“Cazando vicuñas anduve en los cerros. Heridas de bala se escaparon dos. No caces vicuñas con armas de fuego, Coquena se enoja - me dijo un pastor. ¿Por qué no pillarlas a la usanza vieja, cercando la hoyada con hilo punzó? ¿Para qué matarlas si sólo codicias para tus vestidos el fino vellón?...”, dice la letra del escritor Juan Carlos Dávalos.
La vieja usanza es el Chaku, y para asistir si se viene de afuera es importante que algún miembro de la comunidad aborigen que lo realiza lo sepa. Porque aunque las nueve comunidades del Camvi (Comunidades Andinas Manejadoras de Vicuña) de los departamentos jujeños de Yavi y Rinconada vienen practicando el antiguo método de esquila de vicuñas silvestres hace un par de años, recién se están abriendo al turismo.
Por la zona hay poca señal de celular y la comunicación no es sencilla, y llegamos a Suripujio a finales de noviembre, cuando los grupos de encierro de vicuñas ya hicieron su parte del trabajo. Todos los miembros de la comunidad se separaron en grupos de diez por el paraje Ciénega Grande a 4.300 metros de altura para formar cadenas humanas y arrear a unas 130 vicuñas con tiras y banderines hacia la manga y los corrales que fabricaron en días anteriores con la ayuda del INTA y la Subsecretaría de Agricultura Familiar, además de la Secretaría de Biodiversidad del Ministerio de Ambiente de la provincia, que ayudan en todo el proceso.
“Técnicos locales o pastores que salen a monitorear y conocen el movimiento de la vicuña -dónde están, dónde es su dormidero, a qué hora están en el agua y cuáles son sus vías de escape -dieron anoche un taller de preparación: organizan la logística del día y explican cómo es el arreo, cómo van los grupos, exigen silencio y el no uso de celulares, así como tampoco realizarlo en estado de ebriedad”, explica Rosa Cruz, presidenta de la comunidad. Y aprovecha para contar que como tenían vicuñas en el territorio, querían hacer un aprovechamiento sustentable de la fibra, cosa que sabían se hacía en otros países y provincias. Comenzaron en 2014 con una captura piloto y organizaron luego un plan de manejo de la vicuña aprobado por la provincia.
De los corrales se las saca de a una. Cada cual tiene su función: hay transportadores, pesadores, sujetadores, esquiladores, chimpiadores… Cuidando el cuello que es largo y frágil, y hay que sostener en todo momento, se las lleva de la balanza al playón de esquila. “Agarrála como a tu novia, bien firme y por acá”, le dice un transportador a otro mostrándole la técnica para trasladar al animal sin que se lastime. Para evitarles más estrés, la vicuña en cuestión va encapuchada, pero igual se queja cuando para esquilarla la tumban y le sostienen la cabeza y cuello con sus propias piernas delanteras para inmovilizarla, y emiten un sonido en señal de protesta que da un poco de lástima.
Algunas se resignan y se dejan esquilar durante dos minutos si la técnica es eléctrica, siete si es manual. También se les pone un chip, se toman muestras de materia fecal, y se mide su ritmo cardíaco. Si el vellón no tiene al menos 3 cm o ya fue esquilada en chakus anteriores, se la deja ir, y éstas se quedan merodeando los cerros cercanos en espera de su tropa.
Flacas y sin esos preciosos tapaditos color miel se las libera todas juntas. Entre aplausos corren hacia su libertad, mientras se las chaya o rocía con vino y coca en sincero agradecimiento. El resultado: 130 animales capturados, 100 esquilados, y unos 25 kilos totales de vellón. Para festejar y terminar de compartir la jornada ser realiza un almuerzo comunal que consiste en asado de llama, mote, salsa –tomate y cebolla-, papa hervida y sopa. “La vicuña nos enseña, nos lleva a vivir la comunidad, a compartir con mucha gente y unirnos en lo que hacían nuestros abuelos”, expresa Jorge, Gregorio de apellido. Tiene la esperanza de que este recurso natural haga que sus hijos vuelvan a su territorio y no se pierda la cultura.