso, amén de su vasto curriculum, por haber robado los dientes del general Belgrano durante la exhumación de sus restos en 1902).
Museo San Alberto
Para visitar el Museo San Alberto –sobre la calle Caseros– hay que tocar timbre (siempre por la mañana) y esperar. La antigua residencia estudiantil –fue la primera sede del Colegio Convictorio– se transformó en 1782, por decisión del Obispo Fray José Antonio de San Alberto, en el Real Hogar de Niñas Huérfanas Nobles. Bajo el lema "enseñar en pro de la prole", Alberto fue un pionero de la educación femenina y asaz pluralista por estos lares: aquí compartían clases niñas huérfanas, señoritas de alcurnia (previo pago de pensión anual) y niñas mulatas y pardas (que acudían acompañando a las señoritas).
Entre sus muros –que aún albergan el Convento de Carmelitas, el Hogar de Niñas Pobres y Huérfanas, el Colegio Santa Teresa de Jesús, y el Museo y el Archivo de la Congregación– el tiempo parece haberse detenido. La caja de música de la sala capitular acompaña el trayecto por las habitaciones, donde pueden verse los típicos arcones carmelitas de tres cerraduras, matracas de llamado a la oración, tallas de vestir y fanales. Pero lo más impactante es la abigarrada capilla: la única en Córdoba que tiene ángeles negros. Nos despedimos de la gran ciudad jesuítica visitando la Cripta del Noviciado Viejo, con entrada por la peatonal Rivera Indarte, que con sus hornacinas, troneras y pudrideros (piletas a ras del suelo donde se depositaban los cadáveres cubiertos con cal) supo ser, ya bajo dominio betlemita, un hospital subterráneo.
Alta Gracia
Antes de instalarnos en 279 –el exquisito bed & breakfast de la norteamericana de ascendencia cubana Silvia Lareo Vázquez, que por su atención, sus detalles y su refinada simpleza es el mejor B&B de la ciudad– visitamos San Ramón, la imponente casa de Lucille Barnes y Mario Borio, dos apasionados de la "cultura jesuítica". Fueron los impulsores, junto con Noemí Lozada, del proyecto que llevó a la UNESCO a declarar Patrimonio Universal a la Manzana y las estancias jesuíticas en el año 2000. Merienda de por medio, nos cuentan cómo edificaron esta réplica de las construcciones del siglo XVIII y admiten que se conocieron con Noemí, última propietaria de la estancia, cuando ella advirtió que visitaban asiduamente el museo tomando medidas y calculando proporciones. La casa vale lo que costó en ingenio: se destaca en lo alto de un barrio apartado y son muchos los que llaman a la puerta creyendo que es una iglesia.
La Estancia de Nuestra Señora de Alta Gracia se distingue de las otras por estar en el medio de la ciudad; llegó a manos de los jesuitas en 1643, se terminó de construir en 1762, y con la expulsión pasó a dominio privado –adquirida por el comerciante español José Rodríguez en un remate– y entre otras cosas fue la última vivienda de Santiago de Liniers, antes de morir fusilado en Cabeza de Tigre. El Museo es imperdible para quien desee conocer cómo se vivía en aquellas épocas –desde la herrería y la cocina hasta la alcoba serrana con cuja (cama de tientos) y petaca de cuero crudo y el sistema de retretes– y la iglesia, única en el país por su fachada sin torres, sorprende con sus pilastras apareadas. Luego de un suculento almuerzo al aire libre acompañado por zorros huidizos y expectantes en el restaurante de El Potrerillo de Larreta –hostería que funciona en la casa solariega de la familia Zuberbuhler – visitamos los dos museos altagracianos de rigor: la Casa del Che y el Manuel de Falla, donde el músico español pasó sus últimos años. La vivienda de los Guevara Lynch –el pequeño Ernesto pasó aquí parte de su niñez buscando recuperarse del asma– alberga varios testimonios de época (cartas, motos, bicicletas, balas y hasta las cenizas de un amigo) que recrean el fervor de aquellos años. Pero lo único original de la propiedad es la pequeña cama de hierro, en la Sala de la Infancia.
Nos despedimos cenando en Herencia, el restaurante que el celebérrimo chef Roal Zuzulich –el mismo que envió desde Alta Gracia el menú que saboreó el presidente Barack Obama en el porteño Centro Cultural Kirchner – acaba de inaugurar ahorita nomás: en diciembre de 2015. Con su menú de pasos sustanciosos y sutiles, la nueva propuesta de Zuzulich hechiza el paladar: langostinos grillados con crema de choclo y tomate (curiosamente servidos en latas de sardinas), molleja grillada en dos cocciones con papines y champignones en caldo de ave y una seguidilla de delicias maridadas con vinos de excepción.
La Candelaria
La sierra se pone peluda a la hora de ir de Tanti a La Candelaria. Pareciera que el escarpado camino de ripio no conduce a ninguna parte, tan laberíntico y solitario es, pero desemboca en la más misteriosa de las estancias jesuíticas. Oculta en la Pampa de San Luis, un paraje callado al norte de las Sierras Grandes, dicen que fue una gran productora de ganado mular destinado al Alto Perú y que supo enfrentar el asedio de los malones: en este páramo que parece tallado en piedra, su muralla perimetral y su única puerta de acceso testimonian la resistencia de los nativos a la cruzada evangelizadora. Desde el techo de la iglesia, asomando por su espadaña barroca de tres campanas, contemplamos la inmensidad. Blanca a la cal por fuera, cegadora bajo el sol rajante, por dentro es sencilla y penumbrosa como los tesoros que alberga, entre los que destaca una talla en madera conmovedoramente curtida por el tiempo (antes estaba en la hornacina exterior) de la Virgen de la Candelaria.
A la altura de La Cumbre el camino de tierra se bifurca y sin pensarlo dos veces tomamos por el brazo más largo para conocer la Capilla de Candonga: una reliquia de la época colonial (no jesuítica) que impacta por su blancura maciza recortada contra el verde. Lo que perdemos en tiempo (si cabe) ganamos en belleza: es uno de los paisajes más serenos y deslumbrantes de la provincia, moteado de coirones desmelenados sobre los faldeos, caballos y vacas sueltos y cóndores en vuelo rasante. Después de muchos kilómetros de absoluta soledad la travesía culmina en La Torgnole Gastronomique, el reducto donde el chef Martín Altamirano traza dibujos con los ingredientes al armar sus delicados platos. Los comensales pueden optar por distintos ambientes para saborearlos, desde el interior estilo francés hasta los jardines donde pasta alegre una manada de llamas llegadas hace poco de Salta.
Nos alojamos en El Solar de las Pampas, la casona familiar de los arquitectos Elita Barreiro y Quique Fourcade. Dicen que cuando se asomaron por la tranquera y Quique vio las columnas de la inmensa galería, dijo: "Con una galería así, yo la compro". Abierta a los huéspedes desde 2005, de estilo paladiano –columnas de ladrillos redondos, seis metros de alto desde el piso a la cumbrera, de majestuosa austeridad–, invita a quedarse las horas oyendo el canto de las chicharras, conversando con el jardinero poeta Emilio Zlachensky (todo un filósofo) o buscando estrellas fugaces. Pero, nobleza obliga, aún nos falta ver las tres últimas estancias.
Santa Catalina y más
Santa Catalina, la única estancia jesuítica que se mantiene aún hoy en manos privadas (Francisco Díaz la compró en 1774 y pertenece a sus descendientes), supo tener 167 mil hectáreas que, manejadas por cinco jesuitas y trabajadas por 400 esclavos negros, producían más de 14.000 cabezas de ganado mular. De aquella gloria quedan 400 hectáreas, una iglesia que es un vivo ejemplo del barroco colonial, un pequeño cementerio, la residencia con sus tres patios (donde la familia Díaz aún pasa los veranos), el noviciado, la ranchería y el tajamar. A la salida es casi un deber almorzar en La Ranchería, la posada y restaurante de Sebastián Torti, en el mismo solar donde vivían los esclavos, que todavía se mantiene en pie. Para minutas caseras, la opción es el boliche de Marita Cabrera, también entre gruesas paredes del siglo XVII.
Seguimos hasta Jesús María. En su iglesia, de nave única con planta de cruz latina abovedada, construida en las tierras del Guanusacate, destacan cuatro ángeles de rasgos nativos y cuatro cabezas con tocados indígenas. Otro de sus atractivos, quizás mayor, es el museo: funciona en la planta alta de la residencia y en la antigua bodega –la venta de los vinos almacenados servía para comprar más esclavos negros destinados a los viñedos– y exhibe, entre otras muchas colecciones que retratan la vida en la colonia, una de piezas pertenecientes a las culturas de La Aguada, Santamaría, Condorhuasi y Ciénaga.
La Estancia de Caroya, último eslabón de nuestro recorrido y que cumplirá 400 años el próximo octubre (piensan tirar la casa por la ventana), fue el primer establecimiento rural organizado por la Compañía de Jesús en 1616 y el único que jamás pasó a manos privadas. Aquí funcionó, circa 1815, la primera fábrica de armas blancas de nuestro país –sus herreros forjaron las puntas de bayonetas del Ejército del Norte y aloja una variopinta colección de espadas, espadines, sables y bayonetas– y en 1878 dio refugio al primer contingente de inmigrantes friulanos que luego fundarían la Colonia de Caroya: dicen que todos, pero todos los caroyenses descienden de ellos. Y hablando de eso, nada mejor que cerrar el viaje con un suculento plato de pastas en la tradicional Casa del Friuli.
Si pensás viajar...
La Candelaria es el más inaccesible de los sitios jesuíticos: se recomienda ir con vehículo alto.
Paseos y excursiones
Manzana Jesuítica
Iglesia de la Compañía de Jesús. Obispo Trejo y Caseros. T: (0351) 434-1200 (turismo). Cierra a la hora de la siesta.
Capilla Doméstica. Caseros al 100 (a la vuelta de la Iglesia y en diagonal al Museo San Alberto). T: (0351) 424-5861 / 423-9196. Lunes a viernes de 9 a 12 y de 16 a 20; sábados de 9 a 12. Entrada a voluntad.
Museo Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba. Obispo Trejo 242. T: (0351) 433-2075. FB: Museo Histórico UNC – Manzana Jesuítica. Lunes a sábados, de 9 a 18.30. Hay visitas en español a las 11 y a las 15; en inglés a las 10 y 17.Miércoles gratis.
Colegio Nacional de Monserrat. Obispo Trejo 294. T: (0351) 433-1086. Abierto durante el horario de clases.
Museo San Alberto. Caseros 124. T: (0351) 434-1616. Lunes a viernes de 9 a 12.30.
Basílica de Santo Domingo (frontal de plata). Esquina Deán Funes y Av. Vélez Sársfield. Cierra a la hora de la siesta.
Cripta del Noviciado Viejo. Rivera Indarte y Av. Colón. Martes a domingo de 10 a 14. Entrada gratuita.
ALTA GRACIA
Dónde dormir
279 Bed + Breakfast. Giorello 279. T: (03547) 15 45-9493 / 42-4177. lareo@279altagracia.com. Shhh! Alta Gracia´s best kept secret... Así lo anuncia su propietaria, la neoyorquina Silvia Lareo Vázquez, quien hace diez años decidió cambiar las tentaciones de la Gran Manzana por los cielos estrellados de Alta Gracia. Remodeló una antigua casa por completo, y con tanta elegancia y funcionalidad que invita a pasar allí varios días sólo por el placer de estar.
El Potrerillo de Larreta . Camino Los Paredones, Km 3. T: (03547) 43-9033 / 34. hosteria@elpotrerillodelarreta.com. El arquitecto Ignacio Zuberbuhler inició en 1995 este proyecto turístico –hostería + country club + campo de golf de 18 hoyos– en las tierras heredadas de su abuelo, el escritor Enrique Larreta. La casa original de 1918 cuenta con 10 habitaciones señoriales a las que en 2015 se sumaron otras ocho.
Dónde comer
Herencia. Deán Funes 140. T: (03547) 43-4224/ 15 64-1698. Emprendimiento del genial Roal Zuzulich (descendiente de cocineros y chef del Restó Sibaris en Córdoba city). De martes a sábado, almuerzo y cena. Domingos sólo almuerzo.
El Bistró del Alquimista. Arzobispo Castellanos 351. T: (0351) 15 615-4312. FB: El Bistro del Alquimista. En una casa ambientada como un bodegón, con luces tenues que invitan a la intimidad, el chef Maximiliano Buchell atiende las mesas junto con sus cocineros (aquí también funciona su escuela de cocina). La carta cambia cada tres meses y los cinco pasos del menú degustación son sustanciosos. Un detalle no menor: en la preparación utilizan aceite de maní.
Librería Sur. San Martín 134. T: (03547) 42-1507. Comida a la carta y libros de las mejores editoriales en una casona de 1903.
Los extremeños. Urquiza 90. T: (03547) 42-6772. Platos típicos preparados por una numerosa familia española que llegó a Alta Gracia para quedarse hace más de 20 años.
Paseos y excursiones
Estancia de Alta Gracia.Padre Domingo Vieyra, esquina Paseo de la Estancia. T: (03547) 42-1303 / 8734. difusion@museoliniers.com. Martes a viernes de 9 a 13, y de 15 a 19. Sábados, domingos y feriados de 9.30 a 12.30, y de 15.30 a 18.30.
Museo Casa del Che. Avellaneda 501. T: (03547) 42-8379. Un interesante recorrido por la historia del Che: fotos, cartas, manuscritos, ambientación de época. Todos los días, de 10 a 20.
Museo Manuel de Falla. Pellegrini 1011. T: (03547) 42-9292. El músico español residió en esta finca con su hermana María del Carmen entre 1942 y 1946, año de su muerte. La Casa de los Espinillos conserva todas sus pertenencias personales –piano incluido– y hasta una máscara mortuoria que Franco solicitó desde España al enterarse de su fallecimiento. Decía su hermana, y quedó escrito: "La sala con el piano para Manuel, y para mí la cocina". Lunes de 14 a 19, martes a domingo de 9 a 18.45.
Museo Gabriel Dubois. Gabriel Dubois 434. T: (03547) 42-1478. En la casa-taller del escultor y orfebre francés que llegó como polizonte a Buenos Aires a fines del siglo XIX: son obra suya los candelabros del Mausoleo de San Martín en la Catedral porteña, la araña del Congreso Nacional y el plafoniere del Teatro Colón.
LA CANDELARIA
Estancia de La Candelaria . T: (0351) 433-3425. Desde Tanti hay que tomar la RP28, de ripio (en 4 x 4) en dirección a Rancho Alegre y Cuchilla Nevada. patrimonioculturalcordoba@gmail.com Miércoles a domingo de 10 a 18. Advertencia: faltan carteles en el camino y no hay señal de celular, ni en la estancia, ni durante el trayecto. Miércoles, gratis.
SANTA CATALINA
Dónde dormir
El Solar de las Pampas. T: (03525) 49-102 / (0351) 625-9348 / 469-0137 / 460-0126. Imponente y acogedora casa de 1870; fue parte de la heredad de Santa Catalina y desde 1981 es propiedad de los arquitectos y músicos Elita y Quique Fourcade. Desde 2005 reciben huéspedes –siempre con reserva previa– en las siete amplísimas habitaciones de la casa grande y en la "casita" (ex granero): una cómoda cabaña en dúplex con 9 camas.
La Ranchería. T: (03525) 15 43-1558. Dos habitaciones para dos (se puede agregar una cama) en lo que fue la ranchería de Santa Catalina: el lugar donde vivían los esclavos negros. Se conservan intactas hasta hoy, lo mismo que el muro perimetral.
Dónde comer
La Torgnole Gastronomique Ruta E66 Km 41.5, barrio La Paz, Ascochinga. T: (03525) 15 54-7981 / 15 54-6946.El chef Martín Altamirano tuvo restaurante en Salta, pasó por El Colibrí y Camino Real en Santa Catalina, vivió en St Tropez e Ibiza, y regresó a Córdoba para instalarse en La Paz. Propone un menú de ocho pasos, con escala en sus clásicas quenelles de pollo con salsa financière, carnes de caza, pescados y mariscos ($600). De jueves a sábados por la noche, domingos mediodía. Solo efectivo. En verano hay ciclos de cine.
La Ranchería. Al lado de la Estancia Santa Catalina. T: (03525) 15 43-1558.. Su dueño y cocinero a la criolla, Sebastián Torti, se especializa en empanadas, locros y un delicioso pollo al disco (además de parrillada: eso sí, con previo aviso). Cierra los lunes.
Paseos y excursiones
Estancia de Santa Catalina. T: (0351) 15 550-3752. Martes a viernes de 10 a 13 y de 14 a 18.
JESÚS MARÍA
Dónde comer
Por ahí. Julio A. Roca, esquina Córdoba. C: (03525) 15 41-5208. Desayunos, meriendas, bandeja de mate, pizzas, picadas, escabeches y variedad en cervezas. Es el único lugar que siempre está abierto –mañana, tarde y noche– en estos pagos.
Paseos y excursiones
Estancia de Jesús María. Pedro de Oñate s/n. T: (03525) 42-0126. Martes a viernes de 8 a 19. Sábados, domingos y feriados de 10 a 12 y de 14 a 18. Lunes cerrados.
COLONIA CAROYA
Dónde comer
Casa del Friuli. Av. San Martín 2842.T: (03525) 46-3609. Variedad de pastas caseras con salsas tradicionalísimas, como sólo los friulanos saben. Cierra los martes.
Fertilia. Acceso por Av. San Martín al 5200 – 1.200 m al norte. T: (03525) 46-7031.Embutidos, quesos y escabeches con pan casero. Funciona en una chacra. Sólo al mediodía y siempre con reserva.
Embutidos El Super. Av. San Martín 2650. T: (03525) 46-6021. Sándwiches al paso y embutidos para llevar. El kilo es un poco más caro que en otros lugares, pero se trata del mejor salame típico de Caroya, con distintos grados de estacionamiento.
Paseos y excursiones
Estancia de Caroya. T: (03525) 46-2300. Martes a viernes de 8 a 18, sábados y domingos de 9 a 15. Miércoles entrada gratis.